CAPÍTULO 23

Mi adormilado cerebro me dice que no me mueva, pero no estoy seguro de cuál es el motivo. Soy consciente de que estoy hecho un ovillo junto a Ava, pegado a su espalda, a gusto. Y soy consciente de que hacía más de una semana que no dormía así de bien. También soy consciente de que algo me está creciendo entre las piernas y su culo. Esa es la razón por la que no debo moverme. Sin embargo, Ava no capta la advertencia. Su cuerpo empieza a estirarse, y ella gime. «Mierda». Mis músculos se tensan, mi cuerpo se queda inmóvil, y contengo la respiración mientras me clava el culo, desatando el caos más absoluto en mi polla y mi cabeza. Por Dios, ¿qué clase de tortura es esta?

Luego, de repente, Ava se queda quieta, mi erección atrapada entre sus muslos, y a mí me rechinan los dientes mientras intento lidiar con esa sensibilidad que me tortura.

—Uy… —dice, y se sacude ligeramente, como si el puto dolor que siento no fuese suficiente.

—No te muevas, Ava —aviso. La tengo tan dura que se me podría partir—. Por favor.

—Lo siento.

—Deberías sentirlo, sí.

Tengo que salir de la cama antes de que el radar de mi polla se imponga y dé con su objetivo. Parte de mí lo quiere. A decir verdad, la mayor parte de mí lo quiere. Podría devolverle la memoria a base de polvos. Me abofeteo mentalmente por pensar de manera tan irracional. Claro que el hecho de que sea tan irracional es una de las cosas que a Ava le gustan de mí…, ¿no? «Joder, Jesse, soluciona esta mierda ya mismo».

Cesa el movimiento y Ava espera pacientemente a que me concentre para que se me baje la erección. Cinco minutos después sigo teniéndola como una piedra.

—No funciona —admito al cabo. Mi polla tiene ideas propias y siempre las tendrá en lo que respecta a mi mujer—. No se me bajará. —Me relajo y estrecho más a Ava, confiando en que constreñir a la cabrona tiesa esta sirva de algo.

—No pasa nada —contesta Ava, y me sorprende un poco.

¿Ah, no? ¿Con qué? ¿Con que tenga la polla dura o con que la tenga donde la tengo? Un ligero movimiento a la izquierda y se la meto. ¿Pasaría algo entonces? «Mierda, cambia de tema y rapidito».

—¿No podías dormir?

—No. Algo no era… —Deja la frase en suspenso y se calla—. Como debía ser.

—Esto. Te faltaba esto.

La abrazo con fuerza, y ella asiente. Lanza un suspiro y vuelve a acomodarse.

—Es agradable.

—Sería mejor si estuvieras desnuda.

Lo digo sin pensar, luego me pregunto hasta qué punto quiero causarme daño físicamente.

—¿De veras? —Parece sorprendida de verdad, y la miro ceñudo, aunque delante tenga su nuca—. Porque ayer por la noche me miré bien en el espejo y, sinceramente, no me gustó lo que vi.

La erección se me baja en un segundo mientras le miro el pelo sin dar crédito.

—Tengo estrías —se queja—, las tetas caídas, y ¿dónde coño está mi cintura?

¿Está practicando algún juego cruel?

—Retira eso —ordeno con la boca pegada a su pelo; me niego a que diga semejantes gilipolleces—. Date la vuelta.

La obligo a volverse hasta tenerla frente a mí, un tanto asustada.

—A ver si te queda una cosa clara, señorita. —Muevo arriba y abajo un dedo acusador por su cuerpo—. Todo esto es mío, y me encanta. Tienes las tetas perfectas.

Me permito echar una ojeada a los montículos que se intuyen bajo el salto de cama de encaje, la boca haciéndoseme agua, nada me gustaría más que catarlas.

—Tu cintura es perfecta, y esas estrías de las que hablas me hacen sonreír cada día. Forman parte de ti, parte de nosotros. Me gustan mucho, casi tanto como tus tetas, y tus tetas me encantan. Me vuelven loco. Y, para que conste, a ti también.

—¿En serio?

—En serio, sí.

Asiento con vehemencia. Soy inmoral, y me da lo mismo.

—Te encantan porque a mí me encantan. Y ahora, ¿hemos terminado con esto?

—Supongo que sí.

Tiene los ojos muy abiertos, está desconcertada, aunque intuyo cierta satisfacción. Baja la vista, me mira el estómago y se muerde el labio.

—¿Qué te pasó? —pregunta mientras traza una línea continua por mi estómago, pasando por las dos cicatrices.

Cierro los ojos y, haciendo caso de mi instinto, confirmo lo que cree saber.

—Hace años tuve un accidente de moto.

Me odio por no contárselo todo, pero no tardo en decirme que es lo mejor. Esa mierda podría hundirla ahora mismo. Le quito la mano de mi vientre y me llevo los dedos a los labios y los beso con dulzura. No he perdido el don que tengo para desviar la atención de mi mujer. Los ojos le brillan, y pestañea deprisa.

—Date la vuelta —le ordeno con suavidad.

Obedece sin vacilar un solo segundo, y mientras se da la vuelta yo echo mano del móvil y abro Sonos, que pongo en modo aleatorio. Ella se pega a mi cuerpo, y mi polla cobra vida de nuevo, así, sin más. Y se hace el silencio. Y pienso en el fuego que he visto en sus ojos antes de que se diera la vuelta. Y como si fuese una señal, o algo por el estilo, suena una canción que nos ha acompañado en los buenos y en los malos tiempos. Angel, de Massive Attack. Me tenso, preguntándome si le dirá algo.

—¿Jesse? —dice en voz baja, y le hago saber que la he oído, conteniendo la respiración, ilusionado.

Pero ella no dice nada. Se da la vuelta otra vez y me mira a los ojos. Y la veo. Veo a mi mujer. El deseo que despierto en ella, que es incapaz de mantener a raya. La necesidad de abalanzarse sobre mí y devorarme. Ese deseo intenso, que resulta evidente y veo a diario desde que se despierta hasta que se queda dormida en mis brazos. Lo tengo ahora mismo, y por primera vez en nuestra vida en común, soy reacio a darle lo que a todas luces quiere. Lo que yo necesito.

—Qué —musito, y le aparto un mechón de pelo de la cara mientras la música cobra intensidad y se impone.

Sin decir palabra, me pone boca arriba y se me sienta a horcajadas en el estómago. Trago saliva y pierdo parte del control cuando su culo desnudo me toca la piel, el calor que desprende contra mi carne. Se sube el salto de cama y se lo quita por la cabeza.

—Ava, ¿qué haces? —pregunto, a pesar de que quiero desesperadamente que lo haga. Sus tetas quedan a la vista, pesadas y henchidas, y trago saliva de nuevo.

—No lo sé. —Lanza la prenda a un lado, pega su pecho al mío y pone las manos en mis mejillas—. Pero todo me dice que lo haga.

—¿Estás segura?

Esas palabras no han salido nunca de mi boca. Ni una sola vez. Y la polla me estalla a modo de protesta por mi reticencia.

Su respuesta es un beso. Un beso dulce en la comisura de mi boca. Suave y casto, pero que me consume de un modo inimaginable. Le pongo las manos en la espalda y las deslizo por la suave piel, cierro los ojos de puro gusto. «Que haga lo que quiera. Que tome la iniciativa y guíe nuestro reencuentro».

Me relajo y abro la boca cuando me lame la comisura, su lengua delicada y curiosa. Dios mío, esto es el paraíso. Contenerme es difícil. Dejar que ella controle el ritmo es una batalla como ninguna otra. Levanta el trasero de mi estómago y la polla se me dispara como un resorte, rozando el calor que sale de entre sus piernas. Pego un bote, y ella también. Gimo mientras nos besamos, y ella suspira y me toma. Su boca seduce a la mía con parsimonia mientras ella baja un poco por mi húmeda y ávida polla. Y como si Ava estuviese hecha solo para mí, que lo está, se acopla a mí a la perfección, deslizándose por mi miembro con facilidad.

—Dios —musita, y sonrío, pues estoy en la gloria más absoluta.

La canción, nuestra canción, sigue sonando, va in crescendo.

—No, nena. Ese soy yo.

Da una sacudida y se aparta de mí, haciendo que yo profiera un sonido de desaprobación debido a la repentina, inesperada retirada.

—Joder.

Me llevo las manos al paquete, apretando los dientes, y la veo sentada en el borde de la cama, mirando a la pared. ¿Qué ha pasado? ¿Es que no le gustaba?

—Ava, ¿qué ocurre, nena?

Me acerco deprisa al borde de la cama y la rodeo con un brazo. Me doy cuenta en el acto de que se estremece. Está temblando.

—Ava, dime algo, por favor.

Sacude la cabeza y, cuando me mira, veo angustia en sus ojos.

—He tenido un flashback.

Procuro no asustarme. ¿Será bueno?

—¿De qué?

—No lo sé. —Baja la vista a la moqueta y mueve los dedos en el regazo—. Ha sido muy rápido. Te lo pido por favor, quita esta música. —Echa un vistazo a su alrededor, como si buscara el equipo de música—. No la soporto. —Se tapa los oídos con las manos, y a mí se me parte el puñetero corazón.

Doy con el móvil y lo apago.

—Barcas de remos —farfulla con el ceño fruncido—. Esa canción. Tus palabras. He visto barcas de remo.

—¿Barcas de remo?

—Sí.

Se pone de pie y empieza a dar vueltas por la habitación, completamente desnuda, aunque está demasiado preocupada para darse cuenta, o puede que le importe un bledo.

—¿Por qué coño he visto barcas de remo?

De repente caigo. Me levanto, la cojo de la mano y la llevo a nuestra habitación.

—Por esto.

Abro el cajón de la mesilla de noche, saco una cosa y se la doy. Ava mira el libro.

—Giuseppe Cavalli —le digo—. Pusiste una fotografía suya en la habitación principal de mi ático del Lusso.

Me siento a su lado y abro el libro por la página en la que aparece la fotografía, deseoso de que la vea, con la esperanza de que ello le despierte algún otro recuerdo.

—Mira —se la señalo—. La original la tenemos en el comedor. Era el maestro de la luz. Me lo contaste todo sobre él cuando me enseñaste mi nuevo apartamento. Fue la primera vez que…, bueno, que hicimos el amor.

—¿Ah, sí?

—Sí.

Arrugo el entrecejo. ¿Acaso no se lo he dicho ya?

—En el cuarto de baño del Lusso, la noche que lo inauguramos. Te regalé este libro.

Paso las páginas hasta llegar a la parte de atrás, donde sigue la nota.

—Con esto.

Ava saca el papel y lo lee en voz alta.

—«Eres como un libro que no puedo dejar de leer. Necesito saber más».

—¿Te acuerdas, nena? —pregunto, mientras veo que lee las palabras, confiando en que encuentre algo que se corresponda con ese flashback, rezando para que así sea.

Aprieta los ojos, como si intentase desesperadamente recordar algo. Y sé que es lo que está haciendo. Pero cuando encorva la espalda y una lágrima cae en el papel que sostiene en la mano, entiendo que no ha sido así.

—Era tan vívido. —Me mira—. Tan real. Como si hubiese alguien conmigo mirando las barcas. Eras tú. No te podía ver, pero sentía tu presencia. Como siento tu presencia desde que desperté después del accidente. Siento tu presencia todo el tiempo, hasta cuando no nos tocamos. Hasta cuando no estás en la habitación.

Sonrío con tristeza y la siento encima de mí.

—Date tiempo, nena. Date tiempo.

Mientras la tranquilizo, hago un esfuerzo supremo para tranquilizarme yo. El puto flashback debe de haber sido fuerte de narices para apartarla de mí como lo ha hecho. No hay nada capaz de desviar su atención de mí, sobre todo cuando estoy dentro de ella. Enfrentarme al hecho de que existe ahora mismo una fuerza más poderosa que yo en la vida de mi mujer es la cosa más difícil con la que he tenido que lidiar hasta el momento. Porque, de todas las cosas que hay en este mundo que pueden hacer que Ava mejore, sé que yo soy su mejor opción.