2.
Estaba dando los últimos toques a un cuento titulado «El Enemigo Mortal», inspirado en mi dura experiencia personal del cerco, cuando recibí la inesperada visita de mi colega y viejo compañero de emociones, descubrimientos y penas del centro de investigaciones de la Biblioteca, actualmente empleado, por su conocimiento de casi una veintena de lenguas, en la recepción del menesteroso e inválido H. I.
Nuestra amistad, fundada en afinidades e intereses compartidos, se remonta a más de tres décadas: los dos somos apasionados de lenguas e incluso trabalenguas. En los tiempos felices de la anteguerra polemizábamos en broma cambiando a cada rato de idioma: yo le hablaba, por ejemplo, en castellano y él me respondía en árabe; si yo le acometía en turco, su réplica me venía en farsí. La Biblioteca era nuestra querencia: allí discutíamos de lo divino y lo humano, pasábamos de la evocación del esoterismo de Ibn Arabi a la cadena iniciática de las cofradías otomanas, de la grandeza y decadencia del cuerpo de jenízaros y los cristianos renegados al servicio del sultán a las variantes del romancero ladino a lo largo de los siglos y la vida y milagros de los santos patronos y morabos de la medina de Marraquech. En nuestra condición de ficheros vivientes, nos reuníamos a la hora del cierre de la Biblioteca en una de las tabernas cercanas al río, acompañados a veces del músico D. K. de la Sociedad Humanitaria, Cultural y Educativa Judía y, con el estímulo puntual de una botella de vino, emulábamos en erudición y saber tocante al sincretismo religioso de los bektachís macedonios o los intercambios literarios y filosóficos entre el Magreb y Al Andalus en la época de los almorávides. A menudo, proseguíamos en la calle nuestras justas políglotas —nos gustaba viajar con las palabras de Arabia a España, rastreando, demos por caso, el periplo mediterráneo del término «kafir», «gavur», «gaurí», «guiri» en su acepción del infiel o cafre— y rematábamos las veladas, achispados y alegres, con una visita ritual al monasterio de Haxi Sinán, refugio de los cofrades kadirís durante la persecución religiosa por los seguidores del pensamiento oficial.
Mientras a mí me ha tentado siempre la literatura, su gran amor ha sido la historia: preparaba una gran obra sobre los santos desconocidos o semiolvidados de la capital almohade y mantenía una activa correspondencia sobre el tema con los cronistas de esta ciudad. Su suerte es infinitamente peor que la mía. Yo conservaba en casa mis manuscritos y fichas, pero el incendio de la Biblioteca por los pirómanos que nos asedian consumió la totalidad de sus documentos y archivos: una vida entera trocada súbitamente en humo.
Aislados uno de otro a causa de los bombardeos y la saña de los francotiradores, nos vemos después del desastre muy de tarde en tarde. Salir de casa a procurarse leña o comida es una aventura en la que se arriesga el pellejo: o corremos a los puntos de agua y distribución de alimentos o permanecemos enclaustrados. Por eso, su incursión en mi barrio me llenó de alegría y sorpresa. El asedio de la ciudad no favorece ese tipo de visitas: de la larga lista de males que padecemos tal vez sea la soledad el peor castigo.
Mi amigo surgió como un aparecido de la penumbra de la escalera. La emoción nos fundió en un abrazo. Se defendía del frío y la nieve con unas botas de caucho y un grueso anorak en el que su cuerpo, endeble y seco, flotaba como un espantapájaros. Los sitiadores nos obsequiaban con un diluvio de obuses y las explosiones se sucedían a cada instante. Cómo se había atrevido a venir a mi casa, a doscientos metros del enemigo, sino por una razón grave y apremiante?
El: necesitaba hablar inmediatamente contigo y pedirte ayuda! Hoy es, para mí, el día más feliz del cerco!
Yo: estás tocado?
El: sí, tocado por la gracia, la suerte o como quieras llamarlo. Lo que perdí en el incendio de la Biblioteca ha vuelto a mis manos!
(Sufría de un arrebato de locura? Decidí hablarle paternalmente.)
Yo: bueno, cuéntame. En este cuchitril que me sirve de despacho estaremos mejor.
El: es algo fantástico! Sabes quién se presentó ayer en el H. I.? Uno de los santos sobre los que escribía mi tesis de doctorado!
Yo: creía que el más joven de ellos había fallecido hace varios siglos!
Él: Ben Sidi Abú Al Fadaíl!
Yo: será un descendiente suyo!
El: descendiente o reencarnación, qué más da? Lo importante es que forma parte de la silsilá, de la cadena iniciática! No sabes que la baraca es allí hereditaria?
Yo: se aloja en el hotel?
El: se alojaba!
Yo: se fue ya?
El: acaba de morir esta mañana! Un tiro de mortero dio de lleno en su habitación!
Yo: no estarás soñando?
El: también yo reaccionaría como tú si me encajaras esa especie de cuento! Mira el cuaderno con sus poemas! Lo trajo en la maleta y por eso he venido a verte! Hay que ponerlos a buen recaudo!
Fui a la cocina a prepararle una taza de café. El me aguardaba impaciente, junto a la mesilla en la que se apilan mis manuscritos, y, cuando volví con la bandeja, abrió una pequeña carpeta que sostenía entre las manos.
El: lee conmigo esta página! Ahora verás si estoy loco o cuerdo!