Capítulo 14

Milo me llamó el lunes, justo después de las cuatro. Todos los casos de Culver City eran asuntos entre bandas. Los detectives de la ciudad tenían bastante claro quiénes habían sido los asesinos de Cruz, Beltran y Stover, aunque nadie hablaba. Siguiendo con la lista, el señor Wilfred Hong. Había consenso sobre que la esposa estaba metida. Estaba atada, pero no con demasiada fuerza. Un mes después del funeral, vendió la casa y se fue con sus hijos a Hong Kong.

—Quizá estaba asustada.

—No lo suficiente como para no echarse un nuevo novio. A ver si adivinas cómo se gana el tipo la vida.

—Vende gemas.

—Bingo. Avancemos hasta Hollywood. Gerardo Escobedo y Rigoberto Martínez están en la pila de casos abiertos de Petra. Escobedo se hacía llamar Marilyn y, para estar en concordancia, usaba peluca y maquillaje. A los diecinueve empezó con los chanchullos y estuvo así tres años, era conocido por meterse en el coche de cualquiera. Lo apuñalaron en algún lugar, probablemente un parque, por las hojas y las ramitas, y lo dejaron en un callejón cerca de Selma. Todo muy exagerado, dicen que fue una jugarreta que le salió mal. Martínez trabajaba como jardinero con un equipo en las afueras de Lawndale y tenía antecedentes por prostitución callejera. Un tío grande, casi ciento cuarenta kilos. Una vez entró con una chica en la habitación, la intimidó e intentó hacerse con todo su dinero. Probablemente se metió con el chulo equivocado. Christopher Stimple también tenía un buen historial de prostitución, cuatro redadas. Lo encontraron en una habitación alquilada con una escopeta cerca de él, posible suicidio, pero como nadie le había visto, el oficial de homicidios clasificó el caso como indeterminado.

—He encontrado en la red su necrológica —dije—. Un héroe del equipo de fútbol del instituto, la familia dijo que había sido un accidente.

—Más fácil para ellos. En cualquier caso, no me imagino a Patty volándole la tapa de los sesos a un chaval confundido. Lo que me lleva hasta Leland William Armbruster. Varón blanco, adicto a la heroína, delincuente convicto y uno de los molestos habituales del bulevar. En la calle se le conocía como Lowball. Tenía cuarenta y tres años cuando alguien le metió tres balas del veintidós en el pecho. ¿Por qué será que no me sorprende en absoluto que uno de sus socios más conocidos fuera Lester Marlon Jordan?

—Interesante —comenté.

—Puede llegar a ser fascinante. El cuerpo de Armbruster fue encontrado en Las Palmas, una calle más al este del apartamento de Patty y tres calles más al norte.

—¿Jordan fue considerado sospechoso del homicidio?

—No, sólo es un nombre que se menciona en el expediente. El detective que llevaba el caso murió hace un par de años, pero era una persona rigurosa. Entrevistó a Jordan y a otros del mismo círculo social de Lowball. Lo que parece claro es que cuando Lowball no estaba colocado, tenía una personalidad bastante desagradable. Uno de los informadores describió su voz como el chirrido de la zarpa de un gato al rallar el cristal. Otro sugirió que según Lowball, la heroína debería ser impuesta por las autoridades como modificador del comportamiento. Otro de los chismes que resulta interesante es que cuando el tío no conseguía heroína era capaz de tomarse cualquier cosa. Incluso algún vino encabezado, lo que le hacía ponerse de muy mala uva.

—Algunos borrachos golpeaban la puerta de Patty —dije—. Tanya me contó que a veces bastaba con gritar para que se fueran.

—Quizá con aquellos que no se iban era necesaria una reacción más contundente.

—Según Tanya, no hizo falta ir más allá.

—Según Tanya —repitió—. Una niña pequeña que dormía en la parte trasera. Alex, aun cuando ella intentara descubrir si estaba pasando algo, Patty la habría hecho callar y la habría mandado a la cama. Puede que Lowball y Patty tuvieran un altercado verbal y la cosa acabara poniéndose fea. Estaba convencido de que no encontraríamos nada al respecto y de repente aparece Armbruster. Que fuera un compinche de Jordan explicaría su reacción de desagrado cuando nombramos a Patty. También lo sitúa en el edificio. Puede que una de aquellas veces en las que Armbruster encontrara a Patty se le ocurrieran ciertas ideas. Vuelve tarde, de noche, golpea la puerta. Patty le grita para que se vaya, lo hace, pero de mala gana y decide que no va a decirle que no a sus instintos. El día siguiente, Patty sale, él la está esperando y como dicen, se produce una confrontación.

—Sería bueno saber si Patty tenía registrada algún arma.

—O sin registrar. Si quería estar protegida en la calle, puede que tuviese que incumplir la ley. Ya conoces los chanchullos para conseguir la licencia.

—Eso vale para estrella de cine, millonarios y amigos del sheriff.

—Pero no para una enfermera sin pasta. Era una mujer criada en un rancho, Alex. Su padre abusó de ella, se puso a trabajar por su cuenta y consiguió vivir su vida a su manera. Rick me dijo que la recordaba como a una mujer pionera. No me la imagino huyendo. Una veintidós no sería demasiado grande para el bolso de una mujer. Cuando Armbruster la atacó, ella estaba preparada. Puede que hasta se sintiera satisfecha al principio.

Se quedó en silencio. No parecía pensar en nada.

Milo tuvo que matar a varios hombres en Vietnam, algunos más en el cumplimiento de su deber. Yo había acabado con una vida. Defensa propia, no hubo dudas sobre la necesidad. Pero, a veces, se te pasa por la cabeza y comienzas a darle vueltas. Pienso en los hijos que mi «psicópata» nunca criará.

—Lleva esa carga durante todos estos años. —Milo continuó—: Luego cae enferma, se desatan las inhibiciones y se lo suelta a Tanya. ¿Hay algo que no te cuadre en todo esto?

—No mucho.

—Leland William Armbruster —dijo, saboreando el nombre—. Déjame que haga algunas investigaciones más y si no se descubre nada contradictorio, yo apostaría por el viejo Lowball como el supuesto difunto y le contaría a Tanya que su madre actuó con una clara justificación.

—Quizá fuera algo más que autodefensa —añadí—. Con Armbruster merodeando por el edificio de Patty, podía tomarla con Tanya. Teniendo en cuenta el historial personal de Patty y su dedicación como madre, estaría más que atenta ante cualquier posible amenaza contra la niña.

—Lowball, ¿un sórdido a quien le gustaba manosear a los críos? Seguramente, casi prefiero esta opción. Aunque no fuera verdad, si se lo explicamos así a Tanya, tendrá otra razón por la que sentirse bien por su madre… sí, me decanto por eso. Una historia muy jugosa con un final feliz y así todos comemos perdices.

***

Llamé a Tanya a las seis. Me devolvió la llamada a las ocho.

—Siento haber tardado tanto, doctor Delaware.

—¿Estabas estudiando?

—¿Qué otra cosa iba a hacer?

—¿Cómo lo llevas?

—Razonablemente bien. ¿Hay alguna novedad?

—Tengo que hacerte una pregunta. ¿Sabes si tu madre tenía una pistola?

—Sí, y todavía la tengo yo. ¿Ha encontrado algo sobre un tiroteo cerca de alguna de nuestras casas?

—Ha pasado todo tipo de cosas, pero nada dramático, no es para tanto. El detective Sturgis piensa que si tu madre tenía una pistola nos sería útil para descartar algunas posibilidades. ¿Qué tipo de arma es?

—Una Smith and Wesson, semiautomática del calibre veintidós. Acabado metálico oscuro, tono azulado, con empuñadura de madera.

—Parece que la hayas tenido en tus manos.

—Mi madre me llevaba al rancho para que aprendiera a disparar cuando tenía unos catorce años. Ella aprendió de niña, pensaba que era una habilidad que yo debía tener. Era bastante buena, pero no me gustaba. En algún lugar del valle, con todos esos tipos vestidos de camuflaje. Le dije que no quería seguir y dijo que estaba bien, pero que si yo no iba a aprender a manejar bien el arma, le quitaría las balas por seguridad. ¿Está diciéndome que el detective Sturgis quiere analizar el arma?

—Si no te importa.

—Claro que no —contestó—. Sé que nunca le hizo daño a nadie. De todas formas…

—Estaba releyendo tus expedientes y la segunda vez que viniste a verme me contaste que tu madre estaba algo nerviosa.

—¿Eso hice? —preguntó—, ¿le dije por qué?

—No, pero me contaste que estaba limpiando por la noche hasta muy tarde, cuando pensaba que tú dormías. Acababais de mudaros de la calle Cuarta, me preguntaba si estaba estresada por el cambio. Pero las dos coincidíais en que el traslado había ido bien.

—Sinceramente no recuerdo nada de eso, doctor Delaware… las ciencias de la mente son ambiguas, ¿verdad?

Me recordó a Kyle Bedard.

—Pueden serlo.

—He estado planteándome la psiquiatría como especialidad. Me pregunto si tengo esa habilidad para manejar este nivel de ambigüedad.

—Todavía te queda un largo camino que recorrer antes de decidirte —contesté.

—Imagino que sí —dijo—. Pero el tiempo pasa rápido cuando te haces mayor.