Capítulo 31

Bedard abrió la mansión y desactivó la alarma.

Entrez.

Le seguimos a través del pasillo de mármol y piedra caliza, pasamos el busto parecido a George Washington y la biblioteca en la que Kyle había instalado su sala de investigación. El revoltijo había aumentado; se veían más papeles arrugados por encima del suelo que madera.

Myron se detuvo para recoger todo aquel desastre.

—Lo sé, papá.

—Al final tendrás que organizarte, hijo.

—Desde el punto de vista cognoscitivo estoy organizado.

—¿Es que los genios tenéis otras reglas? —Dio una palmada en el hombro de su hijo otra vez.

Kyle hizo una mueca de dolor. Myron comenzó a caminar por delante de él, su coleta iba moviéndose de un lado a otro, encendió las luces, se detuvo a examinar una pila de correo en una mesa de ónice y volvió de depositarlo en el mismo lugar.

Un pasaje de piedra caliza con un arco nos condujo a una vasta sala hexagonal. En la parte posterior había unas puertas de cristal que dejaban discretamente a la vista unos ceremoniosos jardines. Los árboles tras los que Tanya recordaba haberse escondido eran olmos chinos y sicomoros, bien cuidados y exuberantes. Una piscina de unos quince metros, bastante vieja, pero que conservaba aún un trampolín, refleja el contorno indefinido de la rejilla de un cenador. Un mueble bar insulso al oeste de la habitación exhibía suficientes botellas como para suministrar a todo un crucero.

Myron Bedard fue directo al mueble bar, deteniéndose para juguetear con más lámparas: encendiendo y apagando, oscureciendo e iluminando.

Creó un ambiente naranja oscuro, seleccionó una copa cristal ya pasada de moda, la sujetó en alto y entrecerró los ojos.

Kyle se había quedado cerca de la entrada del cuarto, mirándose los zapatos. La primera vez que lo vi, parecía un okupa. La barba de dos días contribuyó a dar aquella imagen. Dada la opulencia, no estaba seguro de que Milo y yo encajáramos en aquel lugar.

La habitación era más grande que muchas casas, recubierta con seda Shantung del color carmesí de la sangre que corre por las venas. El techo era un derroche de arabescos de escayola con forma de cúpula realizados con molduras de metros y metros de coronas. Paneles de madera de frutales presentaban caballos chinos, camellos y deidades con aspecto desconcertado, todo trabajado en el mismo cristal verde y dorado. Cajitas doradas de cristal y porcelana y exuberantes adquisiciones de plata.

Había bastante espacio para tres zonas de descanso amplias y el mismo número de alfombras persas. Sofás de Damasco, sillas tapizadas, unas cuantas piezas de piel junto con una variedad de mesas con marquetería estratégicamente situadas.

Myron Bedard destapó una cubitera plateada.

—¿Alguna bebida?

—No, gracias.

—Ídem.

—Entonces, beberé solo.

Se sirvió un bourbon Manhattan con hielo. Caminó con toda tranquilidad, mientras tomaba algunos sorbos, hasta uno de los sofás. Se quitó los mocasines, medio reclinado.

Dio un trago largo al cóctel que produjo un movimiento del pulgar hacia arriba y un gesto de placer.

—Acabo de descubrir todo esto: Know Creek, Jim Beam Premium. Lo mejor que tenían en el avión era Wild Turkey y eso que hablamos de un Gulfstream.

Se relamió los labios, sacó la cereza al marrasquino, la mordió, y se limpió el jugo color escarlata de la boca. Tragó.

—¿Por qué está todo el mundo de pie?

Milo y yo nos sentamos tan cerca de él como la disposición de la sala nos permitía. Kyle dudó por un momento antes de tomar lugar lejos de nosotros.

—Venga, vamos, chico, han pasado meses —protestó Myron, animándole a acercarse. Kyle se mordió el labio, escogió una butaca perpendicular al sofá de Myron.

—Para empezar —dijo Milo—, oigamos qué tienen que decirnos sobre la relación entre Mary Whitbread y Lester Jordan.

Ninguno de los Bedard contestó.

—¿De repente se les ha contagiado la timidez?

—Creo que debería ser yo quién abordara ese tema —intervino Myron.

—Buena intuición, papá.

—Hijo, quizá deberías volver a tus cálculos o algo así.

—¿Al pupitre para niños?

—Nunca te he sobreprotegido, pero algunas cosas es mejor hablarlas en privado.

—Estoy al corriente de todo, papá.

—Hazme caso, hijo.

Kyle no se movió.

—Es un asunto de decoro, Kyle —apuntó Myron.

Kyle jugaba con el zapato. Tenía la puntera agrietada.

—Entonces, ¿es este tu estilo ahora?, ¿vas de pobre? —preguntó Myron.

—Me importa una mierda el estilo, papá. —Un atisbo de reproche tiñó el tono del joven. Sonaba más al de un adolescente malhumorado que al de un científico e investigador confiado.

Estar junto a tu padre puede hacerte eso.

—Nunca te presioné sobre ese tema —afirmó Myron—. ¿Lo hice?

Kyle no contestó.

—¿Por qué no sale a tomar un poco de aire, Kyle? Pero no se vaya lejos —intervino Milo.

Antes de que Kyle pudiera responder, Myron se levantó, agitó la bebida haciendo ruido y se colocó de nuevo entre su hijo y nosotros. Tocó la mejilla de Kyle. Kyle se puso tenso. Myron retiró la mano, pero le dio un beso en el mismo lugar.

La mejilla de Kyle tembló.

—Lo siento, hijo. Cualquier iniquidad que puedas haber pensado hasta hoy y la multitud que aún no se te ha ocurrido, deberías empezar a considerarla real. Tengo cincuenta y siete años, suelo excederme con la comida y los refrigerios líquidos y a pesar de que hago ejercicio, ignoro a mi colesterol. Así que mi longevidad es…

—¡Papá!

—… muy cuestionable. Por eso, si yo…

Hablaba con rapidez, pero arrastraba un poco las palabras. El Wild Turkey no había sido lo bastante fuerte como aperitivo de a bordo.

—Para ya, papá —contestó Kyle—. Odio cuando haces eso.

Mea culpa. Mi mantra eterno. —Myron hizo la señal de la cruz sobre su pecho. Despeinó el pelo de Kyle—. Venga, chico, concédeme un poco de dignidad y desaparece por un rato.

Kyle miró hacia abajo y se alejó pisando fuerte.

—Hablaremos luego, hijo. Quiero contártelo todo sobre Venecia.

Cuando el jovencito se fue, Myron nos dijo:

***

—Tiene sentimientos encontrados respecto a mí, ¿cómo podría no tenerlos? Pero le quiero de forma incondicional. Si sólo tuviera un hijo, sería él. Ha tenido siempre un buen comportamiento, desde el primer día, nunca ha sido un diablillo. Y brillante, me refiero a una estratosfera intelectual totalmente diferente. Sólo tiene veinticuatro años y le queda un año para licenciarse en Física del plasma. Yo ni siquiera puedo llegar a comprender lo que eso es.

El orgullo paternal acabó con la tensión que reducía la abertura de sus labios.

—Debe ser un agujero generacional. Mi padre solía decírmelo. Él también era uno de esos científicos. Autodidacta, pero consiguió un montón de patentes a su nombre. Kyle no cree ser materialista, pero acabará creando algún invento de la alta tecnología sin pretenderlo. Un día abrirá el Forbes y ahí estará, en la lista de los grandes. Cuando eso ocurra, espero que piense en mí, un poco. ¿Alguno de ustedes tiene hijos?

—No, señor —respondió Milo.

—Es por la educación. Es muy probable que haya sido un padre de mierda. Por aquel entonces, por supuesto que creía que era un buen padre.

—¿Por aquel entonces?

—Cuando Kyle era pequeño. No fui nunca un padre controlador o dominante, pero sí que tengo tendencia a ser impulsivo y supongo que eso puede ser… —Levantó el vaso y volvió al mueble bar; se sirvió uno doble. Cuando se sentó de nuevo en el sofá, ya sólo quedaba la mitad.

—¿Su impulsividad afectó a Kyle?

—Es complicado, teniente.

Bedard cerró los ojos y respiró lentamente.

—¿Cómo?

Bedard no se movió. Milo ladeó la cabeza para que yo tomara la batuta.

Mencionar a Peterson Whitbread había provocado que Bedard buscara el refugio de su casa. Una vez dentro, había querido que Kyle se fuera.

—¿Tan impulsivo como para llevar a Kyle consigo cuando iba a ver a su amante? —pregunté.

Los ojos de Bedard se agitaron y se abrieron.

—Amante —repitió. La palabra le hizo gracia—. Mary fue algo pasajero, nada más.

—¿Tiene muchas como ella? —preguntó Milo.

—Qué puedo decir, amo a las mujeres. Me gustan todas y cada una. —Bedard bebió y rompió el hielo con los dientes al mismo tiempo que con una mano dibujaba una forma femenina como el contorno de una guitarra—. Sé que pensarán que estoy enamorado de medio mundo, ¿cuántas pueden ser?, ¿tres mil millones? Menos una, mi exmujer. ¡Dios! ¿Pueden imaginarlo?, ¿tener que abrirse camino en medio de una masa de feminidad? La idea resulta asombrosa.

Levantó de nuevo el vaso y exclamo:

—Esta va por el cromosoma X.

—¿Cuándo empezó a pasar la noche en casa de Mary Whitbread? —dijo Milo.

—Veamos… volvamos hacia atrás, unos quince años más o menos.

—¿Todavía lo hace?

—Ronda los cincuenta. Demasiado madura para mí.

—Era un rollo pasajero, pero le vendió cuatro edificios.

—Eso hice.

¿Quid pro quo?

Bedard sonrió.

—Mary pagó un precio justo según el mercado. El hecho de que ningún agente intermediario reclamara su comisión me permitió una cierta flexibilidad y ella no tenía que esperar a obtener financiación.

—¿Pagó en efectivo?

—Un cheque bancario para ser exactos.

—¿De qué cantidad estamos hablando?

Mmm —dudó Bedard—, hace tanto tiempo. Yo diría… un millón de dólares o millón y medio.

—¿De dónde pudo sacar esa cantidad de dinero?

—No tengo ni idea. ¿Qué es lo que ha hecho para causar tanto interés por su parte?

—¿Quién dio pie a la transacción? —preguntó Milo.

—Sólo preguntas, sin respuestas, ¿verdad? La decisión fue mutua. Mary estaba viviendo en Chartay Circle, había vendido algunos apartamentos en Valley y quería hacer negocios, si era posible quería pasar del lado de los propietarios. Nosotros poseíamos los dúplex desde hacía tiempo, lo bastante para sacar buenos beneficios, pero como alquileres, los ingresos no eran lo bastante buenos. No quería perder tiempo con propiedades con menos de doce viviendas, así que la ocasión era perfecta.

Movió los hielos del vaso, miró fijamente el movimiento de las olas.

—Es como jugar al Monopoly, intercambiar casas por hoteles. Hay una escuela del pensamiento que dice que hay que conservar, nunca vender, pero a mí eso me parece desagradablemente estático.

Sus labios volvieron a entrecerrarse.

—¿La escuela del pensamiento de su padre?

Sus pequeñas lentillas vidriosas brillaron cuando me miró fijamente.

—Está jugando al psicólogo conmigo. Pero sí, está en lo cierto. Y sin ninguna duda, mi padre insistiría en que él tenía razón. Aquellos cuatro edificios bien habrían valido cinco o seis millones. Pero hice un buen negocio con el que yo compré.

Su voz denotaba una cierta tensión adolescente. Kyle me había contado que su padre y su abuelo se detestaban mutuamente. La seda y la cachemira son hermosas, pero no servirían para hacer un vendaje.

—Todavía sigo intrigado por su interés en Mary Whitbread. ¿Es porque Patty Bigelow vivía en uno de sus dúplex? Eso no es un gran misterio. Yo envié a Patty a hablar con Mary cuando tuvo que vivir aquí.

—Después de que muriera su padre.

—Fue una excelente cuidadora —apuntó Bedard—, pero no había razón alguna para que se quedara.

—Volvamos a Peterson Whitbread —añadí yo—. ¿Cómo llegó a conocerlo Kyle?

—¿Esto es por Pete? ¿Qué es lo que ha hecho?

—¿Kyle lo conoció en una de sus visitas por allí? —mencionó Milo.

Bedard acarició su pañuelo.

—No tengo ninguna obligación de hablar con ustedes.

—¿Hay alguna razón por la que no cooperaría?

—El desfase horario por una parte, mis malas pulgas por otra. —Mirada disimulada—. No, no soy una persona complicada. O eso dice la gente.

A la gente le gusta hablar de sí misma. Mi profesión consiste en eso. A veces, sin embargo, es una forma de evitar el tema central.

—¿Cuál era el problema entre Kyle y Pete? —pregunté.

—¿Quién dice que lo hubiera?

—Sigue evitando hablar del tema.

—¡Dios! Y pensar que yo respaldé su profesión.

—¿Le ayudaría si soy yo quien formula la pregunta? —intervino Milo.

—No, no. No intento ser evasivo. Es sólo que evocar esos días, me recuerda a…; es una especie de ejemplo discordante de la impulsividad de la que les hablaba. Precisamente por eso no quería que Kyle estuviese aquí.

—Llevaba a Kyle consigo cuando iba a ver a Mary y él vio algo que no debía —apunté.

—Al menos lo oía. Mary podía ser… exuberante. Sí, no fui muy responsable, pero yo era la base paternal de Kyle, cuando no estaba conmigo, nadie le prestaba atención. Han conocido a mi exmujer. ¿Se la imaginan criando algo? Así que le dejaba moverse libremente. Ahora me doy cuenta de que había algunos… malos ejemplos.

—¿Cuántos años tenía Kyle cuando lo acompañaba a casa de Mary?

—Diría que… nueve o diez, no lo recuerdo. Pensaba que sería divertido porque Pete era un poco mayor. Kyle es hijo único.

Bebió un poco más.

—A mi entender, aquello era mejor que dejarlo en este lugar dejado de la mano de Dios.

—Una casa grande.

—Una casa grande y una fría tumba —replicó Bedard—. Odié crecer aquí. Un día la venderé. Estoy tanteando el mercado.

—¿Cómo reaccionaba Kyle ante las visitas? —pregunté.

—¿Qué quiere decir?

—Ha dicho que había malos ejemplos.

—Hablaba de forma general. Cuando nos oía a Mary y a mí… casi siempre parecía estar bien.

—Casi siempre.

—Una vez, la última vez, parecía un poco malhumorado. Todo lo que conseguí sacarle es que Pete no le gustaba, me dijo que preferiría no volver. Puede que esas fueran exactamente sus palabras: «Papá, preferiría no volver». Siempre hablaba como un adulto. Cuando era muy, muy pequeño, la gente decía: ¿dónde está el ventrílocuo?

—¿Por qué no le gustaba Pete?

—No me lo explicó.

—No le insistió.

—No veía ninguna razón para hacerlo. Kyle me pidió algo, yo lo aprobé.

No contesté.

—Por favor, no me diga que pasó algo repugnante —dijo Bedard—. Me niego a pensar que Kyle no me lo hubiera contado. Muchos hijos no hablan con sus padres. Pero con Kyle y conmigo era diferente. No hubo ningún indicio de nada de eso, en absoluto.

—No estamos hablando de eso —contestó Bedard—, pero si sospecha algo, esta sería una…

—No. Y sinceramente, no veo por qué esto puede tener algo que ver con Patty Bigelow y su hija. Todavía sigo confundido sobre por qué le preguntaron sobre Patty a Kyle en primer lugar y por qué él está tan preocupado.

—¿Qué le ha dicho Kyle?

—Que ustedes estaban investigando su muerte y que posiblemente estaba relacionada con la muerte de Lester.

—¿Cómo se ha enterado de la muerte de Lester?

—Kyle me llamó a Venecia y me lo contó.

—¿Cuándo?

—Ayer por la mañana. —Sonrisa irónica—. Por la mañana, bastante temprano. Acababa de llegar de una noche de excesos en París e intentaba dormir.

—¿Qué más le dijo?

—Eso es todo —respondió Bedard—. La parte de Patty no me la contó hasta que volvíamos en coche del aeropuerto.

—La explicación de Kyle de por qué quería pasar por casa de Tanya.

—No es que me aclarara mucho las cosas.

—¿Por qué ha vuelto a Los Ángeles, señor?

—Kyle me lo pidió.

—¿Así?, ¿sin ninguna explicación?

—Usted no es padre, teniente. Noté la necesidad en la voz de mi hijo y respondí. Intenté explicárselo a mi hijo, pero todavía se molestó más. He aprendido a dejar que Kyle progrese a su propio ritmo, ¿se ha dado cuenta de lo que me costó que abandonara la sala?

—Exacto, ¿por qué le dijo Kyle que quería pasar por casa de Tanya? —preguntó Milo.

—Para asegurarse de que ella estaba bien. Luego se ruborizó y se puso nervioso. Por lo que supuse que estaba loco por la chica. Eso me sorprendió, favorablemente. Kyle y mujeres son dos palabras que normalmente no combinan muy bien juntas.

—No es un donjuán.

—No me sorprendería que todavía fuera virgen. —Dejó escapar una risita seca—. ¿En qué me equivoqué?

—¿Por qué fue Kyle al dúplex de Mary Whitbread? —pregunté yo.

—No tenía ni idea de que iba a hacer eso. Cuando giró por la Tercera, en lugar de seguir hacia Beverly, pensé que era un ruta alternativa, quizás algo relacionado con un cambio en el modelo de circulación, hace meses que no he estado en Los Ángeles, los cabrones del ayuntamiento siguen excavando por las calles. Luego giró por Orlando y antes de que me diera cuenta, ya estábamos parados delante del dúplex de Mary. Le pregunté qué diablos estaba haciendo, se giró, me miró de forma rara y empezó a tararear Auld Lang Syne.

—Recordando viejos tiempos.

—Pero no tenía cara de bromas. Más bien al contrario, estaba tenso y así permaneció, se negó a darme explicaciones.

Bedard tragó el resto del burbon.

—El camino de vuelta a casa fue tenso. Acababa de irme de Venecia sólo por él y créanme, la ciudad en esta época del año es fantástica. Si no han estado allí, confíen en mí, tiene que ir. Antes de que todo se hunda en el olvido.

—Regresó a casa porque le pareció que Kyle estaba alterado —apunté—, pero él no le explicó por qué.

—Intenté sacárselo. Por eso estábamos sentados en la carretera cuando ustedes comenzaron su pequeña redada.

Puso un dedo sobre el nudo del pañuelo en su cuello y dijo:

—¿Por qué diablos no pueden contarme lo que está sucediendo?

—Retrocedamos un poco —intervine—. Exacto, ¿cómo conoció a Mary Whitbread?

—A través de mi cuñado.

—Lester Jordan.

—El difunto, lamentablemente.

—¿Cómo la conoció él?

—Como les dije, Mary era una chica exuberante. ¿Saben algo de su pasado?

—¿En Chicago?

—Su historia, y puedo dar fe de ello, es que cuando estaba en Chicago se movía con tipos de la mafia. También me contó que conocía a alcalde Dale y a los Kennedy. ¿Pero no es eso lo que todas dicen? Quizá si estuvieran charlando con ella lo suficiente, les aseguraría que se acostó con Jimmy Hoffa y Amelia Earhart.

—¿Lo que todas dicen?, ¿quiénes?

—Esos bomboncitos maduros. No quiero ser cruel, pero digámoslo claramente, Mary era de esas. Nunca me tomaba en serio nada de lo que me contaba.

—No se fía de ella, pero participa con ella en una operación inmobiliaria.

—Su cheque bancario era auténtico.

—¿Cómo conoció ella a Lester Jordan?

—Entre sus intereses varios, también había músicos —respondió Bedard—. Lester tocaba el saxo en un conjunto de jazz ambulante que daba un concierto en el club donde Mary estaba… ejem, bailando. —Hizo un guiño—. Supongo que el roce llevó a lo demás… es decir, que hablaron. Y no lo adivinarían, por una sola vez en su vida, Mary no tomó precauciones. Un rollo de una noche y llega la hora de comprar pañales.

—Estúpido. —Hizo un gesto con la cabeza.

—¿Jordan era el padre de Peterson? —preguntó Milo.

—Quizá eso fue lo que la motivó a hacerse una ligadura de trompas. O quizá sólo lo hizo porque le convenía. Le proporcionaba una nueva ocupación.

—Porno.

—Exacto —confirmó Bedard—. Ya están al corriente de todo esto. ¿Han visto alguna vez algo del trabajo de Mary?

—No, señor.

—Alta calidad, teniente. Para ser lo que es.

—Si no quería niños, ¿por qué no abortó?

—Lo consideró —respondió Bedard—. Eso me dijo, durante una conversación íntima y esas cosas. La razón por la que no lo hizo fue porque estaba saliendo con un tipo viejo adinerado en ese momento. Un viejo adinerado y generoso, al que ella pensaba que podría convencer de que el niño era suyo. Por desgracia, el plan fracasó.

—El papá de los huevos de oro no estaba rebosante de alegría —añadió Milo.

—El papá de los huevos de oro pidió un test de paternidad y cuando ella le dio largas, él le dio una patada y la echó a la calle. Cuando eso ocurrió, ya estaba de bastante como para no sentirse bien si abortaba.

—Escrúpulos.

—Supongo que los tenía. Pobre Mary. Dios le concedió unos músculos vaginales divinos, pero a veces era demasiado cortita para razonar. Tuvo al niño, pero por lo que puedo contar, no hizo mucho por educarlo. Es ese aspecto, no es tan diferente a mi exmujer. —Se dirigió a mí—. No, que la visitara con frecuencia no era un comportamiento neurótico. En cuanto a las cosas más importantes, había diferencias entre Mary e Iona.

Jugaba con sus gafas.

—Uno oye hablar del instinto maternal, pero me he topado con varias mujeres que no tenían un ápice de instinto.

—¿Cuál fue la última vez que vio a Mary?

—Creo que ya les he contestado a esa pregunta.

—Ha dicho que ella era demasiado mayor.

—Y de eso hace al menos una década. Por eso me sorprendió tanto que Kyle parara enfrente de su casa y comenzara a tararear. Siempre intento olvidar a las viejas conocidas.

—¿Recuerdos poco agradables?

—En absoluto, doctor. Soy partidario de mirar hacia delante.

—Entonces, conoció a Mary a través de Lester Jordan.

—Sí, Lester. Era un cáncer en mi vida matrimonial, un pesado lastre que estaba dispuesto a soportar cuando todavía sentía algo por Iona. Pero nunca me gustó darle dinero porque sabía cómo se lo gastaba. Conocí a Mary cuando volví para darle a Lester uno de sus cheques, allí estaba ella. Cuando vi a una mujer con ese aspecto unida a un pendejo reseco como Lester, me llamó la atención.

—¿Por qué estaba Mary allí?

—Los dos tenían algún tipo de discusión. No es que me preocupe el humor de Lester, pero sí que una joven tan hermosa estuviera tan alterada. —Se golpeó en el pecho, seda azul—. Ella salió corriendo, le di a Lester su subsidio y fui tras ella, le di un hombro sobre el que llorar. Una cosa llevó a la otra. —Se colocó bien las gafas.

—¿Estaba llorando?

—Quería que Lester viera a Pete. Pete siempre preguntaba por su padre, quería verlo, pero Lester raramente aceptaba. Normal.

—Tratándose de un adicto —añadió Milo.

—La adicción es básicamente autocompasión, ¿no? Eso es lo que Patty me decía. Yo creo que ella estaba feliz de habérselo quitado de encima. Esa sería la reacción de cualquier persona racional en lo referente a Lester.

—Salvo para su hijo.

Bedard se quitó las gafas.

—Un hijo puede ser así.

—Puede sentir cariño —argumenté.

—Más allá de todo lo razonable. Estoy seguro de que sentirse rechazado hirió al pequeño psicológicamente, pero créanme, Pete estaba mejor lejos de la influencia de Lester. El tipo era muy sucio.

—Y usted tenía que aguantarlo.

—Como les he dicho, un lastre.

—Su ex cree que usted lo mató.

Bedard sacó un extremo del pañuelo de su cuello y limpió las lentes.

—Eso les dirá algo sobre su razonamiento. Hacía dos meses que estaba en Europa.

—Ella nos dijo que usted nunca lo haría por sí mismo, que contrataría a alguien.

—Les aseguro que lo haría. Si matar a Lester hubiera sido mi objetivo. Pero por desgracia para Iona, hace años que Lester ha salido de mi vida. ¿Por qué diablos desperdiciaría mi dinero, sin mencionar el hecho de ponerme a mí mismo en peligro, para aplastar a una cucaracha en la cocina de mi vecino?

—¿Qué más le contó Patty sobre Lester?

—Nada, no era un tema del que hablásemos a menudo. Patty se concentraba en cuidar de mi padre. Hizo un trabajo realmente bueno. Iona se indignó cuando la aparté de Lester. En su retorcida opinión, Patty debía estar obligada a permanecer el resto de su vida con Lester y yo obligado a pagar por eso. Cuando echó a perder su tercer intento de rehabilitación, Iona y yo ya sólo nos hablábamos a través de nuestros abogados. Cuando llegamos a un acuerdo, ella obtuvo menos de lo que quería, pero más de lo que yo quería darle.

Sonrisa de oreja a oreja.

—El matrimonio es un compromiso, ¿no?

—Ella consiguió el edificio de Cherokee. Y a Lester —dije.

—Sólo ese —replicó Bedard— ya valía lo que el condenado divorcio —bostezó—. No he dormido en dos días. ¿Serían tan amables de acompañarme hasta la puerta?

—Kyle nos acompañará —contestó Milo.

—Dejemos al chico.

—Él es quien condujo hasta la casa de Tanya.

—Ya se lo he dicho. Está locamente enamorado de la chica.

—Eso no explica que fuera hasta la casa de Mary Whitbread.

Bedard hizo un esfuerzo y se puso de pie, se tambaleó, se agarró a un lado de la mesa para sujetarse.

—Supongo que no lo explica. Me tomaré una copita para dormir y luego viajaré hasta el mundo de los sueños. Seguro que encuentran a Kyle en la biblioteca. Buenas noches, caballeros. Díganle a mi hijo que le quiero.