CAPÍTULO 9

Ava

No le reconozco. No visualmente, al menos, pero mi cuerpo parece saber exactamente quién es. Es como si me resultara familiar aunque no consiga situarlo. Es atractivo, muy atractivo; lo veo incluso a través de su piel cetrina y su mirada cansada. Su aroma, una mezcla de agua fresca y la menta más fresca, es mi preferido, aunque no creo haberlo olido nunca antes. Su rostro, transformado por el estrés, es duro pero suave. Sus ojos verdes están tristes pero esperanzados. Me mira como si fuera su salvadora y su pasión. Me siento perdida. Perdida y desconcertada. Escucho lo que me dicen, el médico, mi madre, y me resulta imposible entender de qué están hablando. Estoy casada. Tengo unos mellizos de once años. No tengo veintipocos sino treinta y muchos. Es una locura, y si no fuera por mi madre, la mujer en la que más confío del mundo, que reafirma lo que dice el médico, no me lo creería. No me creería los vacíos que intentan llenar con historias de mi amor por ese hombre y nuestra vida juntos.

Nos casamos al cabo de un par de meses de conocernos. Yo estaba embarazada de pocas semanas. Eso no es propio de mí. Nunca he sido impaciente en lo que se refiere a las decisiones importantes de la vida, ni descuidada. Siempre he sido independiente y ambiciosa. La mujer que me cuentan que soy no se parece en nada a mí.

Aun así, ese hombre que ha estado aquí casi constantemente hace que se me remueva algo por dentro. Mi corazón se acelera cuando está aquí. Y siento que mi cerebro intenta arrancar, intenta recuperar los recuerdos perdidos. ¿Recuerdos sobre él? Soy madre. Soy esposa. Y no tengo ni idea de cómo hacer cualquiera de esas dos tareas.

Tengo que irme a casa con un hombre que no conozco. Tengo que cuidar de dos niños que no conozco. Y a pesar de eso, todo en mi interior me empuja a hacerlo. El hombre, mi marido, irradia consuelo. Cuando me abrazó y me dejó llorar sobre su pecho, de repente ya no me sentí perdida. Me sentí a salvo y no estoy segura de si ese sentimiento fue propiciado por mi necesidad de que alguien me abrazara y me dijera que todo iba a ir bien o si simplemente era él el que me hacía sentir de esa forma. Solo él.

Mi marido.