Capítulo 39
Durante los tres días siguientes, Raul Biro siguió a Mary Whitbread cuando salía de compras. Tenía costumbre de comprar muchísima ropa de diseño, la devolvía toda al día siguiente y volvía a acumular un nuevo cargo en su tarjeta de crédito.
Petra consiguió los listados de llamadas telefónicas y las facturas de Southwest Airlines Visa. Mary pagaba las facturas a tiempo, no había ningún cobro de especial interés ni nada en sus compras de todo un año que diera alguna pista sobre el paradero de su hijo o de Robert Fisk.
El móvil que en teoría pertenecía a Pete Whitbread seguía inactivo hasta las cuatro de la tarde del tercer día, cuando Mary lo llamó. Rastreando la pista de las torres encontramos un movimiento en dirección sur y con origen en el este del Centro Cívico del núcleo urbano. Cuando la conversación terminó, el receptor estaba en alguna parte del norte de Chinatown.
A pocos minutos de la rampa 110 donde fue abandonado el cuerpo de Moses Grant.
Dave Saunders y Kevin Bouleau volvieron a la tienda de coches abandonada donde habían disparado a Grant. Un nuevo sondeo dio como resultado otros tres transeúntes que aseguraban haber visto un Hummer negro cruzar las calles industriales al este de Los Ángeles a altas horas de la noche. Ningún detalle sobre el conductor, los pasajeros o el destino. Saunders condujo hasta el lugar donde dejaron el cadáver e hizo algunas preguntas en Chinatown.
Milo se quedó en casa, jugando con las bases de datos. Ni siquiera en algunas de las más conocidas obtuvo resultado para Pete Whitbread/Blaise de Paine o Robert Fisk. Ninguno de los dos había presentado reclamaciones a la seguridad social o pagado impuestos. Las fotografías aéreas de las propiedades de Mary Whitbread no revelaban ninguna alteración reciente. Un empleado del registro en el despacho del asesor opinaba que una exploración con sonar podría resultar útil. Cuando Milo le preguntó dónde debía ir para solicitarlo, el empleado le contestó que probara en el Archivo Forense, o algo así.
Llamé a Tanya dos veces, ambas veces me aseguró que lo llevaba bien y que tenía un par de exámenes importantes en los que necesitaba concentrarse. Parecía cansada y apagada, pero quizá mi opinión se había visto matizada por el relato de Kyle sobre el insomnio y sus rutinas compulsivas.
Kyle no había vuelto a intentar ponerse en contacto conmigo.
No tenía nada que hacer, así que cogí dos casos más del Tribunal de Familia y me preparé para descender a la ciénaga tenebrosa que conocemos como conflicto de custodia infantil.
A las nueve de la noche, Robin estaba leyendo en la cama. Yo acababa de terminar una cita con un hombre que odiaba tanto a su exesposa que sólo con mencionar su nombre los ojos se le salían de las órbitas y se le hinchaban las venas del cuello. La mujer había estado sentada en esa silla un poco antes; su apelativo más cariñoso para él había sido «puto gilipollas». Tenían dos hijos que se orinaban en la cama y con fracaso escolar. Ambos padres aseguraban estar decididos a hacer lo mejor para Amy y Whitley.
Cuando la puerta se cerró tras pasar el marido, me dirigí hacia el mueble bar del salón, pensando en que aquella era una buena ocasión para abrir una antigua botella de Chivas Century que me regalaron.
El teléfono sonó. La voz de Milo estaba tensa.
—Robert Fisk acaba de aparecer en casa de Mary. Petra ha llamado a los chicos de los chalecos antibalas. Yo estoy de camino, te invitaría a asistir, pero con toda esa artillería…
—Piensa en una forma —respondí.
—¿Una forma de qué?
—De hacerles entender que soy persona grata.
***
Los SWAT habían colocado los coches a la vuelta de la esquina.
Procuraron pasar lo más desapercibidos posible, aunque eran un escuadrón de hombretones feroces con todo su armamento de asalto listo. Parecía que la noche nos ayudaría a escondernos, pero el aire estaba cargado.
El jefe del escuadrón era un teniente alto y larguirucho llamado A. M. Holzman con el pelo gris, un corte a lo cepillo y bigote, con los ojos vidriosos un tono más claros que el pelo. Milo lo llamó Alien y Holzman lo saludó con una sonrisa fugaz. Que se reconocieran no significa que hablaran, ni un poco. Todos estaban concentrados en el dúplex de Mary Whitbread, donde había entrado Robert Fisk treinta y tres minutos antes.
Fisk había llegado a pie, desde La Ciénaga, al este. Vestía una camisa negra, pantalones de chándal a juego y sandalias. Al tocar en la puerta, se había puesto bajo la luz del porche. Raul Biro le había visto la cara con claridad y llamó para pedir refuerzos.
Ahora Biro hablaba con Holzman.
—El tío iba con las manos vacías, parecía relajado. Pude ver lo bastante de cerca su ropa como para decirle con certeza que lleva armas de fuego. En cuanto a un cuchillo, no puedo asegurarlo, pero ella abrió la puerto y lo dejó entrar, sin oponer resistencia.
—¿Llamó a la puerta?, ¿entrez? —preguntó Alien Holzman.
—Exacto, teniente.
—Estamos seguros de que Mary es sabedora de, al menos, algunos de los crímenes de su hijo —dijo Petra—, o como mínimo, cómplice tras los hechos.
—Así que puede que este tipo, Fisk, venga enviado por el hijo para conseguir dinero, provisiones o lo que sea —añadió Holzman.
—Eso tiene sentido.
—O —prosiguió Holzman— actúa con malicia y le ha hecho algo malo a la mamaíta. Hablamos de alguien que era socio de un tío que ya ha matado a su propio padre.
Sonrió.
—Puede que hasta pida clemencia ahora que es huérfano.
—Si ese fuera el caso —replicó Petra—, puede que hayamos llegado demasiado tarde, ¿verdad?
—A no ser que esté ahora mismo torturándola.
—Eres una fuente de optimismo —apuntó Milo.
—Esto es un jardín en flor, comparado con la brigada antiterrorista.
Se dirigió a Petra:
—Conoces a Eric Stahl, ¿verdad?
—Un poco. —Petra sonrió.
—Yo no hice el viaje a Tel Aviv, cuando paró a aquel suicida idiota, y fue una pena porque tengo primos en Jerusalén. Pero estuvimos juntos en Yakarta, fui a Bali y vi los daños. De todas formas, basta de cháchara. ¿Cuáles son tus tres deseos?
—Si el mundo fuera perfecto —replicó Petra—, entraríamos ahí dentro y los dos estarían vivitos y coleando.
—Si el mundo fuera perfecto, yo estaría retorciendo el hígado de Osama y escurriendo la sangre mientras él está sentado dentro de una cuba de ácido mirando… Bueno, veamos si podemos hacer que los vecinos de detrás nos den acceso visual a la parte de atrás. Dependiendo de lo que veamos u oigamos, pensaremos en un plan. No creo que el tiempo sea apremiante.
Si ella todavía está viva, es que son colegas, si no lo está, le tocará el turno a la brigada de la fregona y las pinzas.
—El vecino de arriba es un médico llamado Stark —dijo Petra—, es el propietario del edificio y ya ha cooperado con nosotros.
—Excelente —añadió Holzman—. Integración en la comunidad y todo eso, ¿no?, Milo, ¿recuerdas aquellos seminarios que tuvimos que hacer?
Milo asintió con la cabeza.
—Pura mierda, esto es mucho mejor —replicó Holzman—. Bien, encontremos al doctor Stark e integrémoslo un poco más.
***
Byron Stark nos miraba, mientras el haz de un láser dirigido desde su habitación revelaba que la puerta trasera de la planta baja de la vivienda de Mary Whitbread estaba entreabierta.
Poco más de dos centímetros.
—Si la mujer está en la ducha —dijo Holzman—, puede que no haya oído el timbre de la puerta de entrada y él haya entrado. Eso tendría sentido, ¿verdad Milo?
—Una teoría tan buena como cualquier otra, Al.
—O simplemente es un poco descuidada.
—La deja siempre abierta —intervino Stark.
Se ruborizó.
—Supongo que la señora es bastante relajada —añadió Holzman—. Está bien, entremos, rápido.
***
Sin romper nada y sin estrépito, al contrario que en la televisión. El equipo SWAT entró silenciosamente y tomó el control del apartamento en pocos segundos.
Mary Whitbread y Robert Fisk estaban durmiendo en la cama. Una falsa chimenea desprendía una luz naranja. Una cinta simulaba los chasquidos de las llamas. Se oía música moderna a través de los altavoces de la pared, añadiendo un toque apacible al ambiente. Una bandeja en el suelo, en el lado de la cama de Mary contenía bollos de macadamia y miel, bombones Godiva, kiwis en rodajas y unas copas de champán llenas con lo que acabó siendo zumo orgánico de mango y Jichis.
Whitbread y Fisk estaban desnudos y abrazados. Para cuando se despertaron del todo, los dos estaban boca abajo y esposados.
Mary Whitbread gritaba, luego lloriqueó y acabó por empezar a hiperventilar. Fisk se revolvía como un bacalao recién pescado en una cubierta viscosa. Un golpe con el cañón de un rifle y todo se acabó.
—«La Señorita Silicona y el Supermacho Tatu Kickboxer». —Uno de los chicos del equipo SWAT recordó viejos tiempos mientras el escuadrón se quitaba las armas y bebía Gatorade.
—«La Señorita Silicona y el pequeño Dedalín» —dijo otro.
Un tercero todavía metió baza.
—Una miniatura de salchicha deshidratada, comprimida, extrudida por un agujerito. Sin excusas, tío, la habitación estaba caldeada.
—Se le ha arrugado la cosita, al señor «Asesino Supermacho Gilipollas Kickboxer», te hemos cogido con todas las de la ley y tú babeas como un cerdo en celo.
—Mini, mini, mini, tío, incluso teniendo en cuenta el factor arrugas. Elegiste mal la carrera, no es más que un palito.
—Vaya, vaya —dijo otro con un tono de falsete—, ¿hay algo ahí, semental?
—Buen trabajo, chicos —añadió Holzman—. Ahora callaos de una vez y que algún voluntario se ocupe del papeleo.
***
La carrera de la que los polis se reían era la de actor porno. Algunos vídeos encontrados en el apartamento de Mary Whitbread documentaban una prueba de Robert Fisk, dos años antes, para un equipo de Canoga Park llamado Producciones Righteous & Raw.
Documentos financieros en el ático de Mary mostraban que ella era una de las socias de la empresa, que quebró trece meses después de su constitución.
No había ninguna prueba de que Fisk hubiera trabajado alguna vez para ella o para alguien más.
Numerosas cintas y Cd de trabajo atrasado de la productora en un semisótano, pero ningún recuerdo de la carrera de Mary.
Tampoco había ningún indicio de excavaciones allí, ni en el patio.
El miedo de Mary había hecho que manchara de orina los leotardos, pero se tranquilizó rápidamente y pidió una bata mientras exhibía su cuerpo.
Petra encontró un kimono y la ayudó a ponérselo.
—¿Dónde está Peterson?
—¿Ese mierdecilla? —respondió Mary—. ¿Por qué tendría que saberlo? ¿O tendría que importarme?
—Robert Fisk es un…
—¡No, no, no, no! Paren de hablarme, quiero a mi abogado.