CAPÍTULO 07
MIKE percibió sus dudas y suavizó gentilmente la presión de la boca. Le besó dulcemente las mejillas y el mentón, y le susurró:
—No tenemos que hacer nada que no desees, querida. —El miembro saltó en vehemente protesta contra las nalgas femeninas. Lo ignoró.
Aparentemente, Karen lo notó, porque le echó una significativa mirada a su regazo.
—Solo porque esté duro como un erizo no quiere decir que tengamos que hacer algo al respecto.
—No quiero que te marches —le dijo con una voz temblorosa que jamás le había escuchado. La miró de frente. La mirada cautelosa y precavida que siempre había visto en ella había desaparecido. Su temor al rechazo era patente y claramente visible.
Se le cerró la garganta y durante varios segundos no pudo hablar.
—No iré a ningún lado, pequeña. Me quedaré toda la noche y charlaremos, o podemos ver la tele. —La envolvió entre sus brazos y la aferró contra el pecho. —Solo quiero estar contigo —dijo, y descubrió que era sincero.
Se puso tensa en sus brazos y lo miró con evidente escepticismo.
Emociones extrañamente tiernas le llenaron el pecho mientras el muro que había erigido para proteger sus sentimientos se resquebrajaba. Una sensación cálida le recorrió todo el cuerpo. Durante once años se había negado la posibilidad de acercarse a una mujer. Al igual que Karen, había temido la vulnerabilidad y la pérdida de control que conllevaba estar enamorado.
Su temor se desvaneció justo ahí, con su cuerpo suave y cálido entre los brazos. Todo lo que deseaba era compensarla por las heridas que le había causado. Incluso si eso implicaba mantener las manos alejadas de Karen para demostrarle que la necesitaba a ella, no meramente a su cuerpo.
La apretó con fuerza y le besó la cabeza.
—¿Sabes lo que deseo?
—¿Eh? —Trazó lánguidos círculos para acariciarle la piel que dejaba al descubierto el cuello de la camisa.
Él suspiró con satisfacción por la suave presión de los labios femeninos.
—Desearía no haber sido un gilipollas totalmente ajeno a lo que sucedía a mi alrededor cuando estábamos saliendo.
Ella rio entre dientes y deslizó la mano dentro de la camisa.
—Somos dos. —Le lamió el hueco de la garganta. Él le deslizó una mano por las nalgas y la apretó en son de advertencia.
—Me estás poniendo difícil que me comporte bien.
—Lo siento —dijo, bajándole la camisa para morderle la clavícula. —Hace mucho tiempo que no tengo la oportunidad de estar así con un hombre y que en segundos no me esté manoseando.
Mike se tensó y después apartó el pensamiento de ella con otro hombre. Lo único que podía hacer al respecto era prometerse que, desde ese momento, él sería el único hombre en su vida.
Una determinación que debería haberlo asustado, pero no fue así.
—¿Estás intentando probar mi límite? —de preguntó, deslizando su mano por la espalda bajo la sudadera. La piel femenina era suave como seda bajo su palma callosa.
—No —percibió que sonreía contra su piel y ladeó el cuello para que pudiera alcanzarle el lóbulo de la oreja. —Solo disfruto de la acumulación de tensión. —Sintió los cojones tensos por el mordisco y se movió inquieto. —Pasó mucho tiempo desde la época en que podía disfrutar de juegos amorosos preliminares al sexo, y deseo disfrutarlo.
Él gruñó y le dio un beso húmedo.
—Tómate tu tiempo, pequeña.
Sonrió y respondió a su beso con la misma intensidad mientras se acomodaba a horcajadas en el regazo de Mike.
—Te quiero tanto, Mike… —Suspiró temblorosa. —Eres el único hombre que me hace sentir esto. —Le acarició la camisa, temblando, como si luchase contra el impulso de desabotonársela. —Me asusta terriblemente.
—Lo sé. A mí también —confesó.
Eso pareció animarla y le devoró la boca. El sabor femenino lo enloqueció. Su mano se escabulló y le cogió un pecho, le apretó el pezón a través de la tela suave. Ella gimió y se retorció sobre su regazo. El calor húmedo de la entrepierna atravesó la barrera de la ropa. El miembro latió en protesta contra el confinamiento de los pantalones.
Ansiaba estar dentro de ella más que respirar, pero esperó la señal femenina. Era ella la que marcaba los tiempos, y estaba decidido a complacerla en todo. En esa posición, le presionó el miembro rígido como hierro, la levantó y se lo frotó asiéndola de las caderas en una cadencia que rápidamente la dejó jadeante y cubierta de ardiente rubor.
—Quiero sentir cómo te corres —le susurró lamiéndole la oreja. —Eres tan sexy cuando te entregas al placer.
—No —dijo con el cuerpo rígido sobre su regazo. Mike quedó paralizado. —Te quiero dentro de mí la primera vez.
Mike se puso de pie y la llevó en volandas hasta la habitación. Le temblaron las manos al abrirle la cremallera de la sudadera. No llevaba nada puesto debajo, y se le hizo agua la boca al recordar el sabor delicioso de esos senos perfectos. Por algún tipo de milagro, le había dado una segunda oportunidad. Y de ninguna manera iba a estropearla por perder el control. Tenía que hacer que fuera perfecto para ella, compensarla aunque fuese de ínfima manera por las veces que no le había dado el amor y el afecto que ella merecía.
Ella se quitó los pantalones y las bragas y se extendió desnuda sobre la cama mientras lo observaba quitarse la ropa.
—Eres tan apuesto… —dijo mientras paseaba la mirada por su pecho, por el vientre y las piernas. La última vez, ambos estuvieron tan concentrados en detentar el poder que no se dieron el tiempo necesario para mirarse mutuamente.
Durante un momento, simplemente se admiraron uno al otro, saboreando la expectativa del placer. Después, Mike se quitó rápidamente la camisa, se bajó los pantalones y los calzoncillos. Lanzó una expresión de alivio cuando dejó de sentir el miembro apretado.
Expuesto a la mirada femenina de admiración, la erección se agrandó aún más, en enhiesta ansiedad por adentrarse en ella cuando se arrodilló entre sus muslos.
—Y tú eres preciosa. —La beso tan profundamente que casi perdió el control de sí mismo. —Eres la mujer más excitante que he conocido —susurró. —Y no puedo creer que yo sea tan afortunado de estar otra vez contigo.
Le envolvió los muslos con las piernas y alzó las caderas para que el miembro se le deslizara sobre los pliegues de su sexo. Gimió contorsionándose contra el falo, humedeciéndolo y arrancándole un gemido.
—Espera —gruñó. Se estaba muriendo, con la polla tan dura que casi le explotaba la piel. Quería que fuese bueno para ella, complacerla en todo lo que quería, pero la sensación de su sexo caliente y suave contra él era más de lo que cualquier mortal podría soportar. —Despacio, querida, o no podré contenerme.
—No quiero ir despacio —dijo con voz áspera por el deseo, clavándole los talones en las nalgas, apremiándole para sentirlo más cerca. Le cogió el miembro y se frotó la bulbosa cabeza contra el clítoris. Una película de transpiración le cubrió la piel, y, con respiración entrecortada y mirándolo fijamente a los ojos, dijo:
—Te quiero dentro de mí, ahora. No me hagas rogar.
Gruñó y cerró los ojos.
—Si no te detienes, tendré que disculparme por correrme a los dos segundos de penetrarte. —Las gotas de sudor le surcaban la frente cuando introdujo el pene en la cavidad ardiente. Tuvo que emplear toda su fuerza para resistir el ardiente ceñimiento del cuerpo femenino sin dejarse ir hasta correrse muy dentro de ella.
—Quiero que sea diferente esta vez. —Jadeó, le temblaban los brazos. —Quiero que sea perfecto para ti. —Era endemoniadamente hermosa, delgada y dorada bajo su cuerpo. No podía resistirse; la penetró unas pulgadas más, con respiración jadeante por la forma en que ella lo ceñía.
Su interior parecía más caliente, más húmedo y más ceñido que nunca antes. Se sentía tan bien que casi le explotó la cabeza.
—Oh, mierda —dijo, y se apartó.
—¿Qué?
—¡Condón!
—Está bien. Tomo la píldora —le dijo, y lo guió casi bruscamente otra vez dentro de ella.
—Jesús, te siento tan bien —murmuró él, provocándola con embestidas poco profundas. Miró hacia abajo, donde sus cuerpos se unían; y casi se perdió completamente. El vello dorado estaba oscurecido por el flujo, y los pliegues enrojecidos de la vulva brillaban abrasándole el falo. El clítoris brillante y húmedo se entreveía entre los pliegues, rogando por una caricia. Deslizó el pulgar en el pubis hinchado y sintió las pulsaciones frenéticas del pene mientras ella lo sujetaba con el puño.
Ella se retorció debajo de él y le clavó las uñas en la espalda, haciéndole temblar todo el cuerpo.
—Más hondo —le exigió. —Quiero que me folles más hondo.
Apretó la mandíbula y cerró los ojos ante la imagen insoportablemente erótica que ella ofrecía.
—Quiero que dure más. No quiero perder el control —dijo, pero se hundió más profundo en ella.
—Quiero que pierdas el control —dijo fieramente. —No quiero perderlo yo sola.
Miró su rostro y vio el salvaje deseo que apenas podía ocultar otra emoción: temor.
Y de repente, lo comprendió, aliviado. Ella no deseaba largos juegos preliminares. Quería que él perdiese el control, necesitaba saber que ella le producía el mismo efecto que el que él le producía a ella.
Con un gruñido agradecido se introdujo completamente en ella; el sonido de goce que escapó de la garganta femenina le produjo un escalofrío de placer.
Se inclinó para besarla, gimió al sentir su lengua y el roce de sus senos contra su pecho. Agachó la cabeza y le mordió un pezón, haciéndola gritar.
Las caderas masculinas la embistieron con ritmo firme y regular; ella emitió sonidos guturales y agudos mientras rebotaba la pelvis contra él, urgiéndole embestidas más fuertes, más rápidas, más profundas.
—Oh, Dios, querida —gimió él al sentir cómo se le endurecían los testículos calientes. Ella ardió bajo su cuerpo, tensa, esforzándose desesperadamente para alcanzar el clímax. —Relájate. Está bien, estoy contigo. —La sujetó las muñecas sobre la cama y entrelazó los dedos con los de ella. Arqueó la espalda mientras ella le arrancaba hasta la última gota, consumiéndolo dentro de su cuerpo mientras luchaba por controlarse. De repente, ella se arqueó convulsivamente y apretó tanto las manos que sintió dolor.
Gritó su nombre con voz débil y le brotaron lágrimas de los ojos al alcanzar el orgasmo que le sacudió todo el cuerpo.
La embistió implacablemente ante la inminencia de su propio orgasmo, que lo arrollaba. Tembló encima de ella, clavándole los dedos en las caderas mientras se corría a borbotones tan dentro de ella como le fue posible.
Karen lo abrazó cuando él se desplomó encima de ella y hundió la nariz en su cuello. Olía maravillosamente, mezcla de sal y sexo. Le gustaría poder conservar esa esencia para cubrirse de ella después y recordar cuan increíblemente perfecto había sido esa noche. Le entrelazó los dedos en el cabello de la nuca y se estremeció al sentir los labios masculinos en el hombro.
Los corazones latieron al unísono, respirando agitadamente pecho contra pecho. Deseaba mantenerlo en su cama para siempre.
La realidad se fue cerniendo sobre ella a medida que se iba recuperando e iba tomando conciencia de la enormidad de lo que había experimentado. Su propio salvajismo la intimidó, al tiempo que se sintió abrumada por la intensidad de su reacción.
Sintió una tensión nerviosa que le carcomía las entrañas. ¿Y ahora qué? Aunque no se atrevía a albergar esperanzas más allá de una noche, se sentía aterrorizada ante la idea de que se levantase y se marchara.
El se incorporó apoyándose en un codo.
—Eres endemoniadamente increíble —le susurró, y se inclinó para besarla.
Las palabras de amor no la afectaron tanto como su mirada insoportablemente tierna; eso la derribó como un golpe asestado en el estómago.
Para su horror absoluto, estalló en lágrimas.
Dios del cielo, Karen, ¿por qué no te esfuerzas un poco más y te aseguras de que huya tan rápido que traspase la pared y deje la marca de su silueta?
Pero, para su asombro, Mike no huyó como perseguido por mil demonios del infierno. En vez de eso, se dio vuelta y la abrazó contra su pecho. La envolvió con sus poderosos brazos y con su mano enorme le acarició el cabello.
—Está bien, pequeña. —Apoyó sus labios en la cabellera de Karen. —Estoy contigo, llora si quieres.
Ella sollozó intensamente mientras él la sostenía apretada contra su pecho y le susurraba palabras de consuelo. La liberación del dolor y la confianza renacida explotaron en un mar de lágrimas que fluyeron largamente.
Una vez que los sollozos fueron mermando hasta convertirse en un apagado llanto, Mike se apartó de ella y se levantó de la cama para ir al baño. Ella se tensó, humillada, convencida de que estaba a punto de huir. Hundió la cabeza en la almohada para ahogar un nuevo acceso de lágrimas.
Mike salió del baño unos segundos después con un gran vaso de agua en una mano y un puñado de toallas de papel en la otra.
Por un segundo se sintió asombrada por la increíble figura de ese hombre desnudo. Debería haber una ley que le prohibiera usar ropa.
Lo que le recordó cuan atractiva debía estar ella en ese momento.
Mike se metió en la cama de nuevo y se apoyó contra el respaldo. La instó a incorporarse y apoyarse contra él. —Aquí tienes —le dijo, extendiéndole el vaso y las toallas de papel.
Bebió un buen sorbo, se secó las lágrimas y se sonó la nariz lo más delicadamente posible.
—Lo siento —masculló. —Nunca lloro —gimoteó.
Había que reconocer que parecía solo un tanto aterrorizado.
—Normalmente, mi ego se sentiría herido, pero creo que esta noche está rodeada de circunstancias especiales.
Apoyó la cara contra sus pectorales y la mano en el vientre chato.
—Creo que lloré más esta noche que en la última década.
Le levantó el mentón y la besó.
—Agota tu llanto, porque de ahora en adelante solo quiero sonrisas.
Se sintió agradecida, aunque un tanto temblorosa.
Echó una mirada a los números rojos del radio-reloj y se sorprendió al ver que apenas eran las ocho de la noche. Sin duda, la fiesta debía estar aún en su apogeo.
Se sintió abrumada por un repentino sentimiento de culpa. Escaparse de la boda de Kelly con el padrino no era la mejor manera de fortalecer la débil relación fraternal a la que había propendido esa tarde.
—Lamento haberte echado a perder la fiesta —dijo ella. —Todavía es temprano si quieres volver.
—No, a menos que tú también lo quieras. —Se acomodó en los cojines. —Me estoy divirtiendo mucho aquí. —Estiró las piernas y cruzó una rodilla.
Incluso los pies eran seductores. Grandes, con el arco bien torneado y con el vello suficiente como para parecer masculinos.
Oh, Dios. Estaba en serios problemas si hasta los pies de un hombre la excitaban.
—Kelly probablemente se enfadará —suspiró, —y tú eres el padrino de Nick… quizá deberías irte.
—Los vi, a ella y a Nick, antes de subir aquí. —Los ojos masculinos se ensombrecieron. —Ella lo comprenderá.
Sintió un nudo de tensión en el estómago. Todavía tenía varias cosas que discutir con su hermana. Esperaba que Mike tuviese razón. Además de lo que podría pensar Kelly, estaba comenzando a ponerse sumamente nerviosa por lo que significaría para su tranquilidad emocional pasar más tiempo con Mike.
Por un lado, no tenía palabras para agradecer que no hubiese saltado de la cama y aprovechado la primera oportunidad para marcharse; pero, por el otro, su presencia allí y su trato tan increíblemente maravilloso y protector la inducían a suponer posibilidades no muy realistas. Como que Mike le dijese que nunca había dejado de amarla y quería una segunda oportunidad.
Sí, claro, como si eso fuese posible.
—¡Ay! —Mike le cogió la mano. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que, sin darse cuenta, le había tirado del vello del pecho.
—Lo siento. —Hizo una mueca y se levantó. Tan casualmente como le fue posible, recogió su ropa del suelo y se la colocó. Se escabulló y trató de ignorar esa espléndida visión de Mike recostado en la cama con las manos cruzadas tras la cabeza y mirándola confundido.
—De verdad, Mike, no tienes que quedarte aquí conmigo.
Frunció el ceño.
—Karen, si deseas estar sola, lo entiendo, pero yo prefiero quedarme aquí a tener que ir a un baile aburrido.
Ella dejó caer la cabeza, temerosa y vulnerable, y odiándose por ello.
—No quiero estar sola —suspiró finalmente.
La atrajo hacia él y la besó tan dulcemente que casi empieza a berrear de nuevo.
—Gracias a Dios —dijo, besándola con mayor fruición esa vez. —Por un minuto temí que intentarás echarme otra vez.
Se sintió embargada por una sensación de felicidad y de renovado deseo y apartó todo recelo, decidida a no permitir que sus dudas interfirieran con el goce de esa noche.
—No he terminado aún contigo. —Sonrió abiertamente y deslizó la mano entre ambos cuerpos. Sintió el grueso miembro en la palma y lo provocó rozándole en círculos el glande con el pulgar.
—Mi vida está dedicada a servir —le dijo él. Le mordió con ternura el labio inferior y le deslizó la lengua entre los labios entreabiertos. —He pasado las últimas dos semanas imaginándome distintas maneras para hacer que te corras.
—¿Sí? ¿Se te ocurrió algo original? —Contuvo la respiración cuando él le abrió la cremallera de la sudadera y se la quitó por los hombros. Después, le bajó los pantalones por las piernas, acompañando el movimiento con su cuerpo. Pegó un salto cuando sintió la lengua masculina en el sensible arco de la entrepierna. Mike tenía la habilidad de convertir cada pulgada de piel de su cuerpo en una zona erógena.
—Probablemente nada que no se haya hecho antes, pero también hay que ponderar las bondades de lo tradicional. —Le recorrió con los labios la espinilla y se detuvo para morderle el músculo de la pantorrilla.
Levantó la rodilla para que pudiera alcanzar la carne suave de la parte interna de los muslos mientras él ascendía.
Sintió el calor que le ardía entre las piernas mientras los labios de Mike continuaban ascendiendo en torturante caricia, hasta que sintió su respiración ardiente contra el sexo.
—Esto por ejemplo, es un procedimiento viejo, pero bueno —dijo mientras le colocaba la rodilla sobre el hombro. Dio un respingo saltando en la cama cuando la lengua masculina se hundió en el pliegue del muslo.
—Mike, yo… —Un gemido se le ahogó en la garganta mientras él le separaba los pliegues y le rozaba el clítoris con el dedo—Yo… nosotros… ¡necesito una ducha! —Jadeó. Había tenido mucho sexo en su vida, pero nada tan… primitivamente carnal.
Pero Mike se resistió mientras ella se retorcía y la inmovilizó sin dificultad, apoyándole las manos en la parte interna de los muslos.
Rio entre dientes.
—Es mi turno para descubrir mi sabor en ti —dijo con voz ronca, pasando la lengua por los pliegues húmedos. Le deslizó el grueso dedo dentro de ella y la piel sensible tembló ante la invasión. —Me encanta correrme dentro de ti —susurró, —saber que nada se interpone entre nosotros. —Le introdujo y le sacó el dedo solo lo suficiente como para dilatar el pasaje estrecho y hacer que su cuerpo se arqueara con renovadas ansias. —Quiero llenarte hasta que no recuerdes cómo era no tenerme dentro de ti.
Sus palabras y el recuerdo de él latiendo dentro de ella le hicieron sentir un nudo en el vientre, obligándola a expulsar más flujo en su lengua. Quizá él tenía una faceta pervertida que ella no conocía.
Le cogió el clítoris entre los labios y los succionó implacablemente. Gimió ante la familiar sensación del inminente orgasmo. Percibió luces fulgurantes color carmesí bajo los párpados cerrados mientras se retorcía y se estremecía violentamente. Su lengua la azotó como un látigo implacable y cada fibra de su cuerpo se tensó hasta que todo su ser se concentró únicamente en esa boca voraz y en su sensibilizado sexo.
Ella gritó su nombre y arqueó el cuerpo mientras el orgasmo rugía en su interior, pero él no se detuvo. Continuó acariciándola con la lengua, prolongándole el orgasmo hasta que finalmente ella apartó el cuerpo de ese placer casi doloroso.
—Basta —susurró, escondiendo el rostro en la almohada. Mantuvo las piernas juntas y rodó hasta su lado. —Si sigo corriéndome así, me explotará una arteria o algo por el estilo.
Mike rio entre dientes y se deslizó por la cama, enloqueciéndola con sus manos y sus labios sobre la piel ultrasensible.
—Lo digo en serio, basta —dijo, con un bostezo, pegándole débilmente en las manos. —Necesito un minuto de tranquilidad.
Ella dormitó un rato hasta que percibió que Mike la estaba llevando en volandas hasta el baño.
—¿Qué estás haciendo? —Aunque parte de ella quería protestar porque necesitaba descansar, si es que iban a seguir así, no era tan malo estar desnuda en los brazos de Mike Donovan.
—No podemos perdernos esto —dijo, señalando el gigantesco jacuzzi lleno hasta el borde. Las burbujas flotaban en la superficie y ondas de vapor perfumado los envolvían. Karen suspiró con hedonístico placer al introducirse en la piscina. El agua tibia rápidamente le calmó todo el dolor y los pinchazos que sentía en el cuerpo.
—Además —continuó él, —pensé que podrías darte un baño de aceite.
Escuchó el ruido del agua al agitarse y abrió los ojos: Mike se hundía por el otro lado. Seguía evidentemente excitado, y se sintió un tanto culpable. Tenía que hacer algo al respecto. Por una cuestión de cortesía, simplemente.
Pero la sensación de lasitud la dominó rápidamente y pensó que no podría mover un solo músculo, aunque el hotel se incendiase.
Permanecieron ahí, con las cabezas apoyadas en ambos extremos del jacuzzi, rozándose y entrelazando las piernas en el agua aceitosa y perfumada.
—Vigila que no me quede dormida y me ahogue, ¿quieres?
—No te preocupes, pequeña, yo te cuidaré.
El inocuo comentario fue expresado en tono burlón, pero de todas maneras logró anidársele cálidamente en el corazón. Abrió los ojos y lo descubrió mirándola intensamente, como si supiese exactamente qué estaba pensando.
La intensidad había sido demasiado fuerte, así que trato de aligerar la atmósfera.
—No puedo creer que mi pequeña hermana se haya casado con tu hermano menor. ¿Quién lo hubiese imaginado?
Mike sonrió y ella pudo ver el resplandor de sus dientes entre la bruma del vapor.
—Yo no. Siempre pensé que ella se casaría con un profesor, un médico o alguien por el estilo.
—Aun así —dijo saboreando el contacto de la pantorrilla aceitada de Mike contra su planta del pie —me alegro. Él es el mejor para ella. Se complementan.
Él frunció el ceño. Apretó los labios, después los aflojó, como si quisiese preguntarle algo, pero dudando si debía hacerlo.
—¿Desde cuándo te preocupa si Kelly es feliz? Sin ánimo de ofenderte, según recuerdo…
—¿Siempre fui una perra abyecta con ella? Lo sé.
—Iba a decir que recuerdo una relación fraternal sumamente competitiva, al menos de tu parte, pero si te das por aludida…
Ella suspiró y juntó rápidamente las burbujas que se le disolvían entre las manos. Vaya, lo ideal para levantarle el espíritu y ponerla de buen humor.
Todas las maneras que se le ocurrían para explicárselo correspondían al vocabulario típico de terapia Nueva Era. ¿Cómo podía decirlo para que Mike la entendiera? Él, más que nadie, conocía los profundos celos que habían definido su relación con su hermana. Comparada con Kelly, siempre se había sentido invisible y común. Eso, en conjunción con su tambaleante autoestima, le imposibilitaba el intento de desarrollar cualquier tipo de relación amigable con su única hermana.
Mike la instó a hablar tocándole la cadera con el pie. Percibió que le importaba la explicación que iba a darle.
—Sé que crees que la gente no cambia —empezó a decir.
—Estoy empezando a creer que no todo es blanco o negro.
—Cuando mi madre falleció, atravesé momentos muy difíciles. La acompañé durante sus últimas dos semanas, presencié cómo se moría, vi a mi padre acompañarla en su lecho de muerte —dijo, sintiendo un nudo en la garganta al recordar la imagen de su padre llorando mientras sostenía la mano pálida y escuálida de su esposa. —Él la amaba mucho, y, sé que es un tanto enfermizo, pero yo estaba celosa de ellos en ese entonces, en realidad. —Puso los ojos en blanco, gimoteó y se enjugó una lágrima con el borde del pulgar. —Sé que es ridículo sentir celos de una mujer que está muriendo de cáncer y de su esposo que la acompaña en su lecho de muerte. Pero ellos compartían un amor, una conexión especial, y entonces me di cuenta de que yo jamás había encontrado algo así, de hecho, probablemente nunca lo haría si seguía siendo como era. Tenía sexo, y mucho —dijo sin expresión alguna; se sintió aliviada cuando el rostro masculino se mantuvo impasible. —Pero nunca pude sentirme cerca de nadie… antes y después de ti. Mi terapeuta me dijo que yo usaba mi sexualidad para mantener a la gente a distancia. —Rio apesadumbrada. —Lo que no deja de ser también ridículo, pero es verdad.
—Aún no entiendo qué tiene que ver con Kelly —dijo Mike.
—Ya llego a eso. Bueno, en resumidas cuentas, empecé a reconsiderar mi futuro, me sentía fracasada, acabada. Pasé de ser una joven sexy y popular a sentirme como una solterona. Mamá me dijo algo muy hiriente, pero que era verdad, referente a mí y a Kelly. Ella sabía que yo era la que necesitaba más de su amor y atención, pero me recriminó que yo hacía casi imposible que alguien me quisiera.
Cerró los ojos y apretó la mandíbula para controlar el temblor de los labios.
—Bastante duro ¿eh?.. que tu propia madre te diga que eres incapaz de inspirar amor.
Mike le apretó la pantorrilla en gesto de apoyo, pero no le dijo nada.
—Sin embargo, tenía razón. Yo ahuyentaba a todos, incluso le resultaba desagradable a mi propia familia. Y se supone que ellos tienen que amarte. —El agua se agitó cuando Mike cambió de posición y colocó un pie sobre el regazo. —Me llevó mucho tiempo de terapia llegar a reconocer que si yo no me quería a mí misma, nadie podría hacerlo. —Lo salpicó con agua. —¿Sueno como un libro de autoayuda?
—¿Y lo haces? Quiero decir, ¿te quieres a ti misma? —dijo con una dulce sonrisa traviesa.
Le deslizó la mano por la velluda pantorrilla.
—La mayoría de los días me gusto bastante.
—Parece que lograste ver muchas cosas.
—Sí, pero no pude lograr el coraje para resolverlas hasta hace poco. Seguí posponiendo esa llamada telefónica a Kelly. ¿Qué le iba a decir? ¿Lamento haber sido una perra contigo, en el fondo siempre te quise?
Mike rio.
—Aparentemente, reaccionó bien. Pero parece que tenéis que hablar sobre muchas cosas más. Karen sonrió.
—Espero que después de su luna de miel esté dispuesta a darme otra oportunidad. Kelly es de naturaleza buena, a diferencia de su hermana que es una bruja.
—Cuidado. A mí me gusta la bruja de su hermana. —Mike le apretó el pie como gesto de advertencia. La expresión cálida y burlona de su rostro bastó para que se derritiera dentro de aquella bañera. —Solo hay que saber cómo sacar a relucir su faceta más dulce —dijo con voz grave y seductora. Le cogió el pie derecho y le presionó el pulgar en el arco en una caricia que la hizo ronronear de placer. —¿Ves a lo que me refiero?
—¿Te dije que te detuvieras? —dijo ella, levantando la cabeza para descubrir que le estaba contemplando el pie apoyado en la palma de su mano.
—Tienes el pie más pequeño que he visto en mi vida —dijo él. Realmente, su pie era tan pequeño que le cabía en la mano con la palma cerrada.
—El tuyo, no —dijo ella, cogiéndole el pie y apoyándoselo sobre el estómago. Con los talones apoyados sobre la unión de sus muslos, el dedo gordo le llegaba casi a los pechos. —También tienes las manos más grandes de lo común.
Hizo un gesto significativo con las cejas y con expresión libidinosa dijo:
—Manos grandes, pies grandes…
—¿Guantes grandes, zapatos grandes? —Su pie izquierdo se escabulló entre las piernas masculinas y le presionó gentilmente los testículos. —¿Mmmm… testículos grandes?
—Con cuidado ahí —le advirtió.
Subió el pie y lo apoyó contra el grueso pene.
—Miembro grande y hermoso —dijo, rozándoselo con la planta del pie, hacia arriba y hacia abajo, cuan largo era.
Los ojos color avellana se oscurecieron y se inclinó hacia adelante para asirla de los muslos.
—Ven conmigo, cariño —murmuró. La levantó y la colocó sobre su regazo.
En cierta medida, la asombraba cómo, en pocos minutos, el estado de ánimo imperante había ido cambiando de sombrío a juguetón, hasta llenarse de sensualidad. Pero se dio cuenta de que eso era lo que tenía de increíble Mike. Podía mostrarle todo, sus pequeños secretos pecaminosos y sus características menos nobles, y, aun así, él la deseaba. La había escuchado desahogarse y la había abrazado y mimado mientras lloraba.
Un descubrimiento repentino y atemorizante la desconcertó. Lo amaba. Nunca había dejado de amarlo. Acalló la voz interna que le susurró que nada bueno saldría de aquello y, en cambio, le sujetó el rostro y lo besó, depositando toda la ternura y emociones primitivas en ese beso. Gimió cuando él le devolvió la caricia con la lengua. Hicieron eco en el baño los sonidos de los besos, del agua salpicándose, de las respiraciones cada vez más agitadas.
Sintió la presión insistente de su miembro contra el vientre y deslizó la mano entre ambos cuerpos para asirlo. El echó la cabeza hacia atrás cuando ella lo acarició con el puño cerrado, hacia arriba y hacia abajo, asiéndolo con firmeza, el agua aceitosa le facilitó la tarea. Le fascinó la expresión de excitación de su rostro, el roce de su barba, el gusto salado de su cuello.
Con un áspero gruñido le cogió la mano.
—Necesito estar dentro de ti otra vez, sentirte cuando me corra.
Exhaló un gemido tembloroso cuando él la levantó y apoyó la cabeza del miembro erecto entre los pliegues húmedos al tiempo que con la mano separaba los labios genitales. Ella respiró con dificultad cuando él la penetró.
—Dios, qué bien te siento sin que nada se interponga —murmuró. —Tan caliente y ceñida.
La única respuesta de Karen fue un gemido mientras se balanceaba hacia arriba y hacia abajo lentamente, hasta que lo tuvo todo dentro, tan profundo que lo sentía en la columna.
—Te siento tan dentro de mí… —le susurró, rodeándole el cuello con los brazos. Se movió experimentadamente y gimió al sentir la gruesa presión del pene contra el punto G. Los velludos muslos masculinos le rozaron la espalda cuando él se acomodó para sostenerla mejor.
Le devoró ansiosa la boca mientras bajaba la pelvis en sincronizada cadencia con cada embestida masculina. Jamás había experimentado tal placer desenfrenado, nunca había deseado retribuir a otro el mismo éxtasis que le provocaba. Apretó los músculos para ceñirlo y su gruñido de respuesta le provocó una corriente eléctrica en todo el cuerpo, como si ella pudiese sentir también la presión de su propia carne. Él la abrazó, apretándola contra él hasta que los cuerpos quedaron pegados.
Cada vez que bajaba la pelvis, el clítoris rozaba el hueso del pubis masculino y su pene la colmaba hasta lo indecible. Ella lo consumía, y él a ella con cada embestida. Abrió los ojos y lo miró de lleno.
La expresión de necesidad de los ojos masculinos la llevó al límite. Cuando ella se convulsionó espasmódicamente, él lanzó un rugido y la embistió con fiereza, salpicándola con el agua de la bañera, que se agitaba embravecida. El orgasmo masculino estalló simultáneamente al de ella hasta que ambos se desplomaron jadeando en la bañera llena de agua tibia.
Mike se incorporó y hundió el rostro en su cabello. Mechones húmedos le hicieron cosquillas en la nariz e inhaló el perfume de su champú, junto con el aroma único de su esencia. Le acarició la espalda disfrutando de la suavidad de esa piel tersa. Intentó recordar alguna vez que hubiese sentido esa satisfacción indescriptible.
—Podría quedarme así para siempre —murmuró él.
—Yo también, pero siento calambres en las piernas —masculló contra su pecho.
Él rio y la hizo ponerse de pie, aún temblorosos. Se lo merecía por ponerse romántico y sensiblero. Por regla general, no era ni romántico ni sensiblero.
Aun así, no pudo evitar quitarle la toalla de las manos y secarla. Las últimas gotas de agua las apartó con la lengua.
—Me malcrías —le dijo.
—Esa es mi intención. —Si quería que la llevara en el hombro y la alimentase con uvas en la boca, también lo haría.
—Sabes, nunca disfruté de sexo en el baño, solo contigo —dijo él, envolviéndola en sus brazos desde atrás y apoyándole el mentón en la cabeza. Miró sus imágenes reflejadas en el espejo: ella con su cuerpo dorado y felino contra el suyo, cobrizo y oscuro. La princesa y el bárbaro. Se veían impactantes juntos.
—Yo jamás disfruté del sexo más que contigo —dijo ella.
No pudo evitar una oleada de orgullo masculino.
—¿Me convierto en un completo gilipollas si te digo que eso me gusta?
Ella se dio vuelta entre sus brazos y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Te gusta tener poder sobre mí?
Negó con la cabeza.
—No te voy a negar que me insufla el ego, pero es más que eso. —Se esforzó por encontrar las palabras apropiadas. —Saber que me deseas aunque sea la mitad de lo que yo te deseo… —Se inclinó para besarla y sintió que el miembro hacía un débil esfuerzo para recuperarse. —Saber que confías en mí a pesar de todo, incluso aquella noche en el Caesar en que te entregaste a mí… —No tenía palabras para seguir. —Soy un bastardo, ¿no es cierto?
Ella negó con la cabeza apoyada contra su pecho.
Mike tragó con dificultad, con un repentino temor de estallar en lágrimas.
—Solo quiero hacerte feliz, Karen, en la cama y fuera de ella. —Le sonrió abiertamente, sumergiéndose en los ojos húmedos de Karen. —O en el baño, donde sea.
Le entrelazó los dedos en el cabello y se acurrucó contra él.
—Los orgasmos múltiples son algo grandioso, pero ¿sabes que me haría realmente feliz ahora?
—¿Qué?
—Una hamburguesa con queso.
Mike la llevó a la habitación y ambos se pusieron los albornoces mientras Karen pedía hamburguesas con queso, patatas fritas, helado de chocolate y una botella de champagne.
Una hora y media más tarde, Mike estaba saboreando los últimos restos de crema batida de los pechos de Karen, cuando notó su tatuaje.
Siguió con el índice las líneas brillantes color verde y amarillo que lucía en la cadera.
—Me gusta tu tatuaje —le dijo, besando suavemente una pata de rana.
—Me lo hice después de que muriese mi madre —dijo, apoyándose contra una pila de almohadas. —Cada vez que me quito los pantalones, me digo que ya he besado suficientes ranas —sonrió.
—Croac.
La sonrisa se esfumó de su rostro al mirarlo. Le recorrió la línea de la mandíbula y él se inclinó como un perro para recibir una caricia.
—Has sido el único príncipe de todo el grupo.
Si hubiese estado de pie, la expresión del rostro femenino lo habría hecho caer de rodillas. Tenía los ojos llenos de amor y alegría; la expresión de recelo y desconfianza que siempre los ensombrecía, había desaparecido.
Y entonces fue justo cuando lo supo. Esa pequeña mujer, de lengua avispada y cuerpo excitante, lo llevaba de los cojones, y no podía haberse sentido más feliz. La levantó en sus brazos y la condujo a la ducha, donde se enjuagaron el helado del cual las lenguas no habían dado cuenta. Ella estaba adormilada cuando terminaron y profundamente dormida apenas apoyó la cabeza en la almohada. No podía esperar a despertarla por la mañana. Le acarició la mejilla al tiempo que se acurrucaba para abrazarla. La amaba. Y esa vez no iba a dejarla marchar.