I

Decidme, piedras, algo. Hablad, altos palacios.

Calles, una palabra. ¿Tú, genio, no te inspiras?

Sí, todo está animado entre tus santos muros,

Roma eterna. Ante mí sólo guardas silencio.

¿Quién me susurrará? ¿Veré en una ventana

la bella criatura que me deleite y abrase?

No intuyo los caminos aún que recorreré

para verla, precioso tiempo sacrificando.

Aún miro iglesias, ruinas, palacios y columnas

como en viajes conviene a un hombre circunspecto.

Mas pronto pasará y habrá un único templo:

el templo del amor que acoge al consagrado.

Eres un mundo, Roma, pero sin el amor

el mundo no sería mundo, ni Roma, Roma.