En el calendario mágico había una extraña historia sobre la niña Elisabet, que había echado a correr tras el cordero que iba camino de Belén cuando nació el Niño Jesús, hace casi dos mil años. Se tardaría 24 días en leer toda la historia, porque estaba dividida en 24 pequeños capítulos, uno por cada día del calendario. Cada día un nuevo peregrino se unía a la comitiva.
El 5 de diciembre caía en sábado, y los sábados los padres de Joakim solían dormir hasta bastante tarde. Joakim se despertó sobre las siete, como todos los días. Se incorporó en la cama y estudió la gran imagen que presidía el calendario.
Hasta ahora no había descubierto que uno de los pastores llevaba un cayado en la mano, exactamente igual al de Josué, el pastor.
¿Por qué no se había dado cuenta antes?
Cada vez que miraba el calendario mágico descubría algo nuevo. Pero ¿no podrían aparecer en él cosas que no había antes? Eso sería un juego de magia, ¿no?
¡Puede que fuera exactamente por eso por lo que el viejo calendario de Navidad era mágico! El dibujo grande no estaba del todo acabado, sino que se iba completando conforme se abrían las ventanitas y se leían los papelitos. Pero ¿era posible hacer un dibujo así?
¿Acaso el mundo entero es un dibujo mágico que se dibuja a sí mismo? Porque el mundo cambia constantemente. Nunca está terminado del todo.
Joakim abrió la ventanita número 5. Ese día la imagen mostraba una barca de remo. A bordo de la barca iban un pastor, un ángel, una niña y unas cuantas ovejas. Joakim los conocía a todos, pero lo que más le interesaba era el trozo de papel.
Lo desdobló y empezó a leer:
Tercera oveja
Elisabet, el cordero, el ángel, la oveja y el pastor corren por Suecia sobre caminos de gravilla o cubiertos de hierba, por dorados campos de cereales y espesos bosques, hasta que se encuentran con una pequeña ciudad junto al mar. En las afueras de esa ciudad hay un gran castillo.
—Estamos en Halland —dijo el ángel Efiriel—. La ciudad se llama Halmstad. El reloj nos señala que han transcurrido 1789 años desde el nacimiento de Jesucristo.
Josué, el pastor, les metió prisa y atravesaron un paisaje que conforme avanzaban hacia el sur era cada vez más llano. Entre prados y pastos, el paisaje iba revelando pequeños pueblos que sólo tenían una iglesia y unas cuantas casas.
Al atravesar a toda prisa un espeso bosque, Josué, el pastor, se detuvo delante de un abedul y se arrodilló porque había descubierto una oveja atrapada en una trampa.
—Esta trampa estaría destinada a una liebre o a un zorro —dijo, mientras soltaba la pata de la oveja atada a un cordel—. Ahora la oveja irá con nosotros a Belén.
El ángel Efiriel asintió y dijo:
—Sí, porque también ella es uno de los nuestros.
Y la oveja contestó:
—Beee, beee…
Y prosiguieron su camino: primero el cordero y las dos ovejas, luego el pastor, Elisabet Hansen y el ángel Efiriel al final.
En un breve descanso, Efiriel les explicó algo más acerca del viaje:
—Viajamos por dos caminos a la vez. Uno va hacia el sur en el mapa, a la ciudad de Belén en Judea. El otro camino atraviesa la historia hasta la ciudad de David en la época en que nació Jesús. Es una manera muy extraña de viajar, muchos dirían incluso que completamente imposible, pero nada es imposible para Dios. Han transcurrido muchos, muchísimos años, pero el camino hacia Belén es exactamente el mismo.
Las palabras del ángel asombraron a Elisabet, y las guardó en su corazón.
Pasaron por extensos campos cultivados y pequeños pueblos. Pronto vislumbraron el mar en la lejanía, y poco después se encontraron en una playa desierta.
—Estamos en Øresund —dijo Efiriel—. El reloj me indica que han transcurrido ya 1703 años desde el nacimiento de Jesucristo. Hemos de cruzar a Dinamarca antes de que finalice el siglo XVII.
—Aquí hay una barca de remo —señaló Josué.
Subieron todos a bordo: primero las ovejas, seguidas por Elisabet y Efiriel. Josué, el pastor, empujó la barca y subió a bordo de un salto en el último momento.
El ángel Efiriel remaba con tanto vigor que el mar echaba espuma a proa.
Josué estaba sentado en la parte de atrás. De repente señaló hacia delante y dijo:
—Veo Dinamarca.
«Veo Dinamarca.»
A Joakim también le pareció haber visto un poco de Dinamarca, pero sólo en su mente.
Pensaba que era extraño que Elisabet fuera capaz de viajar hacia atrás en el tiempo, y también que hubieran transcurrido dos mil años desde el nacimiento de Jesús. Pero las historias sobre Jesús habían viajado a través de esos dos mil años, de modo que también Joakim había oído hablar de él. En cierto modo, Elisabet viajaba en sentido contrario.
Cuando sus padres se levantaron, Joakim les enseñó la imagen del calendario y señaló la barca con Elisabet, Efiriel, Josué y las tres ovejas, pero había decidido no decirles nada sobre los trozos de papel. Los había escondido en el cofrecillo secreto.