III

¡No sientas, reina, haberte presurosa entregado!

Créeme, no te desprecio ni pienso mal de ti.

De muchos modos son las flechas del amor:

unas raspan… y azogan durante años el alma.

Con espléndidas plumas y recién afiladas,

otras tocan la médula, prenden fuego a la sangre.

En los tiempos heroicos, cuando amaban los dioses,

seguía deseo a mirada, y placer a deseo.

¿Mucho pensó, tú crees, la diosa del amor

que se prendó de Anquises en el bosque del Ida?

¿Tardó Luna en besar al hermoso durmiente?

Aurora, la envidiosa, lo habría despertado.

Hero a su Leandro vio en fiesta bulliciosa,

y se arrojó el amante, raudo, a la mar nocturna.

Rea Silvia, la doncella principesca, al río Tíber

bajó en busca de agua: allí la gozó el dios.

Dio a Marte unos gemelos que amamantó una loba,

y Roma se llama ahora la princesa del mundo.