B.

Quién era Ben Sidi Abú Al Fadaíl?

La pregunta me atormentaba y, conforme discurría en el misterio de su visita, las contradicciones y anacronismos acrecían, las dudas se multiplicaban y ahondaba mi perplejidad. En los meses anteriores al cerco había mantenido una correspondencia sobre su antepasado con los cronistas de la capital almohade. Los informes espigados por H. T. y Si M. K. acerca del santo —desaparecidos con el resto de mis documentos y escritos en el incendio de la Biblioteca— se distinguían por su escasez y parvedad. Los únicos versos que se conservan escritos de su mano reproducen los de su remoto maestro de Konya: Sé esclavo, y pisa la tierra como el caballo. No quieras alzarte a hombros del pueblo y ser como el cadáver que llevan al entierro. En unas analectas posteriores, probablemente apócrifas, el compilador anónimo elogia su crítica mordaz de los poderosos y destaca la insólita lección de humildad de defecar en público como muestra suprema de la igualdad de las criaturas y su sumisión al orden universal del Cosmos. Algunos adversarios de su doctrina le habrían denominado por esta razón «el Defecador» a fin de desacreditarle entre sus devotos, pero «él había aprendido a tragarse su orgullo y acendrar interiormente su perfección». Según los cronistas con quienes se carteaba, otros testimonios de sus coetáneos aluden a él de pasada, mencionan sus carismas y fama, pero sin referirse al contenido de su perdida obra mística.

El poemario traído por el difunto, era una transcripción modernizada de ésta o el fruto exclusivo de su imaginación? Las numerosas libertades tomadas con la cronología y las referencias no concordes con los datos y saberes de su época inclinaban el platillo de la balanza en favor de la segunda hipótesis. Los supuestos conocimientos latinos e hispánicos del autor no se ajustaban al perfil del morabo enterrado en la ermita de Riad Zeitún Al Yedid. Si la cadena iniciática podía rastrearse hasta los malamatíes, alumbrados y visionarios próximos al esoterismo de Ibn Arabi y Mawlana, las citas de Plauto y del autor de La Celestina resultaban a todas luces incongruentes y absurdas: la ruptura con el sustrato histórico de osmosis y trasvases en el que surgió la cultura europea se había consumado dos siglos antes por obra de los renacentistas y la extinción paulatina del Islam occidental.

En mi aproximación intuitiva a la obra perdida del santo había escrito poemas que coincidían verso por verso con los copiados en el poemario. Así se lo dije a mi viejo amigo y colega hispanista atrapado durante meses en el cepo de su apartamento a orillas del río, sin lograr convencerle del todo. Puesto que los originales habían parado en cenizas, no serían mis evocaciones producto de una reconstrucción mental ulterior? La imposibilidad de cotejarlos con los de Ben Sidi Abú Al Fadaíl autorizaba desde luego su escepticismo. Pero subsistía el hecho, para mí innegable, de que yo me sentía del dolor de su escritura, los interiorizaba como propios, asumía su paternidad. Podía recitarle de memoria, por ejemplo, el titulado «Tenebrario», que había compuesto en mi desvanecida querencia de la Biblioteca en un estado de fusión —confusión, me corrigió él— con mi doble espiritual;

Fugaz centelleo de imágenes en fondo abisal.

La gracia del verbo te atraviesa, ilumina, devuelve a tus sequedades.

Fulgores raudos, extintos apenas alumbrados, causa de abatimiento y perplejidad.

Opacidad, desarrimo, cortedad del don.

Recorres, sin ánimo, páginas yermas de tu diccionario.

Los que encabezaban el pliego correspondían asimismo puntualmente a lo que yo había escrito, guiado por una iluminación y el presentimiento: podía jurarle y rejurarle que no fabulaba ni era víctima de una alucinación! Con todo, él no daba su brazo a torcer y me quitó el cuadernillo de las manos.

Y éste? Lo compusiste también antes del asedio?

(Releí «Punto final» —que le había enseñado ya la mañana en la que descubrí el cadáver en la habitación del hotel— y, a redropelo, tuve que admitir que no.)

Escucha. Hay un Pseudo Sidi Abú Al Fadaíl como hubo un Pseudo Dionisio Areopagita! Tus manuscritos han sido manipulados!

Quién es entonces el árabe que los trajo y se puso en contacto conmigo? No me harás creer que el encuentro fue casual y no venía comisionado por alguien!

Alguien? Qué alguien? No están escritos nuestros destinos? Pregúntaselo a Dios o, si lo prefieres, al compilador del libro!

(El petróleo de la lámpara se consumió. Quedamos a oscuras. Mientras el dueño del tugurio reponía la carga alumbrándose con un mechero, mudamos prudentemente de conversación.)