Capítulo 36
Los datos aportados por Byron Stark habían afinado mucho las coordenadas de espacio y tiempo, haciendo más fácil la búsqueda.
Hicimos desenterrar un expediente del juez de instrucción sobre Roger Kimo Bandini en los archivos de la calle Mission, el fax le llegó a Petra sobre las cuatro de la tarde.
Varón blanco, veintinueve años, un metro ochenta y nueve, sesenta y tres kilos y medio. Multitud de viejas huellas de agujeros y puntos recientes de sutura, y con un análisis de toxicología que presentaba una cantidad considerable de anfetas y una dosis monumental de Diazepam que denunciaban a gritos una sobredosis, no había necesidad de hacer la autopsia. No había ningún dato sobre donde había sido enterrado Bandini o si su cadáver había sido reclamado.
A las cinco y media, Petra consiguió que un detective de la comisaría de Wilshire recuperara el correspondiente expediente policial, un trámite sin complicaciones, básicamente una fotocopia de los hallazgos del juez de instrucción. El sargento J. Rahab, coordinador en el escenario del crimen, había anotado que se había recibido una llamada anónima a las tres y cuarto de la madrugada para la calle Cuarta.
Insertado en la enrevesada prosa de Rahab, se mencionaban unas herramientas de ladrón encontradas bajo el cadáver de Bandini.
Una búsqueda en las bases de datos nacionales obtuvo como resultado un historial delictivo de diez años y varias encarcelaciones para el amigo de Pete Whitbread, que abarcaba desde California hasta Utah: tres allanamientos, un arresto por conducción bajo los efectos del alcohol, dos por posesión de marihuana, tres por metanfetamina, un intento de compra de anfetaminas descartado por motivos de procedimiento el año anterior a su muerte.
Ni Peterson ni De Paine aparecían en la lista de amigos de Bandini, pero sí estaban Leland Armbruster y Lester Jordan.
—Todos metidos en el mundillo de la drogas en Hollywood —apuntó Petra—. Pero ninguna referencia cruzada con el homicidio de Armbruster, por eso no lo descubrió Isaac. Chicos, todavía vivimos en la Edad de las Tinieblas.
—El pequeño Pete no respetaba ni a sus mayores —añadió Milo—. Le permitieron entrar en el negocio y acabaron muertos.
Leí por segunda vez el informe del juez de instrucción. La respiración se me cortó y se me hizo un nudo en el pecho. Dejé que el aire saliera lentamente.
—¿Hemos pasado algo por alto? —preguntó Milo.
—La llamada anónima no fue nunca comprobada. Que alguien encontrara un cuerpo porque sí a esas horas es poco probable. ¿No sentirías curiosidad?
—Yo la investigaría —respondió Petra.
—Roger era un criminal y un tío raro, a nadie le preocupaba quién se había ocupado de él. ¿Por qué tú sí? —replicó Milo.
—Ten paciencia conmigo. Es poco probable que fuera un transeúnte, la suposición más lógica sería un vecino. El cuerpo de Bandini fue encontrado en un edificio en dirección este del dúplex de Patty. Seguramente Patty no quería que Tanya se despertara y viese aquello.
—Y Patty sabía que allí fuera, en la calle, había un cadáver porque… —intervino Petra.
—Mató a un hombre cerca —dije.
Milo y Petra se miraron.
—Estaba cualificada para drogar a Bandini —apunté—. Pensadlo: su sangre estaba colapsada con anfetas y Valium, había estado chutándose metanfetaminas desde hacía años, pero no se menciona que se encontraran sedantes en ningún lugar de su chaqueta. El Valium es muy común en los hospitales.
Milo arrugó el rostro.
—Algo más que la búsqueda de datos de Isaac no obtendría, porque fue catalogada como muerte accidental —dije.
—¿Cuál sería el móvil de Patty? —preguntó Petra—. ¿Y cómo crees que sucedió?
—A menos que encontremos a De Paine y cante, puede que nunca conozcamos los detalles. En mi opinión, él y Bandini estaban presionando a Patty para la prescripción de drogas. Él sabía que era enfermera porque había cuidado a su padre y ahora que era la inquilina de su madre, intentó aprovecharlo. Quizá empezó sonsacándole, ella opuso resistencia y ejerció más presión. La forma más efectiva pudo ser amenazar a Tanya, de forma encubierta o no.
—¿Patty habría cedido?
—Puede que lo hiciera, por miedo —contesté—. Quizá tuvo serias sospechas, como los Stark.
Petra frunció la sien y dijo:
—¿Se preguntaba qué había sido de las chicas?
—Si De Paine silenció a Jordan porque sabía algo de las chicas, ¿cómo podía haberlo averiguado Jordan? Patty debió hablar con él sobre su díscolo hijo.
—Esto comienza a ponerse cada vez mejor, ahora resulta que un montón de gente sabía lo de las chicas.
—Cuando los Stark se quejaron —continuó Milo—, el departamento los ignoró, ¿por qué alguien más pensaría en dar la cara? ¡Jesús!
Petra tenía cara de: «Tierra… trágame».
—Esto hace que me sienta orgullosa de ser un especialista que lucha por el cumplimiento de la ley… Alex, ¿de verdad crees que Patty pudo provocarle una sobredosis a alguien de forma premeditada? Y sigo con la misma pregunta: ¿cómo lo hizo?
—Supongamos que Bandini y Pete estaban detrás de los robos nocturnos y que Bandini lo intentara con Patty. Trae su equipo una noche, a altas horas, corta el candado y empieza a buscar drogas. Patty se despierta y se enfrenta a él, utiliza su arma para hacerle retroceder. Patty no llamaría a la Policía porque eso no solucionaría el problema de forma permanente. Bandini se quedaría fuera por el momento, pero quizá podía regresar. Así que tranquiliza la situación ofreciéndole un pacto a Bandini que no pueda rechazar.
—Yo te proporciono tu dosis y, si te comportas, habrá más en adelante —replicó Milo—. Pero no te acerques merodeando por mi casa de noche. Un drogadicto enfermo lo habría aceptado. Él se sienta en la cocina, ella prepara la aguja, Bandini espera su dosis de anfetas, pero en lugar de eso, ella le prepara un cóctel.
—Con la escasa experiencia que tenía en sedantes, una cantidad así de Valium pudo pararle de golpe el corazón.
—Puedo imaginarme que Patty tuviera Valium —añadió Milo—, resultaría fácil sacarlo del hospital. Pero ¿dónde encontró metadona?
—El análisis de toxicología mencionaba las anfetaminas, no especificaba. Muchos estimulantes con receta podrían causar ese efecto. Un segundo test podría haber sacado algo más específico, pero nadie pensó que era necesario.
—Sigo imaginándomelo —intervino Petra—. Le suministra la dosis, se sienta y ¿lo ve morir?
—Bandini entró en su casa —afirmó Milo.
—Sigue siendo muy frío. Y si tenía las anfetas y los sedantes preparados, lo tenía bien planeado.
Se hizo el silencio en la habitación.
—Patty se confiesa a Tanya y le dice que mató a un tipo —dijo Milo—. Nosotros éramos los únicos que creíamos que lo decía en sentido figurado. Y qué demonios, si Alex tiene razón sobre lo que la condujo a hacerlo, un allanamiento de morada con nocturnidad, las chicas desaparecidas, presuntas amenazas a Tanya, tengo la conciencia tranquila si digo que fue justificado.
—Pasara lo que pasara —alegó Petra—, la mujer ya no está entre nosotros, no tiene sentido juzgarla… volvamos al escenario por un segundo. Bandini la palma, Patty tiene un cadáver, lo saca a la calle, espera unos minutos y llama por teléfono… supongo que cuadra.
—Seguro que cuadra la cuadratura del círculo —replicó Milo.
Petra sonrió ligeramente.
—Tú y tus juegos de palabras, señor «Don Lenguaje» —respondió ella.
—«Teniente Don Lenguaje»., Empezaron a bromear uno con el otro y dejaron de pensar en Patty.
—Habría algo más que cuadraría —añadí—, las herramientas que utilizaba Bandini para entrar en las casas fueron encontradas bajo su cadáver, lo que coincide con la idea de que alguien quería simular la muerte por sobredosis de un chico malo. Pero no se hace ninguna mención a marcas de aguja en su cuerpo, ni en el expediente del juez de instrucción ni en el de la Policía. O nadie buscó si había pinchazos.
Petra examinó los dos informes. Hizo un movimiento de negación con la cabeza.
—Nadie comprobó si había marcas de pinchazos recientes en los brazos del tipo. Vaya, hombre, esto sí que fue de lo mejorcito que han hecho los agentes de la ley. —Se dirigió a Milo—. ¿Conoces a este tal Rahab?
—No.
—Quizá Stu sí…, aunque no es que valga la pena remover la mierda del pasado… Otra pregunta, Alex: si Patty mató a Bandini, me imagino que dejaría allí sus herramientas para mostrar que era un mal tipo y además, añadir alguna pequeña distracción. Pero ¿por qué no hizo lo mismo con la aguja?
—Sus huellas estaban en la aguja —contesté—. Puede que le preocupara no poder limpiarlas totalmente o que hubiera alguna manera de que la aguja condujera a la poli hasta el Cedars y hasta ella. O simplemente se olvidó. Era una simple aficionada.
—Proteger a su pequeña… mamá osa se vuelve agresiva —apuntó Petra.
Su propia madre murió al dar a luz de ella.
—Volvamos a pensar que matara a Bandini en primer lugar —intervino Milo—. Si pretendía proteger a Tanya, ¿por qué dejó vivir a Pete?
—Él era joven y no estaba relacionado con los robos —respondí—, al menos directamente. Tener a alguien que hiciera por él el trabajo sucio es coherente con todo lo que sabemos de él. Quizá Patty lo sabía y se imaginó que él no la molestaría por sí solo.
—Además —añadió Petra—, está la conexión personal con su padre.
—La vieja jerarquía del caos —dijo Milo—: está bien matar a un coyote, pero a la prole de tu vecino no, tuvo remordimientos.
—O con un asesinato tuvo más que suficiente —afirmó Petra.
—Ver cómo se apaga una persona puede frenar considerablemente tu entusiasmo —argumentó Milo.
—Y remorder en tu conciencia por siempre —dije—. Poco después de la muerte de Bandini, se mudó al bulevar Culver, una caída en picado. Justo después, Tanya vino a verme por segunda vez. Me contó que Patty estaba nerviosa, limpiaba de forma compulsiva a altas horas de la noche.
—Ansiedad —apuntó Petra.
—En parte pudo mudarse para huir de la esfera en que Pete operaba, pero puede que también hubiera una parte de autocastigo. Al final, logró conseguir algo de paz. Luego, una década más tarde, Pete reaparece como Blaise de Paine en urgencias, la reconoce y le dice algo que la asusta. Habíamos pensado en alguna amenaza verbal sobre Tanya, pero ¿y si De Paine la amenazó con sacar a la luz el asesinato de Bandini?
—¿Sé lo que hiciste el último verano? —intervino Petra—. Pero De Paine y Patty eran las dos únicas personas que sabían lo que ocurrió y la supervivencia de ambos les obligaba a mantener cerradas las bocas. ¿Por qué De Paine estaría dispuesto a cantar?
—Ha estado rodeado toda su vida de crímenes, es lo bastante impulsivo y egoísta como para considerarse invulnerable. Verse cara a cara con Patty, le hizo hablar, no pudo resistirse a acosarla. Patty volvió a resucitar todos aquellos recuerdos que tanto había luchado por borrar. Y se asustó muchísimo. Si De Paine se decidía por incriminarla, su vida se desmoronaría. Todo aquello por lo que tanto había trabajado sería historia pasada. O aún peor, si De Paine decidía vengarse cebándose con ella y con Tanya. Quizá intentara protegerse con un contraataque: yo también sé lo que hiciste ese verano, las chicas desaparecidas. Él se echó a reír y Patty se dio cuenta que estaba ante un completo sociópata, del que no podía fiarse en absoluto.
—Un movimiento arriesgado, hacer referencia a lo de las chicas —dijo Milo—. Era más fácil un simple disparo.
—Pero cuando De Paine apareció en urgencias, no estaba solo. Patty podía eliminar a un bicho raro sediento de anfetas, pero acechar y asesinar a tres tipos que parecían de los peligrosos, no entraba dentro de sus planes. Puede que incluso considerara cómo podía hacerlo. Pero entonces cayó enferma. Como enfermera, sabía que le quedaba poco tiempo. Tenía que decidir bien el orden de prioridades y lo primero era el futuro de Tanya. Cuando se ocupó de aquello y sus fuerzas habían menguado hasta casi la inexistencia, intentó advertir a Tanya. Rechazó los medicamentos para el dolor para poder mantenerse consciente. Se las arregló para conducir a Tanya hasta mí, pero yo sólo era la primera parada en su camino. Era a ti a quien quería involucrar en todo esto.
—¡Caramba! —exclamó Milo, con una mueca—. Una enfermedad terminal justo después de que te recuerden tu mayor pecado; de ser una persona religiosa, podría tomárselo como un castigo divino. ¿Conservaba Patty la fe?
—Nunca tratamos el tema. Pero fuera cual fuera su opinión, empezó a tener fe cuando supo que su muerte era inminente; aquello lo cambiaba todo. Tenía tanto que hacer en tan poco tiempo. Dudó para decidir qué debía decirle a Tanya. Cualquiera que fuese su estado cognitivo, seguía preocupándose porque tenía una personalidad obsesiva. Era como un martilleo constante en una cabeza que poco a poco se apagaba.
Se estremeció imaginándoselo.
—Mientras está intentando organizarse, Tanya le trae aquellas revistas —prosiguió Petra—, las hojea y encuentra a De Paine codeándose con los famosillos. Aquello podría considerarse como un cómico destino. Decide contarle a Tanya aquella cosa tan terrible con la intención de advertirla, pero ¿es demasiado tarde para poder contárselo todo?
—Eso y que no quería dejar que Tanya estuviera sola en esto.
—Ella siembra, nosotros recogemos.
—Hablemos de Brandy y Roxy. ¿Dos chicas desaparecen de un agradable vecindario y nadie las echa de menos?
—Llamé al padre de Stark, pero no he tenido noticias suyas —dijo Petra—. Parece que Stark júnior estaba en lo cierto, no se redactó ningún informe policial. Así que ¿qué es lo que hacemos ahora? ¿Ponemos un anuncio sobre dos bailarinas de estriptis a las que no se ha visto durante una década? Las chicas de este mundillo llevan una vida fugaz. Quizá se mudaron a altas horas de la noche, huyendo de alguna deuda pendiente. Quizá dejaron el Corvette detrás por esa misma razón. Por lo que sabemos, al coche le faltaba poco para que lo recuperara el concesionario.
—Quizá no eran bailarinas —comenté—. Puede que fueran inquilinas de Mary Whitbread porque estaban vinculadas con ella por su profesión.
—Actrices porno.
—Explicaría lo de los horarios irregulares.
—Rodajes de día —apuntó Milo— y salidas de noche para conseguir algún dinerito extra como señoritas de compañía. Siendo de Hollywood, ¿no conocen a alguien de este mundo, chicos?
—¡Eh! Esto es asunto del personal de Valley.
—Si las dos protagonizaron algunas películas hace diez años —dije—, deberían aparecer en los listados de alguna página web de vídeos.
—¡Vaya! —exclamó Milo—. ¡Qué duro es el trabajo a veces!
—No creo que deba hacer algo así en el ordenador de mi departamento —advirtió Petra—. La gente está muy nerviosa por aquí desde que Fortuno está bajo protección, hasta una búsqueda justificada en el negocio del porno podría parecer sórdida.
—Hablando del rey de Roma —interrumpí—, puede que Fortuno recuerde a las chicas.
Petra sacó la tarjeta del agente especial Wanamaker, tecleó el número, colgó.
—Desconectado. Si tengo tiempo, intentaré hablar con sus superiores y si eso no funciona, hablaré con Stu. Pero mi intuición me dice que los federales ya han cooperado con nosotros todo lo que podían hacerlo. Vosotros podríais navegar por algunas páginas porno.
—Yo lo haría —añadió Milo—, pero mi delicada constitución y todo eso… Además, hay algunas cosillas tipo detective que me gustaría probar, como hostigar a varios tipos de la brigada antivicio del lugar, quiero comprobar si arrestaron a Brandy y Roxy alguna vez en su territorio.
Los dos me miraron.
—Claro —asentí.
—Oye —apuntó Milo— si además te gusta, mucho mejor.
***
A las siete y media, salí con Robin para una cena tranquila en el Pacific Dining Car en Santa Mónica. Hacía las nueve ya estábamos de vuelta.
—¿Quieres jugar al Scrabble o a algo? —preguntó Robin.
—Lo siento, tengo que ir a ver algunas fotos guarras.
***
La web de Vivacious Video había tenido cinco millones de visitas durante los últimos tres meses. Vendían videos y DVD, con ofertas especiales si comprabas «¡Ahora!».
Era una página fácil de utilizar, sólo escribías el nombre y aparecían multitud. Brandee Vixen y Rocksi Roll habían coprotagonizado once películas, todas de lesbianas y rodadas en un solo año.
Hacía diez años de aquello.
Las películas estaban clasificadas como clásicos de la vieja escuela. El director y el productor estaban tan orgullosos de su trabajo, que hasta habían mencionado sus nombres.
Darrel Dollar y Benjamin Baranelli respectivamente. Puede que Baranelli no fuese un seudónimo.
El apellido dio como resultado doce coincidencias y tres imágenes. Era un hombre de pelo canoso que rondaba los setenta, de nariz algo aguileña y nuez pequeña, que otorgaba el premio a la mejor escena de «oral» en el Festival de Cine para Adultos en Las Vegas a una rubia de metro ochenta con coletas.
Iba en toples. Baranelli vestía un esmoquin de terciopelo amatista, un suéter de cuello alto rojo tomate, un medallón en el pecho del tamaño de un plato de postre y una grotesca y amplia sonrisa que dejaba ver su dentadura postiza.
Entré en varias páginas verdes. No aparecía ningún negocio a nombre de Baranelli. Probé con el número 818 de información telefónica en un último intento, y me sorprendió encontrar una entrada.
Baranelli, Benjamín A., Tarzana, sin dirección.
Contestó una voz de hombre jadeante y seca:
—¿Sí?
Solté de un tirón una rápida introducción un tanto ambigua, mencioné los nombres de Brandee y Rocksi.
—Finalmente, hacen algo, los muy idiotas —respondió Baranelli.
—¿Quiénes?
—Ustedes, la poli. Eran unas chicas estupendas. ¿Qué?, ¿simplemente desaparecieron de la faz de la tierra? Los llamé, una y otra vez, no hicieron nada. Todo por el clasismo profesional.
—¿Clasismo profesional?
—Discriminación por lo que hacían para ganarse la vida. Así lo llamó una de esas que se hacen llamar actrices, se dedican a chupar pollas y hacer bukkake todas las semanas para conseguir un papel y luego fingen no tener cono ni tetas. El SWAT podría haber venido en su ayuda. Pero ustedes son unos putos hipócritas puritanos.
—¿Qué puede decirme sobre…?
—Puedo decirle que aquellas chicas tenían una brillante carrera por delante. De ninguna manera…, de ninguna puta manera se habrían esfumado sin decírmelo. Hacíamos una peli por mes, cada nueva película duplicaba los beneficios de la anterior, ellas estaban ganando mucho dinero. Por el factor E, ¿sabe lo que es?
—No.
—Entusiasmo. Todas las chicas del mundillo tienen algo: el pelo, las tetas, la lengua. Algunas de ellas hasta fingen contigo fuera de las pruebas.
Pero cuando las pones delante de la cámara, estas dos generaban tanto entusiasmo como Hillary haciéndoselo a Bill. Lo que intento decirles es que estas dos ni siquiera tenían que fingir. Se gustaban, estaban enamoradas.
—¿Conoce sus nombres reales?
—¿Ahora vienen a preguntarme?
—Más vale tarde que nunca.
—No cuando se trata de dinero, je, je… ¿sus nombres reales? El de Brandee, con las dos es, fue idea mía, para distinguirla de las íes o las íes griegas, Brandee era Brenda no sé qué más. Rocksi era Renée algo, no recuerdo los apellidos. Eran de Iowa. O Idaho, algo así. De uno de esos grupos de chiflados religiosos.
—¿Una secta?
—Me contaron que tenían que rezar todos los días y que se vestían como amish o monjas. Aquello me inspiró el argumento de la cuarta película que hicimos: Hábitos sucios.
—¿Se acuerda del nombre de la secta?
—No puedo acordarme de lo que nunca supe. ¿Por qué cono tendría que ayudarles?
—¿Cuántos años tenían?
—Era legal. No intenten…
—Sólo intento conocer todos los detalles posibles. ¿Qué más le contaron de su vida?
—Eso fue todo —respondió Baranelli—. Eso es lo que pasa cuando se explota a los jóvenes.
—¿Qué quiere decir?
—Esos chiflados religiosos, siempre presionando. ¿Qué hacen los jóvenes entonces? Se rebelan, ¿verdad? Aquellas dos se bajaron del autobús que venía de Iowa y un par de semanas más tarde tenían ya tetas postizas, un pirsin en la lengua y estaban listas para empezar.
—¿Quién pagó la operación?
—Escúcheme con atención: tenían la edad legal y no es un crimen ayudar a alguien a mejorar su autoestima. Eso es todo lo que diré. Buenas noches, voy a colgar el teléfono, no me vuelvan a molestar.