XV

Jamás habría seguido al César a Bretaña;

Floro, en cambio, me habría arrastrado a las tascas.

Odio más las neblinas del norte melancólico

que un pueblo diligente de pulgas en el sur.

Desde hoy con más ahínco os saludo, tabernas,

hosterías, que así las llama el buen romano.

Pues hoy me habéis mostrado a mi amor, con su tío,

al que ella tantas veces, para poseerme, engaña.

Rodeaban nuestra mesa joviales alemanes;

cerca, la niña halló sitio junto a la madre,

corrió una y otra vez el banco con tal gracia

que pude verle el cuello y también el perfil.

Gritaba más de lo que suelen las romanas,

me miró de soslayo, sirvió y no dio en la copa.

Derramó, pues, el vino; con dedo delicado,

trazó círculos sobre el tablero mojado.

Entrelazó mi nombre con el suyo; deseoso,

las andanzas del dedo seguí; ella me miraba.

Veloz dibujó el signo romano que es el cinco

y una raya delante. Trazó, apenas lo vi,

círculos y más círculos para borrar las huellas.

Pero el cuatro exquisito se me grabó en los ojos.

Allá sentado, mudo, me mordí el labio ardiente,

por placer, por deseo, también por picardía.

¡Qué tiempo hasta la noche! ¡Son cuatro horas de espera!

Alto sol, allí sigues y contemplas tu Roma.

Nada más grande has visto ni podrás ver jamás,

como prometió en éxtasis tu sacerdote Horacio.

Pero hoy no permanezcas, aparta la mirada

temprano y de buen grado de las Siete Colinas.

Por mor de un poeta abrevia las magníficas horas

que el pintor con los ojos fascinados disfruta.

Echa una mirada última a estas altas fachadas,

cúpulas y columnas y también obeliscos;

lánzate al mar deprisa para antes ver mañana

lo que desde hace siglos te da placer divino:

estas playas cubiertas tanto tiempo de cañas,

las alturas sombrías por árboles y arbustos,

pocas chozas mostraban antaño; de repente

rebosaban de un pueblo de felices bandidos.

Todo reunieron ellos en este sitio único;

lo restante ya apenas merecía tu atención.

Viste aquí crearse un mundo, después un mundo en ruinas,

de las ruinas de nuevo, uno casi más grande.

Que hile la diestra parca con parsimonia el hilo

para que mucho tiempo lo vea por ti alumbrado;

¡pero que se dé prisa la bella hora anunciada!

¡Soy feliz! ¿La oigo? ¡No! Pero ya oigo la tercera.

Así habéis, caras musas, engatusado el tedio

de este rato que de mi amor me separaba.

¡Adiós! Ahora me alejo y no temo ofenderos:

orgullosas, dais siempre la prioridad a Amor.