Al despertarse a la mañana siguiente, abrió la séptima ventanita y vio la imagen de una oveja pastando delante de una alta muralla. Cogió un pequeño papel doblado muchas veces, y leyó lo que estaba escrito en él:

Cuarta oveja

El ángel Efiriel y el Rey Mago Baltasar habían llevado remando a Elisabet Hansen, a Josué, el pastor, y a las tres ovejas hasta la otra orilla de Gran Belt.

—Desembarquemos —dijo Efiriel—. Esta isla se llama Fyn y ahora hace exactamente 1599 años que nació el Niño Jesús en Belén.

Desde el mar se apresuraron hacia un gran castillo situado sobre una colina entre murallas y fosos.

—Nos encontramos frente al castillo de Nyborg, el más antiguo de toda Escandinavia.

Elisabet señaló hacia una de las explanadas:

—Allí hay una oveja.

El ángel asintió:

—Entonces es una de los nuestros.

Y subieron todos a la explanada: primero las tres ovejas, luego Josué, el pastor, el Rey Mago Baltasar, y por fin Elisabet y el ángel Efiriel.

De repente surgió un soldado entre las edificaciones del castillo. Levantó una espada y gritó:

—¡Ladrones de ovejas!

Pero al divisar al ángel Efiriel, el soldado se tiró al suelo.

—¡No temas! —dijo el ángel con voz dulce—. Te anuncio una gran alegría. Esta oveja vendrá con nosotros hasta la Tierra Santa, donde va a nacer el Niño Jesús.

—¡Sed misericordiosos y lleváosla! —gritó el soldado.

La oveja en cuestión ya se había unido a las demás, como si perteneciera al pequeño rebaño. Josué dio unos golpes con el cayado en el terraplén y dijo:

—¡A Belén, a Belén!

Y continuaron viaje por la verde isla. Las cuatro ovejas delante, seguidas por Josué, Baltasar, Efiriel y Elisabet. Pronto llegaron a una pequeña ciudad junto a un pequeño estrecho.

—Este estrecho se llama Pequeño Belt y estamos en el año 1504 después de Cristo.

Antes de que Elisabet tuviera ocasión de preguntar cómo atravesarían el estrecho, Josué se dirigió hacia una barca amarrada junto a un pequeño muelle. En la barca había un joven pescando con un sedal. Al descubrir al ángel Efiriel, el sedal se le cayó al agua y el joven se tiró al suelo de la barca.

—No temas —dijo Efiriel—. Somos peregrinos camino de Tierra Santa, donde nació Jesús. ¿Podrías llevarnos a la otra orilla de Pequeño Belt?

—Amén —respondió el remero—. Amén, amén…

El ángel sabía que esa palabra significa «sí». Las cuatro ovejas y el resto de los peregrinos subieron a la barca.

Al llegar a la otra orilla, las ovejas se dispusieron a saltar a tierra y los demás dieron las gracias al remero y se despidieron de él. Él se limitó a repetir una y otra vez:

—Amén, amén…

Joakim acababa de leer lo que estaba escrito en el papelito cuando su madre entró en la habitación. Lo arrugó rápidamente, pero ella se dio cuenta de que tenía algo en la mano.

—¿Qué tienes en la mano?

—Nada —contestó Joakim—. Sólo aire.

—Anda, déjame verlo.

Pero Joakim respondió:

—Es un regalo de Navidad.

Las palabras «regalo de Navidad» parecieron mágicas. Al menos hicieron sonreír a su madre:

—Entonces no miraré —dijo—. Pero tiene que ser un regalo minúsculo.

—Es infinitamente más grande que la nada —objetó Joakim.

A Joakim le parecía extraño que todo lo que tuviera que ver con la Navidad fuera tan especial. Era una de las cosas más misteriosas del mundo.

Pero ella se equivocaba en una cosa: lo que Joakim llevaba en la mano no era en absoluto un pequeño regalo de Navidad.