CAPÍTULO 49

La ceremonia fue bonita, la pequeña iglesia de un pueblo a las afueras de la ciudad repleta de orquídeas blancas y con unas docenas de invitados. Kate y Ava lloraron como dos niñas. Y Raya estaba espectacular, con su vestido largo de raso. No creo haber visto nunca a Drew sonreír tanto, como si estuviese en el séptimo cielo todo el tiempo, y la pequeña Georgia tenía una sonrisa de oreja a oreja.

Al llegar por fin a la engalanada carpa del pintoresco pueblo, tras ser abordados por fotógrafos, nos dividimos en grupos. Cuando nos abrimos paso por las ondeantes gasas de la entrada, no me sorprende ver a Sam con una cerveza en la mano y Betty en la otra. Maddie sale disparada al ver que Georgia está ayudando a servir copas de ponche a los invitados, siempre dispuesta a echar una mano, y Jacob va por las mesas para averiguar dónde están nuestros nombres en las tarjetas.

Ava va al cuarto de baño, y me acerco a Sam, la vista clavada en el pequeño tesoro que sostiene en el brazo izquierdo. Si hace un instante yo tenía las manos vacías, ahora tengo a una niña. Miro a Sam alarmado.

—¿Qué haces?

—Dame un minuto. Se me olvidó sacar del coche la bolsa con las cosas de Betty. —Y se marcha antes de que yo pueda decir nada, dejándome para que me las arregle solo.

Torpe a más no poder, la acomodo con cuidado en el brazo. Con mucho cuidado. Soy un manojo de nervios. Hice esto un millón de veces con mis hijos, pero de eso hace mucho mucho tiempo. Miro su preciosa carita. Tiene el pelo de Kate, rojo y brillante, incluso ahora, pero la naricita de Sam. Está despierta, se lleva las manos a la boca. Recuerdo esas señales: tiene hambre. Y las escamas de piel que se ven entre los mechones de pelo rojo son signos de dermatitis. De eso también me acuerdo. Sonrío, llevando el dedo índice a su mejilla y acariciándole la suave piel de bebé.

Me asalta un millón de recuerdos, cosas que había olvidado recientemente con el caos de nuestra vida. Como cuando los mellizos dormitaban en mi pecho, con Ava hecha un ovillo a mi lado. O cuando hacía malabares para darles el biberón a los dos, una técnica que perfeccioné hasta convertirla en un arte. Lo deprisa que supe que Jacob tenía más paciencia que Maddie, así que me ocupaba del pañal sucio de la niña primero. La dicha que solía producirme el baño, al ver sus pequeñas extremidades golpeando los centímetros de agua. Y ese olor. Un olor del que no me cansaba nunca. Un olor a bebé puro, perfecto. Era como un sedante, podía hacer que me durmiera. Y a menudo era así.

—Eh, tío, ¿estás bien?

La pregunta de Sam me saca de mis reflexiones, dejo de tocarle la mejilla a Betty y me aclaro la garganta mientras se la devuelvo a su padre. Sam le besa la cabeza a su hija.

—Creo que el tío Jesse quiere tener niños.

Hago un gesto de burla por hacer algo, para ocultar el secreto que guardamos.

—Se acabaron los niños. —Mentira podrida—. ¿Dónde está Kate?

—Ha ido al servicio, y luego quiere buscar un sitio tranquilo donde poder dar de comer a Betty.

Se oye un aplauso atronador cuando Drew y Raya entran en la carpa, toda la atención centrada en ellos. Y cuando Drew inclina teatralmente a Raya y le da un beso de infarto, el ruido sube unos miles de decibelios.

Betty empieza a chillar, los estridentes sonidos imponiéndose a los vivan los novios.

—Mierda, es la hora de la cena y el ruido la cabrea.

Sam va en busca de Kate y yo me acerco a Drew y lo aparto de una Raya que me mira ceñuda de broma.

—Solo te lo robaré un minuto —le aseguro con descaro mientras beso en la mejilla a mi amigo—. Enhorabuena, cabronazo.

—Que te den. —Se ríe, los azules ojos brillando de felicidad—. ¿Cómo está Ava?

«Embarazada». Mi cerebro lo grita a los cuatro vientos, pero mi boca se niega a decirlo. No porque no quiera, de algún modo quiero, quizá para que mis amigos me tranquilicen un poco, sino porque es el día de Drew y Raya, y los protagonistas deben ser ellos.

—Bien. Pero tú preocúpate solo de dar a tu mujer el día que merece.

Sonríe mientras mira a la deslumbrante Raya, una parte del cabello rubio platino trenzada y prendida formando una bonita cinta en la cabeza, con flores entrelazadas.

—¿No está preciosa? —pregunta Drew cuando ella se une a nosotros y se acurruca en sus brazos.

—Mucho —aseguro, y me inclino para darle un beso en la mejilla antes de volver a centrarme en Drew—. Oye, ¿te acuerdas de cuando te presentaste en mi casa todo nervioso porque le habías hecho el amor a una mujer? —Casi me tengo que agachar para esquivar los puñales que me lanza.

—¿A qué te refieres? —pregunta Raya interesada.

—A nada —contesta Drew con modestia, su sombría mirada clavada en mí.

Me conoce. Demasiado bien.

—Para que conste, la mujer a la que le hizo el amor eras tú.

—¡Eso espero! —se ríe ella—. Porque antes de mí solo follaba con esas cadenas suyas.

Drew suspira y coge un vaso de agua de una bandeja y se lo pone en la mano a su mujer.

—Sí, era un follador antes de conocerte y ahora soy un amante. —Le da un piquito—. Me has cambiado.

—¿Quién ha cambiado a quién? —pregunta Ava cuando se une a nosotros.

Vuelve a pasar el camarero, cojo un vaso de agua de la bandeja y se lo doy.

—Raya hizo que Drew pasara de ser un follador a un amante experto. Algo parecido a lo que nos pasó a ti y a mí. —Esbozo una sonrisa alegre y pícara.

—Tú todavía follas, Ward —suelta Ava con ironía, sonriendo a Raya cuando esta se ríe, ambas bebiendo un sorbo de a…

Un momento.

Miro a Drew a los ojos y sé que estamos pensando exactamente lo mismo.

—¿Por qué no está bebiendo tu mujer champán el día de su boda? —inquiero.

—¿Por qué no lo está bebiendo la tuya? —replica.

—Tiene sed.

—Raya también.

Noto que los labios se me curvan, y Drew también sonríe.

—Madre mía —dice Raya—. ¡Drew y yo estamos embarazados!

—¡Nosotros también! —exclamo, demasiado alto, ganándome un golpe en el brazo por parte de mi mujer.

—¡No me jodas! —exclama Drew.

—Madre mía —repite Raya.

—¿Qué? —pregunta Sam, escrutándonos a todos cuando vuelve con el grupo. Miro a Drew, a Raya y después a Ava. Y me encojo de hombros. No pienso ser yo el que abra la bocaza.

Drew lanza un suspiro, pero no puede contener la sonrisa.

—No pensábamos decirlo hasta después de la boda, pero me da que va a ser imposible. —Le pasa un brazo por los hombros a Raya—. Vamos a tener un hijo.

—¡No fastidies! —Sam se les echa encima entusiasmado, tirándole el agua a Raya por encima—. ¡Enhorabuena!

—Gracias. —Raya se sonroja un poco y señala el vaso vacío mientras se limpia el vestido—. Y felicita a Jesse y Ava también.

—¿Cómo? —Sam se vuelve y nos mira a los dos—. ¿Vosotros qué estáis celebrando?

Miro a Ava y ella me mira.

—La medicación que está tomando le jodió la píldora.

Sam guarda silencio unos segundos incómodos, nos observa. Y después se parte de risa, dándose palmadas en las rodillas y todo.

—Joder, Jesse. Saluda al karma.

La situación en la que me encuentro me convierte en el hazmerreír del grupo entero, incluida mi mujer, que me agarra la cara y me da una palmadita, sarcástica.

—Pobrecito.

—Tú cállate, que ya me he hecho a la idea.

—¿De qué te has hecho a la idea? —quiere saber Kate, que entrega a Betty a un risueño Sam.

Este no puede contenerse, la niña vibrando en sus brazos mientras se seca los ojos.

—Raya está embarazada —le cuenta.

—¡Madre mía, chicos! —responde Kate.

—Y Ava también.

—Pero ¿qué coño dices? —Se vuelve deprisa, los azules ojos muy abiertos, el pelo rojo dándole en la cara.

—¿Lo ves? —Ava levanta una pesada mano en el aire—. Esta es exactamente la razón por la que no quería decírselo hoy a nadie. Ahora tengo la sensación de que les he robado el protagonismo por partida doble.

Raya me quita de en medio y le pasa un brazo por la cintura a Ava para reconfortarla.

—¿Lo dices en serio? Pues yo me muero de ganas de estar embarazada contigo. Eres una profesional, y me va a hacer falta toda la ayuda posible.

Me dan ganas de plantarle un beso. No podría haber dicho nada más bonito en un momento mejor.

—Seremos el club de los niños —observa encantada Kate.

—Todavía no se lo hemos dicho a los mellizos —dice mi mujer.

Esa preocupación que no me gusta nada asoma a la cara de Ava. Todo el mundo mira a la mesa de las bebidas, donde Jacob abre los botellines de cerveza para los hombres y Georgia y Maddie siguen sirviendo ponche felices y contentas.

—¿Lo sabe Georgia? —pregunto.

—Sí —replica radiante Raya—. Está más entusiasmada que Drew.

—¡Por los niños! —susurra y silba a la vez Sam, levantando su copa mientras se inclina hacia nosotros.

—¡Por los niños! —coreamos en silencio, las cabezas unidas en nuestro pequeño círculo, entre risas.

Buena comida, buena compañía, un lugar inmejorable, una ocasión magnífica. Estamos pasando un día increíble, todos juntos, y después de que Drew y Raya abran el baile con Eric Clapton y su Wonderful Tonight, se anima a los invitados a que se unan a ellos en la pista. Miro a Ava, al otro lado de la mesa, su atención dividida entre la feliz pareja y Betty, que duerme en brazos de Kate. Ha estado así todo el día, distraída. Está pensando en cómo será nuestra familia con un miembro más. Y yo también.

La canción termina y empieza otra. Y el corazón me da más de un vuelco cuando Ava clava sus ojos en mí, y me pregunto si este será un movimiento intencionado por parte de Drew. Lo busco en la pista y su cara me lo dice todo. Le doy las gracias con los ojos mientras centro la vista despacio en mi mujer, mi corazón latiendo nervioso.

Sonrío al ver que sigue observándome y hago un leve gesto de asentimiento para decirle que sí, que lo que está reconociendo es lo que es.

Me levanto, rodeo la mesa con parsimonia y le tiendo una mano a Ava mientras suena Chasing Cars.

—Si no tienes una oferta mejor. —Alzo una ceja con chulería, y su tímida sonrisa me ciega cuando se levanta.

—Nunca la tendré.

La llevo a la pista y le hago un gesto afirmativo a Drew para decirle que este día es perfecto mientras pego a Ava contra mi pecho, pasándole un brazo por los hombros y apoyando la otra mano en su cintura.

—Hola, mami —le susurro al tiempo que inicio un movimiento lento.

—Hola, papi.

Me invade una abrumadora sensación de satisfacción, que me dice que esto está bien. No discutiré nunca con las Parcas, y las Par cas nos quieren dar otro hijo.

—Te quiero —digo, estrechándola más, su cabeza descansando en mi pecho.

Apoyo la mía en la suya, sin parar de moverme despacio en el sitio, tardando una eternidad en dar una vuelta completa.

—Entonces ¿vendrás el martes? ¿A la ecografía?

—Intenta impedírmelo y verás. —Sonrío con la boca enterrada en su pelo—. Y ¿cuándo quieres que se lo digamos a los niños?

—No quiero que piensen que los estoy reemplazando. O que intento reemplazar los recuerdos de cuando eran pequeños con otros.

—No seas boba. Nunca pensarían eso.

Noto su pecho contra el mío, su respiración larga y profunda, y acto seguido pillo a los mellizos mirándonos. Los dos sonríen, Jacob con el brazo alrededor de los hombros de su hermana. Ava y yo los hacemos felices. Tan solo estando juntos. Les hago un gesto, invitándolos a unirse a nosotros. Me espero que pongan peros, pero no. A decir verdad vienen bastante deprisa.

—Tenemos compañía —anuncio a Ava y la despego con suavidad de mi pecho.

Ella mira y al verlos sonríe, y abre un brazo para que se acerquen, sin separarse de mí con el otro. Maddie y Jacob se suman a nosotros y nuestro grupito sigue bailando en el sitio, la cabeza de Ava y la mía sobre los mellizos, los ojos de Ava clavados en los míos. Amor. Me sacude el cuerpo de manera imparable, encendiendo mis venas, calentándome el alma. Es la puta perfección. Y después Ava se inclina y me besa en la boca, un beso delicado, lento. Y veo que me equivocaba: esto sí que es la perfección. Y es el momento perfecto para darles la noticia.

—Maddie, Jacob —empiezo, levantándoles la carita de donde la tienen enterrada—. Vuestra madre y yo tenemos una cosa que deciros.

Los ojos de Ava se abren un poco, pero me aseguro de que vea la confianza que destilan los míos.

—¿Qué? —preguntan a la vez, mirando alternativamente a Ava y a mí.

—¿Qué pasa? —A Jacob se le demuda el rostro—. ¿Está mamá bien? ¿Estás bien, mamá?

—Estoy muy bien, cariño. —Lo besa en la cabeza, y él se tranquiliza en el acto—. Confía en mí, estoy bien.

—Entonces ¿qué pasa?

Cojo aire y suelto de golpe lo que tengo que decir:

—Va a haber otra personita con la que volverme loco.

Miradas ceñudas. Dos, muy ceñudas. Y Ava se echa a reír, aunque no me corrige.

—Lo que quiere decir vuestro padre es que… —toma las riendas, a todas luces convencida de que puede dar la noticia mejor que yo— voy a tener un bebé.

Contiene la respiración, esperando a ver cómo reaccionan. «Por favor, hijos, no os pongáis de morros».

—¿Un bebé? —pregunta Jacob, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Queréis decir un hermanito o una hermanita?

No menciono el hecho de que estoy rezando, rezando, para que sea un niño, porque más mujeres en mi vida supondrán mi muerte.

—Eso es.

Se quedan callados, como es lógico, rumiando el bombazo. Luego Chasing Cars termina y se hace el silencio, salvo por el leve murmullo que se oye alrededor. Por Dios, o dicen algo deprisa o a Ava le va a dar algo.

—Un bebé —repite Maddie.

—Un bebé. —Jacob ladea la cabeza, siempre es el que piensa de verdad las cosas.

Después se miran y sonríen. Y luego se ríen. Se ríen a carcajadas. Ava y yo nos lanzamos miradas confusas, preguntándonos en silencio si sabemos qué tiene tanta gracia. No lo sabemos, así que pregunto.

—¿Se puede saber qué es lo que os hace tanta gracia?

—Madre mía, papá, con lo mayor que eres —se ríe Maddie.

Nunca he insultado a los niños. Ni una sola vez, y me está costando Dios y ayuda no romper esa regla ahora. Ava no ayuda mucho cuando resopla con escasa elegancia, tapándose la nariz con la mano. Sin embargo, Jacob, bendito sea, viene directo a mí y me da la mano.

—Enhorabuena, papá.

Tengo que tragar saliva antes de hablar.

—Gracias, colega.

Podría abrazarlo pero va a rodear a su madre con los brazos y la estrecha con fuerza.

—Te quiero, mamá.

Joder. Pestañeo para no llorar, pero Ava no lo consigue. Le caen gruesos lagrimones mientras abraza a Maddie también, la cabeza entre la de los niños.

—Os quiero. Muchísimo.

Soy una nenaza, hay que joderse. Y me da lo mismo que me miren mientras estrecho así a mi familia. Ahora mismo tengo toda mi vida en mis manos.

Mi mujer, mis hijos.

Y una nueva vida.