Joakim se despertó muy temprano la mañana del 3 de diciembre. Se incorporó en la cama y miró el calendario mágico. En la parte superior se veían unos ángeles bajando entre las nubes desde el cielo. Uno de ellos tocaba una trompeta, seguramente para despertar a las ovejas y a los pastores.

Joakim pensó que el ángel de la derecha de la imagen tenía que ser Efiriel, pues era tal y como se lo había imaginado al leer lo que ponía en el papelito. Y ahora el ángel le sonreía y levantaba un brazo como si quisiera saludarlo.

Joakim se incorporó del todo en la cama y al abrir la ventanita del número 3 se topó con la minúscula imagen de un coche antiguo. Era uno de esos coches que había visto alguna vez cuando había ido al Museo de la Tecnología con su abuelo.

No entendía qué tenía que ver un coche antiguo con la Navidad, pero cogió de la almohada el fino papelito que había caído del calendario, se acomodó bajo el edredón y leyó lo que ponía:

Segunda oveja

Elisabet y el ángel Efiriel seguían corriendo tras el cordero que se había fugado de todas las cajas registradoras y todo ese lío de compras navideñas en los grandes almacenes. Enseguida salieron del bosque y estaban corriendo por una estrecha carretera. A lo lejos se veía una gruesa columna de humo que salía de las altas chimeneas de una fábrica.

—Allí hay una ciudad —dijo Elisabet.

—Es la ciudad de Halden —explicó el ángel— lo que quiere decir que no estamos lejos de Suecia, y eso está bien porque el camino a Belén pasa por Suecia.

Al decir esto, oyó un ruido detrás de ellos. Elisabet se volvió y vio que se acercaba un coche antiguo. El conductor llevaba sombrero y abrigo, tenía un bigote muy grande, y se parecía un poco a la foto de su bisabuelo que había en la repisa de la chimenea de su casa. Cuando el coche los adelantó, el hombre tocó el claxon y saludó quitándose el sombrero.

—¡Ese coche debe de ser muy antiguo! —exclamó Elisabet.

El ángel Efiriel tuvo que taparse la cara con la mano para ocultar la risa.

—Más bien creo que era un coche nuevo y flamante —dijo.

—Yo siempre había creído que los ángeles eran más inteligentes que las personas, pero al parecer no tenéis ni idea de coches —suspiró Elisabet.

Efiriel señaló hacia un gran montón de troncos de madera.

—Siéntate allí —dijo—. Te has ganado un pequeño descanso y además tengo que decirte algo importante sobre nuestro viaje a Belén.

Elisabet se sentó y miró al ángel.

—¿Tú no te cansas? —preguntó.

El ángel negó con la cabeza.

—No, los ángeles no nos cansamos, porque no somos de carne y hueso.

Luego preguntó:

—¿Adónde vamos exactamente, mi querida Elisabet?

—A Belén —contestó ella.

—¿Y qué vamos a hacer allí?

—Por lo menos acariciaremos al corderito.

—Así es —dijo el ángel—. Y también daremos la bienvenida al mundo al Niño Jesús. A él lo llamaron «el cordero de Dios» porque era tan bueno e inocente como suave es la piel de un corderito. Pero no basta con ir a Belén, también tenemos que viajar dos mil años atrás en el tiempo, hasta el momento en que nació.

Elisabet se tapó la boca de puro asombro.

—Pero ¿es posible viajar hacia atrás en el tiempo?

—No, no del todo —contestó Efiriel—. Pero nada es imposible para Dios y yo estoy aquí como mensajero suyo, así que casi nada es imposible para mí tampoco. Ya hemos hecho una pequeña parte del viaje. Eso que ves allí abajo es la ciudad de Halden a principios del siglo XX después del nacimiento de Jesucristo. ¿Lo entiendes?

—Creo que sí. Y entonces… ¿ese coche antiguo no era tan antiguo?

—Eso es. Seguramente era completamente nuevo. Supongo que te habrás fijado en lo orgulloso que parecía el hombre al tocar el claxon. En aquellos tiempos no había mucha gente que tuviera coche.

Elisabet Hansen seguía mirando asombrada al ángel vestido de blanco, y Efiriel prosiguió:

—Se tardaría muchísimo en ir corriendo en línea recta hasta Belén. Nosotros corremos cuesta abajo y en diagonal a través de la historia. Es como correr con el viento a favor o bajar apresuradamente por una escalera mecánica en marcha.

Elisabet asintió, aunque no estaba muy segura de entender todo lo que decía el ángel, pero sí le parecía que debía de ser muy sensato.

—¿Cómo puedes saber que estamos a principios del siglo XX?

El ángel levantó un brazo y señaló el reloj de oro que llevaba en la muñeca, decorado con una fila de relucientes perlas. En la esfera ponía 1916.

—Es un reloj de ángel —explicó—. No funciona con la misma precisión que los demás relojes, porque en el cielo no nos preocupamos tanto por las horas y los minutos.

—¿Por qué no?

—Porque allí tenemos toda la eternidad por delante —contestó el ángel—. Y además, no tenemos que llegar a tiempo de coger el autobús para ir a trabajar.

Elisabet comprendió entonces por qué el reloj de la iglesia sólo había dado tres campanadas a pesar de que fueran las seis o las siete cuando ella salió corriendo de la tienda. También entendió por qué había desaparecido la nieve y por qué de repente era verano. Había corrido hacia atrás en el tiempo…

—En el momento en que te pusiste a perseguir al corderito empezaste a correr cuesta abajo por el camino en diagonal —prosiguió el ángel Efiriel—. Es cuando empezó el gran viaje por el tiempo y el espacio.

Elisabet señaló la carretera.

—Allí está nuestro cordero —dijo—. Pero, mira, también hay una oveja grande…

El ángel asintió con la cabeza:

—En verdad te digo que también la oveja se dirige a Belén.

—Corderito, corderito —lo llamó Elisabet, pero ni el corderito ni la oveja se dejaron convencer para parar. ¡Iban a Belén, a Belén!

Dejaron atrás las afueras de Halden, y pronto llegaron a un puesto fronterizo donde ponía «Frontera nacional. SUECIA».

Elisabet se detuvo en seco.

—¿Crees que nos dejarán entrar en Suecia?

—No se atreverán a detener a unos peregrinos —contestó el ángel.

—¿Me dejas ver tu reloj de ángel otra vez? —rogó Elisabet.

Efiriel le tendió el brazo. La esfera del reloj marcaba 1905.

Y todo el grupo pasó volando por delante de dos guardias fronterizos: primero la oveja y el cordero, luego Elisabet Hansen y el ángel Efiriel.

—¡Deténganse! —gritaron los guardias—. ¡En nombre de la ley!

Pero el grupo ya estaba en Suecia, y también se había acercado unos años más al nacimiento de Jesús.

Joakim se incorporó en la cama. ¡Ahora entendía por qué había un coche antiguo en el calendario! Y también por qué de repente era verano.

Era lo suficientemente mayor como para saber que no era posible correr hacia atrás en el tiempo, pero que al menos puede hacerse en la mente.

En el colegio había oído que mil años de la humanidad pueden ser un solo día para Dios, y el ángel Efiriel había dicho que nada era imposible para Él.

Entonces, y a pesar de todo, ¿era posible que Elisabet y el ángel hubieran corrido hacia atrás en el tiempo?