Capítulo 25
Llegó cinco minutos antes, traía un sobre acolchado. Llevaba enfundados unos guantes grises de punto a pesar de que el clima era templado.
En el despacho, rasgó la solapa del sobre y sacó una foto y una hoja con renglones doblada en dos.
En la fotografía aparecían Patty y Lester Jordan uno junto al otro en la habitación sucia y polvorienta que ocupaba el salón de Jordan. Su pelo era oscuro, ralo y pegado a la cabeza. Ojos huecos, piernas combadas. Una camiseta gris marcaba una mole que no pasaba desaperciba.
Tanya desplegó el papel con renglones y me lo pasó. Las arrugas estaban sucias y las esquinas enrolladas. Se podía leer una nota en tinta azul que decía:
***
Al supuesto ruiseñor de Florencia: te devuelvo esto porque no te importo un comino. No sé por qué crees que profesionalmente es correcto hacer lo que has hecho. Ese viejo bastardo rico, podría encontrar a quien quisiera para que le cambiaran los pañales, pero ¿quién cuidará de mí y me reanimará cuando lo necesite? Puedo entender que otros se dejen manipular por un rico cabrón, pero ¿por qué tú, Pat? Tú siempre dijiste que el dinero no te importaba. Siempre decías que la honestidad lo era todo para ti, Pat. Evidentemente, toda esa palabrería sobre la honestidad era la típica mierda que nos sueltan en todos esos putos cursos de rehabilitación. No me tomes el pelo, Pat, no soy tonto, me has hecho daño, mucho daño. Y sabes a lo que eso me conduce, Pat. ¿Qué más se supone que puedo hacer ahora, Pat? ¿Y de quién será la culpa si caigo a lo más hondo, Pat?
Disfruta el resto de tu vida.
Les.
***
—Dice que no está loco —dijo Tanya—, pero esto es rabia. Es increíble tanta arrogancia. ¿Reanimarlo? Lo encontró con una sobredosis, seguramente le salvó la vida y en vez de agradecérselo, intenta hacer que se sienta culpable. Y la última parte: ya sabes a lo que eso me conduce. La está amenazando con una sobredosis otra vez, ¿verdad? Da a entender que sería su culpa. ¡Cómo puede creerse alguien con ese derecho!
—Es un adicto que sólo piensa en sus propias necesidades —le contesté.
—Probablemente se convirtió en un adicto porque era un egoísta. Y un débil. Como esa gente que no puede vivir en sociedad.
Sus mejillas eran de color rosa fuerte, tenía los hombros tan encogidos que la solapa se le subía por encima de las orejas. Sacudió la cabeza y movió el pelo, que llevaba suelto, lo recogió con la mano y lo enrolló.
Me senté y la invité a hacer lo mismo. No se movió, al final se dejó caer en el sofá.
—Cuidó muy bien de él —dije—. Esa era la razón por la que el padre de Kyle quería que cuidara de su padre.
—El rico cabrón con dinero. ¿Acaso no tenía derecho a gastar su dinero como él quisiera? El coronel estaba muriéndose, doctor Delaware. Cuidar de él fue una buena forma de que mi madre ocupara su tiempo.
—Jordan no lo era.
—Mire cómo la trataba, doctor Delaware. No puede pretender que este sermón sea racional. No me interesan los problemas que tenía, no había excusa. Además, no es que él y mi madre fueran amigos íntimos. Después de ver la foto, apenas recuerdo vagamente haberle visto, ni siquiera sabía su nombre. Kyle apenas lo conocía. Jordan fue muy afortunado de tener a una enfermera profesional como vecina. Cuando llegó la hora de mudarse, debería haberle dado las gracias, y no haberla amenazado con echarse a perder.
Se golpeó las rodillas.
—Es que estoy tan cansada de la gente que no es justa…
—Tienes razón, debería haberle estado agradecido.
—Después de todo lo que hizo por él, desde el fondo de su corazón.
—Tu madre era una de las personas más buenas que he conocido, pero sabemos que le pagaban por cuidar de Jordan.
—¿Cómo lo han sabido?
—La madre de Kyle nos lo contó.
—Ella.
—¿La conoces? ¿A ella?
—Kyle me dijo lo increíblemente egocéntrica que puede llegar a ser, nunca tuvo tiempo para él. Puede que provenga todo de esa rama de la familia.
Volvió a apartarse el pelo.
—Vale, la pagaban, ¿por qué no? Pero eso no cambia las cosas. Mi madre tenía derecho a mudarse.
—Por supuesto que tenía derecho —añadí—. Entonces, tú y Kyle habéis estado hablando.
—Nos hemos visto en el campus un par de veces y ayer fuimos al Coffee Bean y le pregunté sobre Jordan, pero como le he dicho, él apenas lo conocía.
—¿Ha visto la nota y la fotografía?
—No. ¿Debo mantenerlo en secreto?
—Por el momento, sería una buena idea. ¿Qué piensa Kyle de su padre?
—Está bien con él. ¿Por qué?
—La detective que investiga la muerte de Jordan quiere hablar con cualquier familiar que pueda encontrar. Ha estado buscando a Myron Bedard, pero no ha sido capaz de localizarlo. Supuestamente está en Europa.
—Lo está —contestó—. En París. Ayer llamó a Kyle y le ofreció un vuelo de ida, pero Kyle está demasiado ocupado con su tesis doctoral. ¿Por qué quiere hablar con la familia esa detective?
—A menudo una investigación empieza por ahí.
—Pensaba que era un asesinato por drogas.
—Nadie está seguro de lo que es, Tanya.
Dejó escapar un largo suspiro.
—Entonces, la pagaban. ¿Por qué debía donar su tiempo?
—No quiero molestarte…
—No lo hace. Aprecio su honestidad. Eso significa que respeta mi inteligencia.
Se levantó y dio unos pasos por el despacho. Intentó poner recta una fotografía que estaba sujeta con cera, se sentó y dio un golpecito a la foto con el dedo.
—Quizá significó algo para ella.
—¿Quiere decir que la hizo sentirse culpable?
—No, pero era una persona compasiva —apunté—. Quizá el dolor de Jordan la afectara.
—Supongo… Estoy tan enfadada. No es un sentimiento al que esté acostumbrada. No me gusta.
Se frotó la cara con las manos. Miró hacia arriba.
—Están volviendo a aparecer, mis hábitos. Siento que estoy perdiendo el control. La casa está tan silenciosa por la noche…; es peor que el ruido. No puedo dormir. La última noche me enganché a las cortinas más de media hora y luego me lavé las manos hasta que se me quedaron así.
Se quitó un guante y me enseñó los nudillos, casi en carne viva y arrugados.
—Podemos trabajar en esto —le dije.
—¿Podemos o debemos?
—Debemos.