CAPÍTULO 10

EL golpe de la puerta al cerrarse resonó en todo el apartamento. Kit se pasó los brazos alrededor de las rodillas, sin poder terminar de procesar aún lo que acababa de ocurrir. Sentía como si se hubiese dormido y se hubiera despertado en un universo paralelo, en una dimensión en la que todo había salido terriblemente mal.

Con la mente nublada, se las arregló para arrastrarse Fuera de la cama y colocarse una bata. Luego se encaminó pesadamente hacia la sala de estar, preguntándose qué demonios se suponía que debía hacer ahora. El aroma del café recién hecho impregnaba el aire, el café que Jake había preparado antes de marcharse como una tromba, dominado por una furia que no le había visto jamás. Su ordenador portátil estaba encendido, su casilla de correo electrónico estaba abierta a la vista de cualquiera. Se sintió invadida por un furioso ataque de rectitud ultrajada. ¡Cómo se atrevía Jake a husmear en su correo electrónico privado! Pero incluso mentalmente, esas palabras le sonaron huecas. Podía culpar a Jake cuanto quisiera, pero fue ella quien ocultó cosas, quien se burló y ridiculizó cada momento que habían compartido. Agobiada por la tristeza y la culpa, Kit dejó que las lágrimas le rodaran sin control por las mejillas. Aturdida por la profundidad del dolor que la abrumaba mientras pensaba en las cosas que Jake había leído, supuso cuán traicionado se debió haber sentido.

Más traicionado de lo que ella se sintió cuando él la despojó de su virginidad y se marchó sin siquiera decirle adiós.

No podía apartar de la mente las acusaciones que le había hecho: «Aún eres la misma niñita herida que quiere culparme por todo para no tener que admitir que tuviste tanta responsabilidad como yo… Usas lo que sucedió como una excusa para alejara la gente…».

Tropezó y golpeó la cafetera, volcó una taza y, cojeando, se hundió en la silla de la cocina. Con la mirada perdida en la ventana sobre el fregadero rememoró lo que realmente había sucedido aquella noche. Jake estaba en lo cierto. Durante todos esos años ella lo había culpado de todo, considerándolo un incorregible seductor de jóvenes inocentes, un ser manipulador que había tomado lo que deseaba sin ninguna consideración.

Dejó que los recuerdos de esa noche salieran a la luz y rememoró lo que había intentado borrar con tanta desesperación. Recordó lo enamorada que estaba de Jake, cuánto deseaba que el guapísimo mejor amigo de su hermano mayor le prestara atención, que reparara en ella, no como niña, sino como una mujer sexualmente atractiva, deseable. Revivió el entusiasmo y el temor que sintió cuando él apareció en el umbral de su puerta; el modo en que ella utilizó todo su triste arsenal de técnicas de seducción de amateur, convencida de que así podría demostrarle que lo amaba, que estaban destinados el uno al otro.

Si bien fue él quien la besó primero, ella ya se había insinuado, rozándolo en el sofá y quitándose la camisa para que él notara que no llevaba sostén bajo la delgada camiseta. Y fue ella quien lo alentó a ir más lejos, guiándole la mano por debajo de la camiseta y de loa pantalones, al tiempo que le quitaba la ropa.

Y era cierto, la relación sexual en sí fue dolorosa, embarazosa y decepcionante, pero lo que realmente la hirió fue la expresión del rostro de Jake una vez consumado el acto, puesto que, en vez de enamorarse repentina e irremediablemente de ella porque le había entregado su preciosa virginidad, se había sentido apenado, avergonzado, como si cada fibra de su ser se arrepintiese de lo que había hecho.

Y en vez de afrontar la situación como la mujer adulta que creía ser, corrió a su habitación para llorar desconsoladamente sobre su osito de peluche. Además, desde entonces, había utilizado esa experiencia como excusa para evitar el amor, la intimidad y las lágrimas.

Nunca se le ocurrió hasta ese momento que también Jake era muy joven en ese entonces. Ella siempre lo había considerado mucho mayor y más maduro que ella. Tal vez se sintió apenado y avergonzado por haberle arruinado su primera experiencia sexual. Quizá le preocupó la opinión de su mejor amigo porque se había acostado con su pequeña hermanita en el sofá de la sala de televisión de su casa.

Y ¿qué tenía de sorprendente que no la hubiese llamado después? ¿Qué hombre de veintidós años, casi un adolescente, habría querido comprometerse con una niña que salió corriendo de la habitación sollozando después de haber tenido relaciones por primera vez?

Golpeó suavemente la frente contra la encimera de la encina. Dios ¡qué estúpida era! Una idiota inmadura y emocionalmente discapacitada.

Quizás si se disculpara… Tú nunca persigues a los hombres, ¿recuerdas? Pero esto era diferente. Él era Jake. El primer hombre que había amado. El único hombre que jamás había amado. El hombre que después de todos esos años, había logrado demostrarle que el verdadero amor era posible.

¿Dónde está tu orgullo? ¿Realmente irás corriendo tras él para suplicarle que te ame?

¿Orgullo? ¡Ja! El orgullo la había metido en ese problema. Lo consideraría un pequeño sacrificio si lograba con ello que Jake la amara y confiara en ella de nuevo. No le importaba el precio, ni el golpe que debía sufrir su ego. Debía recuperarlo, tenía que lograr que las cosas se reencauzaran.

La pregunta era… ¿cómo?

 

 

 

Habían pasado poco más de dos semanas y todavía no estaba segura de que fuese lo correcto lo que iba a hacer. O si funcionaría. De lo único que no tenía duda alguna era de que en nada había cambiado… la intensidad de sus sentimientos por Jake. En la bodega del Faro, ubicada en el Valle de Napa, mientras se hallaba sentada al otro lado de la mesa que ocupaban durante el ensayo de la boda. Kit sintió que su corazón le dolía como si tuviese una gigantesca y amoratada herida.

Él estaba guapísimo con su pelo oscuro recién cortado; loa pantalones color canela y la camisa azul Francia le resaltaban el magnífico cuerpo. Kit quiso suponer que las sombras que le oscurecían las facciones se debían a la misma incapacidad para conciliar el sueño y probar bocado que la habían aquejado a ella, pero la seguridad que Kit solía tener sobre su propio atractivo se fue desvaneciéndose notablemente en las últimas dos semanas.

Esa noche había puesto especial atención a su apariencia, se maquilló cuidadosamente los ojos y se puso un pálido brillo labial que le daba una tonalidad de melocotón maduro a los labios. Su vestido color coral de pronunciado escote anudado en el cuello sugería insinuantemente sus senos y dejaba los brazos y la espalda al descubierto. Pero podría haber usado un saco de harina, él no lo habría notado.

Jake se sentó al otro lado de la mesa redonda y coqueteó con una de las damas del cortejo, esbozando furtivas sonrisas ante cualquier comentario que ella hacía. Se las había arreglado para ignorar a Kit desde el momento en que ella entró a la habitación, igual que había hecho durante las últimas dos semanas, tres días y seis horas.

A decir verdad, sabía a ciencia cierta que la había ignorado solamente durante la primera semana, pues después de varios días sin que le devolviera las llamadas telefónicas y sin que respondiera a sus correos electrónicos, había dejado de intentarlo y decidió tratar el tema personalmente en la boda de Elizabeth y Michael.

Sin embargo, todos los planes que había elucubrado y el ánimo del que se había imbuido para retenerlo por la fuerza si fuese necesario se esfumaron al notar que, al encontrarse sus miradas casualmente, él la ignoraba como si fuese una planta por la que no sentía ningún interés en particular.

No pudo recordar haberse sentido alguna vez tan abatida y tan temerosa de estallar repentinamente en llanto y hacer el ridículo completamente.

Enderezó los hombros e hizo todo lo que pudo para ignorar el nudo de irremediable desazón que la estaba aniquilando. Ya había llegado hasta ese punto y no era momento de dejarse rendir por la desesperación. Una vez más se recordó a sí misma que era una mujer fuerte que estaba luchando por lo que quería, y que estaba decidida a todo aunque para ello debiese someter a golpes al hombre que amaba para convencerlo.

Se prometió a sí misma que eso sería lo que haría en cuanto pudiera estar con él a solas.

Aunque con todos los presentes, desde el abuelo Ed hasta el primo más lejano, ofreciendo sucesivos brindis, la oportunidad podría tardar en presentársele.

El corazón de Kit dio un vuelco cuando, a mitad del postre, Jake se levantó de la mesa. Es ahora o nunca. Susurró una pequeña plegaria, vació su copa de vino para tomar valor y cogió el bolso.

Abriéndose camino entre la abultada concurrencia, se dirigió directamente al baño de hombres. Quizás fuese un tanto burdo acorralar a un hombre de pie frente al retrete, pero no era momento de reparar en buenos modales.

Espió dentro del baño de hombres, pero estaba vacío. Frustrada, emprendió el regreso hacia la mesa cuando distinguió una sombra en la galería exterior. Se deslizó hacia la salida y corrió hasta la silueta, intentando no partirse un tacón en los adoquines.

—Jake —lo llamó y la silueta quedó paralizada.

Se detuvo a diez pies de distancia sin poder ver el rostro que se mantenía en sombras a pesar de las luces exteriores. Pero el lenguaje corporal de la silueta le gritaba: aléjate de mí.

Requirió un gran esfuerzo no obedecerlo.

En lugar de eso, caminó lentamente hacia él, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para distinguir la mandíbula apretada y la gélida mirada.

—Por favor Jake, hablemos solo un minuto.

—No tengo nada que decirte.

—Bien, pues entonces escúchame. O mejor aún… Hurgó en su bolso y extrajo la hoja de papel que estaba buscando. —Lee.

Él ignoró la mano extendida.

—Después de lo que hiciste, ¿crees que deseo leer algo que hayas escrito?

—¿Por qué no me permites disculparme? —gritó ella, prácticamente pataleando por la tozudez masculina.

Él se dispuso a marcharse, pero ella se abalanzó sobre él, aferrándose a su espalda y negándose a dejarlo ir.

—No te alejes de mí.

Él maldijo y se ahogó cuando le rodeó el cuello con los brazos.

—Bien. Si leo eso, ¿me dejarás en paz?

Ella asintió contra su espalda.

Se colocó la camisa y le arrebató el papel de la mano. Durante una fracción de segundo, ella temió que lo rompiera en pequeños trozos. Pero se lo acercó a dos pulgadas del rostro.

—Lo siento —sonrió con suficiencia. —No puedo leerlo. Está demasiado oscuro.

—¡Ah! —El sonido gutural proferido por Kit fue similar al de Charlie Brown[12]. Arrastró a Jake a través de la galería hasta la primera puerta sin cerrojo que logró encontrar. Al encender la luz, cayó en la cuenta de que esa puerta pesada y arqueada en la parte superior conducía a la bodega.

—¿Así está bien o necesitas las gafas para leer? Frunció el ceño, pero comenzó a leer la columna de a «La verdad al desnudo» que ella había escrito la mañana en que él había descubierto su identidad. Aquella en la que le confesó al mundo que se había enamorado locamente de Jake.

Ella contuvo el aliento mientras él leía las primeras líneas. Le echó una furtiva mirada, pero su rostro no varió la expresión distante, impenetrable; no evidenció reacción alguna ante el hecho de que ella hubiera admitido que estaba enamorada de él.

Terminó de leer la página y se la devolvió.

—Estoy seguro de que sonará genial en tu libro —fue rodo lo que dijo.

El débil atisbo de esperanza que había estado alimentando durante las últimas dos semanas se marchitó y murió. No estaba dispuesto a perdonarla.

Cogió el papel de sus manos y agachó la cabeza, sintiendo náuseas al constatar que Jake Donovan había roto su corazón, y esta vez no tenía a nadie a quien culpar más que a sí misma.

Jake intentó controlar el temblor de sus manos al devolverle el papel. Las hundió en los bolsillos, apretando los puños mientras luchaba contra el impulso de cogerla en sus brazos y decirle que la perdonaba, que podía escribir cualquier cosa que se le ocurriera sobre él.

«Me he enamorado…».

Deseaba tanto creer aquello que sentía casi un dolor físico. Pero ¿y si era otra mentira? ¿Y si estaba manipulándolo para obtener más material?

Si fuera así, ¿realmente le importaba?

Decidió que sí. Su orgullo, por lo menos lo que quedaba de él tras haber hecho el ridículo permitiendo que ella lo pisoteara, era lo único que le permitía continuar con su vida.

—No hay ningún libro —dijo ella, sumida en un suave llanto.

Oh, Dios, ¿estaba llorando? ¿La dura e intolerante Kit? El sonido de sus lágrimas lo golpeó como un martillo en el plexo solar. Luego, asimiló el significado de sus palabras.

—¿No hay ningún libro?

Ella agitó la cabeza en un gesto negativo.

—Les dije que no incluiría las columnas sobre ti, razón por la cual desistieron de la idea del libro.

Eso no tenía sentido. Después de marcharse de San Francisco, Kit le había enviado varios correos electrónicos intentando explicarle por qué hizo lo que hizo. Su explicación acerca del libro no había mejorado la actitud de él, en lugar de ello, le probaba que estaba dispuesta a utilizar a las personas que amaba para impulsar su carrera. El que él permaneciera anónimo no importaba. ¿Cómo podía confiar en ella cuando explotaba tan fácilmente su relación y la tergiversaba para el consumo público?

Aunque él no la había perdonado, comprendía lo importante que ese libro era para su carrera. Era su gran oportunidad de liberarse de su aburrido trabajo en el Tribune y de tener una carrera escribiendo lo que quería.

Se restregó los ojos con los puños y lloriqueó nuevamente.

—Sé que no tiene importancia. Aún está publicado por Bustout.com, pero no podía permitirles que lo incluyeran en el libro. Sin importar cuánto intentase racionalizarlo, no podía hacernos eso a nosotros. —Hizo una pausa y miró hacia arriba en un vano esfuerzo por no llorar, prosiguió con voz temblorosa —Una revista compró los derechos de la columna, así que aun tengo eso, pero todo lo referente a ti jamás se imprimirá, lo prometo.

Le daba vueltas la cabeza. Después de haber leído todas las columnas, estaba seguro de que Kit era una perra manipuladora dispuesta a hacer cualquier cosa para impulsar su carrera. Ahora parecía dispuesta a sacrificarlo todo.

—¿Porqué?

—Porque te amo —gritó exasperada y no muy feliz de haberlo hecho.

No pudo dominar la llamarada cálida que lo recorrió íntegramente al escuchar esas palabras. No era exactamente el modo en que había esperado escucharlas, pero no las desaprovecharía.

—Déjame ver si comprendo esto correctamente. ¿Renunciaste a la oportunidad de publicar un libro para protegerme, aunque solamente tú y yo sabríamos que esas columnas se referían a mí?

Ella sacudió su cabeza.

—No podrías permanecer anónimo durante mucho tiempo. El editor quería una campaña publicitaria muy grande, y la gente que nos conociera ataría cabos. No valía la pena herirte más. Y no era justo para ti el modo en que utilicé la columna para vengarme de algo que debería haber superado hace mucho tiempo.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas y le temblaban las comisuras de los turgentes labios. Siempre se había esforzado para ser fuerte, para controlar sus emociones, y ahora no se preocupaba por esconder su dolor ni su vergüenza. Ni su amor. Él sabía lo difícil que era para ella admitir que lo quería, hablar francamente y arriesgarlo todo. Su bravuconería y seguridad habían desparecido. Kit era nuevamente la inocente adolescente que esperaba que le rompieran el corazón.

Dios sabía que él no era capaz de hacerlo. Una débil sonrisa iluminó el rostro de Jake al tiempo que la cogía entre sus brazos, imaginándose esos bebés de ojos verdes y cabello oscuro que ella había mencionado en su columna. Ella quedó rígida durante un momento, luego se fundió contra él, apoyándole el cuerpo extenuado contra su pecho. Lo abrazó por la cintura y suspiró como si hubiese encontrado el único refugio seguro en este mundo.

Inclinó la cabeza hacia atrás y lo miró con los grandes ojos manchados de rímel gris.

—¿Me perdonas?

Con dificultad por el nudo que sentía en la garganta, le dijo:

—Sí. —Su afirmación sonó como un graznido. Al besarla, al saborear sus lágrimas saladas, al saborearla a ella, sintió un placer casi doloroso. Le besó las mejillas y la frente, incluso la punta de la nariz enrojecida. —Quiero que escribas el libro, Kit. —Ella negó con la cabeza. —No importa lo que digas mientras yo sepa la verdad.

—¿De verdad? —preguntó con expresión insegura. —¿No dirás que está bien para luego reprochármelo el resto de nuestras vidas?

Hizo un movimiento negativo con la cabeza.

—Pero la próxima vez que escribas algo acerca de mí… —gruñó, apoyándole la espalda contra un barril de vino que lo superaba en tamaño—es mejor que sea sobre el enorme tamaño de mi verga y sobre lo bien que la manejo.

Kit dejó escapar una picara risilla y le acarició el pelo.

—Esta semana tengo fecha de entrega. Será mejor que me refresques la memoria.

 

 

 

Para su asombro, él no perdió el tiempo. La acarició por todas partes, le hundió las manos en el escote y le tocó los senos; se las deslizó por los muslos para aferrarle las nalgas que el minúsculo tanga dejaba desnudas.

—Dios, te he echado de menos —gimió Jake, con la boca caliente y abierta presionada contra la sensible curva de su pecho. Kit sintió el fuerte tirón con el que Jake le desabrochó el vestido. Percibió su respiración agitada succionándole salvajemente los pezones, provocándole así pulsaciones enloquecidas en la entrepierna.

Se apartó para bajarse los pantalones y los calzoncillos hasta las caderas y le desgarró las medias de seda.

Le acarició los pliegues de los húmedos labios, preparándola para la ruda penetración. Le levantó una pierna, se la sostuvo alrededor de las caderas y embistió el pene, hundiéndoselo tan profundo como le fue posible.

Así, sujeta y clavada, la tenía indefensa, incapaz de moverse.

—Te siento tan bien… —le dijo, manteniéndose tan quieto que ella podía sentir el violento latido del corazón de él contra el suyo, los débiles temblores que sacudían su cuerpo. —Dime nuevamente que me amas —le susurró.

—Te amo. —Se sujetó a él con fuerza, apretándolo desde adentro, ciñéndole el miembro prietamente al tiempo que contoneaba las caderas. —Te amo tanto… —le dijo mientras le besaba apasionadamente los labios, la lengua, saboreando sus gemidos; las lágrimas se le escapaban furtivamente por el rabillo de los ojos al reconocer lo cerca que había estado de perderlo, de no disfrutar nunca más de las caricias de esas manos en su piel, de no sentir nunca más que la penetraba profundamente, hasta formar parte de su propio cuerpo.

Sin escucharle susurrar «te amo» en voz baja y temblorosa. Finalmente, él comenzó a moverse, penetrándola con embestidas rápidas y profundas, rozándole simultáneamente el punto G con la gruesa verga. Ella alcanzó el clímax casi inmediatamente, y pudo apenas percibir los gemidos masculinos cuando explotó cual lava ardiente dentro de ella.

Durante largo rato permanecieron abrazados contra el barril, recuperando el aliento.

Luego él se alejó, y ambos se dirigieron, a través de la galería, hacia los baños, para asearse.

Aunque la idea de marcharse al hotel era tentadora, volvieron al comedor, donde varios amigos y parientes seguían proponiendo innumerables brindis.

Abrazándola por la cintura, la acercó a él y se inclinó para susurrarle al oído:

—Prométeme que no haremos todos esos estúpidos discursos cuando nos casemos.

Se humedeció los labios al sentirlos repentinamente secos.

—¿Quieres casarte conmigo?

Sintió su aliento cálido y la vibración de la risa masculina haciéndole cosquillas en la oreja.

—¿Cómo demonios podría controlarte de otra manera?

Aturdida, Kit se apoyó en él y cerró los ojos al tiempo que, triunfante, la romántica e idealista Kit tantos años reprimida susurró: «Te lo dije».

Kit debía reconocer su derrota. El amor verdadero era posible. Ni siquiera una testaruda descreída aspirante a cínica como C. Teaser podía negarlo.