Capítulo 27
El domingo, Abigail, Louisa y sus padres fueron juntos a la iglesia. Por el camino, mientras andaban, Abigail se dio cuenta de que su madre se agarraba del brazo de su padre con las dos manos. Él inclinó la cabeza sobre la de ella y su madre se rio por algo que le dijo. Aquello la inundó de alegría. Puede que el cambio de circunstancias de su familia y la mudanza a Pembrooke Park al final resultaran beneficiosos.
Vio a Leah entrar en la iglesia con la hija de los dueños de la verdulería de una mano y la pequeña del herrero de la otra. Se acordó de las cestas que solía regalar, de cómo enseñaba a los niños a leer y a escribir, de su sosegada y humilde labor y sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se preguntó cómo sería ahora Leah… Eleanor, si hubiera crecido en Pembrooke Park, colmada de privilegios durante toda su vida. ¿Habría hecho tanto, habría servido a tantos a pesar de su educación? Tal vez sí, aunque lo dudaba. Otro beneficio; otra bendición que surgía de una mala situación. «De todo lo malo siempre se puede sacar algo bueno», había dicho William en una ocasión. «Dios es experto en eso».
«Sí», convino Abigail. «Es cierto».
Como siempre, Louisa disfrutó de la atención que recibió, sobre todo sentada en la primera fila. Gilbert se quedó con los Morgan al otro lado del pasillo central, al igual que Rebekah Garwood. El rector, el señor Morris, también estaba en la iglesia esa mañana y ayudó a oficiar el servicio. Lo acompañaba su sobrino, que acababa de matricularse en el colegio de la iglesia de Cristo de la universidad de Oxford y presentó al joven con manifiesto afecto y orgullo.
Después de la misa, Louisa fue directa al señor Chapman para darle las gracias por el sermón. Al ver cómo la sonreía a modo de respuesta, se le cayó el alma a los pies. Es cierto que se mostró muy educado con Abigail y con sus padres mientras le daban las gracias y cruzaban la puerta, pero no se le pasó por alto que no la miró a los ojos. «¿Por qué?». ¿Estaba intentando guardar las distancias por la presencia de Gilbert o es que ahora prefería a otra mujer? ¿Acaso temía haberle dado una impresión errónea durante su incursión en la habitación secreta… preocupado porque pudiera pensar que tenía de nuevo un interés romántico en ella, si es que alguna vez lo había tenido?
Esperó en el cementerio mientras Louisa charlaba amablemente con dos adolescentes que contemplaban boquiabiertas su belleza y su moderno atuendo. Los Morgan salieron detrás de ellas; Andrew y su padre hablaban con seriedad con William mientras la señora Morgan lo miraba con una sonrisa crispada y se mantenía apartada. Rebekah Garwood estaba a su lado, imponente con su vestido de mañana a medida y su sofisticado sombrero negro, luciendo una figura sorprendentemente buena teniendo en cuenta que había dado a luz hacía muy poco. La hermana de Andrew miró al señor Chapman con una sonrisa y le preguntó por alguno de los versículos que había citado. Él le respondió y ella le dio las gracias y le tocó un instante el brazo con la mano enguantada. Abigail estaba convencida de que había sido la única persona de todos los presentes que se percató de ese detalle.
¿O no? La señora Peterman se acercó sigilosamente a ella y miró a la pareja con desaprobación.
—Primero usted, después su hermana y ahora una viuda reciente. —Resopló y meneó la cabeza—. No se imagina lo que voy a alegrarme cuando el sobrino del señor Morris tome posesión del cargo de su tío. Seguro que pone fin a tan infames coqueteos.
—Oh, ¿y qué le hace pensar eso?
—¡Fíjese en él! —Señaló al desgarbado joven—. Ninguna muchacha lo adulará. Y no solo eso, sino que durante uno o dos años estará demasiado ocupado escribiendo sermones como Dios manda como para dedicar tiempo a las mujeres. Y para entonces las mujeres de la parroquia ya le habrán encontrado una esposa sencilla y pragmática.
—Sí —murmuró Abigail con irónica melancolía—. Las mujeres pragmáticas también suelen ser sencillas.
Cuando el último de sus feligreses se marchó, William entró en la iglesia. Unos minutos más tarde, salió con ropa de calle. Se detuvo a ayudar a un niño que se había caído y hecho un rasguño en la rodilla y lo llevó con su madre. Luego, al ver que Abigail lo estaba mirando, levantó una mano y se encaminó hacia ella.
Abigail se armó de valor, sin saber muy bien qué esperar.
—Hola, señorita Foster.
Le respondió con una inclinación de cabeza.
—Señor Chapman —dijo acto seguido.
—Mi madre me acaba de comentar que hace tiempo que no se pasa por casa. He intentado decirle que con su familia aquí ahora y… todo lo demás ha estado muy ocupada. De todos modos, me ha encomendado la misión de invitarla a visitarnos. Tal vez su hermana y usted podrían venir a tomar el té esta tarde. Quizá podría cantar para la abuela y la señorita Louisa tocar algo. Tengo entendido que es una artista excelente.
Supuso que a quien estaba deseando ver era a su hermana.
—Sí, bueno, tal vez Louisa pueda, pero yo no sé si tendré tiempo.
Él hizo un gesto de dolor.
—¿Está enfadada conmigo, señorita Foster? —preguntó vacilante.
—No.
—¿He hecho algo que la haya ofendido o disgustado?
Abigail no quería mentir, pero tampoco deseaba decirle la verdad. Además, en realidad no había hecho nada malo. El problema era suyo, no de él.
—¿Se trata de… su hermana? —preguntó con timidez al ver que ella no respondía.
Lo miró sorprendida y luego apartó la vista. Sintió cómo el rubor empezaba a teñirle las mejillas. ¿Cómo había adivinado la respuesta? ¿Acaso sus sentimientos, sus mezquinos celos, eran tan evidentes?
—¿O es por el señor Scott?
Parpadeó confusa. Creía que a él le aliviaría ver que Gilbert estaba demostrando interés en ella. Que eso podría mitigar sus remordimientos y proporcionarle la libertad necesaria para ir tras Louisa o Rebekah Garwood, como sin duda deseaba.
Justo en ese momento, Gilbert apareció a su lado.
—Hola, Abby. —Le sonrió y le tomó la mano para deslizarla bajo su brazo—. Te acompaño a casa. —Ahí fue cuando se percató de la presencia del señor Chapman—. Buen sermón, pastor. Agradable y escueto.
—Gracias. Por cierto, he visto la nueva ala de Hunts Hall. Bien hecho. Agradable y escueta.
Gilbert se sonrojó.
—Solo querían una planta; va a ser un invernadero. Pero también vamos a añadir un anexo de dos plantas en la parte de atrás y…
—El señor Chapman solo te estaba tomando el pelo, Gilbert —le interrumpió Abigail.
—Oh —dijo Gilbert de forma monótona.
—No está acostumbrado a sus bromas como yo —replicó Abigail con tono reconfortante.
El señor Chapman hizo una mueca.
—Lo siento. Me temo que es una de mis constantes debilidades. —La miró—. Pero no la única.
Esa misma noche, Abigail se sentó en una piedra grande que formaba un escalón natural a la orilla del río y metió los pies en el agua. Se puso a quitarle la corteza a un palo. La luna dominaba el cielo proyectando su brillo sobre la corriente. No corría nada de aire, ni un solo soplo de viento. El croar de las ranas y algún que otro insecto volando eran su única compañía. Era una noche estival calurosa. Demasiado calurosa. No había conseguido conciliar el sueño en su asfixiante cuarto, con sus agobiantes pensamientos y dudas sobre Gilbert y William. ¿Es que todos los hombres a los que admiraba preferían a su hermana? Quizá debería conformarse y agradecer que algún hombre estuviera interesado en ella… en cuanto Louisa dejara claro que no correspondía a sus sentimientos. Pero la sola idea la ponía enferma. ¿Estaba condenada a pasarse el resto de su vida preguntándose en cada reunión familiar si su marido miraba a Louisa con tristeza lamentando no haberse casado con ella?
Lanzó el palo río arriba, con un agradable ruido seco. ¡Cómo le hubiera gustado deshacerse de sus dudas con la misma facilidad! Pero, por supuesto, la corriente lo arrastró de nuevo hacia ella.
—¿Hola?
Contuvo la respiración al oír el inesperado saludo. Se volvió y vio a William aproximándose.
—Vaya, señor Chapman, me ha asustado.
—¿A quién más esperaba encontrar en mi rincón?
—¿Su rincón? No sabía que fuera el rincón de nadie. Lo dejaré a solas. —Se levantó como pudo y subió a la orilla.
—Señorita Foster —le dijo, deteniéndola—. Solo bromeaba. Me alegra encontrarla aquí.
Se fijó en que vestía calzas y una camisa por fuera. Y también llevaba una toalla en la mano.
—No he venido aquí con el propósito de encontrarme con usted —dijo a la defensiva—. Tan solo tenía calor y pensé que el agua me refrescaría.
—Igual que yo.
—Al fin al cabo, solo he coincidido con usted en el río en una ocasión, y de eso hace semanas. Además, no fue aquí, sino allí, debajo de un árbol… —Señaló con la cabeza unos metros más adelante e inmediatamente después se puso a buscar en el suelo—. Vaya, ¿dónde habré dejado mis zapatos?
William le puso una mano en el brazo y la detuvo.
—Señorita Foster… ¿sigue enfadada conmigo?
—No estoy enfadada.
William metió la barbilla y enarcó las cejas, mirándola con escepticismo.
—No estoy enfadada —repitió—. Pero…
—Pero ¿qué? Soy consciente de que al volver a tener al señor Scott en su vida es posible que quiera pasar menos tiempo conmigo, aunque no creo que haya necesidad de mostrarse hostil.
—No, por supuesto que no.
—Bueno —dijo, extendiendo en la orilla la toalla, que por suerte era más grande que la última que había llevado—. Siéntese y hablemos.
—Pero su baño…
—Puede esperar.
Se sentaron en la orilla, compartiendo la toalla, pero sin rozarse.
—No puede negar que ha cambiado con respecto a mí —comenzó él—. No sé si tiene algo que ver con que su hermana esté ahora aquí. O supongo que es más probable que sea por el señor Scott…
Volvió a recordar la expresión anonadada de William Chapman cuando vio a Louisa por primera vez. Y luego cuando los vio juntos en el cementerio…
—No —susurró—. No es por Gilbert. —Negó con la cabeza, incapaz de enfrentarse a su mirada. La luz de la luna revelaría demasiado. Su inseguridad. Sus celos.
—¿Entonces…?
Tragó saliva y reconoció en voz baja:
—Vi cómo miró a Louisa cuando mi madre les presentó.
Sintió que William se le quedaba mirando. Después, suspiró.
—Lo siento —dijo—. De verdad. Intenté ser tan educado con ella como me fue posible. Desde entonces he procurado no mostrar nada más en mi expresión ni en mis palabras; no revelar lo que sabía, ni cómo me sentía.
«¿Cómo se sentía? Dios mío, apiádate de mí. ¡Ayúdame a superar esto!». Se había enamorado de Louisa. Era más que un deseo o una admiración pasajeros. Albergaba sentimientos hacia ella.
—Pues fue más que obvio —dijo Abigail—. Al menos para mí.
—Espero que no para ella. No he querido decir nada. Y eso que no he dejado de preguntarme si debía hacerlo. Por el bien de su hermana. Y por el suyo. Pero temí ofenderla. Al fin y al cabo, es usted su hermana.
—Soy perfectamente consciente.
—Seguro que se pregunta cómo empezó, cómo descubrí quién era ella…
«No, en realidad no», pensó. Era muy probable que comenzara como siempre lo hacía. Con los hombres poniéndose en ridículo por Louisa.
—Tal vez recuerde que Louisa preguntó si nos habían presentado antes y comentó que le resultaba familiar… —prosiguió. Abigail asintió, tenía un vago recuerdo de aquella conversación—. Dije que no y era cierto: nunca nos presentaron formalmente. Pero sí la había visto antes.
Vaya, aquello sí que no se lo esperaba.
—¿En serio? ¿Cuándo?
—¿Se acuerda de que pasé varios días con Andrew Morgan en Londres?
Sí. Y también se acordaba de los largos, solitarios y tediosos que le parecieron esos días.
Asintió.
William continuó:
—Andrew insistió en que necesitaba tomarme un descanso después del incendio, así que lo acompañé a la ciudad, tal y como había hecho un par de veces mientras estudiamos juntos. El señor Morris accedió a ocuparse de los servicios religiosos en mi ausencia, supongo que ansioso por mostrarle a su sobrino su futuro trabajo.
»En Londres, Andrew me llevó al acontecimiento social más multitudinario y ruidoso al que jamás he asistido, que se celebró en la mansión de uno de sus ricos conocidos. Mientras estábamos allí, uno de sus amigos aristócratas hizo un comentario muy despectivo sobre cierta joven presente. Con la música y con tanto ruido en el ambiente, no llegué a oír su nombre, pero la vi perfectamente, riendo a carcajadas y flirteando a la vez con un oficial del ejército y uno de esos caballeros tan elegantes. El amigo de Andrew la señaló y dijo: “Cuidado, caballeros, puede que esa descarada parezca un ángel, pero es la mayor coqueta de todo Londres, y está tan empeñada en atrapar a un noble que hará cualquier cosa con tal de conseguirlo”. La insinuación estaba más que clara.
¿Estaba hablando de Louisa? ¡Imposible! Aun así, mientras lo oía, sintió un nudo en el estómago y se puso roja de la cabeza a los pies. ¡Oh, qué vergüenza! Qué cosa más cruel y grosera y… carente de fundamento. Aunque de ser cierto… Bueno, que Dios los ayudase a todos.
—Me marché poco después, para decepción de Andrew. Confieso que no pensé demasiado en aquello, ni en la joven y tampoco recé por ella ni por su familia, tal y como debería haber hecho. Pero cuando la vi aquí, la reconocí al instante. Y cuando me enteré de que era su hermana… Bueno, me quedé mudo de asombro. Reconozco que sigo sin saber lo que dije en ese momento. Espero que algo educado y coherente. Y también espero que me perdone por repetirle una acusación tan insidiosa. Pero si Louisa se ha comportado de una forma que la haya expuesto a dichos comentarios, bien podría dañar su reputación y la suya propia, así que quizá sea mejor que lo sepa.
»Su hermana vino a mi encuentro una vez, en el cementerio, y procuré ofrecerle consejo, pero no creo que me escuchara. Supongo que debería haber acudido directamente a su padre con el relato u ofrecerle una amable advertencia. Pero no quisiera por nada del mundo provocar su ira contra Louisa o contra los hombres en cuestión. Sobre todo si esto pudiera resolverse de otra manera que causara menos perjuicio a… todo el mundo.
Abigail se quedó callada unos minutos, intentando asimilar esa nueva información y relacionarla con lo que creía que había visto. Se sentía aliviada y disgustada al mismo tiempo. Inquieta y emocionada a la vez. «¡Oh, Louisa! ¡Qué tonta has sido!». No le costaba imaginarse a su hermana comportándose como una coqueta descarada, convencida de que su encanto y belleza la hacían inmune a las reglas habituales del decoro.
William la miró preocupado e hizo una mueca.
—Vaya, no he hecho bien en contárselo. Por favor, aunque la decisión no haya sido acertada, créame que lo he hecho con buena intención.
Abigail se volvió hacia él.
—No. Claro que ha hecho bien en contármelo. Esto explica muchas cosas…, cosas que Louisa dijo sobre Andrew Morgan y su renuencia a visitar Hunts Hall; por lo visto debieron de cruzarse algunas palabras desagradables. Hablaré con ella. Tal vez no sea consciente de la magnitud de su falta de decoro. Esperemos que su reputación no haya sufrido un daño irreparable.
—Es muy probable que no se haya percatado —convino William suavemente—. A fin de cuentas, es muy joven.
—Sí. En una de sus cartas escribió que toda la atención que recibía de los caballeros se le había subido un poco a la cabeza.
—Es comprensible. Y usted no estaba allí para aconsejarla. Además de su madre, por supuesto.
—No sé si, aunque hubiera estado allí, hubiese sido una consejera eficaz. No tengo mucha experiencia a la hora de desalentar a múltiples admiradores.
Él enarcó una de sus cejas color caoba.
—¿Ah, no? Porque en este momento al menos puedo contarle tres admiradores. Y eso solo aquí, en el minúsculo Easton.
Abigail agachó la cabeza. El rubor que ahora teñía sus mejillas respondía a una razón muy diferente.
—Cuidado, pastor, no querrá que toda esta adulación se me suba a la cabeza.
—Eso jamás sucederá, Abigail Foster. Es usted una joven demasiado modesta, sensata y encantadora.
Sintió una oleada de placer y de alivio.
Pese a que la preocupación por su hermana le oprimía el pecho, sus pensamientos se centraban en un asunto mucho más dichoso. William Chapman no estaba interesado en Louisa. Y aunque pensara que su hermana era guapa, lo cual era innegable, no estaba enamorado de ella. De hecho, la consideraba una joven descarriada a la que guiar por el buen camino, no una mujer a la que cortejar, amar, o con la que casarse. «¡Gracias a Dios!», pensó Abigail, sin molestarse en reprimir la sonrisa que esbozaron sus labios.
—¿Qué le hace sonreír, señorita Foster? Me alivia saber que no está enfadada conmigo, pero ¿qué he dicho que tanto le divierte?
¿Se atrevería a contarle la verdad? ¿La respetaría menos si le revelaba lo poco que había confiado en él? Además, aquello no cambiaba el hecho de que seguía sin dote y no quería que un culto, devoto y apuesto pastor se conformase con menos de lo que se merecía.
William se enderezó y la miró desconcertado.
—Espere un momento… ¿No me diga que tenía miedo a que me hubiera quedado prendado de ella?
Abigail se encogió de hombros.
—Se me había pasado por la cabeza, sí. ¡Debería haber visto la cara que puso cuando la vio! Boqueando como un pez recién pescado, con los ojos como platos y mudo de asombro.
Él hizo un gesto de negación.
—Y yo que pensaba que había adivinado la verdad de mi consternación o que, erróneamente, había oído que yo era uno de los caballeros que hablaban mal de ella.
Abigail se sintió avergonzada al recordar sus palabras sobre lo evidente que había sido su reacción cuando su madre le presentó a Louisa. ¡Se había equivocado por completo! Había visto lo que más temía. No, lo que había esperado ver.
—Entonces eso explica por qué ha estado… digamos que más fría conmigo en los últimos días —dijo—. Temía que tuviera algo que ver con el señor Scott. Lo vi abrazarla en la biblioteca y asumí que… bueno… —Su voz se fue apagando mientras se encogía de hombros.
«El señor Scott». Qué extraño que apenas hubiera pensando en él durante toda la conversación. No le extrañaba que Gilbert estuviera molesto con su hermana y se mostrara distante con ella si Louisa había coqueteado descaradamente con varios caballeros en cada evento de la temporada.
—Y usted ha estado creyendo todo este tiempo que yo sentía algo por su hermana. —Chasqueó la lengua y la tomó de la mano—. Mi querida Abigail, pensé que me conocía mejor.
Ella logró esbozar una sonrisa temblorosa.
—Hubo un tiempo en que también pensé que conocía a Gilbert Scott.
William la miró y se puso serio de repente.
—Creí que al fin se le había caído la venda de los ojos, al menos en lo que respecta a Louisa y a usted. Que se había llevado una decepción con su hermana y… se había enamorado de usted.
Sí, no cabía duda de que Gilbert había cambiado con ella. Pero ¿seguiría pensando lo mismo en cuanto disminuyera la ira y la decepción que sentía hacia Louisa?
—Me ha pedido permiso para cortejarme, pero no sé cómo sentirme al…
William le apretó la mano.
—Bueno, yo sí sé lo que siento…
Abigail lo miró a los ojos con creciente esperanza, pero William hizo una mueca y apartó la mirada.
—Pero por desgracia no estoy en situación de actuar conforme a ese sentimiento. —Exhaló una bocanada de aire entrecortada—. Señorita Foster, es usted tan bella, tan hermosa como su hermana…, para mí, incluso más… Tanto, que casi pierdo la cabeza. No hay nada que me apetezca más en este momento que dejarnos llevar por esta vorágine romántica. Por este encuentro casual. Por esta noche con esta esplendorosa luna. Por sus pies descalzos tan tentadores… —Logró esbozar una sonrisa, que desapareció casi tan pronto como apareció. Después, negó con la cabeza—. Pero eso sería injusto para usted. Incluso deshonroso. En este momento, apenas consigo mantenerme con mis ingresos actuales. Y con el sobrino del señor Morris al acecho, no creo que mi situación económica mejore pronto. Si es que llega a mejorar algún día. Estaría muy mal por mi parte pedirle que esperase sin que exista una clara perspectiva de tener un futuro. Sobre todo ahora que el señor Scott ha regresado a su vida… aguardando también el momento oportuno.
Las esperanzas de Abigail se vinieron abajo. Cuánto mejor para él casarse con una viuda rica como Rebekah Garwood. Y ella podría casarse con Gilbert. Así todo el mundo estaría feliz. Entonces, ¿por qué tenía tantas ganas de llorar?
William la observó detenidamente.
—Se le ve muy triste.
—¿De veras? Es… una tontería. Estoy bien. —Forzó una sonrisa, pero con eso solo consiguió que se le derramara una lágrima de cada ojo.
—Yo también estoy bien —susurró. Se acercó más a ella y le acarició la mejilla con un dedo, siguiendo el sendero de la lágrima. Luego se inclinó hacia ella y le rozó el pómulo con los labios.
Se le aceleró el corazón y se le formó tal nudo en el pecho que casi le resultó doloroso respirar. Cada partícula de su ser anhelaba extender sus brazos hacia él. Alzar el rostro. Presionar su boca contra la suya. ¿Se atrevería a hacerlo? ¿Sería esa su última oportunidad? ¿Lamentaría no hacerlo durante el resto de su vida?
Se volvió hacia él. William se quedó inmóvil a escasos centímetros de ella. Entonces levantó la mirada muy despacio y clavó la vista en sus ojos, deseando con toda su alma que él viera todo lo que sentía y no podría expresar en voz alta.
—Abigail… —susurró mientras sus ojos descendían hasta su boca.
Ella levantó una mano temblorosa y posó la palma en su rostro, rozándole el lóbulo de la oreja con el dedo. La piel por encima de su pómulo era suave y una barba incipiente nacía cerca de su mandíbula. Alzó el pulgar para acariciar el hueco sobre su boca y luego dibujó el contorno de su labio superior.
Él exhaló lo que le pareció una mezcla de suspiro y gruñido.
—William —susurró, disfrutando de la sensación de aquel nombre en su lengua.
Él clavó los ojos en ella.
—Dilo otra vez —respondió en un murmullo, con voz tensa.
—Wi…
Pero apenas acababa de pronunciar la primera sílaba cuando su boca se apretó contra la de ella. De manera firme, cálida, deliciosa. Abigail le devolvió la presión vacilante y él ladeó la cabeza para besarla con más pasión.
Se le disparó el pulso, cada nervio de su ser cobró vida. Su primer beso. No con Gilbert Scott, como siempre había soñado y esperado. Sino con William Chapman, un hombre que acababa de decirle que no podía casarse con ella.
Como si acabara de leerle el pensamiento, William interrumpió el beso y apoyó la frente sobre la de ella, recobrando el aliento.
—Señorita Foster, perdóneme. Yo…
—Shh… Lo sé.
De pronto, oyó unos pasos a lo lejos, sobre la grava. Ahogó un grito de sorpresa, temerosa de que la descubrieran a solas con un hombre y por la noche. Miró por encima del hombro de William y lo que vio la aterrorizó aún más.
Una figura con una capa larga con capucha cruzaba el camino de entrada portando un farol que llevaba la llama baja.
William se volvió para ver qué la había asustado tanto y se puso rígido al instante. A continuación, intentó incorporarse para seguir a la figura, pero ella lo agarró del brazo. No quería que se metiera en la boca del lobo, que se enfrentara a quienquiera que fuera sin un arma, por no mencionar sin zapatos ni abrigo.
La miró con curiosidad, con aire indeciso, pero al final permitió que ella lo detuviera.
—Tiene razón. No quiero exponerla a un escándalo.
Pero no era eso lo que más le preocupaba. Aunque como estaba contenta porque no hubiera corrido ningún riesgo, decidió no corregirle.
Contemplaron juntos cómo la figura desaparecía por un lateral de la mansión. ¿Adónde se dirigía? Al final, William ya no pudo contenerse más, se puso de pie y la levantó con facilidad.
—Entre a hurtadillas por la puerta principal. Yo la seguiré por la parte trasera… Quiero asegurarme de que no va a casa de mis padres.
—William, tenga cuidado.
Él le lanzó una última mirada de pesar.
—Quizá debería seguir llamándome señor Chapman —dijo con voz suave.
Sabía que no lo había dicho para herirla. Pero le dolía igualmente.
Después de detenerse el tiempo suficiente para cerciorarse de que la señorita Foster entraba en la mansión sana y salva, salió disparado en dirección a la casa de sus padres. Oyó a Brutus ladrar a lo lejos, lo que lo alarmó aún más. Corrió hasta la casa y encontró a su padre ya en la puerta delantera, farol en mano, regañando al perro.
—¿Qué sucede, Will? —preguntó su progenitor al verlo.
—El hombre encapuchado… —resolló él hasta recobrar el aliento—. Lo he visto venir para acá.
Su padre apretó la mandíbula.
—Toma. Sujeta el farol. Voy a por un arma.
Armados, los dos hombres registraron la zona, la casa y las dependencias anexas. Encontraron entreabierta la puerta de la cabaña del antiguo guardabosques, pero no hallaron signo alguno de que alguien estuviera merodeando cerca. Al cabo de un rato, dieron por finalizada la búsqueda y volvieron a la casa; Mac se llevó consigo munición extra y echó doble cerrojo a la leñera, donde guardaba su rifle y escopetas. Le ofreció un arma también a William, pero este la rechazó. Sin embargo, ahí y en ese momento, decidió que la próxima vez que la señorita Foster estuviera fuera haría una visita discreta a Pembrooke Park. Solo para estar seguro.
Por último, padre e hijo se separaron, aunque dudaba mucho de que alguno durmiera demasiado esa noche.
Todo aquel alboroto tuvo algo bueno: hizo que William olvidara su pesar por Abigail Foster. Al menos durante unos momentos. Antes de esa noche, prácticamente había decidido apartarse de la vida de la señorita Foster. Pero después de aquel beso… Que Dios lo ayudara, pues necesitaría de todas sus fuerzas para hacerlo. «Hágase tu voluntad. Pero por favor, Señor, ten piedad de tu enamorado siervo…».