El 8 de diciembre la madre de Joakim lo despertó.

—Levántate, Joakim. Son las siete y media.

Él se incorporó en la cama, y lo primero en lo que pensó fue en el calendario mágico que colgaba sobre su almohada.

—Pareces todavía medio dormido —dijo su madre—. ¿Me dejas abrir hoy a mí el calendario?

—No, quiero esperar hasta la tarde… entonces no tendré tanta prisa —contestó él.

Cuando volvió del colegio, había un desconocido junto a la verja del jardín. Como Joakim no lo conocía, fingió no haberlo visto. Abrió la verja y luego volvió a cerrarla tras él. Entonces el desconocido se le acercó.

—¿Tú eres Joakim? —preguntó.

Joakim se detuvo en el jardín sobre el caminito que su padre había limpiado de nieve, y se volvió hacia el hombre. Era bastante mayor y parecía buena persona. Pero a Joakim no le gustó que alguien a quien no conocía supiera su nombre.

—Sí —contestó— soy yo.

El hombre asintió con la cabeza y se acercó a la verja para apoyarse en ella.

—Eso me parecía.

Hablaba con una voz un poco extraña. Tal vez no era del todo noruego.

—Te han regalado un bonito calendario de Navidad, ¿no es así?

Joakim se sobresaltó. ¿Cómo podía saberlo?

—Un calendario mágico —puntualizó Joakim.

—Eso es. Un calendario mágico de Navidad. Precio: 75 øre… Yo me llamo Juan. Soy el que vende flores en el mercado.

Joakim se quedó mudo. En su calendario había leído sobre personas que de repente veían a un ángel. Ahora tenía la impresión de que le estaba pasando a él.

—¿Sabías que en el calendario de Navidad hay unos misteriosos papelitos? —preguntó por fin Joakim.

—Nadie puede saberlo mejor que yo —contestó el viejo con una sonrisa llena de secretos.

—¿Está hecho a mano?

—Sí, completamente… y es muy antiguo. Pero, claro, también cuenta una historia muy antigua.

—¿Eres tú el que ha hecho el calendario? —siguió preguntando Joakim.

—Sí y no…

Joakim tenía miedo de que el viejo se marchara, así que se apresuró a hacerle otra pregunta:

—¿Todo eso sucedió de verdad o te lo has inventado?

Juan se puso serio.

—Está muy bien que preguntes, pero no siempre resulta fácil contestar.

Joakim dijo:

—Me pregunto si la Elisabet del calendario mágico es la misma Elisabet de la foto de la librería.

—Así que el librero también te habló de esa vieja foto —dijo el anciano con un profundo suspiro—. Bueno, supongo que ya no tengo nada que esconder, estoy demasiado mayor para eso. Pero todavía no estamos en Navidad, de modo que será mejor que hablemos de Elisabet más adelante.

Juan retrocedió un paso y murmuró por lo bajo:

—Sabet… Tebas…

Joakim no entendió qué quería decir con eso, aunque puede que no fuera un comentario dirigido a él.

—Tengo que irme —dijo el viejo Juan—, pero volveremos a vernos porque esa antigua historia une a los seres humanos.

Acto seguido se alejó a toda prisa y desapareció.

Joakim entró corriendo en casa para abrir la ventanita con el número 8. Se encontró con una imagen de un pastor que llevaba un cordero al hombro. Joakim recogió el papelito, lo desdobló y leyó:

Jacobo

Uno de los últimos días del año 1499 después de Cristo, cuatro ovejas, un pastor, un Rey Mago, un ángel y una niña noruega bajan de una barca que los ha dejado al otro lado del Pequeño Belt, en la península de Jutlandia.

Se pusieron en marcha y pronto llegaron a una ciudad al fondo de un fiordo. En las afueras había un castillo en el que se habían alojado muchos reyes daneses en el transcurso de los años. El reloj marca ya 1488 después del nacimiento de Jesús.

Josué golpeó el suelo con su cayado y dijo:

—¡A Belén, a Belén!

Llegaron a una pequeña colina desde la que había una bonita vista. Por todas partes crecían hermosas flores, de manera que lo más seguro era que estuviesen a principios de verano.

Elisabet señaló el suelo mientras corría y dijo:

—¡Mirad qué maravillosas flores silvestres!

El ángel asintió con cara de misterio:

—Forman parte de las maravillas celestiales extraviadas y caídas a la Tierra —explicó— pues en el cielo hay tantas maravillas que se propagan con gran facilidad.

Elisabet guardó las palabras del ángel y las meditó en su corazón.

De repente el pastor se detuvo, y señalando el pequeño rebaño de ovejas, exclamó:

—¡Falta un cordero!

No tuvo necesidad de decir nada más, porque todos se dieron cuenta enseguida de que aparentemente la tierra se había tragado al corderito del cascabel.

—¿Dónde está? —preguntó Elisabet, notando cómo se le llenaban los ojos de lágrimas. Pero en ese preciso instante apareció un hombre sobre la colina. Iba vestido igual que Josué y sobre los hombros llevaba al corderito del cascabel.

—Es uno de los nuestros —señaló Efiriel.

El hombre dejó el cordero a los pies de Elisabet, tendió la mano a Josué y dijo:

—Soy Jacobo, el segundo pastor en el campo. Ahora yo también podré cuidar del rebaño que se dirige a Belén a saludar al nuevo rey que nacerá en la ciudad de David.

Elisabet le aplaudió. Josué golpeó el suelo con su cayado y dijo:

—¡A Belén, a Belén!

Detrás del pequeño rebaño corrían los dos pastores, el Rey Mago Baltasar, el ángel Efiriel y Elisabet.

Joakim se quedó pensando. El ángel Efiriel había dicho que las flores del campo formaban parte de las maravillas celestiales que se habían perdido y caído a la Tierra, porque en el cielo hay tantas que se propagan con gran facilidad. Sólo un vendedor de flores podría expresarlo así.