CAPÍTULO 42
Volvemos a instalarnos en el silencio mientras esperamos a entrar en la consulta del médico de Ava, mi pie golpeando nerviosamente la moqueta hasta que Ava se ve obligada a ponerme una mano con firmeza en la rodilla para pararme.
—Lo siento —suspiro, y le cojo la mano y me la llevo a la boca, besándole el dorso.
Pero la rodilla empieza a írseme de nuevo, por culpa de la adrenalina. No la puedo detener. Ava lanza un suspiro, exasperada, y se levanta y se me sienta encima, en un último intento de controlar mis temblores. Es un plan absurdo: su peso. Mi fuerza. Empieza a moverse en mi regazo, como si vibrase.
—Joder, Jesse.
Dejo de temblar, por las buenas.
—¿Quieres dejar de decir putos tacos?
Que hable mal no me ayudará, como tampoco lo hará su insolente forma de poner los ojos en blanco.
—Ava Ward —dice alguien detrás de nosotros antes de que yo pueda disgustarla más.
Descubro al doctor Peters en la puerta de la consulta. Sonríe al ver que Ava está sentada encima de mí.
—Pasen, por favor.
Entramos y nos sentamos ante su mesa. Miro de reojo a Ava, tratando de averiguar de qué humor está una vez más. Parece completamente tranquila, satisfecha incluso.
—¿Cómo se encuentra, Ava? —pregunta el médico mientras se pone las gafas y escudriña su historia, que tiene en la mesa.
—Bien —responde ella inmediatamente, y me coge la mano y me la aprieta.
—¿Y esos dolores de cabeza?
El doctor levanta la vista por encima de las gafas y sonríe sutilmente al ver que estamos cogidos de la mano.
—Ya casi no tengo.
Empieza a tomar notas.
—¿Los movimientos físicos? La coordinación, por ejemplo.
Yo lo único que veo es la mano de Ava dando con mi polla con manos perfectamente firmes. Su coordinación es estupenda, pero me abstengo de decírselo al médico.
—Todavía cojea un poco —digo, sabiendo que Ava no lo hará—. Y aún tiene la cabeza delicada alrededor de la herida.
—Es normal.
El médico se levanta y da la vuelta a la mesa, cogiendo de paso una linternita. Acto seguido se inclina para mirarle los ojos con ella a Ava.
—¿Y las funciones sensoriales?
Arqueo las cejas, y Ava me mira tímidamente.
—Tengo sentido del tacto, la vista, el olfato, el oído y el gusto.
Sonrío a mi vez, pese a que no es muy apropiado.
—Doy fe.
Le guiño un ojo a mi mujer, permitiendo que mis músculos se relajen por primera vez desde que he entrado en la consulta.
—Bien.
El doctor Peters se desliza la linterna en el bolsillo de la americana, examina la herida de la cabeza y asiente satisfecho antes de examinarle también la pierna. Luego vuelve a su asiento.
—¿Algún avance en la memoria? —Retrepándose, da golpecitos con el bolígrafo en la palma de la otra mano.
Ava se encoge de hombros, mirándome de reojo.
—Algunas cositas.
—Por pequeñas o insignificantes que puedan parecer, todas son importantes. —Otra sonrisa—. Tiene los síntomas típicos de una amnesia postraumática, Ava. Tengo grandes esperanzas de que, con tiempo y paciencia, recupere los recuerdos. El cerebro es un órgano muy complejo, y la función que desempeñan nuestros recuerdos compromete muchas partes distintas de él. En su caso, el golpe recibido en la cabeza ha dañado su estructura cerebral y el sistema límbico, que regula las emociones y los recuerdos.
Paciencia. Eso es algo de lo que no ando muy sobrado.
—Es evidente que nos estamos centrando en que recupere los recuerdos, Ava, pero, si me permite la pregunta: ¿cómo ve el futuro?
Noto que frunzo la frente, y miro a Ava, que clava la vista en el médico, al parecer igual de confundida con la pregunta que yo.
—Lo siento, pero no le entiendo —responde.
Bien. Yo tampoco. Redirijo mi atención al otro lado de la mesa y veo que el doctor sonríe de nuevo. Todas esas sonrisitas están empezando a irritarme. ¿Qué motivo hay para que esté tan contento?
—Es habitual que a quienes sufren amnesia les cueste imaginar el futuro cuando les falta una gran parte del pasado. El pasado y el futuro están muy unidos en nuestra memoria, como las personas que forman parte de nuestra vida, así que con frecuencia a los pacientes les cuesta hacerse una idea de cómo será su futuro.
—A Ava no le cuesta hacerse una idea de cómo será su futuro —suelto, incapaz de callarme. ¿Qué es lo que insinúa?
Por primera vez el médico se muestra cauteloso conmigo. Bien. Porque debería.
—¿Ava? —pregunta, sin dejar de mirarme a mí.
—No veo el futuro —admite en voz baja, y la miro, profundamente dolido y muy preocupado. ¿Cómo?—. Lo intuyo, más que verlo —añade—. Con Jesse y los mellizos. Es difícil de explicar. —Sacude la cabeza, frustrada—. Al principio estaba asustada y con fundida. No sabía quién era Jesse.
Me hundo en la silla, llevándome la mano a la frente y masajeándola con suavidad.
—Pero no tardé en darme cuenta de que sí sé quién es. Todos mis sentidos lo reconocen, aunque mi estúpido cerebro no lo haga. En cuanto a mis hijos, ahora mismo tengo la sensación de que me falta un pedazo enorme de mí, y no son los recuerdos. Son ellos. Su presencia.
Cierro los ojos y trago saliva, notando que el médico me mira, y me juzga. Juro por Dios que si hace algún comentario sobre mi forma de llevar esto le doy una patada en el culo que cruza el hospital volando.
—Entiendo —responde en voz queda el doctor Peters, volviendo a sus notas—. ¿Cuándo regresan a casa los niños?
Me aclaro la garganta y recobro la compostura, dejando a un lado el cabreo que tengo.
—Están en camino.
—Bien. Cuanto antes vuelva Ava a la vida real, mejor. La rutina es fundamental.
Centra la mirada en el ordenador y empieza a teclear.
—Procure incorporar momentos de tranquilidad a esa rutina. Podemos avanzar de varias maneras. Yo recomendaría la terapia ocupacional, un terapeuta que pueda trabajar con usted para que adquiera información nueva que sustituya a algunos de los recuerdos que ha perdido. Y puede que un asistente personal digital también sea útil, para ayudarla con el día a día.
—¿Un asistente personal? —inquiero, tratando por todos los medios de no parecer ofendido.
Sé que no lo consigo cuando Ava me aprieta la mano, su forma de pedirme que no me altere. Me cuesta.
—No necesita un asistente personal. Me tiene a mí.
—Señor Ward, no me ha entendido. Me refiero a algún dispositivo; un teléfono o un iPad. Hay algunas aplicaciones muy útiles que le irían muy bien a Ava.
El médico deja el teclado y me da unos folletos que cojo despacio.
—Estoy seguro de que Ava querrá recuperar cierta independencia. —Mira a Ava, aunque yo no. Solo me necesita a mí—. Puede que olvide cosas, cositas que pasaron el día anterior, o la hora anterior. Es habitual. —Esboza una sonrisa tranquilizadora, aunque yo estoy lejos de sentirme tranquilo.
Ha habido algunas ocasiones en las que ha olvidado cosas. Cositas. Cosas que le he dicho que han desaparecido de su cabeza y he tenido que volver a decírselas.
—Con la ayuda de un smartphone o algo por el estilo, Ava puede ponerse alertas para recordar compromisos importantes, apuntar notas, etcétera, que le ayuden con las tareas cotidianas. Estoy seguro de que no querrá depender de usted para todo, y es importante que se conozca y sea consciente de su valía. Tiene que recuperar su vida, tanto si los recuerdos vuelven como si no.
Estoy de una puta pieza.
—¿Está sugiriendo que deje que se las apañe con todo esto ella sola?
Este tío es gilipollas.
El doctor Peters sonríe. Me falta poco para borrarle esa sonrisa de la cara.
—Señor Ward, si hay algo de lo que estoy completamente seguro es de que usted no permitirá que se las apañe con todo esto ella sola. Pero debe darle espacio para que respire.
Dicho esto se levanta, y me cuesta Dios y ayuda no abalanzarme sobre la mesa y sacarlo fuera. ¿Me está lanzando una indirecta?
—Me gustaría volver a verla dentro de unas semanas, Ava. Eche un vistazo a los folletos que le he dado a su marido. Hay grupos de apoyo a su disposición, personas con las que puede hablar que están en su mismo barco. Lo comentaremos cuando vuelva a verla, cuando ya haya leído la información.
¿Grupos de apoyo? ¿Conocer a personas que la entiendan? Esto me gusta menos con cada minuto que pasa. No necesita más gente, me tiene a mí. Soy su apoyo.
Ava se pone de pie antes que yo, animándome a seguir su ejemplo.
—Gracias.
—No hay de qué.
Yo no le doy las gracias, sino que salgo en silencio, dando vueltas a un montón de cosas en la cabeza. ¿Espacio para respirar? Ese nunca ha sido mi fuerte, y es algo a lo que Ava se ha acostumbrado. Tengo mi forma de ser, y cambiar eso ha resultado ser complicado desde el momento en que Ava salió del coma. Lo he intentado, pero confiando en que fuese temporal. En que acabemos volviendo a nuestra cotidianidad. La perspectiva de tener que adaptarme y cambiar permanentemente mi forma de ser es desalentadora. Y, la verdad, dudo que sea capaz. ¿Dónde nos deja eso?