CAPÍTULO 04

¿QUÉ es lo que hace que un antiguo amante reavive nuestro fuego? ¿Por qué algunos hombres logran que ansiemos volver a por más a pesar de que no lo merecen? Yo, que no soy muy dada a brindar segundas oportunidades, disfruté del más increíble fin de semana de sol y sexo con un tío que, a juzgar por su destreza en el pasado, nunca más en la vida tendría que haberse acercado ni a una pulgada de mis bragas. Sin embargo, el muy sinvergüenza ha aprendido varios trucos nuevos, los suficientes como para hacer que esta mujer brame…

Kit gruñó al escuchar que llamaban a la puerta. ¿Quién podría ir a verla a las nueve de la noche de un martes? Quizá si fingiese no estar en casa podría librarse de quienquiera que fuese. Una interrupción era lo que menos necesitaba en ese momento. No solo debía comenzar con los informes sobre ganancias al día siguiente, sino que, además, le quedaban menos de doce horas para terminar su artículo sobre la investigación que estaba llevando a cabo sobre las empresas de biotecnología locales que habían falsificado estudios clínicos relativos a productos farmacéuticos en desarrollo.

Oprimió la dirección de URL y abrió otro artículo sobre los extraños efectos que podían provocar en el hígado ciertas drogas. En sus ensoñaciones, imaginaba que algún día podría buscar la frase; «La verdad al desnudo» en Internet, y además cobraría lo suficiente como para no tener que escribir sobre tediosas y áridas cuestiones comerciales.

Los golpes en la puerta continuaron. Seguramente sería Margot, la vecina que vivía al otro lado del pasillo; probablemente querría ver la televisión, ya que Kit tenía cable. Se puso las viejas pantuflas rojas que estaban bajo su escritorio y se dirigió hacia la puerta.

—Puedes pasar —rezongó, abriendo directamente la puerta sin detenerse a revisar previamente a través de la mirilla, —pero tienes que permanecer silenciosa.

—Si recuerdo bien, la última vez que estuvimos juntos eras tú la que hacía más ruido.

Kit retrocedió conmocionada al ver a Jake Donovan en el umbral de la puerta de su casa con una sonrisa implacable en su rostro indecorosamente guapo.

—¿Qué diablos haces tú aquí? —dijo con brusquedad. Por un segundo pensó que estaba alucinando. Durante toda la semana siguiente a su regreso de El Cabo, Kit no había podido dejar de pensar en Jake. Particularmente cuando escribió los dos últimos capítulos de «La verdad al desnudo», donde se explayó al referirse a los deliciosos momentos que había pasado a merced de la potencia sexual de Jake.

Ignorando su pregunta, Jake pasó frente a ella sin esperar invitación alguna para entrar en el apartamento. Cerró la puerta y le levantó el mentón para besarla.

—Nunca te di un beso de despedida —le dijo deslizándole la lengua sobre los labios como saboreándolos.

Avergonzada, sintió las mejillas arreboladas. Después de haber oído el comentario poco afortunado que él había hecho en la cocina de la villa mexicana, recogió sus cosas rápidamente y le pidió a una de las asistentas que le llamara un taxi. Después, se escabulló por la puerta y se dirigió hacia el aeropuerto sin despedirse de nadie. Y menos de Jake.

Kit reconoció que no había sido la manera más adecuada de marcharse, ni el comportamiento de una mujer a quien supuestamente el hombre le resultaba totalmente indiferente, como se decía a sí misma respecto de Jake. Pero él había empezado a elucubrar extrañas ideas sobre ellos, a juzgar por su repentino comentario a Dave; y en ese momento no se le ocurrió otra cosa, salvo huir lo más lejos posible antes de que él le diera mayor trascendencia a una simple aventura amorosa de un fin de semana.

Y el hecho de que se hallara en su apartamento a la semana siguiente, sin haber llamado o haber sido invitado, era un signo evidente de que él realmente no había considerado el fin de semana que pasaron juntos algo intrascendente como ella hubiera querido.

—¿Y has cruzado todo el país solo para darme un beso de despedida? ¿Debo preocuparme por tener que enfrentarme a un acosador?

Jake rio entre dientes, se dirigió al salón y arrojó la chaqueta del traje sobre el respaldo del sillón como si lo hiciera así todos los días. Mientras se aflojaba la corbata, Kit no pudo dejar de apreciar la manera en que sus hombros destacaban bajo la camisa de algodón y la forma en que se le marcaban los músculos del trasero. Jake se reclinó sobre el respaldo del sofá color beige de su salón, recorriendo con mirada ardiente su figura, escudriñando desde la desmañada coleta hasta las andrajosas pantuflas rojas.

Kit intentó no amilanarse a pesar de que Jake estuviese vestido como un modelo de GQ[5] y la hubiese sorprendido vistiendo una ajada camiseta que le habían regalado en una conferencia a la que había asistido alguna vez y un par de vetustos pantaloncillos. No era que le importase lo que él pensara acerca de su apariencia; ni siquiera sabía si quería que estuviese allí, y cuanto menos deseable la encontrara, menos complicada sería la situación.

 

Tampoco significaba nada que sus pezones estuviesen henchidos como brotes impúdicos a causa de una simple mirada penetrante de aquellos fríos ojos verdes.

—No te preocupes, Kit —le dijo. —No voy a hervir ningún conejo[6]. Mi empresa se dispone a firmar un contrato aquí y necesitan de mi presencia en San Francisco durante el próximo mes, mes y medio.

Aquello parecía un argumento suficientemente razonable, ya que, por supuesto, cuando llegó a su casa, Kit había hecho una búsqueda sobre Jake en Google; por eso sabía que su empresa tenía una sucursal en San Francisco y que habían invertido en varios negocios locales de tecnología.

Qué idiota. Como si fuese posible que él hubiera hecho el viaje desde Boston solo para verla, por fenomenal que hubiese sido el sexo que disfrutaron. Kit no sabía qué le resultaba más aterrador, si la suposición inicial de que él había considerado demasiado seriamente una aventura de fin de semana o que ella estuviese decepcionada porque estuviese allí solo por negocios.

—Llamé a tu hermano para que me diera información sobre ti —continuó—y decidí pasar a verte. —Se levantó del sofá y caminó despacio hacia ella hasta detenerse a escasas pulgadas de distancia.

—Podrías haber llamado antes —le dijo, cruzando los brazos sobre el pecho para ocultar la intensa reacción de su cuerpo.

—Después de la manera en que te fuiste… —Levantó la mano y la sujetó del cuello. —No estaba seguro de que quisieras verme.

Ella se humedeció los labios, nerviosa, aferrándose con fuerza las manos en un intento de contener el deseo irrefrenable de derribarlo contra el suelo.

—¿No creías que tuviese ganas de verte?

Los blancos dientes de Jake refulgieron contrastando con su piel bronceada.

—Sabía que querías verme —dijo, —pero no sabía si estarías de acuerdo.

Él se le aproximó tanto que ella pudo sentir su cálida respiración demasiado cerca de sus labios.

—Estás muy seguro de ti mismo. ¿No es así? —murmuró, casi rozándole el mentón con los labios, ya que no había podido evitar colocarse de puntillas e inclinarse.

La cogió de la coleta, obligándola a echar la cabeza hacia atrás, y le separó los labios con la lengua. Kit le pasó los brazos alrededor del cuello y lo acercó hacia ella, al tiempo que abría la boca aceptando su caricia.

Jake gimió y se hundió en ella, succionándole y mordiéndole los labios como un hambriento. Kit sintió el calor que empezó a crecerle entre los muslos hasta que lo único que pudo pensar fue en desnudarlo y sentirlo dentro de su cuerpo tan rápido como fuera posible.

Sin embargo, no podía dejar que ganase tan fácilmente. Sacudió la cabeza para escapar de Jake y le dijo:

—¿Así, nada más? ¿Sin ni siquiera flores ni una cena? ¿Estabas en la ciudad y pensaste que me podías buscar sin más preámbulos para un encuentro de sexo casual? Me pregunto, ¿qué pensaría Charlie del trato que le dispensas a su pequeña hermana?

Jake le subió la mano posesivamente por la espalda. Sus dedos calientes sobre la camiseta la hicieron estremecer. Con la Otra mano le aferró la cadera y la estrechó contra su erección. Ella la percibió caliente a través de la tela de los pantalones.

—Kit, ¿quieres que me esfuerce para lograrlo? ¿Cena? ¿Flores? Haré todo lo que tú quieras. —La besó rudamente, dejándole los labios hinchados y palpitantes. —Pero así estuve durante todo el vuelo —gruñó al tiempo que le guio la mano hasta la bragueta para que sintiera su miembro duro y henchido. —Ardiendo de deseos por estar dentro de ti.

Fue demasiado. No quería escuchar lo que él había deseado, ni percibir la necesidad en el tono de su voz, pero el flujo caliente que le latía entre los muslos fue lo que más la asustó.

—Seguiré el juego que tú quieras —le susurró, deslizándole la lengua por la piel sensible del cuello, —pero creo que a estas alturas deberíamos ser sinceros entre nosotros.

La embargó una sensación de alivio mezclada con decepción. Kit se concentró en la sensación de alivio. Estaba claro que cualquier idea posesiva que él hubiese albergado ya se había esfumado y todo lo que quería de ella era sexo. ¿Por qué irse por las ramas pretendiendo una cita si se trataba simplemente de sexo sin compromisos como el que habían compartido en México?

Pues también era lo que ella deseaba.

Mentirosa.

Kit silenció implacablemente la voz interna que le advertía que ella deseaba algo más que sexo.

Haciendo caso omiso de la voz interna, lo cogió de la corbata y lo condujo hacia la habitación, donde con una frenética eficiencia, apenas interrumpida por besos y caricias húmedas sobre cada parte del cuerpo que iban desnudando, lo hizo retroceder hasta la cama. Lo empujó sobre ella y se echó desnuda sobre el cuerpo masculino. Como una gata en celo, se contoneó rozándole el vello suave del fornido pecho, jadeando anhelante al sentir las manos de Jake acariciándole los sensibles pezones.

Sintió el ardiente contacto del miembro de Jake latiéndole contra el vientre, movió el cuerpo para que esa columna de carne pétrea le rozara la entrepierna húmeda. Las grandes manos masculinas la cogieron de las nalgas y la hicieron moverse en círculos contra él hasta que estuvo a punto de alcanzar el orgasmo con ese simple roce.

Todavía no. Se apartó suavemente, deslizándole la lengua por el pecho y recordando una frase que él le había dicho en la bodega

Sujetó las manos de Jake contra el respaldo de la cama; con la otra hurgó en el interior del cajón de la mesilla de noche. En escasos segundos, halló lo que buscaba.

El frío ruido del metal al cerrarse repercutió estridente en la pequeña habitación. Jake, sorprendido, abrió los ojos y se encontró esposado a la cama.

Contrajo los músculos para constatar la firmeza de las cadenas. Después se dejó caer tranquilamente sobre los cojines.

Kate montó sobre su pecho como un guerrero del Amazonas exigiendo el botín conquistado.

—Estoy a tu merced —sonrió.

—Así es, lo estás. —Se inclinó hacia adelante rozándole el rostro con los pechos, y gimió cuando, obedientemente, le rozó con la lengua los pezones, primero uno, después el otro, introduciéndoselos en la boca. Ella se incorporó al tiempo que le liberó el pezón atrapado con un sonido sordo. —¿Qué puedo hacer contigo?

—Se me ocurren varias sugerencias, pero ya que ores tú la que desea juegos de ataduras, creo que eres quien debe elegir.

Se preguntó qué diría Jake si supiera que era la primera vez que usaba las esposas. Una suerte de novedoso chisme de color rosa que le habían regalado en broma una noche de parranda de mujeres solas y que había guardado sin usar en su cajón durante los últimos dos años. Si bien a ella le gustaba pensar que era bastante liberal en cuestiones de sexo, nunca tuvo la necesidad de atar a un hombre y jamás pensó en que la sometieran a ella.

Pero Jake era tan chulo, tan seguro de sí mismo, que no pudo resistir la tentación de poner a prueba sus habilidades.

—En México me dijiste… —dijo suavemente al mismo tiempo que deslizaba sus uñas sobre la piel del pecho —que podrías hacer que me corriera con las manos atadas tras la espalda. —Vio como se le perlaba de sudor la piel del pecho y sintió el respingo de la punta de la polla golpearlo la parte de atrás del muslo. —Veamos cómo lo haces con las dos manos atadas a mi cama.

Una sonrisa seductora le iluminó el rostro y, a juzgar por las palpitaciones que sintió en su interior, parecía que no le resultaría tan difícil lograrlo.

—Kitty Kat, ven aquí —susurró mientras se lamía los labios con excitación anticipada.

Ella montó sobre él, acomodando las rodillas junto a sus orejas. Contuvo la respiración y cerró los ojos mientras él le separaba con la nariz los labios del pubis. Entrelazó los dedos en los de Jake, aferrándose al cabecero, y gimió al sentir que la lengua masculina la penetraba. Con movimientos circulares le acarició enloquecedoramente el clítoris para abandonarlo en busca del borde de los labios húmedos, avanzando inexorable hacia la entrada del húmedo sexo, al que folló suavemente con la lengua.

Contoneó las caderas acompasando la cadencia deliberadamente lenta de aquella lengua que le arrancaba gemidos de placer frustrado al escatimarle el ritmo que le permitiese alcanzar el orgasmo ansiado.

Demostraba así que seguía detentando el poder a pesar de tener las manos atadas.

—Maldita sea, deja de burlarte —dijo con los dientes apretados.

El rio quedamente, emitiendo una vibración que le produjo estremecedoras pulsaciones en la dolorida carne. Ella suspiró al tiempo que Jake cogió en la boca el clítoris, succionándolo y enloqueciéndolo con firmes estocadas de lengua. La devoró hambriento, haciéndose un festín, succionándola, lamiéndola, follándola.

En poco tiempo sintió las contracciones características del inminente orgasmo. La boca masculina la llevo el clímax, introduciéndole la lengua en el coño, que latió tembloroso en su rostro. Con las piernas y los brazos estremecidos se recostó sobre el pecho masculino.

—Debo reconocer que no me habías mentido.

Él se incorporó y le besó la cabeza.

—Odio cuando la gente fanfarronea sobre sus habilidades, por eso evito hacerlo.

Kit suspiró y se retorció contra él sumida en una clásica lasitud «post-coito», pero se recuperó del letargo al sentir el insinuante roce de la erección masculina contra las nalgas. Eso la recordó que, si bien ella estaba más que satisfecha, él seguía muy excitado y deseoso de proseguir. Bien le vendría quedarse insatisfecho y atado a la cama, pero no tenía corazón después del excelente trabajo que con ella había demostrado.

En realidad, ella tenía una vena vengativa y no sabía si volvería a hacerlo alguna vez más con Jake, pero dejarlo insatisfecho y dolorido parecía extremadamente injusto.

Sin mencionar el pecado de desperdiciar una erección perfecta.

Le recorrió el torso saboreándolo, gozando del sabor salado de su piel; el olor almizcleño del hombre la enardecía. Le deslizó la lengua por la línea de vello que se bifurcaba a sendos lados del torso cubriendo las marcadas costillas hasta el ombligo y se detuvo cerca del falo enhiesto, que palpitaba enardecido entre sus manos.

Tenía una perlada gota pre-seminal en la punta del pone. Dio un respingo cuando ella lo lamió. Él tensó los músculos cuando le infligió la misma tortura que antes le había infligido a ella, lo atormentó con suaves lamidas felinas. La vena del falo se marcó ostensiblemente, palpitante contra la mano de Kit.

Finalmente lo cogió dentro de la boca. El gemido de Jake bastó para reavivar su propio deseo. Estaba tan hinchado que apenas podía rodearle el glande con los labios, se esforzó por asirlo dentro de la boca. Lo cogió y lo acarició con movimientos ascendentes y descendentes, al tiempo que le lamía en excitante espiral la piel sedosa de la cabeza, Jake agitó las caderas intentando no correrse en su boca.

A pesar del placer que sentía, no le resultaba suficiente. Le palpitaba dolorosamente el sexo por las ansias de sentirlo dentro de ella.

—¿Adónde vas? —Su tono de voz evidenció la tensión de un hombre llevado al límite de su resistencia.

Ella se inclinó y lo besó profundamente, pero no respondió. Se levantó de la cama lentamente; el rostro masculino mostró una expresión recelosa. Realmente, le preocupaba que no volviese. ¿Ese juego peligroso la habría convertido en una sádica?