CAPÍTULO 5
A la semana siguiente, estoy sumergido en el tráfico de Park Lane, la capota de mi DB9 Volante bajada, el viento en mi cara, y llamo a Drew para matar el rato de camino al gimnasio. Solo para matar el rato.
—¡Buenaaas! —lo saludo, contento de que haya contestado.
—Sí, ¿qué quieres?
—Esa no es forma de saludar a un amigo —sonrío mientras navego a través de un semáforo en ámbar y cambio de carril, ignorando el bocinazo de un capullo en un Bentley.
—¿Qué quieres? —repite, y suena profundamente aburrido de una conversación que ni siquiera ha empezado; estoy a punto de remediarlo.
—Me preguntaba cómo te sientes ahora que te han cazado de por vida.
—Me habían cazado de por vida antes de que le pusiera un anillo en el dedo.
Sonrío de nuevo, contento y feliz por mi amigo. Ya habíamos perdido la esperanza en el ligón excéntrico cuando Raya apareció en su vida.
—Enhorabuena, amigo. Me alegro por ti. ¿Y cuándo es el gran día?
—Dentro de un par de meses. Falta confirmar la fecha exacta.
—Mierda, ¿no estarás haciendo el capullo?
—Mira quién habla —se ríe divertido de verdad—. Tenías a Ava en el altar a las pocas semanas de conocerla.
Sonrío mientras estaciono en mi plaza de aparcamiento en el exterior del gimnasio, me bajo y cojo la bolsa de deporte del maletero.
—Hay que hacerlo a lo grande o no hacerlo. Oye, acabo de llegar al gimnasio. Luego hablamos.
Cuelgo y entro, buscando a John con la mirada.
—Hola, Gaby —le digo a una de las chicas que hay en la zona de recepción—. ¿Has visto al grandullón?
Una garra rosa fluorescente señala la escalera del gimnasio.
—Está probando las nuevas máquinas de musculación.
Subo los escalones de dos en dos hasta llegar a la abierta sala de máquinas del piso de arriba. Ahora está tranquila, las madres se han ido a recoger a sus hijos al colegio. Dentro de una hora volverá a estar a tope, llena de los que acaban de salir del trabajo. Veo a John al fondo y alzo una mano cuando me saluda con la cabeza mientras carga pesos en el extremo de una barra. Espero poder seguir levantando peso cuando yo tenga su edad. A pesar de que nos ayuda a llevar este lugar, saca tiempo todos los días para que su enorme cuerpo continúe siendo enorme. Me hace una señal con la cabeza que indica que nos vemos en el despacho, así que allí me dirijo.
Entro y me encuentro a Cherry en la mesa de Ava. Alza la cabeza.
—Jesse…
Se levanta de la silla y rápidamente se coloca bien la falda.
—Antes de irse a buscar a Maddie y Jacob, Ava me ha pedido que compruebe unos recibos. Pero si necesitas algo…
Dejo la bolsa en el sofá.
—Estoy bien.
—¿Té? ¿Café? ¿Agua?
Rodea la mesa, con una sonrisa resplandeciente.
—Lo que sea…
Doy unos pasos vacilantes hasta el archivador, miro atrás con curiosidad. ¿Estaba sugiriendo algo con sus palabras?
—Estoy bien —repito, y advierto que sus ojos azules brillan de un modo especial.
—Bueno, si se te ocurre algo… —dice mordiéndose el labio inferior.
¿Me está tirando los tejos? Debe de ser unos veinte años más joven que yo, y aunque me resulta doloroso siquiera pensarlo, no puedo negar que alimenta mi ego. Sí. Sigo teniendo eso. Pero es necesario que esta mujer sepa que eso solo lo tengo para mi mujer.
—Cherry.
Me vuelvo y voy hacia ella. Veo cómo libera el labio de sus dientes, su actitud es más segura. Hay que cortar esto de raíz antes de que Cherry se tope de frente con la ira de Ava. Me estremezco pero en mi interior también sonrío. No soy el único posesivo en nuestra relación.
—Tal vez deberíamos…
Dejo de hablar de golpe cuando John irrumpe en el despacho hablando por teléfono con quienquiera que esté al otro lado.
—Falta una pieza y la quiero aquí por la mañana.
Cuelga y nos mira.
—¿Todo bien?
—Sí, Cherry ya se marchaba.
Esta cruza el despacho a toda velocidad y cierra la puerta tras ella.
—¿Qué estaba pasando?
John se sienta al otro lado de la mesa de Ava y yo me dejo caer en su silla.
—Creo que Cherry se ha pillado.
La risa grave y estruendosa de John me crispa los nervios.
—Que Dios la ampare si Ava se entera. Hablaré con ella.
—Sí, por favor.
Enciendo la pantalla del ordenador de mi mujer, tecleo la contraseña y sonrío. ELSEÑOR3210.
—¿Tienes algo que contarme? —pregunto a John mientras echo un vistazo a mis correos electrónicos.
John no responde, así que levanto la mirada y me encuentro con su cara seria. No me gusta esa cara. Es su cara de seriedad máxima.
—¿Qué ocurre? —le pregunto receloso.
—Sarah ha vuelto a la ciudad.
Ya está. Eso es todo lo que dice, luego vuelve a recostarse en la silla en silencio mientras yo proceso lo que acaba de salir de su boca.
Estoy inmóvil. Y de repente tengo mucho calor aunque no puedo determinar si es de miedo o de rabia. Joder. La que se va a liar cuando Ava se entere. Hace años que no veo a Sarah ni tampoco he tenido ganas. El tío Carmichael, Rosie, Rebecca, el accidente de coche. No pasa un solo día sin que piense un momento en todos ellos. ¿Pero Sarah? Nunca pienso en ella o en lo que intentó hacernos a Ava y a mí. Y no voy a hacerlo ahora. Mi vida es demasiado perfecta.
—¿Por qué? —Es lo único que logro decir.
John se encoge de hombros, sus enormes hombros.
—No le han ido bien las cosas en Estados Unidos.
¿Que no le han ido bien? No confío en ella. Le di dinero. Le di mi bendición. Pero lo que no pude darle jamás fue mi amor. Me paso una mano por el pelo, sintiéndome jodidamente estresado.
—Dile que se mantenga alejada de mi familia y de mí.
—Ya lo he hecho. Pero hablamos de Sarah, Jesse. No puedo tenerla controlada cada puto segundo del día.
Siento un escalofrío.
—¿Dónde está?
La respuesta de John no se hace esperar, se quita las gafas para que pueda ver lo serio que está.
—En mi casa.
Me planto ante él, pero su dura expresión ni se inmuta, su cara seria como nunca.
—¿Por qué narices lo has hecho?
—Está sin blanca, Jesse. Y destrozada. ¿Qué querías que hiciera? ¿Cerrarle la puerta en las narices?
—Sí.
Me levanto, el mal genio apoderándose de mí.
—¡Joder, John! ¿Se te ha olvidado lo que nos hizo?
Se levanta de la silla como un rayo, su enorme cuerpo avanza amenazante.
—Cierra el pico, maldito gilipollas. —Da un puñetazo en la mesa—. Ava y tú sois el motivo por el que se queda en mi casa.
Me estremezco y él continúa.
—Le he dicho que puede quedarse unas semanas hasta que se recupere un poco pero solo si no se cruza en vuestro camino.
Me encojo, y no es algo que pueda conseguir mucha gente. De hecho, solo dos personas pueden: mi mujer y este hombre que tengo enfrente. El hombre que ha estado a mi lado en los últimos treinta años. El mejor amigo de mi tío y ahora también el mío.
Siento un pinchazo de culpa, no por Sarah, sino por mi viejo amigo. Él no lo ha pedido. En todos los años que este hombre lleva en mi vida, su lealtad ha sido inquebrantable, una roca, siempre cuidándome. La verdad es que no tengo ni idea de qué hubiera sido de mí sin él. Y aquí sigue, haciendo lo mejor para mí.
—John…
—Cállate.
Se levanta y vuelve a ponerse las gafas.
—Me estoy ocupando del tema pero no quería ocultártelo.
—Gracias, grandullón.
—No hay de qué.
Sale del despacho y yo intento respirar con calma. No puedo ocultárselo a Ava. Cojo el móvil para llamarla pero alguien me llama antes de que pueda marcar. Me echo a temblar cuando veo el número del colegio de los niños, así que respondo rápido.
—¿Hola?
—Señor Ward, soy la señorita Chilton, la profesora de Maddie y Jacob.
Mi corazón se acelera sin más cuando recibo llamadas inesperadas del colegio. Instantáneamente pienso en lo peor, que uno de ellos se ha hecho daño o se encuentra mal.
—¿Va todo bien? ¿Mis hijos?
—Sí, sí, están bien.
Mis pulmones se vacían de puro alivio y apoyo la cabeza en el respaldo de la silla.
—¿A qué viene la llamada entonces?
—Seguro que no es nada grave —empieza, haciendo que me preocupe, obviamente.
Toda clase de cosas comienzan a cruzar por mi mente, empezando por el pequeño pervertido que está colado por mi niña.
—Eso lo decidiré yo —respondo con brusquedad.
—Verá, es que su esposa no ha venido a buscarlos. Hemos intentado llamar al móvil de la señora Ward pero salta el buzón de voz. Le hemos dejado un mensaje.
—Ella nunca llega tarde a buscar a los niños.
Miro el reloj y son las tres y cuarenta y cinco, ya hace más de media hora que han terminado las clases.
—Lo sé, señor Ward. Como digo, seguro que está en un atasco y puede que se haya quedado sin batería en el móvil.
—Voy para allá.
Salgo corriendo del despacho, casi llevándome a una sorprendida Cherry por delante.
—¿A qué hora se ha ido Ava? —le pregunto por encima del hombro mientras paso volando por su lado.
—A las dos y media, como siempre.
Intento que el corazón deje de obstruirme la garganta, marco inmediatamente el número de Ava y salgo a toda velocidad del gimnasio. Me dejo caer de golpe en el asiento del coche y, como me temía, en el teléfono de Ava salta el buzón de voz.
—¡Joder!
Arranco, salgo a toda velocidad del aparcamiento y me meto por la calle principal. Esté bien o no, me paso el semáforo en rojo. Me encuentro a treinta minutos en coche del colegio, veinte si me salto el límite de velocidad.
Vuelvo a llamar al número de Ava pero de nuevo salta el buzón y mi preocupación crece a cada minuto que pasa sin que consiga dar con ella.
—¿Dónde te has metido, preciosa?
Escucho a Ava en mi cabeza diciéndome que soy un neurótico. Tal vez lo sea. Pero nada calmará el pánico que siento hasta que no vea que está bien con mis propios ojos.
Cojo la carretera que lleva al colegio de los niños. No hay mucho tráfico, así que puedo acelerar un poco. Busco la aplicación en el móvil que rastrea todos nuestros coches pero la muy maldita no se abre.
—¡Joder! —Vuelvo a marcar el teléfono de Ava, suplicando mentalmente que responda—. Vamos, vamos…
—¿Hola?
Alivio. Mogollón de alivio. Pero el alivio desaparece en cuanto mi cerebro se da cuenta de que quienquiera que haya respondido no es Ava.
—¿Quién es?
—Soy el marido de la dueña de ese móvil —digo con brusquedad, mi paciencia perdida por completo.
—Lo siento. En la pantalla pone «el Señor».
—Un apodo —murmuro, llegando lentamente a la conclusión de que mi torpe esposa ha perdido el móvil y esta señora lo ha encontrado.
—Señor Ward, ¿verdad? ¿Su esposa es Ava Ward?
—¿Cómo sabe el nombre de mi esposa?
Tiene su móvil, no su historia vital.
—Por su carnet de conducir.
Entonces todo queda claro.
—Ha perdido el bolso —suspiro, con más alivio recorriéndome el cuerpo, pero aun así mi pie no deja de pisar el acelerador.
—Me temo que no, señor. Soy la agente Barnes.
Se calla unos segundos, para dejarme procesar la información.
—Señor Ward…
Su voz suena mucho más suave. El terror me invade. El corazón se me acelera.
—Estoy en el escenario de un accidente de tráfico y me temo que su esposa es una de las víctimas.
Me cuesta articular palabra.
—¿Qué?
—Señor…
Sus palabras se mezclan y se deforman hasta quedarse en nada mientras me quedo mirando fijamente la carretera frente a mí. Accidente. Víctimas. Mi mujer. Veo luces azules parpadeando en mi mente, brillantes y aterradoras, y tengo que parpadear para borrarlas. Pero no desaparecen y tardo unos segundos en averiguar por qué. No están en mi mente. Están en la distancia.
Todo se funde. El ruido, el movimiento, los latidos de mi corazón. Oigo sirenas.
Oigo mi coche chirriando al frenar.
Oigo la puerta de mi coche cerrarse de un portazo detrás de mí después de levantarme volando de mi asiento.
Oigo el sonido de mis pasos sobre el asfalto mientras corro a toda velocidad hacia la carnicería que tengo delante, veo el Mini de Ava destrozado al otro lado de la carretera.
—Dios mío.
Me quedo sin aliento. Todas las ventanas destrozadas, faltan las dos ruedas de delante, arrancadas del cuerpo del vehículo. Rastros del derrape en zigzag en la calzada hasta que desaparecen de golpe.
El mundo empieza a dar vueltas a mi alrededor, mi respiración se ralentiza. Una multitud me impide el paso, lucho para seguir mi camino y los aparto a un lado para tratar de llegar al centro de esa locura.
—No, por favor —resuello, avanzando sin pensar entre el gentío—. Por favor, Dios, no.
Un doloroso quejido atraviesa y se escapa de mi cuerpo cuando veo la camilla, me fallan las piernas y me hace caer de rodillas.
—¡No!
Su cuerpo está atado con varias correas, lleva una máscara de oxígeno. Hay sangre por todas partes. Parece totalmente destrozada, tan frágil y herida. Se me parte el corazón.
—Dios, no.
Cuanto más me acerco a ella, más daño veo.
—¡Aléjese, señor! —me grita un técnico, arrastrando la camilla de Ava a la ambulancia.
—Soy su marido —le digo.
Recorro el cuerpo de mi mujer con la mirada, intentando asimilar la cantidad de sangre que la empapa. Su cabeza es lo que peor está; su larga y oscura melena, teñida de rojo.
—¿Se va a poner bien?
Es lo único que me sale preguntar y es instintivo, porque no sé si alguien puede estar bien habiendo perdido semejante cantidad de sangre. Y al no recibir respuesta de los apresurados técnicos, me queda claro que están de acuerdo conmigo. El nudo en mi garganta crece a medida que corro junto a la camilla, las lágrimas brotándome de los ojos. Su preciosa cara ha perdido el color bajo toda la sangre que cubre casi cada centímetro de su piel.
—Aguanta, cariño —le suplico en voz baja—. Ni se te ocurra abandonarme.
—¿Señor Ward?
Miro al otro lado de la camilla y veo a una mujer policía con el bolso de Ava.
—Agente Barnes. Hemos hablado por teléfono.
Asiento, y clavo otra vez los ojos en la ambulancia en la que están conectando a Ava a toda clase de aparatos.
—No ha ido a recoger a los niños —susurro aturdido.
—Señor Ward, acompáñeme. Seguiremos a la ambulancia.
—No, yo me voy con Ava. —Sacudo la cabeza, a duras penas reteniendo las lágrimas.
—Señor Ward.
La agente Barnes se acerca, su rostro muestra tanta compasión que apenas puedo soportarlo. No necesito su compasión, porque Ava se pondrá bien. Maldita sea, ¡se va a poner bien! Miro más allá de la policía y veo manos rápidas trabajando sobre su cuerpo inanimado.
—Su esposa está en estado crítico, señor Ward. Tiene que darles espacio a los médicos para que hagan su trabajo. Lo llevaré al hospital igual de rápido.
Cierro los ojos, rogando algo de estabilidad en mi mundo que se rompe. No es momento de importunar a nadie aunque me muero de ganas de perder el control hasta que alguien me diga que se pondrá bien. Se tiene que poner bien. No puedo vivir sin ella. El simple pensamiento abre un agujero en mi pecho, se me dobla el cuerpo y apoyo con fuerza las manos en las rodillas para respirar entre las descargas de dolor que me atacan.
—¿Señor Ward?
Trago saliva y asiento mirando al suelo, se me revuelve el estómago. Tengo ganas de vomitar.
—Vale.
Respiro, intento concentrarme en que me entre aire en los pulmones, pero en mi estado actual soy incapaz de centrarme en nada que no sean mis súplicas.
—Por aquí.
La agente Barnes me coge por el antebrazo y me saca con delicadeza de mi aturdimiento. Pero es el sonido de las puertas de la ambulancia al cerrarse lo que me devuelve al circo que me rodea. Camino resuelto hacia el coche de policía y echo un vistazo atrás al montón de metal retorcido que es el Mini de Ava.
—Le diré a un compañero que acerque su coche al hospital. ¿Tiene las llaves?
Sin pensar me palpo los bolsillos buscándolas.
—Están en el coche —murmuro.
—Y ha mencionado a sus hijos, señor Ward. ¿Quiere que mande a alguien a recogerlos?
Abre la puerta del copiloto y me desplomo en el asiento.
—Los mellizos —digo al parabrisas—. Les había dicho que ya iba. Se estarán preguntando dónde estoy. —Me meto la mano en el bolsillo buscando el móvil—. La amiga de Ava. Llamaré a la amiga de Ava.
Marco el número de Kate sin pensar, por lo que, cuando contesta, no tengo nada preparado que decir y la garganta se me cierra, dejando a Kate diciendo mi nombre sin parar. ¿Qué le digo? ¿Por dónde empiezo?
—Jesse, ¿estás ahí? —pregunta, ahora loca de preocupación—. ¿Hola? ¿Jesse?
La agente Barnes se sienta en el coche a mi lado y me mira, ahí, inmóvil sujetando el teléfono como un fantasma. Toso, me aclaro la garganta, pero por mucho que intente hablar, no lo consigo. No puedo hablar. No me salen las palabras. No puedo decirle a Kate que su amiga parece estar en el umbral de la muerte. La sangre. Toda esa sangre.
—Es Ava… —Las palabras se apagan, los ojos se me nublan de nuevo—. Yo…
La agente Barnes me coge el móvil y pone su tono compasivo y profesional, hablando con calma, y le cuenta a Kate sin muchos detalles que Ava ha tenido un accidente y que hay que ir a recoger a los mellizos al colegio. Oigo a Kate quedarse sin aliento. Oigo como accede sin preguntar ni pedir detalles sobre el estado de Ava. Lo sabe.
—Pídale que llame a sus padres —murmuro—. Y a los niños que les diga que mamá está bien. —Miro la ambulancia cuando las sirenas cobran vida e invaden mis oídos—. Se va a poner bien.
Después de hacer lo que le pido, la agente Barnes cuelga y pone en marcha el motor, arranca veloz y se sitúa detrás de la ambulancia. Me paso el camino mirando fijamente las puertas traseras. Es el viaje más largo de mi vida.