El Ponto[2]. Año 80 antes de nuestra era.

Ptolomeo XII había permanecido en Amasia, capital del Ponto, preso primero e invitado después, del poderoso rey Mitriades VI.

Al quedar viuda Benerice III, se casó con el heredero natural al trono, Ptolomeo XI Alejandros II, que además era su sobrino y al mismo tiempo su primo. La más que sospechosa muerte de Benerice a los quince días de casados, provocó que los alejandrinos, que amaban a la reina, culpasen a Alejandros II de instigar y posiblemente cometer el asesinato.

Cuando solo llevaba dieciocho días coronado, Alejandros II fue linchado y despedazado por los seguidores de la reina y el pueblo de Egipto ofreció el trono a Ptolomeo XII, conocido hasta entonces como “el bastardo” por no conocerse la identidad de su madre, posiblemente una esclava o una concubina de baja alcurnia.

Mitriades, que retenía al noble desde hacía ocho años, había ido suavizando las condiciones de vida del egipcio hasta convertirlo en un cortesano más. Cuando llegaron al Ponto las noticias de las revueltas en las calles de Alejandría y la proclamación de “el bastardo” como Ptolomeo XII, la relación entre los dos reyes era amigable y Mitriades aprovechó la ocasión para liberarle, quitarse un incómodo invitado de su corte y sellar una alianza duradera con uno de los reinos que aún no había sido convertido en provincia romana.

—Majestad, ¿me habéis hecho llamar? —Ptolomeo inclinaba la cabeza en señal de respeto, lo que hacía que su papada sobresaliese sobre la túnica bordada en oro y púrpura.

Mitriades, sentado en su trono de oro macizo, observaba al que, después de aquel encuentro sería su igual. Disfrutaba de los últimos instantes de dominio antes de darle las noticias que llegaban de Egipto. Si conseguía mantener al bastardo en su bando, podrían hacer frente común contra Roma, cuyos ejércitos acechaban las puertas de su reino y posiblemente no entraban debido a las dádivas y sobornos que llegaban con regularidad al senado romano, para compensar las escaramuzas militares entre ambos ejércitos.

—Han llegado noticias de vuestra tierra, amigo. —Era la primera vez que Mitriades llamaba “amigo” a Ptolomeo en aquellos ocho años—. Me alegra deciros que sois el nuevo soberano del Nilo. — Mintió Mitriades, que consideraba a Ptolomeo un borracho inútil, caprichoso, inmaduro e incapaz de gobernar.

—Majestad, yo… —Ptolomeo se empeñaba en demostrar su incapacidad de estar a la atura en ninguna circunstancia quedándose sin palabras, aunque sí consiguió levantar la cabeza lentamente, adoptar un aire regio y solemne al tiempo que cruzaba las manos sobre la barriga—. ¿Puedo partir a mi tierra, entonces?

Mitriades VI pensó que si su primera decisión como rey era pedir permiso, poca belicosidad podría esperar de él. Aun así, sabía que debía comprar voluntades y asegurar aquella frágil alianza por lo que añadió:

—Sois libre de partir, alteza y os llevaréis mil talentos[3] de oro en señal de amistad y respeto de este rey. El Ponto y Egipto son desde siempre amigos y aliados y espero que aceptéis este presente como muestra de nuestra voluntad de alianza.

Ptolomeo no escuchaba a su interlocutor, pensaba en abandonar aquel palacio, en su llegada a Alejandría, de donde partió cuando era niño, en su nueva y sorprendente condición y sobre todo… en abandonar las comodidades del Ponto. Mitriades había sido su carcelero unos años, pero poco a poco, su estancia en aquella corte se fue dulcificando hasta llegar a ser una continua fiesta rebosante de alcohol, sexo, buena comida y comodidades sin que el monarca del Ponto pidiese nada a cambio. Y cuando al fin pedía algo, era amistad regada con una montaña de oro. Fácil de aceptar.

El ocaso de Alejandría
titlepage.xhtml
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_000.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_001.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_002.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_003.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_004.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_005.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_006.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_007.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_008.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_009.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_010.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_011.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_012.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_013.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_014.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_015.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_016.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_017.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_018.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_019.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_020.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_021.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_022.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_023.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_024.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_025.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_026.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_027.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_028.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_029.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_030.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_031.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_032.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_033.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_034.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_035.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_036.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_037.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_038.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_039.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_040.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_041.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_042.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_043.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_044.html
CR!K678WW85P55Y1CE1ST00S37DKP83_split_045.html