INFORME DEL COMANDANTE (V)
He decidido enclaustrarme en mi dormitorio de la residencia de oficiales y jefes de la Fuerza Internacional de Interposición: los violentos intercambios de fuego artillero en las inmediaciones del estadio olímpico y la lluvia de obuses procedentes de las colinas del otro lado del río no me conciernen. Lo que acaece es demasiado grave como para que pueda perder un tiempo precioso en zarandajas de partes escritos, misiones de rutina y rondas de observación. Mi presencia insignificante no alteraría el curso de los acontecimientos ni aliviaría la suerte de esta exhausta y martirizada ciudad.
Con la excusa de un fuerte proceso gripal me he quedado en cama, con las cortinas de la ventana corridas, inmerso en el ámbito de una oscuridad impregnadora y fecunda. Necesito recapacitar, poner un poco de orden en mis emociones e ideas. La sombra de «J. G.», de su venida y ocultación, del misterio que las rodea, es cosa ligera comparada con la turbación consecutiva al repaso atento de sus manuscritos. La pintura de los paisajes de desolación creados por el asedio; las fantasías crueles, premonitorias de la sociedad que nos acecha —esa «Sinfonía del Nuevo Mundo», como la califica con ironía mordaz—; la exposición detallada de su propia muerte en el lugar en donde le pilló la explosión del mortero, bastarían por sí solas para aturdirme y privarme de sueño. Pero la puntilla me la dio su último cuento, «El enemigo mortal»: la referencia precisa del personaje que lo protagoniza a su tarea de «redactar versiones ficticias del cerco supuestamente escritas por un comandante anónimo de la Fuerza Internacional de Interposición»!
Cómo incluir en la documentación destinada al Estado Mayor del Ejército unas páginas que ponen en tela de juicio el conjunto de mis informes y me convierten por contera en un ente ficticio, un ser de papel? Simple personaje mencionado por el protagonista del relato de un supuesto autor desaparecido! La brutalidad del descubrimiento fue más allá de la incertidumbre: me desengendró.
En el vacío o desarrimo de estas horas muertas, sin rayo de luz que me atraviese, me aferró a las hojas del poemario titulado «Zona sotádica». Llevo horas enfrascado en ellas: su lectura me incendia y abrasa.
Todas las teofanías o imágenes censuradas a lo largo de mi vida familiar, educativa y castrense irrumpen en la tiniebla de la celda con el fulgor del apoderamiento: el verbo me conjuga.
Son visiones o toques concisos de una realidad superior? Demorará su luz después de la escritura?