Capítulo 32

Kyle Bedard estaba sentado en el suelo de la biblioteca, rodeado de pilas de papeles sueltos. Con el ordenador portátil bajo sus dedos y el teléfono móvil en una mano. Dejó a un lado el móvil.

—¿Les ha obsequiado mi padre con sus triunfos sexuales?

—Nos pidió que te dijéramos que te quiere —le dije.

—Siempre se pone así cuando bebe.

—¿Bebe a menudo?

—Más que a menudo.

Milo se sentó en una silla Chippendale demasiado enclenque para su peso. Yo me agaché al lado de Kyle y señalé su teléfono.

—¿Has podido llamarla?

—¿A quién? —Empezó a decir, pero paró antes de acabar la frase—. Está bien.

—¿Ha vuelto a casa?

—Acaba de llegar.

—El grupo de estudio nocturno —añadí.

—¿Qué quieren de mí?

Se estremeció.

—Está bien que cuide de ella —respondí.

—Eso no me parece una pregunta.

—¿Qué tal esto? ¿Qué le preocupa de Peterson Whitbread?

—No le he visto desde… desde que era un crío.

—Eso no me parece una respuesta.

Golpeó con el dedo índice derecho el teclado del portátil. El salvapantallas de Einstein se disipó y apareció un retrato grabado de un hombre con pelo largo y bigote. Parecía Frank Zappa.

—Descartes. Un buen tipo, pero se equivocó en varias cosas —argumenté.

—¿Como cuáles?

—La división entre emoción y razón.

—¿Debería eso significar algo para mí?

—Debería significar que puede tener sentimientos y seguir siendo responsable. Sabemos que su padre le llevaba con él cuando visitaba a Mary Whitbread. Usted se las vio con Peterson Whitbread. El tipo hizo algo que le molestó. Lo suficiente como para que usted le pidiera no volver. Ahora está preocupado por si Peterson pudiese tener algo que ver con la muerte de su tío Lester. Pero lo que en realidad le preocupa es que pueda tener algo que ver con lo que preocupaba a Patty Bigelow.

Tap. Tap. Tap. Descartes dejó paso a Aristóteles.

—Su padre está convencido de que es usted un genio. Puede que lo sea. En estos momentos, ser responsable conlleva acallar el instinto de no pasarle a nadie la pelota.

Movimiento rápido de los párpados.

—¿Por qué debería yo saber algo sobre lo que preocupaba a Patty Bigelow?

—Porque Tanya te lo contó todo. A pesar de que le pedí que no lo hiciera.

—Nunca le haría daño, nunca.

Milo lanzó un gruñido.

—¿No me creen?

—Lo haríamos, hijo, si pararas de andarte con tonterías y respondieras nuestras preguntas.

—Yo no sé nada. Todo son suposiciones.

—Como una especie de investigación científica —replicó Milo—. Podremos vivir con ello.

Kyle alcanzó una taza de espuma de poliestireno, miró dentro, frunció el ceño y la agitó. Vio una lata de Fresca cerrada, abrió la tapa y vio como el líquido echaba espuma por la abertura y se vertía sobre los papeles.

Esperamos mientras bebía.

—¿Están convencidos de que lo que ha pasado durante todos estos años es importante?

—¿Usted no lo está?

Puso un dedo en el refresco que se había derramado, dibujó una ameba en la alfombra. Jugó con la mancha hasta que saturó la madera.

—Todo empezó cuando tenía ocho años. Mis padres todavía estaban casados y teníamos una casa a pocas calles de la casa de mi abuelo en Muirfield. Acabábamos de comprar la propiedad de Atherton. Cuando mi padre me llevaba a sus citas, no eran sólo con Mary, y yo me sentía como un traidor ante mi madre. Pero no quería causarle problemas porque él era el único que… ¿por qué estoy yéndome por las ramas?… vayamos al grano: sí, le pedí a mi padre que dejara de llevarme con Pete. Es un sociópata, o como lo llamen hoy en día. Al principio me hizo creer que quería que fuésemos colegas. Él tenía cuatro años más que yo y aquello me hizo sentir francamente bien.

Bajó los ojos.

—También me distraía y no me dejaba pensar en lo que pasaba en la habitación de Mary.

Se pasó la lata de refresco de una mano a otra.

—Al principio hacíamos cosas normales, encestábamos, jugábamos al fútbol, mirábamos la televisión. Él era pequeño para la edad que tenía, no mucho más grande que yo, pero parecía tener mucha más experiencia.

—¿Sobre?

—En general, su actitud, era un gallito. Nunca me habló mal o me trató como el marginado social que yo era. Luego empezó todo lo demás. Empezó a enseñarme fotos de chicas desnudas que recortaba del Penthouse o el Hustler, tenía un montón debajo de su cama. Cuando ya no me sorprendía, comenzó a llevarme al garaje, donde guardaba sus cosillas hardcore. No era sólo porno, aquello rayaba el límite. Mujeres amordazadas y atadas, bestialismo, cosas que todavía me repelen. Entonces sí que aluciné. Por qué no se lo dije a mi padre, no sé. Pero no lo hice y Pete dio un paso más. Tenía una caja de herramientas que escondía detrás de unas maletas. Dentro tenía carretes de películas.

Dejó la lata de refresco en el suelo, miró a Milo, luego a mí.

—Eran carretes de películas que su madre había hecho. Un montón de pelis. No se sentía avergonzado, justo lo contrario. Me las ponía enfrente de la cara y hacía comentarios soeces: «Mira, como se la traga toda. Es lo que le está haciendo a tu papaíto ahora mismo». Aún hoy sigo sin querer admitir que me molestaba.

—Era un chico más mayor que pasaba mucho tiempo con usted —dije.

—No tengo hermanos, en el colegio no era exactamente el señor «Popularidad». Supongo que las películas eran… excitantes. Fuese lo que fuese lo que aquello significara a los nueve años, quién sabe.

—Debió ser confuso.

—Regresaba a casa como si hubiera estado en trance. Mi padre nunca se dio cuenta, después de estar con Mary siempre estaba de muy buen humor. La siguiente vez que volvimos, Mary me ofreció leche y galletas, recordé sus películas y comencé a sentirme mal, estaba seguro de que estaba delatándome a mí mismo. Nadie notó nada, pero en cuanto Pete y yo nos quedamos solos, volvió a sacar la caja y empezó de nuevo. Hablaba de su madre como si fuera un trozo de carne. Lo que hacía que todo fuera tan raro es que ella intentaba ser amable conmigo. Un fuerte abrazo, leche y galletas, los deberes…

—Maternal.

—Como una madre televisiva, parecía una madre televisiva. La veía y pocos minutos después, la estaba viendo hacérselo con tres tíos. Pete se relamía y se refregaba. Cuando lo pienso, resulta obvio que disfrutaba poniéndome en tensión. Pero seguí acompañándolo al garaje. —Parpadeó—. Un día, me tocó mientras miraba una fotografía. Yo me aparté sobresaltado y él se rio. Me dijo que sólo estaba bromeando y que él no era un maricón. Luego se abrió la bragueta y empezó a masturbarse.

Kyle se rascó con fuerza la cabeza.

—Nunca se lo había contado a nadie. Quizá si hubiera hablado, Pete podría haber recibido ayuda.

—Por lo que hemos oído de su madre, no se podía contar con ella —añadí.

—Lo sé, lo sé… los gustos de mi padre para las mujeres… Pero aun así…

—No era trabajo tuyo arreglar las cosas, Kyle.

—¿No? —sonrió—. Entonces, ¿por qué estamos hablando de eso? No se preocupen por responder, lo entiendo… Supongo que la clave está en que sea lo que sea lo que Pete hiciera, nunca le dieron una oportunidad.

—Siempre se puede elegir —replicó Milo.

—¿Siempre? Ni siquiera llego a entender del todo mis cálculos, no digamos de la naturaleza humana.

—Bienvenido a la vida real —dije—. Al final, ¿por qué dijiste que no querías volver?

—Pasó algo más… ¡Jesús!… bueno, vamos… fue un domingo, después de un largo fin de semana, un día festivo o algo así. Como era normal, mi madre estaba fuera esquiando y mi padre y yo nos habíamos quedado en casa. Fuimos a casa de Mary, pero aquel día mi padre y Mary se fueron a almorzar juntos. Yo estaba nervioso porque iban a dejarme solo con Pete, pero mi padre ni se dio cuenta. Pete notó enseguida mi estado de ansiedad y me dijo que lo sentía si me había importunado, pero que tenía algo extraordinariamente genial que enseñarme. Algo diferente.

Bajó los hombros.

—Me sentí aliviado. Se le veía muy alegre.

—¿No tuviste nunca miedo de que te hiciera daño?

—Yo tenía el tipo de miedo que tiene un crío cuando está jugando al escondite y sabe que alguien puede estar a la vuelta de la esquina. Pero, excepto aquella vez, no. No volvió a tocarme y siempre era amable. Yo estaba molesto por no pasar tiempo a solas con mi padre, haciendo el tipo de cosas que un padre y un hijo hacen juntos. No le cuenten nada de esto, ha intentado hacerlo lo mejor que podía. Su padre lo maltrató, él nunca hizo eso conmigo. —Dio un profundo suspiró.

—Así que se veía a Pete alegre —intervine.

—Céntrate en el tema, Kyle. —Se dio con los nudillos en la frente—. Volvimos al garaje. Aquello diferente era otra caja, llena de cintas. Me dijo que eran cintas piratas y que había aprendido a unirlas para hacer su propia música, me enseñó las cuchillas que utilizaba para hacerlo, un trabajo bastante descuidado. Luego puso sus cintas caseras en un radiocasete. Terrible, una mezcla de ruido blanco y estático con trozos de canciones sin sentido. Pero era bastante mejor que mirar sus fotografías, así que le dije que era genial. Eso le alegró, fuimos a echar unas canastas y volvimos a casa para comer algo rápido. Cap’n Crunch. Lo seguí hasta el garaje de nuevo como un cachorrito obediente y fue directo a una nevera que estaba al fondo. Siempre lo había visto cerrado con una cadena, pero en aquel momento la cadena estaba suelta. Parecía que no lo hubiesen limpiado desde hacía bastante tiempo. Lo único que había dentro era una bolsa de plástico transparente. En el interior había algo que parecían trozos de carne cruda. Olía fatal, a pesar de estar sellado. Me tapé la nariz y empecé a sentir náuseas. Él se rio, extendió una Iona en el suelo, una de esas azul brillante que usan los jardineros, y vertió el contenido de la bolsa.

Su cara se puso blanca. Puso la mano sobre la barriga.

—Incluso ahora… Es increíble…, a veces todavía me pregunto si todo fue un sueño. —Dejó transcurrir unos minutos. Aspiró profundamente.

—Lo que tiró era materia animal, vale. Pero no ternera o cerdo.

Volvió a respirar.

—Partes del cuerpo. Intestinos, extremidades, huesos, dientes. También cabezas. Ardillas y ratas, creo que también vi un gato. No pude evitarlo, eché el Cap’n Crunch. Pete pensó que aquello era gracioso. Se levantó y agarró un tenedor de barbacoa que tenían fuera y lo utilizó para esparcir por toda la lona todo tipo de cosas. Como si estuviera haciendo un sofrito. No paraba de reírse. «Hora de comer, no, de desayunar, eh tío, podemos hacer nuestro propio almuerzo». Luego, de repente, llenó el tenedor de carne y me lo puso justo delante de la cara. Yo di un salto, todavía medio mareado. Intenté salir del garaje, pero no pude. La puerta estaba cerrada, con uno de esos cerrojos giratorios de metal y yo no tenía ni idea de cómo abrirlo. Pete siguió ondeando aquel pegote, haciendo bromas pesadas. Olía como no pueden imaginárselo.

—Asqueroso —contestó Milo. Con todo el significado de la palabra.

Kyle apoyó las manos en la alfombra, se abrazó, como si fuera a levitar.

—Yo estaba gritando y vomitando, le suplicaba que me dejara salir. Él seguía avanzando hacia mí, luego paró, se apoyó en la nevera, se bajó la bragueta, se la sacudió, cogió un trozo de carne y se lo puso allí. Empezó a tocarse. No tardó mucho. Estaba muy excitado.

Se fue al baño, cuando volvió llevaba el pelo húmedo y los ojos vidriosos.

—No quiero seguir hablando de ello.

—¿Cómo consiguió salir del garaje? —pregunté.

—Pete acabó, me dejó salir y me ignoró el resto del día.

—Después de aquello, ¿siguió manteniendo contacto a menudo con él?

—No. Nunca volví a verlo.

—¿Ni por obligaciones familiares?

—¿De qué está hablando?

—¿No lo sabe? —dije, preguntándome si de verdad no lo sabía.

—¿Saber el qué?

—Lester Jordan…

—Es su padre, sí, ya, técnicamente es mi primo, pero no en la práctica. No había ningún contacto. Y yo no descubrí la relación hasta años después. Con todas las salidas de mi padre, podría tener primos por todo el mundo.

—¿Cómo y cuándo descubrió que Lester era el padre de Pete?

—Ya estaba viviendo en Atherton, un par de años más tarde. Vine para pasar algo de tiempo con mi padre y él quería ir a ver a una de sus novias. En aquella ocasión me impuse y dije que si a él no le importaba pasar tiempo a solas conmigo, yo iría al museo. Se deshizo en disculpas, empezó a acusarse a sí mismo de ser un padre de mierda. Por supuesto, lo consolé, le dije que era un padre estupendo. De algún modo, en medio de todo aquello, salió el tema de Lester y Pete. Creo que surgió porque hablábamos de las líneas de sangre, de que mis genes buenos eran por parte de padre porque de la parte de mi madre eran todos un puñado de perdedores. Después del divorcio, los dos lo hacían constantemente, echaban pestes uno del otro.

—Utilizaba a Lester como un tema de discusión —apunté.

—Exacto. Luego dejó caer lo de que Lester era el padre de Pete. Hizo un comentario quitándole importancia al tema.

—Parece que él sabía que Pete tenía problemas.

—Supongo que sí.

—Pero nunca le preguntó si Pete le había maltratado a usted.

—No —respondió—. La curiosidad de mi padre no llegaba tan lejos.

—¿Cómo supo que Pete tenía dificultades de aprendizaje? —pregunté.

Sus ojos se abrieron.

—¿Qué quiere decir?

—Le contó a Tanya que tenía un primo que había seguido una medicación para mejorar un poco sus posibilidades. ¿O se refería a otra persona? —dije.

—Yo… no, era él. Supongo que lo describí así. Pero no porque realmente lo considere un familiar. Tanya y yo estábamos hablando en teoría. No creía que iban a analizarme gramaticalmente.

—¿Cómo supo que Pete estaba tomando medicamentos?

—Él me enseñó las pastillas. Mary le dejaba tener el frasco en su mesita de noche y las toma sin ningún control. Me dijo que se tragaba una cuando sentía que le faltaba energía.

—¿Ritalin?

—No vi nunca la etiqueta, él las llamaba las pastillas energéticas, me dijo que se las habían recetado porque en la escuela intentaban controlarlo. Decía que le hacían sentirse bien, pero que aun así, no iba a hacer los deberes porque la escuela se la traía floja.

—¿Alguna vez le vio consumir otras drogas? —preguntó Milo.

—Tenía una bolsita de plástico de marihuana justo allí a la vista, al lado de las pastillas. Lo vi liar y fumar un par de veces. También bebía vino, cualquier cosa que pudiera robar del escondite de Mary.

—Todo eso y además, los trozos de animales.

—No me lo recuerde.

—¿Por qué contactó con Tanya?

—Cuando el doctor Delaware apareció aquí y habló conmigo sobre la señorita Bigelow, me hizo recordar.

—¿Recordar qué?

—Todo aquel período de mi vida, teniente.

—Cuando veía a Tanya en el jardín —apunté yo.

—No la estaba espiando, no era nada raro, simplemente que ella estaba allí. Mis padres todavía seguían casados, pero vivían separados, y yo iba y venía de Atherton. Mi abuelo estaba en estado vegetal. Nadie tenía tiempo para mí, excepto Patty Bigelow. Me preguntaba cómo estaba, me preparaba un bocadillo. Tanya y yo nunca nos dijimos ni una palabra. Ella dice que sabe que yo estaba allí, pero no sabría decirles. Después de que usted viniera, la busqué en Facebook y vi que se había convertido en una chica muy guapa. Copié su horario de clases y fingí encontrármela en el campus. Sé que suena a un asedio de locos, pero tenía curiosidad, eso es todo. Ni siquiera tenía previsto hablar con ella. No es que sea atrevido precisamente, por si no lo han notado.

—Se las arregló bien para hablar con ella —repliqué.

—Estaba comiendo un bocadillo. En la fuente invertida, justo donde nos encontraron. Y tan cerca del edificio de física, aquello me pareció… providencial. Saqué mi almuerzo fuera, empezamos a hablar, fue fácil entablar conversación con ella. Simplemente salí y le dije que había ido a verla. Ella se acordaba de mí, no se sorprendió, no me hizo sentir como si fuera un perfecto chalado. Fue como si nos conociéramos desde hace mucho, mucho tiempo. Como si fuéramos amigos. No la toqué. No creo que me vea de ese modo.

Nos miró fijamente, implorando que le contradijéramos.

—Ahora está preocupado por ella —dije.

—¿Cómo podría no estarlo? Van a hablar con Lester y al día siguiente está muerto.

—¿Quién cree que lo hizo? —preguntó Milo.

—¿Cómo quiere que lo sepa?

—Haga una suposición racionalizada.

—Pete.

—¿Por qué?

—Odiaba a su padre.

—¿Él se lo contó?

—Nunca mencionó a Lester por su nombre, pero siempre decía que su viejo era un yonqui inútil y que no podía aguantarlo.

—¿Salió en la conversación porque sí?

—Hace años de aquello, teniente.

—Intente recordarlo.

—Supongo que surgió cuando hacíamos una comparación. Tipo tu padre es estupendo y el mío una mierda.

—¿Qué era lo que le gustaba de su padre?

—Que era rico. Y que era un semental.

—¿Qué más le contó de Jordan?

—Nada, no es que estuviera preocupado por él. Si estaba obsesionado con alguien, era con su madre.

—¿Pete tenía contacto a menudo con Jordan?

—¿Pero que es esto?, ¿una pregunta con trampa? Ya les he dicho que Lester no formaba parte de mi vida y cuando dejé de ir a casa de Mary, no volví a ver a Pete.

—Usted no tenía contacto con Lester porque su padre no lo soportaba.

—Nadie podía soportarlo. Mi madre es su hermana y prefería no saber nada de él.

—Su padre le cedió una vivienda sin cobrarle alquiler y contrató a Patty Bigelow para que cuidara de él.

—¿Y?

—Un buen trato para alguien a quien odias.

—Seguramente mi madre lo hizo para mantener a Lester lejos de ella. Cuando estaban casados, mi padre le daba todo lo que ella quería y ella hacia la vista gorda ante sus escarceos. Una familia modelo, ¿verdad?

—¿Por qué mataron a Lester? —pregunté.

—¿Cómo quieren que lo sepa?

—¿Cree que está relacionado con Patty Bigelow?

—Díganos lo que sabe, hijo. Ahora —intervino Milo.

—Tanya me contó lo que su madre dijo antes de morir. Por favor, no se lo tengan en cuenta, necesitaba hablar con alguien y dio la casualidad de que yo estaba allí.

—¿Qué le contó exactamente?

—Que su madre sentía que había hecho daño a un vecino.

—¿Sentía?

—Ni Tanya ni yo creemos que Patty sea capaz de hacerle daño realmente a un ser humano. Estoy seguro de que la enfermedad terminal tiene algo que ver con todo esto. En el peor de los casos, puede que fuese testigo de algo de lo que no informó y se sintiera culpable por ello.

—¿Algo relacionado con Pete Whitbread? —pregunté.

—Esa sería una conclusión lógica, ¿no? Él es un sociópata, Tanya y Patty vivían cerca. Es probable que Patty viera algo.

—¿Qué le ha contado a Tanya de las tendencias de Pete?

—Nada. Nunca se lo conté a nadie.

De repente, soltó una risa nerviosa.

—¿Podemos dar por finalizado todo esto? Tengo un montón de trabajo.

—¿Por qué se sorprendió cuando mencioné lo de los grupos de estudio de Tanya?

—¿Lo hice?

—De forma muy evidente.

Se encorvó, se rascó la cabeza.

—Por favor, no se lo digan a Tanya, pero sé a ciencia cierta que no existen tales grupos de estudio. Cuando dice que está con otros estudiantes, en realidad está sentada sola en la biblioteca. Cuando no está en clase, está en la biblioteca estudiando. Se queda hasta mucho después de acabar, se pasea entre las estanterías. A veces es la última en irse. Me preocupa muchísimo, pero no puedo decirle nada porque no quiero que sepa que la sigo.

—¿Ha pensado alguna vez en trabajar como detective? —preguntó Milo.

—No se lo digan, por favor.

—Todos esos secretos, Kyle —repliqué—. A veces lo más fácil es ir directamente de «A» a «B».

—Magnífica teoría, pero no me ha sido muy útil en mi vida. He sido sincero con ustedes, no me traicionen. No puedo arriesgarme a que Tanya crea que soy un bicho raro.

—Por el momento está bien —dijo Milo—, siempre que siga cooperando.

—¿En qué más puedo cooperar? Les he contado todo lo que sé.

—¿Qué le hizo sospechar que no existían esos grupos de estudio?

—Nunca mencionaba los nombres de otros estudiantes. Nunca la he visto con nadie en el campus.

—Como en los viejos tiempos —dije—. Pasando el rato bajo los árboles.

—Viejos tiempos —añadió—, pero no necesariamente «buenos» viejos tiempos. Yo estaba solo y ella también, pero nunca habíamos estado juntos. Ahora somos amigos. Me gustaría que continuara así.

***

Milo le enseñó las fotografías de Robert Fisk y Moses Grant.

Sacudió la cabeza.

—¿Quiénes son?

—Amigos de Pete Whitbread.

—Este tiene muy mala pinta —dijo, señalando a Fisk.

La fotografía sacada de Internet de Whitbread/De Paine produjo un movimiento de afirmación con la cabeza.

—Convertido en todo un punki, pero es él —argumentó, señalando las caras alrededor del semblante insulso y alargado de De Paine—. Parece que se le da bien tratar con mujeres.

—No llevamos el cálculo —respondió Milo mientras se levantaba.

—¿Están seguros de que pueden mantener a Tanya a salvo?

—Haremos todo lo que esté en nuestras manos, hijo. Esta es mi tarjeta, llámeme si recuerda algo más.

—No lo haré. Tengo el cerebro licuado.

***

Nos acompañó hasta la puerta de entrada.

—¿Cuáles son los parámetros, teniente?

—¿De qué?

—Las reglas que seguir con Tanya. No quiero meterme en medio, pero me preocupo por ella. Y ustedes no pueden estar en todas partes siempre.

—¿Está pensando en vigilarla?

—Al menos puedo estar ahí.

—Pues esté ahí, pero no haga nada estúpido ni obstaculice la investigación.

—Trato hecho.

Salimos de la casa al cálido y oscuro silencio de la avenida Hudson.

Kyle gritó:

—Entonces, ¿puedo seguir viéndola?

—Es lo que acabo de decirle, hijo.

—Me refiero a verla en público.

—Vuelva a sus cálculos, Kyle.