El Despacho Oval
—El Articulo Dos de la Constitución de los Estados Unidos, sección cuatro, indica que “El Presidente, el Vicepresidente, y cualquier servidor público será destituido y condenado por traición, soborno u otros crímenes e infracciones”. El informe que se enviará al Congreso hará que esos delitos parezcan un escupitajo en el parque comparados con los suyos, y lo elevará al Comité Judicial.
Blanchard escuchaba a Owen, su némesis en la Casa Blanca, sin inmutarse, conteniendo el gesto de desprecio que pulsaba en sus labios. El shock inicial de saberse al descubierto, se había deslizado hacia una especie de iracunda indignación por la falta de inteligencia de Christensen al incluir a su ahijada entre los Afganis. Al menos, el muy idiota se había llevado su merecido y a manos de la propia Deanna. Toda una ridícula tragicomedia que la habría hecho reír de no estar en juego su ajuste de cuentas con aquel mundo abyecto y abominable que había asesinado y denigrado a Andrew.
La cháchara de Owen y lo que implicaba le importaba entre poco y nada. La destitución, el juicio, la condena, el execrable puesto que ocupara en la Historia, eran un precio ínfimo si podía dar rienda suelta al odio y el ansia de venganza que la carcomían desde hacía años. Eso era lo único que contaba ahora. Y ya no estaban a tiempo de pararla, ¿verdad?
—Los indicios son abrumadores, señora —intervino el director del FBI—. Y Marquette, Abdulaziz y Rashid sólo los confirmarán. Conozco a esa clase de hombres. Hablarán por los codos con la esperanza de mejorar su situación procesal. Con Christensen muerto, le culparán a él de todo y dirán que eran meros espectadores de una conspiración orquestada entre él y usted. Evite el desastre que está a punto de consumarse, y al país el trauma de ver a su nueva presidenta acusada de asesinar a su predecesor y de crímenes contra la humanidad… Sabemos cómo llegó a esto, que está llevando a cabo una represalia personal que nada tiene que ver con los intereses de la nación, que la muerte de su hijo la trastornó hasta el punto de…
—¿Lo saben? —cortó Blanchard, dejando escapar una leve sonrisa—. Creen que estoy loca, ¿es eso? ¿Lo piensa usted también, Ransom?
El hombre parecía haber encogido aún más dentro de su traje ante la pesadilla que se desplegaba ante él. Como fiscal general era el jefe del Departamento de Justicia, el principal funcionario para los temas relativos a la aplicación del Derecho y el abogado del gobierno de Estados Unidos. De tener una granada en la mano, Ransom dudaría entre arrojarla o acercarla a su pecho.
—Señora presidenta, creo que lo mejor sería que anulara el ataque y renunciara después —dijo con voz un poco más alta que un susurro.
—¿Lo mejor? —exclamó Blanchard, fingiendo extrañeza—. ¿En qué ayudaría al país renunciar a la victoria final sobre el terrorismo? Lo que está en marcha trasciende con mucho una “represalia personal”, como ustedes la llaman.
Owen, el más político de los tres, respondió enérgicamente.
—Si esos bombarderos arrasan ciudades musulmanas como desagravio a un ataque “manufacturado” por nosotros mismos, no sólo el Islam, sino el mundo entero, nos dará la espalda y tratará como a apestados, dejándonos solos ante la guerra contra el terrorismo que, lejos de finalizar, se recrudecerá. Y, en cierto modo, habremos legitimado a los terroristas proporcionándoles la Causa Justa de la que ahora carecen.
Blanchard alzó la barbilla en un gesto sereno destinado a mostrar que los golpes argumentales no le hacían el menor efecto. La sensación de debilidad e inseguridad se estaba evaporando, elevándola de nuevo sobre la férrea certeza que la alimentaba como una dinamo.
—Por tanto, como grandes patriotas que son, no revelarán nada de esto al sufrido pueblo —dijo con una tranquilidad casi antinatural—. La verdad es tan terrible que se convertiría en insoportable. Esta es mi oferta, caballeros: No renunciaré ni haré regresar a los bombarderos. Tampoco habrá proceso de destitución. Terminaré el primer mandato de Kincaid y no me presentaré a las próximas elecciones. Nadie oirá hablar de los Afganis, de su trama, ni verá en el banquillo a su breve ex presidenta mientras el mundo se desintegra a su alrededor. El escenario descrito por el señor Owen nos debilitaría tanto que, estoy segura, no permitirán que se produzca.
“Por el contrario, cuando el ataque tenga lugar según las actuales premisas, estaremos más cerca de la victoria contra el terrorismo global y contaremos con el decidido apoyo de nuestros aliados, que también han perdido tropas en Bagram. Si sopesan los pros y los contras fríamente, concluirán que es la opción más conveniente. De hecho, la única salida, a menos que, en aras a una verdad que nadie quiere escuchar, deseen hundir al país en un lodazal.
Los tres hombres intercambiaron estupefactas miradas.
—¿Cree que podríamos “tapar” esto aunque quisiéramos? —se adelantó Kross— El volcán ya ha entrado en erupción. Demasiadas personas conocen ya los antecedentes.
—Estoy segura de que el agente Monaghan es también un patriota —replicó Blanchard, inmutable—. Su integridad no se verá mermada por salvar a su país de un desastre político y social que tardaría generaciones en cicatrizar. Cualquier otra persona que esté al tanto, guardará el secreto si es un verdadero americano, o se le “convencerá” de que lo es. En cuanto a los Afganis, bueno, no dudo que será sencillo llegar a un acuerdo con ellos. Tampoco habrá problemas para inventar una causa plausible que explique las muertes de Christensen y Jatib sin que nadie les preste mucha atención. Mucho menos tras lo que se avecina.
Owen sacudió incrédulo la cabeza.
—Verdaderamente, sí está loca.
—La decisión es suya —dijo Blanchard como si no le hubiera oído—. Estoy segura de que el Senado me destituiría si se inicia el proceso. Pero, ¿creen que podrán hacerlo antes de… nueve horas? —añadió echando un superficial vistazo a su reloj—. Ahora debo dejarles. Me encontrarán en la Sala de Situación.
La presidenta dedicó una breve mirada a cada uno de los hombres, que la contemplaban como si tuvieran delante a un ser de una especie sin catalogar, y abandonó el Despacho Oval a paso vivo.
Owen, Kross y Ransom se quedaron allí en silencio, atrapados en la viscosa malla que el ser había tejido alrededor de ellos y la nación entera.