El padre despertó a Joakim temprano el lunes 21 de diciembre.
Joakim se incorporó en la cama y abrió el calendario de adviento. Se veía la imagen de un pueblo junto a un brillante lago.
Joakim desdobló el trocito de papel y se puso a leer.
Evangeliel
Una mañana temprano, a finales del siglo II después de Cristo, una procesión entra a toda velocidad en la ciudad de Damasco. Pasa disparada por delante de los dos soldados que vigilan la puerta oeste y enfilan la calle recta que atraviesa la ciudad.
Los dos soldados se miran aturdidos y confusos.
—¿Qué ha sido eso?
—Sólo una ráfaga de viento del noroeste.
—No ha sido sólo viento y arena. También me ha parecido ver personas.
Los dos soldados recuerdan una vieja historia de hace unos años. Un grupo de soldados fue tirado al suelo por una procesión que avanzaba por la calle principal para luego desaparecer ruidosamente. En el grupo había personas y animales, y uno de los soldados incluso creyó haber visto ángeles.
En el momento en que Elisabet, Efiriel y los demás salían corriendo por la puerta este, dieron sin querer un empujón a un par de soldados romanos. Los soldados cayeron al suelo, volvieron a levantarse confusos, e intentaron ver a los que los habían tirado. Pero el grupo ya estaba a años y a millas del lugar.
Una tarde, a mediados del siglo II, llegaron al lago de Tiberíades en Galilea. Se detuvieron delante de un pueblo y contemplaron la brillante agua.
Montes bajos rodeaban el lago como una corona, y con el radiante sol de la tarde, Elisabet pensó que el lago parecía una fuente de porcelana con el borde de oro.
El pueblo estaba formado por sencillas casas con un cercado destinado a los animales domésticos en un extremo. Por entre las casas circulaban asnos sobrecargados, conducidos por hombres vestidos con túnicas y capas. Las mujeres, ligeramente vestidas, llevaban cántaros en la cabeza.
—Estamos en Cafarnaum, situada sobre el antiguo camino de caravanas entre Damasco y Egipto —explicó Efiriel—. Aquí nombró Jesús a sus primeros discípulos. Uno de ellos era el recaudador de impuestos Mateo, pues Cafarnaum era un importante puerto aduanero. Otros eran los hermanos Simón Pedro y Andrés, que eran pescadores. «Seguidme a mí», dijo, «y os haré pescadores de hombres».
—También los ayudó a capturar peces normales —se apresuró a añadir Imporiel.
Josué golpeó su cayado contra un montón de piedras rotas.
—¡A Belén, a Belén!
Caminaron a gran velocidad por la orilla del lago Tiberíades. Al cabo de unos instantes, Efiriel les ordenó que se detuvieran y les señaló un saliente en la montaña.
—Éste es el lugar en el que Jesucristo pronunció su famoso «Sermón de la Montaña». Aquí habló de las cosas más importantes que quería enseñar a los seres humanos.
—¿Qué cosas eran? —quiso saber Elisabet.
El ángel niño Imporiel extendió las alas, se elevó medio metro del suelo y dijo:
—Padre nuestro que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Al llegar a este punto fue interrumpido por Efiriel.
—Sí, les enseñó a rezar, pero por encima de todo quería enseñar a los seres humanos a ser buenos los unos con los otros. También quiso mostrar que nadie es perfecto ante Dios.
—Ahora bien, no basta con aprenderse de memoria tales máximas —explicó Melchor—. Es más importante intentar seguirlas. Lo más importante de todo es hacer algo por los necesitados, los enfermos, los pobres y los que están huyendo de sus hogares. Ése es el mensaje de la Navidad.
—¡A Belén! —exclamó de nuevo Josué—. ¡A Belén!
Apenas habían acelerado el paso cuando Efiriel se volvió hacia Elisabet y le contó que estaban corriendo por el lugar donde Jesús dio de comer a cinco mil personas con sólo unos panes y unos peces.
—¡ASÍ ES! —gritó Imporiel—. Jesús quería que la gente compartiera lo poco que tenía. Si así se hiciera, nadie pasaría hambre ni sería pobre, ni tampoco muy rico. Pero es mejor que nadie sea pobre o esté muerto de hambre, que el que unos pocos sean ricos.
Cuando llegaron a la ciudad de Tiberíades se alejaron del lago de Tiberíades y subieron por un accidentado paisaje. En lo alto de un frondoso valle de palmeras y árboles frutales había otro pueblo. Efiriel gritó que se detuvieran.
—El reloj de ángel indica que han pasado 107 años desde el nacimiento de Jesús. Esta ciudad se llama Nazaret. Aquí se crió Jesús como hijo del carpintero José. Fue aquí donde se apareció a María el ángel que le anunció que estaba encinta.
Apenas hubo terminado de hablar cuando algo cayó al suelo como a través de un agujero en el cielo. Un instante más tarde apareció ante ellos otro ángel. En la mano llevaba una trompeta. La sopló una vez y dijo:
—Soy el ángel Evangeliel y vengo a daros una buena nueva.
Imporiel se puso a dar vueltas alrededor de Elisabet y dijo:
—Es uno de los nuestros y nos acompañará el último trecho hasta Belén.
A Elisabet todo aquello le recordó la letra de una vieja canción de Navidad, y se puso a cantar:
—«Y los ángeles cantando están…»
Los tres Reyes Magos aplaudieron con tanto entusiasmo que ella se avergonzó. Para que no la mirasen todos, dijo:
—Ya veo que nos estamos acercando a Belén. ¡Cuánto ángel por todas partes!
Josué dio un suave empujón a una de las ovejas y dijo:
—¡A Belén, a Belén!
Ya sólo faltaban cien años para que llegaran a la ciudad de David.
El padre permanecía sentado mirando fijamente al infinito, mientras Joakim leía estas últimas líneas.
—Las piezas del puzzle empiezan a encajar —dijo.
La madre lo miró asombrada.
—¿Quieres decir que han llegado a Tierra Santa?
El padre negó con la cabeza.
—Quirino dijo algo ayer por la tarde cuando se estaban acercando a Damasco. «Cuánto me gusta estar de vuelta en casa», dijo. Seguramente lo diría porque como gobernador de Siria viviría en Damasco. Pero a mí me recuerda a la voz de Juan: «Cuánto me gusta estar de vuelta en casa».
—¿Quieres decir que fue Juan el que hizo el calendario mágico de Navidad y que procede realmente de Damasco? —preguntó la madre.
El padre asintió.
¿Y quién es Quirino en esta extraña historia? Él fue quien regaló a Elisabet un calendario de Navidad, aquel que tenía la foto de la joven rubia. De esa forma se ha metido a sí mismo en la historia contada por él, es decir, a sí mismo y a la joven a la que conoció en Roma. Y los ha introducido en la mitad del largo cuento, pues Quirino y el calendario mágico aparecen sólo en los capítulos 12 y 13. Además, Quirino siempre dice dixi cuando ha acabado de hablar. Eso significa «he dicho». Y vuelvo a escuchar la voz de Juan en mi cabeza. Ha dicho y lo que ha dicho está en el extraño calendario de Navidad. Pero hoy ha aparecido una información muy interesante.
—¿Cuál? —preguntaron Joakim y la madre al unísono.
—El viejo vendedor de flores describe un montón de lugares del largo viaje hacia Belén. Pero su descripción de hoy es más minuciosa. Habla de «la calle recta que atraviesa Damasco desde la puerta oeste a la este». Sólo alguien que conoce bien el lugar podría describirlo así.
Joakim estaba pensando en algo muy distinto. Volvió a mirar el fino trozo de papel que había estado leyendo, puso el dedo sobre una de las frases y dijo:
—El Rey Mago nos enseñó que era importante hacer algo por los que tienen que huir de sus hogares. ¿Qué creéis que quería decir con eso?
—Supongo que se refería a refugiados y a gente así —contestó el padre.
—¡Exactamente! —exclamó Joakim—. Eso pienso yo también.
—¿El qué? —preguntó la madre.
—Pienso que tiene algo que ver con la mujer de la foto. Ella también era una refugiada, y además su novia.
Antes de acostarse aquella noche, Joakim se quedó un rato jugando con letras, mientras pensaba en Juan, que había conocido a Elisabet en Roma, y en que Roma se convertía en la palabra amor cuando se leía al revés.
Al final escribió unas letras mágicas en su pequeño cuaderno:
E | L | I | S | A | B | E | T |
L | E | ||||||
I | R | O | M | A | B | ||
S | O | M | A | ||||
A | M | O | S | ||||
B | A | M | O | R | I | ||
E | L | ||||||
T | E | B | A | S | I | L | E |
El diagrama recordaba a una puerta. O tal vez a una puerta dentro de otra puerta. ¿Pero qué habría dentro de esa puerta?