El 17 de diciembre Joakim se despertó el primero. Incluso le dio tiempo a abrir el calendario mágico antes de que sus padres se levantaran. Se encontró con una imagen de la procesión de peregrinos al completo bajando por una empinada ladera.
En cuanto hubo desdoblado el trocito de papel entraron sus padres. Le tocaba leer al padre.
Serafiel
Nos encontramos a finales del siglo V. Por la sierra macedónica llega disparada una larga procesión de peregrinos.
Abajo, en la orilla del río Axios, un ganadero ovino eleva sus ojos hacia las montañas. Primero ve siete ovejas bajando la ladera dando tumbos. Alrededor de ellas revolotea un pájaro blanco, detrás van cuatro hombres, uno de los cuales lleva un cayado en la mano y les sigue todavía más gente.
Esa fantástica visión no dura más que uno o dos segundos y luego desaparece. El campesino griego se restriega los ojos y se acuerda de que su padre una vez, hace muchos años, le había hablado de una visión parecida más abajo, en el valle del Axios.
Mucho tiempo después de que desapareciera la visión de los peregrinos, el campesino comprende de repente que el pájaro blanco en realidad no era un pájaro blanco, sino un ángel del Señor.
Los peregrinos siguieron el río hasta su desembocadura en el golfo Termaico, en el mar Egeo. Elisabet no había visto nunca un agua tan azul.
Efiriel señaló el pico de una montaña en la lejanía, a la derecha de ese golfo que avistaban debajo de ellos.
—Allí está el monte Olimpo. En la Antigüedad los griegos creían que los dioses vivían en él. Se llamaban Zeus y Apolo, Atenea y Afrodita. Pero ahora el reloj de ángel nos indica que han pasado 569 años desde el nacimiento de Jesús. Ya nadie cree en los dioses griegos.
—¿Creen en Jesús? —preguntó Elisabet.
El ángel asintió con la cabeza.
—Pero hace sólo unos años que la iglesia cerró la antigua escuela de filosofía de Atenas. Fue fundada hace casi mil años por un famoso filósofo llamado Platón.
—¿Y por qué cerraron esa escuela tan vieja?
Efiriel dijo algo que Elisabet guardó en su corazón:
—Se han hecho muchas cosas en el nombre de Dios que el cielo no aprueba. Jesús quería hablar con todo el mundo. Nunca mandó callar a nadie. Unos años más tarde, el apóstol Pablo llegó a Atenas. Fue el primer gran misionero del cristianismo, y cuando llegó a Atenas quería hablar con los filósofos griegos. Les rogó que escucharan las palabras del Señor, pero también quería saber lo que opinaban ellos.
No pudo decir nada más porque Josué golpeó su cayado contra el suelo y dijo:
—¡A Belén, a Belén!
Al cabo de un rato llegaron a una gran ciudad al fondo de la bahía. Efiriel dijo que el año era 551, que la ciudad se llamaba Tesalónica y que los romanos la habían convertido en la capital de Macedonia.
—Sólo cincuenta años después del nacimiento de Jesús, el apóstol Pablo fundó aquí una comunidad cristiana. San Pablo escribió dos cartas a los cristianos de esta ciudad. Todavía hoy podemos leerlas, pues están en la Biblia.
Elisabet meditó sobre las palabras del ángel. Jamás se le había ocurrido que las cartas pudieran guardarse durante tanto tiempo.
Siguieron camino hacia el este y llegaron a otra ciudad.
—Nos encontramos en Filipos —explicó el ángel Efiriel—. Aquí san Pablo pronunció su primer discurso en tierra europea, y aquí fundó la primera comunidad cristiana en Europa. En la Biblia hay una carta que escribió a los filipenses mientras estaba en prisión a causa de su fe.
Efiriel señaló con la mano una iglesia octogonal. De repente se abrió una de las puertas. Imporiel ya había empezado a decir «no temas» cuando salió de la iglesia otro ángel. Fue hacia Elisabet y dijo:
—Te saludo, hija mía. Soy Serafiel, e iré con vosotros a Belén para volar sobre las nubes del cielo y dar la bienvenida al mundo al Niño Jesús.
Josué golpeó su cayado contra el muro de la iglesia:
—¡A Belén, a Belén!
Se pusieron en marcha de nuevo por el antiguo camino que unía el mar Jónico con Constantinopla, llamado Vía Egnacia, como les explicó Efiriel. Mientras avanzaban, el ángel Efiriel añadió:
—Estamos en el año 511 y llegaremos a Constantinopla antes del año 500.
Cuando Joakim volvió del colegio ese día, sonó el teléfono. Lo cogió y contestó:
—¿Diga?
—Soy Juan —contestó una voz.
—¿Dónde has estado? —preguntó Joakim.
—En los páramos —respondió Juan—. Ya nos veremos más adelante. Ahora te llamo para saber qué tal te va con el viejo calendario de Navidad.
—Muy bien —respondió Joakim—. Es casi como si todos los días fuera mi cumpleaños.
—Me alegro. ¿Por dónde van ya los peregrinos?
—Creo que por una ciudad llamada Filipos —contestó Joakim—. Mis padres tienen un montón de preguntas que hacerte. ¿Quieres venir a tomar café?
Juan se echó a reír.
—Aún no estamos en Navidad.
—De todas formas podrás tomar café y pastas. Ya hemos hecho de varias clases.
A Joakim le entró miedo de que Juan dejara de hablar y se apresuró a decir:
—¿Estás seguro de que la mujer de la foto se llamaba Elisabet?
—Estoy casi seguro… si no, se llamaría Tebasile.
De nuevo Joakim pensó en el extraño calendario de Navidad que Quirino había regalado a Elisabet, y en lo que Juan había dicho cuando se vieron delante de la verja.
—Tal vez se llame las dos cosas —dijo—. Tal vez se llame Elisabet Tebasile.
Juan tardó bastante en contestar. Por fin dijo:
—Tal vez. ¡Sí, tal vez sea eso!
—¿Era noruega?
—Sí y no, ¿sabes? Era de Palestina, de un pueblo cercano a Belén. Decía que era una refugiada palestina, pero al parecer nació en Noruega. Todo esto es muy extraño.
—¿Y luego corrió hacia Belén con Efiriel y el cordero?
—¡Cuánto preguntas! —exclamó Juan—. Tengo que colgar. Hemos de aprender a esperar, Joakim. Por cierto, ¿sabías que «adviento» significa «algo que va a venir»?
Y dicho esto, Juan colgó.
Joakim estuvo dando vueltas por la casa hasta que volvieron sus padres. Tuvo que repetirles la conversación telefónica con Juan una y otra vez, porque su padre quería asegurarse de que el chico no había olvidado nada importante.
—Elisabet Tebasile —murmuró—. Nadie puede llamarse así.
Pero eso no era todo. Joakim sabía que un refugiado era alguien que había tenido que huir de su país por una guerra o por correr un grave peligro. Pero no sabía que nadie hubiera tenido que huir de Belén.
Su padre le explicó que mucha gente de los pueblos de alrededor de Belén había tenido que huir de su tierra a causa de la guerra. Algunos perdieron todo lo que tenían y tuvieron tantos problemas que se vieron obligados a vivir en campos de refugiados.
—Debería haberles ayudado un buen samaritano —dijo Joakim—, porque Jesús quería enseñar a los seres humanos a ayudarse los unos a los otros cuando lo necesitaran. Y luego podría llegar la paz, pues la paz es el mensaje de Navidad.