Alrededores de Pelusium. Egipto.

Año 55 a. n. e.

Arquelao y Áureo habían conseguido reunir un ejército de ochenta mil hombres, la mitad de ellos mercenarios. Desde una loma observaban la larga columna de más de un rio[38] de largo que formaban las cuatro legiones romanas, unos veintidós mil hombres entre combatientes y auxiliares además de otros cuatro mil jinetes, que se disponían a invadir Egipto. Su general, Aulo Gabinio, venía acompañado por el propio Ptolomeo XII “Auteles”. Como jefe de caballería el joven Marco Antonio que, con veintiocho años, accedía a su primer mando importante.

Los romanos marchaban en una larga fila de ocho soldados de ancho, lo que llamó la atención de Áureo.

—¿Porque marchan en una formación tan larga y estrecha?

—Se debe a que no hay ejército capaz de atacar un frente de un río de ancho. Tan solo se les podía atacar parcialmente y las legiones están muy bien entrenadas. Los atacados formarían un cuadrado defensivo, la caballería caería sobre el flanco de los atacantes y las legiones que no se viesen directamente afectadas rodearían al enemigo. Con ese tipo de formación de marcha son inabarcables —respondía Arquelao, que ya había sufrido la eficiencia marcial romana en sus carnes.

—En el campo de batalla les venceremos, tenemos una aplastante superioridad numérica —dijo seguro Áureo.

—No des a un romano por muerto hasta que veas esparcirse sus cenizas, Áureo. Son más peligrosos de los que crees.

A pesar de los conocimientos de Arquelao, la única estrategia que desarrollaron los egipcios fue basarse en la superioridad numérica. Lanzaron a sus ochenta mil hombres en tropel, sin órdenes precisas o instrucciones contra las ordenadísimas legiones romanas. Estas se desplegaron formando cuatro cuadrados paralelos perfectos, que resultaron inexpugnables para las hordas egipcias.

Los legionarios primero lanzaban su pilum[39] y después luchaban con el gladium[40] cuerpo a cuerpo sin perder la perfecta formación. A un toque de corneta los soldados más cansados de la primera línea eran relevados por hombres de refresco que permanecían detrás sin entrar en combate. La legión jamás perdía las líneas y, tras el choque inicial, recibieron orden de avanzar sin perder la formación mientras Marco Antonio masacraba los flancos egipcios con la caballería.

La batalla duró lo que los mercenarios del ejército egipcio tardaron en saberse derrotados y desertar, Arquelao y Áureo murieron en combate junto con treinta mil egipcios. Entre las filas romanas apenas se contaron cien bajas pertenecientes a las tropas auxiliares.

Desde Pelusium, “Auteles” y Gabinio se pasearon hasta Alejandría sin encontrar resistencia alguna. La ciudad abrió sus puertas sin oponer resistencia y en el palacio real, Benerice IV recibió arrodillada a su padre pidiendo perdón. Ptolomeo XII “Auteles”, abrazó primero a su hija de veintiún años a modo de despedida y lentamente la separo de sí. La miró sin expresión alguna en su rostro y la estranguló allí mismo con sus propias manos sin mediar palabra. Benerice IV “la favorita” no hizo el más leve gesto de resistencia y falleció sin emitir un solo gemido aunque con el horror de la muerte reflejado en sus ojos.

Ptolomeo XII, cumplió su promesa y nombró al banquero de Pompeyo ministro de finanzas, deponiendo a Janib. Este, aliviado volvió a Karnak con la noticia del retorno del rey y la exigencia de la inmediata devolución a Alejandría de la princesa Cleopatra, que pasaba a ser la heredera oficial al trono de Egipto.

El ocaso de Alejandría
titlepage.xhtml
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_000.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_001.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_002.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_003.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_004.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_005.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_006.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_007.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_008.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_009.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_010.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_011.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_012.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_013.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_014.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_015.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_016.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_017.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_018.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_019.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_020.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_021.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_022.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_023.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_024.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_025.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_026.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_027.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_028.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_029.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_030.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_031.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_032.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_033.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_034.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_035.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_036.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_037.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_038.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_039.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_040.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_041.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_042.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_043.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_044.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_045.html