CAPÍTULO 4

Es tarde. Los niños están en la cama, nuestros invitados se han ido y oigo a Ava trastear en la cocina. Paso por allí y me paro en la puerta para admirarla un momento. Está preparando la cafetera para solo tener que darle al botón por la mañana, algo que hace antes de irse a la cama casi cada noche, igual que dejar sobre la isla de la cocina los cereales preferidos de los niños. Me espero hasta que termina y empieza a ponerse crema en las manos para acercarme por la espalda. No hago nada de ruido pero ella no necesita oír me para saber que estoy cerca. Endereza la columna, las manos se mueven más lentamente.

Me pego a su espalda y acerco mi boca a su oreja.

—A la habitación, ahora —le ordeno, tranquilo pero firme.

Se gira despacio, rozándose contra mí, el roce dispara mi temperatura corporal. La alzo y la cojo en brazos como a un bebé, besándola mientras salimos camino de la habitación. Gime en silencio mientras me besa. Yo gimo en silencio al besarla. Es el puto paraíso.

Nuestros labios no se separan en todo el camino hasta la habitación y supone un reto abandonar ese beso cuando llegamos a la cama. La dejo encima, me quito la camiseta y la lanzo a un lado. Los dientes de Ava se hunden en su labio inferior, la mirada hambrienta.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunto, seguro de la respuesta.

Llámame egocéntrico. Me importa una mierda. Me bajo los pantalones y los calzoncillos de golpe y espero a que ella responda.

Ava fantasea.

—Eh.

Chasqueo los dedos, despertándola de golpe.

—¿Y bien?

Frunce mínimamente el ceño.

—¿Qué decías?

Sonrío. Su pregunta es una respuesta lo bastante buena para mí.

—Me gusta tu vestido.

Me acerco y tiro del sedoso vestido negro, sonriendo cuando la escucho contener la respiración.

—Pero me limita un poco.

—Quítamelo —me pide, muerta de impaciencia.

Su deseo por mí no hace más que intensificar mi deseo por ella. Pero sigo jugando con su desesperación.

—¿Qué dices?

Veo en su mirada la necesidad de pelear, pero mi esposa aprendió enseguida que, dándome lo que quiero, ella consigue también antes lo que quiere.

—Por favor.

Su súplica es más que eso. Es un afrodisíaco como no hay otro igual. Su vestido desaparece en menos que nada y su ropa interior, más rápido todavía.

Apoyando un puño en el colchón, repto por todo su cuerpo de abajo arriba, lamiendo hasta llegar al interior de sus muslos, gruñendo entre dientes al pasar por su dulce, suave y húmedo coño. Su gemido se alarga eternamente, se le arquea la espalda, sacando los pechos hacia fuera. Rodeo despacio su pezón con mi lengua firme. Joder, qué bien sabe.

Suspira, sus manos van a mi cabeza y luchan con mi pelo.

—Eres un puto dios, Ward.

Le muerdo el pezón como advertencia e ignoro su exabrupto, deslizo los dedos por su barriga y los introduzco en las profundidades de su cuerpo.

—Mmm…, estás tan a punto ya —le digo mientras gime.

Saco los dedos y me coloco encima de ella agarrándome la polla, tan dura que duele, y la pongo en posición.

—¿Fuerte o suave, nena?

—Suave —suspira susurrante y alegre con las manos en mis caderas, atrayéndome.

Entro poco a poco, lucho por respirar cuando el placer me invade.

—¿Así? —le pregunto, y se la meto hasta el fondo.

—Así, perfecto.

Salgo y noto como su cuerpo me atrapa, haciendo que me apoye en los antebrazos.

—Somos jodidamente increíbles juntos, señorita.

—Lo sé —afirma, clavándome las uñas en el culo.

Nuestras miradas se encuentran y sé que así van a seguir hasta que la lleve al clímax y tenga que cerrar los ojos. Es una de mis imágenes favoritas. La pasión y la necesidad en su cara, sus suaves jadeos calentándome la piel. Me pierde.

Esta mujer me ha cautivado todos y cada uno de los días de nuestra vida juntos. No solo cuando la tengo en mis brazos o cuando me hundo en lo más profundo de su ser sino con todo lo que hace. Cada vez que me mira, me habla, me toca. Soy el hombre más afortunado de la tierra y le doy las gracias al destino cada minuto de cada día. La quiero con una intensidad que se hace más fuerte a cada segundo que pasa.

—Yo también te quiero —me susurra leyéndome el pensamiento—. Y también soy afortunada.

Sus manos me sueltan el culo y se acercan a mi cara, sus muslos me rodean la cintura. Me agarra la cara con firmeza mientras yo sigo moviéndome lentamente, entrando y saliendo de ella con suavidad.

—Eres mi vida entera, Jesse Ward. Haces que mi corazón siga latiendo.

Esbozo una pequeña sonrisa y asiento sin apartar mi mirada de la suya mientras me acerco a besarla. Nuestro beso es tan delicado como nuestra forma de hacer el amor, que voy ralentizando hasta casi detenerme y nuestros labios solo se tocan.

—Y mi corazón solo latirá por ti —susurro, haciendo equilibrios al borde de la explosión—. ¿Estás aquí?

—Estoy aquí.

Su cara mirándome resplandeciente me lo confirma y me muevo solo un poquito más fuerte unas cuantas veces para llevarnos al límite juntos.

Mi cuerpo absorbe sus temblores, estremecimientos que van directos a mi corazón. Se llena de sentimientos tan potentes que una vez más me veo intentando comprender la realidad de nuestra preciosa existencia. No creo que lo consiga nunca.

Jadeamos el uno en la cara del otro, un millón de silenciosas palabras de asombro van y vienen entre nosotros sin parar. Ninguno de los dos necesita decirlas en voz alta. Ambos las sabemos. Cojo su mano derecha de mi mejilla y beso su alianza y luego entrelazo nuestros dedos, apretando con fuerza y apoyando la cara en su cuello húmedo.

—¿Te ha gustado? —pregunto.

—Bah… —suspira.

Sonrío contra su garganta, besándola con suavidad aquí y allá.

—¿Un bañito? —me pregunta con suavidad.

Me quedo parado un momento, pensando. ¿Un bañito?

—Me llega el sonido de los engranajes de tu cabeza. —Se ríe un poco.

Tiene razón. Un bañito significa una charlita, ¿de qué quiere hablar? Aparto la cara de su cuello y levanto una ceja inquisitiva.

—¿Hay algo que quieras decirme?

Mi mujer sabe que soy más débil que nunca cuando ella está desnuda, mojada y sobre mí.

—No, solo me parecía buena idea estar en remojo juntos.

¿El cuerpo desnudo y mojado de Ava resbalando sobre el mío? Me libero de la calidez de su cercanía con un pequeño soplido, mi polla aún aturdida después del orgasmo.

—¿Burbujas?

—Muchas.

—Lo que mi señora desee.

Salgo de la cama y voy hacia el baño, abro los grifos y echo una gran cantidad de espuma de baño antes de remover el agua. La bañera tarda lo que me parece una puta eternidad en llenarse hasta la mitad, y cuando estoy satisfecho con la profundidad me meto y hago saltar un montón de burbujas.

—¡Listo! —la llamo.

Al cabo de unos segundos, la escucho reír.

—¿Dónde estás?

Agito las manos, apartando unas burbujas que tenía en la cara, y sonrío al verla de pie junto a la puerta.

—Tu dios te espera.

Le ofrezco una mano y se acerca, sin dejar de reír, soplando para apartar algunas burbujas más de mi nariz y sentándose delante de mí. Suspiro de absoluta satisfacción cuando se coloca entre mis muslos y la rodeo con los brazos y la parte inferior de las piernas, y cierro los ojos de pura paz. La sensación de sus manos acariciando los pelos de mis piernas es hipnótica. Jodida felicidad total. Durante un rato estamos en silencio, un silencio maravilloso y tranquilo. Hasta que Ava se lanza.

—¿Jesse?

—¿Hummm?

—Lo de mis tetas…

Abro los ojos como platos. Lo sabía, joder. ¿Quería bañarse conmigo? Me río yo.

—¿Quieres decir las tetas perfectas que tu marido ama tal cual son? ¿Esas tetas?

No puedo verle la cara pero sé que su expresión con los ojos en blanco habrá sido para darle un premio.

—Sí, esas tetas.

—Olvídalo.

La siento moverse bajo mi abrazo. Así que la abrazo con más fuerza.

—Déjame mirarte —pide.

—No.

—Jesse.

El agua empieza a salpicar a nuestro alrededor hasta que me veo obligado a soltarla para no inundar el baño.

—Por el amor de Dios —digo entre dientes cuando se gira.

Pone las palmas de sus manos en mis mejillas y pega su frente a la mía. Las puntas de nuestras narices se tocan. No pienso pasar por esto otra vez. Ni hablar. Esas tetas son jodidamente perfectas. Y además son mías. Asiento para mí mismo, decidido a no dar mi brazo a torcer por mucho que suplique y me prometa lo que me prometa.

—No —digo con firmeza—, ni por un millón de tarros de Sun-Pat y dos millones de polvos de disculpa. No.

—Pero las odio —lloriquea y saca el labio inferior hacia fuera.

Me acerco y clavo mis dientes en él.

—¡Ay!

—La respuesta siempre será no.

Se libera de mi mordisco de un tirón, resoplando de dolor al hacerlo. Llámame insensible, pero no puede doler tanto como ella sugiere.

—Escúchame al menos.

Sacrifico el agarrarle el culo para taparme los oídos.

—Ni en broma.

—Jesse.

Cierro los ojos.

—No voy a escucharte.

Siento que su cuerpo se separa del mío, sin duda aceptando que no va a llegar a ninguna parte. Bien. Espero que esté pensando en lo poco razonable que está siendo. ¿Operarse las tetas? Me río para mí mismo en mi oscuridad. Tiene más posibilidades de que me divorcie de ella que de eso.

Como pasan unos minutos sin que escuche ningún sonido, supongo que se ha rendido y que no hay moros en la costa, así que abro un ojo para comprobar que estoy solo. No lo estoy. Vuelvo a cerrar los ojos pero algo en su mano me ha llamado la atención. ¿El teléfono de ducha? Lo ha sacado de su sitio y me apunta con él. Frunzo el ceño cuando de repente me doy cuenta de que no queda agua en la bañera. ¡No! Intento levantarme a toda prisa, resbalándome con las pocas burbujas que cubren el suelo de la bañera.

—¡Ava!

Me dispara con agua. Chorros de agua congelada de tortura.

—¡Joder! —Pierdo pie y me caigo en el fondo de la bañera—. ¡Ava, por todos los santos!

—Di que vas a escucharme —me pide, acercándose tanto como el tubo del teléfono de ducha le permite, lo que es bastante cerca, coño.

Mi cuerpo entero entra en shock, dejándome a merced de mi endiablada esposa.

—Ttt… tres… —tartamudeo.

Me pregunto qué haré cuando llegue al cero. No lo sé, pero será malo. Muy malo.

—Ddd… dos…

Me pongo a temblar como un idiota, incapaz de huir. Madre mía, siento que la hipotermia gana terreno.

—¡Ava!

—¿Me vas a escuchar?

Ni siquiera soy capaz de llegar al cero. Me muero de frío.

—¡Vale! ¡Por todos los santos, vale!

El agua se cierra al momento y yo salgo a gatas de la bañera y me tumbo boca arriba en el suelo, temblando.

—Pásame una toalla, maldita bruja.

Un suave bulto de algodón aterriza en mi cara y me apresuro a secarme el cuerpo.

—¿Por qué lo has hecho? —le espeto furioso—. Si no tuviera las piernas congeladas, ahora mismo recibirías el mayor polvo de represalia de la historia.

—Lo estaré deseando —me suelta.

Coloca el teléfono de ducha en su sitio y luego vuelve a acercarse a mí y pone un pie a cada lado de mi pecho. Se agacha y apoya el culo en mi barriga, las manos en mis mejillas, y empieza a frotar mi piel de gallina.

—Déjame que te ayude a entrar en calor.

—Qué amable.

Necesito un horno, diez rápidos minutos a 180 grados. Estoy congelado hasta el tuétano.

—El cirujano dice que un poco de…

Me río por no llorar.

—¿Que ya has visto a un cirujano?

Por favor, Dios, dime que no era un hombre.

—Has dicho que ibas a escucharme.

—Y no me gusta una mierda lo que estoy escuchando, Ava. —Me la quito de encima y me pongo de pie para salir de allí—. Ni siquiera puedo mirarte.

Me voy hacia el vestidor, cojo una camiseta limpia de una percha. No sé por qué, si siempre duermo desnudo, pero ahora necesito hacer algo con las manos para contener las ganas de estrangular su precioso cuello.

—Si era un tío, no me lo digas.

Podría vomitar.

—Vale.

Me paseo por la habitación, cabreado.

—¿Así que le has enseñado mis tetas a un tío?

Se encoge de hombros.

—Me acabas de pedir que no te lo diga.

—¡Pero acabas de hacerlo, joder! ¡Qué coño, Ava!

Introduzco la cabeza por el cuello de la camiseta e intento pasar los brazos por las mangas, pero no soy capaz.

—¡Joder!

—Solo es una operación.

Dejo de luchar con la camiseta y mis brazos se quedan atrapados en algún lugar de mi cuello. Ava se aguanta la risa.

—Coge un puñal y mátame, porque me dolerá jodidamente menos que lo que me estás proponiendo.

Me doy cuenta de mi estupidez en cuanto las palabras salen de mi boca. La sombra de sonrisa se borra de la cara de Ava y recula, los ojos llorosos descendiendo hasta la piel de mi torso marcada por dos grandes cicatrices. Maldigo mi gilipollez una y mil veces mientras desenredo los brazos y me pongo la camiseta para cubrir las cicatrices ante los ojos tristes de mi mujer.

—Lo siento —suspiro, sintiéndome peor que mal.

Nuestra historia es épica, pero yo preferiría olvidar esa parte en concreto.

—Nunca te haría daño —dice bajito, y se da la vuelta y se aleja de mí.

Cierro el puño y me golpeo la frente.

—Cariño, espera.

Voy tras ella, le agarro la muñeca y la obligo a girarse. No se resiste. De hecho, hace exactamente lo contrario: se lanza sobre mí, me abraza al estilo bebé gorila de siempre y hunde la cara en mi cuello. No podría sentirme peor.

—Perdóname. —Me aferro a ella y siento la humedad de sus lágrimas en el cuello.

—Sé que ha pasado mucho tiempo —dice entre sollozos—, pero recordar el miedo que pasé cuando pensaba que te había perdido hace que lo sienta de nuevo. Y entro en pánico. Porque mira lo enamorada que estaba ya de ti por aquel entonces. Mira cuánto te necesitaba. Doce años después, todos esos sentimientos se han multiplicado por un millón, y el pensar que puedo perderte me paraliza, Jesse.

Respira con dificultad. Cierro los ojos y la abrazo un poco más fuerte.

—Nadie va a alejarme de ti —le prometo, y lo hago con cada fibra de mi ser.

—Hablas como si fueras indestructible.

—Lo soy. Si te tengo a ti y a los niños, nada podrá conmigo, Ava.

La obligo a soltarme y examino su cara, y le enjugo las lágrimas de las mejillas. No hablamos de lo que sucedió aquel día. Lauren sigue encerrada en una celda acolchada en algún lugar bajo vigilancia constante y hay una orden de alejamiento en caso de que eso cambie algún día. Lo que, por lo que sé, no sucederá. Intento de asesinato, planificado cuidadosamente y ejecutado casi de la misma forma. Nadie volverá a verla en muchísimo tiempo.

—No llores, cariño. Me temo que estás condenada a mí.

Se acerca, me coge del pelo y me da un tirón medio riendo.

—No me hace gracia.

—Cierra el pico y bésame, mujer.

Se lanza sobre mí como una leona, alejando todas las partes horribles de nuestro pasado, solo dejando sitio para los buenos recuerdos. Los recuerdos maravillosos. Recuerdos que hemos creado todos y cada uno de los días de nuestra preciosa existencia juntos. Solo nosotros y nuestros hijos.