XVII
Me hartan ciertos sonidos, pero lo más odioso
es el ladrar del perro, que me desgarra el oído.
Sólo el ladrido de uno oigo con regocijo
a menudo: el del can que adiestró mi vecino.
Pues en su día ladró a mi chica cuando ella
venía a verme en secreto; casi nos traicionó.
Ahora, al oírlo ladrar, pienso: ella ya se acerca.
O recuerdo las veces que acudía la esperada.
