INFORME DEL COMANDANTE (II)
A tenor de lo expuesto en el parte anterior confiado en mano al coronel L. M. para su entrega a nuestra embajada en Z., me personé de mañana con escolta e intérprete en el hotel H. I., en donde nos aguardaba ya el capitán Z. D. del Ministerio del Interior de la Presidencia. El conserje, la recepcionista y los empleados a quienes interrogué la víspera ratificaron ante el último sus declaraciones firmadas. Según ellas, nuestro compatriota se habría presentado anteayer al atardecer en el H. I. y habría hecho entrega de un pasaporte español cuyo número y señas, por un lamentable descuido, no fueron inscritos a su debido tiempo en el registro diario de entradas. Nadie le vio a la hora de la cena en el comedor instalado de forma provisional en el primer piso y, aparentemente, no salió del hotel ni recibió visitas. Permaneció recluido en la habitación 435 y allí le sorprendió el proyectil que, aproximadamente a las 8.30 de la mañana, acabó con su vida.
El único elemento nuevo de este insólito lance lo hallé en la plana final del cuaderno de poemas a cuyo contenido me referiré luego: unas iniciales, «J. G.», escritas a mano. Como expliqué al funcionario del Ministerio del Interior de la Presidencia, no contribuyen gran cosa a solucionar el rompecabezas. En nuestro país, le dije, abundan como las aves en el cielo y los peces en el mar: una lista de Juanes Pérez y Josés González podría componer por sí sola el censo de una población como La Coruña. Subimos de nuevo al cuarto piso, a visitar las ruinas de la habitación, aprovechando el brillante sol invernal que agraciaba a esta sufrida ciudad con su cordialidad esquiva. Revolvimos en vano los muebles, la cama, el colchón, los escombros, en busca de alguna pista. Lo que más me turbaba era la falta de toda huella de sangre. La colcha en la que fue envuelto no presentaba mancha alguna; pero cómo saber si era la misma con la que le cubrieron? Los empleados juraban que sí y la llegada del forense —el doctor F. K., que domina correctamente el inglés— aclaró en parte el misterio sin resolver no obstante el enigma. Nuestro compatriota falleció de un paro cardiaco consecutivo a la explosión. Su cuerpo sólo mostraba unos rasguños y el impacto del golpe ocasionado por su caída: probablemente fue proyectado contra la pared a unos tres o cuatro metros del lugar que ocupaba. El forense confirmó las declaraciones del personal: el cadáver era el de un hombre de una sesentena de años, de estatura media y cabello ralo. Vestía zamarra, grueso jersey de lana y camisa de color verde que él desabotonó para auscultarle y verificar si había sido alcanzado por la metralla. Informado de su desaparición posterior por la asesoría médica de la Presidencia, se trasladó, según dijo, esta misma mañana al depósito de cadáveres a fin de cerciorarse de que no figuraba con nombre supuesto entre los que aguardan turno para su entierro aleatorio y furtivo. El encargado del registro afirma que no hay entre los ingresados de la víspera ningún individuo sin identificar de las características por él descritas: únicamente un niño de ocho años, acribillado en la calle por el estallido de una granada y cuyo cuerpo fue reconocido a última hora por un pariente, pues sus padres y hermanos habían perecido con anterioridad en el asedio.
Lamento que las pesquisas no hayan ido más lejos ni logrado desenredar la madeja de este enmarañado episodio: un cadáver anónimo y al punto desvanecido. En la fase actual de la investigación todas las hipótesis son posibles. Los colegas del mando multinacional con quienes discutí el caso en el comedor apuntan a una eventual conexión del interfecto con la mafia local, especializada en diversas actividades delictivas como drogas, contrabando, tráfico de divisas, etcétera. Pero, sin desechar del todo tal conjetura, creo que la lectura de los manuscritos hallados en la maleta sugiere otros derroteros.
Un simple repaso de los poemas del enigmático «J. G.» revela con claridad que se trata de un invertido. Los versos, sobre cuyo posible valor estético no me pronuncio, reproducen una serie de imágenes y actos que, con el disfraz de un lenguaje sibilino y artero, constituyen una descarada apología del vicio. El amor nefando o contra natura es expuesto y, peor aún, enhestado de manera cruda y explícita. El título de «Zona Sotádica» debe leerse como un guiño de complicidad al célebre explorador y erotómano inglés sir Richard Burton, cuya vida y milagros divulgó en nuestra patria el autor de Coto vedado. Ni en los poemarios más atrevidos de nuestros bardos decadentes y lánguidos había leído algo tan degradante, vejatorio e indigno.
El problema que, pruebas en mano, se plantea ahora es por qué y cómo un sujeto de tal índole vino a una ciudad en la que la vida corre constante peligro. S. no es precisamente el lugar más apropiado para el turismo sexual y la busca de azarosas aventuras. Confieso que semejante dicotomía —en caso de que los versos sean obra del individuo muerto y desaparecido— me perturba en extremo. Hay demasiados elementos contradictorios e inexplicables en lo que, si no fuera un hecho tristemente real, calificaría de arcano o vulgar acertijo.
Espero a cumplir mi turno de servicio en el aeropuerto —los vuelos humanitarios suspendidos desde hace 48 horas se reanudarán, salvo imprevisto, mañana— para examinar los demás manuscritos del difunto. Tal vez encuentre en ellos algún dato que ayude a despejar la nebulosidad del asunto. Asimismo comprobaré in situ si algún ciudadano español de sus particularidades tomó en los últimos quince días un vuelo de las que irónicamente bautizamos Maybe Airlines. Insisto en que de momento se impone la máxima discreción y cautela. El prestigio de nuestra misión está en juego. Por este país desgarrado merodean numerosos samaritanos con credenciales de periodista que, so capa de humanitarismo y solidaridad con las víctimas, aprovechan cualquier fallo para denunciar nuestra acción, acusarnos de complicidad con los sitiadores y pintar el papel desempeñado en el terreno por la Fuerza Internacional de Interposición con los tintes más negros.
Aguardo confirmación telefónica de la buena recepción de la documentación sobre el caso en nuestra embajada en Z.