CAPÍTULO 53
Nada más entrar, oigo a los niños antes de verlos, sus gritos de alegría llegándome desde el jardín, los muelles de la cama elástica volviéndose locos. Entro deprisa en casa para buscar a Ava y que se deshaga en los elogios que me debe. La encuentro sentada en la isla de la cocina, mirando algo. Mis pasos no la distraen, absorta en lo que quiera que tenga delante. Me doy cuenta de qué es lo que acapara de tal modo su atención: la imagen de nuestro hijo. Recorre con un dedo el borde del papel, la mirada algo ausente. Odio tener que interrumpirla.
—¡Bu! —le digo al oído, y se lleva la mano al pecho, asustada.
Se vuelve en el taburete y me lanza una mirada asesina mientras me coge de la camiseta y tira de mí.
—La próxima vez que te llame, devuélveme la llamada, Ward.
—Joder, qué sexy estás cuando te enfadas.
Su ceño fruncido se vuelve una sonrisa pícara.
—Entonces bésame.
—¿Qué se dice, nena?
No vacila.
—Por favor.
Me abalanzo sobre ella y la paso del taburete a la isla para comérmela entera. Dios, ¿querría estar en cualquier otro sitio? Pues no. Solo quiero pegar mi boca a la suya y llegar hasta el final. Esta mujer es como el mejor de los vinos, y yo soy un experto en ese vino.
—Abre las piernas.
Las abre y me encajo en ellas y nos besamos como locos. Esto es lo que ocurre cuando pasamos demasiado tiempo separados: morimos de hambre. Y de ella no me canso.
—Jesse —jadea, en la voz un tono de advertencia, aunque su incesante lengua no se detiene—. Los niños.
Dejándome llevar por el momento, estoy a punto de decir: que les den, pero en lugar de hacer eso, y muy de mala gana, me separo de sus labios antes de que se me vaya la cosa de las manos y la tumbe en la encimera.
—¿Les has enseñado la imagen?
—No, claro que no. Quería esperarte.
—¿Lo hacemos durante la cena o ahora?
La verdad sea dicha, quiero hacerlo ahora. Estoy entusiasmado.
—Ahora.
Sonrío mientras la ayudo a bajar, me lo ha visto en la mirada.
—¿Encontraste los zapatos para tu amiga?
—Sí, son perfectos para el vestido. Estuvo esperando todo lo que pudo para conocerte, pero, si se quedaba más, llegaba tarde a su cita.
—En otra ocasión.
Procuro no dar la impresión de que me importa poco, porque sé lo mucho que esa amiga significa para ella. Al menos tengo que fingir que me interesa.
—Quizá un día cuando te lleve a yoga.
—Te va a encantar, y tú a ella.
—Eso seguro. Soy el puto señor de La Mansión.
Le guiño un ojo con descaro y echamos a andar hacia el jardín. El crujido que deja escapar la cama elástica con cada salto aumenta de volumen a medida que nos acercamos, y mi sonrisa con él, hasta que la vemos y vemos a mis hijos dando botes en ella, riendo. Y hay otra persona.
—¿Quién es esa? —pregunto al ver a la mujer, el oscuro pelo ondeando al viento y dándole en la cara.
—Oh. —Ava parece sorprendida, pero no preocupada—. Es Zara. Fue a despedirse de los niños. Creía que ya se había ido.
Sonrío, la mujer de espaldas. Va demasiado peripuesta para jugar en una cama elástica.
—Tiene bastante energía.
—¿Por qué lleva puesto el vestido nuevo? —pregunta Ava, el desconcierto reflejado en su tono.
Miro la prenda de encaje negro y me invade una inquietud, noto un peso en los hombros del que no puedo librarme. Mis pasos se ralentizan al aproximarnos. Y mi corazón también.
Y se para por completo cuando la mujer se vuelve hacia nosotros. Es uno de esos momentos en los que creo saber lo que estoy viendo pero escapa de tal modo a mi comprensión que mi cerebro tarda un instante en reaccionar. Sin embargo, nada más ver los hundidos ojos azules, no me cabe la menor duda. Parecen tan consternados como recuerdo, y cuando me mira, rebosan odio.
—Mierda.
Se ha cambiado el color del pelo, el rubio ahora es un duro tono caoba, que no le va nada bien con su tez. Siempre ha sido blanca, pero ahora parece que no tiene sangre. Ni corazón. Ni emociones.
—Lauren.
El susto y el miedo me han paralizado. ¿Cómo es que no sabía que le habían dado el alta del psiquiátrico? ¡Nos lo tendrían que haber dicho! Necesito bajar a mis hijos de esa cama elástica, alejarlos de ella y de sus dementes garras asesinas, y sin embargo no soy capaz de dar un puto paso.
—Qué sorpresa —dice.
Va hacia la malla que rodea la cama elástica, metiendo los dedos por el entramado para sujetarse, un poco sin aliento, pero sus palabras no podrían ser más claras.
—Me alegro de verte, Jesse.
—¿Lauren? —inquiere Ava confusa—. Esta es Zara. ¿Os conocéis?
Se suelta de mí y retrocede. No me atrevo a apartar la mirada de la mujer que estuvo a punto de mandarme a la tumba dos veces. Mis hijos están a escasos metros de ella, los botes ahora más lentos, su instinto les dice que algo va mal. Me cago en la puta, ¿cómo ha podido pasar esto? ¿La nueva amiga de Ava, con la que ha estado haciendo yoga todas estas semanas, tomando café y yendo de compras es mi ex mujer asesina? Trago saliva y me echo a temblar. Es el resultado de estar enfadado, pero, sobre todo, del puto miedo que tengo.
Debo hacer como que no pasa nada. No dar a los niños motivos de preocupación. Algo que es imposible teniendo delante a esta jodida mujer. Sé que hará cualquier cosa para destruirme.
Lauren mira a Ava, en la boca una sonrisa salvaje.
—Vaya, no me digas que con todas las cosas que te ha recordado se le ha olvidado hablarte de mí.
Sus fríos ojos vuelven a mi inmóvil cuerpo. La sangre se me hiela en las venas.
—Vaya, Jesse, tienes la fea costumbre de dejar a tu ex mujer fuera de tu lista de prioridades. Y a tu difunta hija.
Ava profiere un grito ahogado y yo me obligo a mirarla. Se ha llevado las manos a la cabeza, el rostro demudado en un gesto de angustia. Después grita. Y me doy cuenta de lo que pasa: está recordando.
—Ava, nena.
Voy con ella y la cojo cuando cae de rodillas.
—¡No! —solloza—. ¡No, no, no!
Empieza a tirarse del pelo, desquiciada e inconsolable.
—Haz que pare. No quiero saberlo.
—Dios mío, Ava.
Hago un esfuerzo para no llorar, clamando al cielo y suplicando que alguien ponga fin a esta locura. Estoy desgarrado, necesito reconfortar a mi mujer mientras es asaltada por cada detalle de nuestra historia en común de golpe y porrazo, las compuertas abriéndose e inundando su frágil cerebro.
Pero a escasos metros hay una trastornada en la cama elástica, con mis hijos. Y sé de lo que es capaz. Sé el odio que me tiene. Chillando, me separo de Ava para enfrentarme a mi rival. La sonrisa de Lauren se vuelve más amplia. Más enfermiza. Más desagradable. Los niños miran a su madre, conmocionados y confusos al ver el ataque de histeria que está sufriendo.
Abro los brazos, me trago el miedo y procuro parecer seguro y fuerte. Es preciso que me vean fuerte.
—Niños, venid con papá.
Los dos dan un paso adelante, pero antes de que puedan avanzar más, Lauren les pasa un brazo por los hombros a cada uno y los estrecha contra ella. Los pequeños se asustan, los ojos como platos ahora, pero no forcejean. Me siento muy orgulloso de que sean lo bastante listos para mantener la sangre fría.
—Están encantados con su tía Lauren, ¿a que sí, niños?
Les da un beso en la cabeza a cada uno, sin dejar de mirarme.
—Son un amor, Jesse. Un verdadero amor. ¡Y ahora viene otro en camino! Qué emocionante para ti, un nuevo miembro para tu perfecta familia. ¿Alguna vez te has preguntado cómo sería nuestra Rosie si hubiera llegado a tener esta edad? ¿Si no la hubieras matado?
El dolor que siento es atroz. Hace que me den arcadas, el estómago revolviéndoseme. Los niños guardan silencio, sin moverse, pero tienen el susto escrito en la cara. Necesito alejarlos de ella.
—Lauren —digo con voz serena y segura, dando pasos lentos, cautelosos hacia la cama elástica—. No quieres hacerles daño a mis hijos. No eres una mala persona. Piensa en lo que estás haciendo.
—Pues claro que no quiero hacerles daño.
Se echa a reír, casi histérica. No sé qué coño le habrán hecho en ese pabellón psiquiátrico todo este tiempo, pero desde luego no la han curado.
—Entonces llévame a mí contigo —propongo—. A donde quieras. Hablaremos, a ver si podemos solucionar esto.
—¿Puedes devolverme a Rosie?
—Nadie podrá devolverte a Rosie, Lauren.
Llego a la cama elástica y meto también los dedos en la malla, acercando la cara. Veo que el odio de sus ojos aumenta.
—Llévame a mí contigo. Es a mí a quien quieres hacer daño. Ellos no merecen sufrir por mis errores.
Soy dolorosamente consciente de que, de una manera o de otra, mis hijos van a sufrir. No hay forma de evitarlo. O esta lunática les hará daño —y haré lo que sea preciso para impedirlo— o me lo hará a mí, con lo cual se lo hará a ellos. No puedo salir airoso de esto, pero la última opción es el menor de los dos males. Estoy entre la espada y la pared.
—No, Jesse.
La voz de Ava llega de la nada, obligándome a mirar a la izquierda. No pierde de vista a Lauren, la mirada casi de loca, y sé que es por culpa de todos los desatinos que le acaban de destrozar la cabeza.
—Ya ha intentado matarte dos veces.
—A la tercera va la vencida, ¿no? —sonríe Lauren.
—No tendrás oportunidad. —Ava empieza a sacudir la cabeza, luego sus ojos me miran—: No pienso volver a pasar por ese infierno. No pienso pasarme semanas rezando para que despiertes. No permitiré que esta mujer vuelva a hacerte daño. Primero tendrás que matarme.
—Qué mona. —Lauren se ríe de nuevo—. Pero te olvidas de que tengo algo que los dos queréis con locura aquí mismo. —Abraza más a los niños—. No adelantes acontecimientos, Ava. —Clava su mirada fría en mí—. Por lo visto, tu marido se quiere venir conmigo.
Suelta a los niños, coge una bolsa del mullido borde de la cama elástica y mete la mano en ella.
Entreveo la culata de una pistola y el aire me entra tan deprisa en los pulmones que me tambaleo hacia atrás.
—Iré contigo.
—¡No! —grita Ava y me lanza una mirada feroz, furiosa.
No le hago caso, doy la vuelta a la cama elástica y bajo la cremallera de la entrada.
—¡Jesse!
Ava está perdiendo el control y la fulmino con la mirada, preguntándole en silencio qué otra puta alternativa tengo. Esa mujer tiene a nuestros hijos, joder. Ava está tan espantada, tan superada por lo que está sucediendo, que no piensa con claridad. Cierra la boca y dirige su atención a Jacob y Maddie. Y entonces cae en la cuenta de cuál es su deber. Veo que la leona que hay en ella aflora a la superficie, acompañada de un odio renovado hacia la mujer que ahora está bajando por la escalerilla de la cama elástica, el arma apuntándome al pecho.
—¿Papá?
La voz de Jacob se quiebra, ronca, cuando coge a su hermana y la lleva a la otra punta de la cama elástica, lo más lejos posible de Lauren.
—Papá, no.
—No pasa nada, hijo. —Me obligo a sonreír—. Todo irá bien, te lo prometo.
No hago promesas que no pueda cumplir, y estoy desoyendo la voz en mi cabeza que me dice que acabo de romper esa norma.
Lauren baja la escalera y me mira mientras se pone unos zapatos de tacón que reconozco. Son de Ava. El pelo, el vestido, los zapatos… Lo ha planeado todo: yo soy su puta cita.
—Tú conduces —dice, y me mete la mano en el bolsillo.
Cada músculo de mi cuerpo se paraliza mientras palpa en su interior. Profiero un sonido de desaprobación cuando me roza la polla flácida.
—Esto ya lo solucionaremos, estoy segura.
—¡Quítale las manos de encima! —grita Ava, la locura de sus ojos alcanzando un grado de peligrosidad completamente nuevo.
—Cierra el pico, cariño —espeta Lauren, y saca las llaves de mi Aston y me las pone contra el pecho—. Andando.
Mi laxa mano coge el llavero, mis ojos saliendo disparados hacia Ava, que ya está con los niños. Los veo a los tres juntos, abrazados, en medio de la cama elástica, la cara de mis hijos enterrada en el pecho de su madre para no ver la terrorífica escena.
—Conduzco yo. —Pronuncio las palabras todo lo claro que puedo, rezando para que Ava capte el mensaje mudo que le mando—. En mi coche.
—Sí, en tu coche —accede Lauren, y me hunde la pistola en las costillas, causándome dolor—. Vamos.
Me veo obligado a darme la vuelta antes de poder comprobar si la cara de Ava me dice que me ha entendido. Me temo que está demasiado absorta en lo que acaba de recordar para darse cuenta de lo que intento decirle.
Con la pistola que tengo clavada en la espalda guiándome hasta mi coche, me acomete la tentación de volverme y quitarle el arma de las manos. Soy lo bastante corpulento para poder reducirla fácilmente. Pero el arma…, un leve movimiento del dedo, por muy rápido que sea yo, y adiós muy buenas. Y Ava y los niños estarán indefensos. No pienso poner en peligro sus vidas de ninguna manera. Me cago en mi vida. Me cago en todo. Me lo tengo bien merecido. Si se lo hubiera contado a Ava, si le hubiera echado huevos y se lo hubiese contado todo, ella habría sido consciente de que Lauren existía. Quizá hubiese percibido algunas señales. Pero no, fui el cobarde que fui hace años y ahora las personas que más quiero en mi vida están en peligro. Me noto los pies pesados, el corazón me late más despacio con cada paso que doy. No tendrá necesidad de matarme. Estoy muriendo poco a poco, a medida que me alejo de mi familia.