Cuando Joakim se despertó el viernes 4 de diciembre, se aseguró de que todo estaba silencioso en la casa antes de abrir la ventanita.

La imagen mostraba a un hombre con una túnica de color azul claro que parecía un camisón. En la mano llevaba una especie de cayado. Pero Joakim no tuvo tiempo de estudiar a fondo la imagen, porque un trozo de papel cayó dentro de la cama. Lo desdobló y leyó:

Josué

Elisabet Hansen y el ángel Efiriel corrían tras la oveja y el cordero. Desde una colina, Efiriel señaló hacia un lago que había abajo.

—Ahí está el lago más grande de Escandinavia —dijo—. El reloj nos indica que han pasado 1891 años desde que nació Jesús, pero nosotros sólo acabamos de llegar a Suecia.

Del gran lago fluía un caudaloso río al que atravesaba un puente por el que cruzaron Elisabet y Efiriel.

—Éste es el río Göta —señaló Efiriel—. Vamos a seguir un viejo camino de carruajes a lo largo del río.

La oveja y el cordero no tardaron mucho en encontrar un pasto tan verde y suculento que los deslumbró.

—Ahora los tenemos a tiro si nos acercamos con cuidado —susurró Elisabet.

Pero en ese momento descubrieron a un hombre que venía hacia ellos. Llevaba una túnica azul y en la mano un cayado con la punta curvada. Dijo solemnemente:

—Paz a vosotros que camináis por el estrecho camino a lo largo del río Göta. Soy Josué, pastor de ovejas.

—Entonces eres uno de los nuestros —señaló Efiriel.

Elisabet no entendió las palabras del ángel, pero el pastor dijo:

—Os acompañaré a Tierra Santa, porque he de estar en el campo cuando los ángeles anuncien la buena nueva del nacimiento del Niño Jesús.

A Elisabet se le ocurrió entonces una idea estupenda.

—Si eres un pastor de verdad sabrás pastorear al cordero para que venga aquí.

El pastor hizo una profunda reverencia.

—Eso no es un problema para un pastor de verdad.

Con un par de pasos firmes se acercó a la oveja y al cordero, y al instante el cordero se arrodilló delante de Elisabet. Ella se agachó a acariciarle la suave piel.

—Debes de ser el animal de peluche más rápido del mundo —dijo—. ¡Pero por fin te he alcanzado!

El pastor golpeó su cayado contra el suelo y dijo:

—¡A Belén, a Belén!

El cordero y la oveja echaron a correr, y tras ellos el pastor, el ángel y Elisabet.

Atravesaron Suecia a toda prisa.

Joakim apenas tuvo tiempo de esconder la notita del calendario de Navidad en el cofrecillo secreto cuando entró su madre en la habitación.

—¿Y qué imagen trae hoy? —preguntó.

Joakim sabía que no necesitaba responder, porque su madre siempre quería mirar por su cuenta.

Ella juntó las manos y exclamó:

—¡Tienen que ser los pastores del campo!

Joakim levantó la vista y la miró.

—¿Por qué dices «del campo»?

Su madre le explicó que solía haber imágenes de pastores en los calendarios navideños de antes, porque fue a los pastores del campo a quienes acudieron los ángeles para anunciar la noticia del nacimiento del Niño Jesús.

—Ya han llegado a Göteborg —explicó Joakim.

Su madre le miró como si hubiera dicho algo raro.

—¿Quiénes han llegado a Göteborg?

—Elisabet Hansen, el ángel Efiriel y Josué, el pastor de ovejas. ¡Se dirigen a Belén, a Belén!

Su madre quedó boquiabierta.

—No dejes que ese calendario te confunda. Sólo son unas imágenes.

Joakim entendió que no debería seguir diciendo a sus padres todo lo que él iba sabiendo de Elisabet y de lo que le ocurría, pues de esa manera tampoco sería capaz de guardar el secreto de los papelitos, que pensaba regalarles para Navidad.

También entendió otra cosa: tendría que intentar hablar con Juan. Sólo él sabía de dónde procedía el calendario mágico. Y tal vez sabía algo más de Elisabet Hansen. ¿Pero cómo podría ponerse en contacto con él? Sus padres no le dejaban ir al centro solo y pasearse por la plaza.

Aquella tarde, cuando volvió del colegio, sonó el timbre justo cuando se había metido en casa. ¿Quién podría ser?

Salió a abrir y ¡allí estaba el librero de pelo blanco que le había regalado el viejo calendario!

—¡Ah, estás aquí! —dijo—. Exactamente como pensé.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Joakim. Tenía miedo de que el librero hubiera venido a recuperar el calendario mágico.

Por cierto, ¿cómo podía saber dónde vivían?

El hombre metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un carné de conducir.

—Tu padre dejó esto sobre el mostrador —explicó—. Miré en la guía telefónica y encontré vuestra dirección. Vivo muy cerca de aquí, ¿sabes? —y luego prosiguió—: ¿Qué tal te va con el calendario mágico?

Joakim le miró y dijo:

—Estupendamente. También trae unos misteriosos papelitos.

—¡No me digas! —dijo el librero con una ancha sonrisa. Acto seguido le entregó el carné de conducir del padre de Joakim—. Ahora me tengo que ir. Los libreros tenemos mucho trabajo estos días.

Pronto volvieron sus padres de trabajar y se sentaron a comer.

Joakim había decidido no decir nada del carné de conducir hasta que su padre no sacara el tema. Comenzó a hablar de otra cosa:

—¿Qué es un peregrinaje?

—Es el viaje de un peregrino, alguien que viaja a un lugar santo.

Joakim pensó que había llegado la hora de hablar del carné y preguntó a su padre:

—¿Has encontrado tu carné de conducir?

—No —contestó su padre, como enfadado.

—Pero yo sí —dijo Joakim.

Se levantó de la silla y fue a buscarlo a su cuarto.

Su padre estuvo a punto de atragantarse. Frunció el ceño y dijo:

—¿Dónde lo has encontrado, Joakim? ¿No lo habrías…?

Joakim le interrumpió antes de que le diera tiempo a decir algo de lo que luego se arrepintiera.

—Te lo olvidaste en la librería cuando compramos el calendario de Navidad.

Su padre puso una cara como si hubiera visto ángeles en pleno día. Y en cierto modo era así, sólo que el ángel había enviado a un librero de pelo blanco en lugar de acudir en persona.

—Vino antes de que vosotros volvierais —explicó Joakim—. Dijo que había mirado en la guía telefónica.

—¡Menudo librero! —dijo el padre, y se volvió hacia la madre—: un fuera de serie.

—Y tú, un despistado. Un fuera de serie también —dijo Joakim.