Capítulo 4
—La segunda semana sufrió mucho —dijo—. Eso era lo más importante para todos menos para mi madre.
—Lo más importante para ella era…
—Acabar de arreglarlo todo. O como ella decía echar los restos al caldero. Al principio, me molestaba. Quería cuidarla, decirle cuánto la quería, pero cuando empezaba a hacerlo, ella cortaba por lo sano. «Hablemos de tu futuro», me decía penosa y lentamente, con dificultad. Ahora pienso en que será un futuro sin ella.
—Puede que eso la distrajera del dolor.
Los músculos alrededor de sus ojos se estremecieron.
—El doctor Michelle, el anestesista, le había enchufado un goteo de morfina. La idea era proporcionarle un flujo constante para que sintiera las menores molestias posibles. La mayoría del tiempo lo cerraba. Oí al doctor Michelle decir a una enfermera que debía estar sufriendo, pero no había nada que pudiese hacer. ¿Recuerda lo obstinada que podía llegar a ser?
—Tenía unas opiniones bien definidas.
—Los restos al caldero —decía—. Ella me enseñaba y yo tenía que tomar notas, había muchos detalles. Era como estar en el colegio.
—¿Qué tipo de detalles?
—Económicos. La seguridad económica era muy importante para ella. Me habló de un fondo de inversiones que abrió para mi educación cuando yo tenía cuatro años. Ella pensaba que yo no tenía ni idea, pero yo solía oírla cuando hablaba con su agente por teléfono. Fingí sorprenderme. Había dos pólizas de vida de las que yo era la única beneficiaría. Se sentía muy orgullosa de haber liquidado la hipoteca, de no tener deudas. Entre mi trabajo y las inversiones, podría pagar los impuestos de propiedad y las facturas rutinarias. Me ordenó vender mi coche, de hecho, me indicó el valor de tasación y que me quedara el suyo, que era más nuevo y necesitaría menos mantenimiento. Me detalló cuánto podría gastar mensualmente, me dijo que pasara con menos si podía, pero que siempre fuera bien vestida, las apariencias cuentan. Luego estaban también todos los números de teléfono: agente, abogado, contable, fontanero, electricista. Ya se había puesto en contacto con todos, esperaban a que les llamara. Tenía que hacerme cargo de mi propia vida y ella esperaba que yo fuera lo suficientemente madura para arreglármelas. Cuando llegó a la parte sobre vender su ropa en un mercadillo o en eBay, empecé a llorar y le supliqué que parara.
—¿Lo hizo? —pregunté.
—Las lágrimas siempre funcionaban con mi madre. Cuando era pequeña me aprovechaba de eso.
—Todos esos planes para tu futuro deben de ser abrumadores.
—Seguía hablándome sobre los impuestos de propiedad y yo pensaba: pronto ya no existirá. Eso la animaba, doctor Delaware, pero era duro. Yo tenía que repetir lo que había aprendido, como en un concurso de música pop.
—Saber que la habías entendido era un alivio para ella.
—Espero que sí. Sólo deseo que hubiéramos podido pasar más tiempo… es egoísta, la clave es pensar en la persona que sufre, ¿verdad?
—Por supuesto.
Se abrazó a sí misma con una mano, mantuvo la otra sobre Blanche. Blanche le lamía la mano. Tanya empezó a llorar.
Al soltarse el pelo, dejó caer una melena rubia que sacudió con violencia antes de volver a hacerse el moño y enredar los palillos orientales.
—Bien —dijo—. Llegaré al punto final. Era viernes por la noche, fui al hospital más tarde de lo normal porque tenía laboratorio de química orgánica y mucho que estudiar. Mi madre parecía tan débil que no podía creer que hubiera cambiado tanto desde la mañana. Tenía los ojos cerrados, la piel color gris verdoso, sus manos eran como paquetes de palillos. Las revistas estaban apiladas a su alrededor, parecía como si se la hubiera tragado el papel. Empecé a asustarme. Abrió los ojos y susurró algo que no pude oír, así que acerqué el oído a sus labios.
Le daba vueltas a uno de los palillos.
—Al principio no pude ni notar su respiración y me alejé, asustada. Pero me estaba mirando directamente, todavía había luz en su interior. ¿Recuerda sus ojos? ¿Lo penetrantes y oscuros que eran? Estaban igual entonces, doctor Delaware, fijos en mí, mirándome. Movía los labios, pero estaban tan secos que el sonido no podía salir. Humedecí una toallita e hice una pequeña doblez con la que la rocé; me incliné y tocó mi mejilla con los labios. Entonces consiguió, de alguna manera, levantar la cabeza para acercarse, así que me incliné más. Pasó una de sus manos por detrás de mi cuello y apretó. Yo podía sentir el tubo del goteo rozando por detrás de mi oreja.
Miró alrededor y siguió:
—Necesito andar.
Colocó a Blanche en el suelo y se levantó. Blanche caminó y se sentó en mi regazo.
Tanya atravesó la habitación dos veces, luego, volvió a su butaca, pero siguió de pie. Se le soltó un mechón de pelo, que le cayó delante de uno de los ojos. Su pecho palpitaba.
—Su respiración era como el hielo. Empezó a hablar de nuevo, pronunciando las palabras con dificultad. Lo que dijo fue: «Actué mal». Luego, lo repitió. Le dije que ella no podría nunca haber hecho nada malo. Habló tan fuerte que me hizo daño en el oído: «Algo terrible, pequeña» y sentí como temblaba su voz.
Se masajeó las sienes, lo dejó, respiró profundamente.
—Esto es lo que no le dije por teléfono. Ella me dijo: «Lo maté. Cerca. Debes saberlo. Saberlo». Todavía estoy intentando entenderlo. No había ningún hombre en su vida personal, así que no podía decir «cerca» hablando de una relación. Lo único que se me ocurre es que fuera literal. Alguien que viviese cerca de nosotros. He estado estrujándome el cerebro para ver si puedo recordar algún vecino que muriera de forma extraña, pero no puedo. Justo antes de venir a verle, vivíamos en Hollywood y recuerdo haber oído sirenas muy a menudo y una vez a un borracho que golpeó la puerta, pero eso es todo. Además, me cuesta creer que pudiera dañar a alguien de forma deliberada.
Se sentó.
—No sabes qué pensar —dije.
—Pensará que es una locura. También yo lo pensé. Me resistí a aceptarlo, pero no puedo dejar de pensarlo. No es por mis tendencias. Mi madre siempre quiso que yo aprendiera la verdad. A eso se refería cuando dijo: «Debes saberlo». Para ella era importante que yo lo entendiera, porque durante la última semana había estado organizando mi futuro y aquello era parte de él.
Seguí en silencio.
—Puede que sea una locura. Pero lo menos que puedo hacer es comprobarlo. Por eso pensé que quizá el detective Sturgis podría hacer una búsqueda con el ordenador en los lugares en los que vivimos para ver si ocurrió algo cerca, algo de lo que no nos enteramos, eso es todo.
La generación cibernética.
—El sistema informático lapd es bastante primitivo, pero se lo pediré. Antes de seguir con esto, deberías considerar si…
—Si estoy preparada para conocer algo tan terrible. La respuesta es no, la verdad es que no. En realidad, no creo que mi madre matara a nadie. Eso sería de locos. Lo que pienso es que en el peor de los casos, se vio involucrada en algún tipo de accidente del que se culpaba y quería asegurarse de que no se volvería en mi contra. Como en una acusación legal. Quería asegurarse de que yo estaría preparada.
Se reclinó en la butaca, se manoseaba el pelo, jugaba a esconder su mirada tras una cinta de tela larga y gruesa, la dejó caer.
—Después de que te dijera todo aquello, ¿qué dijiste tú? —pregunté.
—Nada, se quedó dormida. Fue como si se hubiera quitado una gran carga de encima y ya pudiera descansar en paz. Fue la primera vez desde que estaba hospitalizada que parecía tranquila. Me senté allí un momento. Entró su enfermera, comprobó sus señales vitales y abrió el goteo de morfina, dijo que estaría fuera de juego otras seis horas, que podía irme y volver más tarde. Me quedé por allí un poco más y al final me fui a casa porque tenía que estudiar para un examen.
Una de las manos arañaba el brazo de la butaca.
—La llamada llegó a las tres de la mañana, nos había dejado mientras dormía.
—Lo siento mucho, Tanya.
—Me dijeron que no había sufrido. Me gustaría pensar que se fue en paz porque fue capaz de expresar todo aquello antes de morir. Necesito honrar su memoria y seguir con esto. Desde que murió, he estado reviviéndolo cada día de mi vida. «Algo terrible». «Lo maté. Cerca». A veces parece ridículo, como una de esas escenas cursis que se ven en las películas antiguas: «El asesino es…» y luego la persona da un paso atrás y cierra los ojos. Pero sé que mi madre no habría perdido el tiempo y la energía que tenía si no fuera importante. ¿Hablará con el detective Sturgis?
—Naturalmente.
—Puede que si le dice cómo era mi madre, no pensará que estoy pirada. Estoy tan contenta de haber venido a verle. Usted sabe que ella era mucho más que la mejor de las madres. Yo no salí de su vientre y cuando Lydia me abandonó, lo más fácil habría sido mandarme fuera, a alguna parte, y haber seguido con su vida. En lugar de eso, me dio una vida.
—Tú le diste sentido a su vida, también.
—Así lo espero.
—Estaba orgullosa de ti, era evidente, Tanya.
—Se equivocaba, doctor Delaware. Sin ella yo no sería nada.
Echó una mirada rápida al reloj.
—Todavía tenemos tiempo —le dije.
—Esto es todo lo que tenía que contarle —se levantó de nuevo. Sacó del bolsillo un sobre blanco americano que me había traído. Se leía P. L. Bigelow en el membrete de la solapa, una dirección en la avenida Canfield. En el interior había una hoja doblada perfectamente en tres pliegues. Escrita a máquina, centrada.
Otras cuatro direcciones, cada una acompañada con la letra manuscrita de Tanya.
Avenida Cherokee, Hollywood. Vivimos cuatro años, desde que tenía tres hasta los cuatro.
Avenida Hudson, Hancock Park. Dos años, de los siete a los nueve más o menos.
Calle Cuarta, distrito de Wilshire. Un año, de los nueve a los diez.
Bulevar Culver, Culver. Dos años, de los diez a los doce, compramos el dúplex.
Había construido la cronología según su edad. Jugaba a ser adulta, pero su mundo se centraba en ella misma, como en los adolescentes.
—Puede que lo que pasara, fuera lo que fuera, sea relativamente reciente —dije.
Simulaba haberla creído.
—¿En Canfield? No, aquí estaba todo muy tranquilo. Y yo ya era mayor cuando nos mudamos, me habría enterado si hubiese pasado algo en el vecindario. De todos modos, renuncio a cualquier confidencialidad, así que puede decirle todo lo que desee al detective Sturgis. Lo he dejado escrito aquí.
Sacó del bolso otro papel arrugado. Una nota manuscrita, redactada con un lenguaje rebuscado típico de la jerga legal de un amateur. Luego escribió un cheque, por la cantidad de una factura con descuento que le cobré a su madre diez años antes. Un veinte por ciento de lo que cobraría hoy en día.
—¿Está bien así?
—Por supuesto.
Se dirigió hacia la puerta.
—Gracias, doctor Delaware.
—¿Habló tu madre sobre algún caso de negligencia médica en el hospital?
—No. ¿Por qué?
—La unidad de Urgencias es de alto riesgo. ¿Y si un paciente que estuviera tratando hubiera muerto y ella se sintiera responsable?
—No es posible que hubiera causado la muerte de nadie, doctor Delaware. Ella sabía mucho más que algunos médicos.
—Los juicios no siempre dependen de la verdad —dije—. En un hospital, a veces los abogados van a por cualquier persona que tocara al paciente.
Se apoyó en la puerta.
—Negligencia. Dios mío, ¿por qué no pensé en eso? Puede que tenga algún juicio enorme pendiente y estuviera preocupada de que intentaran tocar el fondo de inversiones. Quería contarme más, pero no tuvo fuerzas. Usted es realmente brillante, doctor Delaware.
—Sólo es una sugerencia.
—Pero muy buena. Parquedad científica, ¿verdad? Buscar la respuesta más simple. No puedo creer que no se me ocurriera.
—Has tenido muchas cosas en la cabeza. Llamaré al doctor Silverman ahora mismo.
Contacté con la unidad de Urgencias. El doctor Silverman estaba en una operación.
—Me devolverá la llamada. Si tengo algo que contarte, prometo llamarte de inmediato.
—Muchísimas gracias doctor Delaware, pero si me permite, ¿podemos confiar en que el doctor Silverman nos informará? Puede que sus abogados le hayan dicho que no hable con nadie, bien, perdone, es una idiotez. Estoy siendo una paranoica.
—¿Sigues queriendo que hable con el detective Sturgis?
—Sólo si el doctor Silverman le dice que no hubo negligencia por parte de mi madre, pero algo me dice que ha dado en el clavo. Ella siempre me decía que usted era brillante.
Hace diez años, el tratamiento que siguió conmigo fue prácticamente nada. Le sonreí y la acompañé fuera.
Cuando llegamos a su camioneta, le dije:
—Cuando esto esté resuelto, ¿quieres que continuemos con un par de sesiones más?
—¿Para conseguir qué?
—Me gustaría saber algo más sobre cómo vives y a quién tienes para que te apoye.
—Mi vida no ha cambiado. El dúplex está completamente pagado y los inquilinos del piso de abajo son una familia muy amable, los Friedman. Su renta cubre los gastos y algunos extras. Están en Israel porque el doctor Friedman se ha tomado un año sabático, pero me adelantaron el alquiler de un año y tienen previsto volver. El seguro de mi madre y las inversiones cubrirán mis gastos hasta que acabe la universidad. Si acabara ingresando en alguna universidad privada, puede que tuviera que pedir un préstamo, pero los médicos se las arreglan, lo pagaré. Mis amigos de la escuela me apoyan, tenemos un grupo, todos nos preparamos para estudiar medicina, son muy majos y me entienden.
—Suena bien —le dije—, pero me sentiría mejor si estuvieras dispuesta a volver.
—Vendré, lo prometo, doctor Delaware. En cuanto acaben los exámenes. —Sonrió—. No se preocupe, no he recaído en ninguno de mis antiguos problemas. Le agradezco su atención. Mi madre siempre decía que para usted era algo más que puro trabajo. Me dijo que le observara, para aprender lo que significa cuidar de un paciente.
—¿Cuántos años tenías cuando te dijo aquello?
—Eso era por… justo antes de cuando vine a verle por segunda vez, nos acabábamos de mudar a Culver, así que… diez.
—A los diez años, ¿ya sabías que querías ser médico?
—Siempre he querido ser médico.
Mientras bajábamos las escaleras, me preguntó:
—¿Cree usted en el Más Allá?
—Es un concepto reconfortante.
—¿Quiere decir que no cree?
—Depende del día en que me preguntes.
Imágenes de mis padres pasaron rápidamente por mi mente. Mi padre, con la nariz roja, en el bar del Cielo. ¿Había procedimientos celestiales para un comportamiento impredecible? Puede que al final mi madre pueda ser feliz, acurrucada en una réplica celestial del Club de bridge.
—Bien —asintió—, ante todo sinceridad. Creo que al igual que yo. La mayoría del tiempo razono según una lógica científica, que me enseñen los datos. Pero al final, me encuentro creyendo en un mundo espiritual, porque siento que ella está conmigo. No es constante, sólo a veces, cuando estoy sola. Estoy haciendo algo y noto su presencia. Podría ser mi necesidad emocional, pero sólo parará el día que comience una terapia real.