CAPÍTULO 08

KAREN pestañeó cuando el sonido de la cremallera de su maleta al cerrarse retumbó en el silencio de la habitación. Echó una mirada hacia la cama y se sintió aliviada al ver que Mike seguía durmiendo como un ángel. Una vez más luchó contra el impulso de acostarse de un salto y acurrucarse junto a él.

No, esa era la decisión más inteligente. Tenía que desaparecer subrepticiamente para ahorrarse la incómoda escena del despertar en la mañana. Debía marcharse solo con los hermosos recuerdos de la increíble noche compartida con Mike. Ahora, podía dejar enterrado el pasado y seguir adelante hacia un futuro más prometedor.

¿Cuán prometedor crees que pueda ser sin Mike?, la reprendió una voz interior.

No es que tenga otra alternativa. Mike es un buen hombre y quiere hacer lo correcto, pero… ¿cuánto puede durar una relación basada en la culpa?

A pesar de su trato cariñoso, no podía permitirse la ilusión de que le correspondiera. No la había amado antes, por lo tanto, ¿qué podría hacerla pensar que una noche más de ardiente sexo sería suficiente para que empezara a amarla?

Penosamente, ahogó el sollozo que tenía estrangulado en la garganta. Lloraría más tarde. Ahora tenía que escapar antes de que Mike despertara, antes de que se humillara completamente a sí misma declarándole cuánto lo amaba.

Atravesó la habitación de puntillas, ignorando la voz que la acusaba de cobarde. Durante un largo minuto se embebió de él, grabando a fuego su imagen en la memoria. Algún día lo volvería a ver, pero nunca así. Desnudo, con la sábana enrollada en las caderas dejando al descubierto su piel morena y sus músculos marcados. Su rostro se veía relajado, los labios esbozaban una tenue sonrisa, como si tuviese un hermoso sueño.

—Te amo —susurró inaudiblemente, casi deseando que despertara y la detuviera. Finalmente, salió al pasillo y cerró la puerta tras ella.

El ruido del cerrojo sonó como un disparo en la habitación y Mike dio un salto completamente despierto.

—¿Karen? —Pero sabía que se había marchado. —¡Maldita sea! —bramó, levantándose de la cama. Quizá debiera dejarla ir. Era evidente que no estaba interesada en nada más que en una noche de placer o no se hubiese escabullido así.

No, no podía dejarla ir, no si pelear. Ella debía entender lo que él sentía realmente, y si aun así deseaba marcharse, tendría que lidiar con su rechazo después.

Se colocó rápidamente los pantalones del esmoquin y los abrochó mientras corría descalzo a toda velocidad por el pasillo. Corrió a través de las hileras de automóviles y golpeó las manos en el maletero cuando ella estaba retrocediendo. Ella clavó los frenos justo a tiempo para no embestirlo.

—Sal del auto —le gritó.

Ella aparcó de nuevo y apagó el motor. Él espero con los brazos cruzados sobre el pecho a que ella saliera del vehículo. Notó varias miradas curiosas fijas en ellos.

—¿Adonde crees que vas?

Ella levantó el mentón y lo miró, enfadada por su tono de voz.

—A casa, tengo una vida allí.

—¿Y te ibas a marchar sin decirme una palabra? —Le apoyó las palmas de las manos en los hombros y se inclinó hacia ella en actitud amenazante.

—Tendrías que estar agradecido. Te estoy ahorrando la incómoda escena de la mañana después. —Sus ojos de mirada cautelosa se encontraron furtivamente con los suyos, luego bajó la vista hacia las sandalias rojas.

Respiró profundamente. Después de todo lo que ella había pasado, la intimidación no era la mejor manera de intentar un acercamiento.

—Karen, no quiero que te marches así. Deseaba pasar el día contigo, puede que…

Ella lo interrumpió.

—Mike, anoche fue maravilloso, pero yo no espero nada más de esto. No tienes que hacerte el romántico conmigo para tranquilizar tu conciencia.

Maldita fuese esa mujer hermosa y frustrante. Le provocaba el deseo de zarandearla y besarla hasta morir, todo a la vez.

—¿Qué pensante que fue lo de anoche? ¿Una follada por lástima?

Ella se encogió de hombros, pero sus hombros caídos y los brazos cruzados le dijeron que era exactamente lo que había pensado.

—Karen, créeme cuando te digo que nada está más alejado de la verdad.

Ella hizo un gesto negativo con la cabeza, y él sintió un nudo en el estómago al ver la expresión resignada en su rostro.

—Aun así, nos conocemos lo suficiente como para saber que es mejor no pretender más de lo que es.

—¿Entonces esto es lo que has pensado hacer? ¿Rechazarme antes de que yo te rechace a ti?

—No se trata de eso. Lo que sucedió anoche fue increíble. —Tragó con dificultad, rogando que no se le quebrara la voz. —Incluso, maravilloso. Y ahora, gracias a ti, puedo cerrar la historia y seguir adelante. No compliquemos las cosas intentando convertirlo en lo que no es.

Fue en ese momento cuando todo le pareció terriblemente claro.

—No puedes perdonarme, ¿no es así? Esa es la razón por la que te marchas. —No podía culparla, pero aun así… Sintió que algo se rompía en su interior al darse cuenta de cuan estúpido había sido pensando que podría tener una segunda oportunidad. ¿Pero cómo podía dejarla ir sin luchar?

 

 

 

La total devastación en su rostro la asombró.

—Mike… —Extendió la mano, pero él dio un respingo antes de que pudiera rozarle la mejilla.

—Sé que es una locura —dijo él, —pero tenía la esperanza… —Su voz se fue apagando.

Una ínfima pizca de esperanza le brotó desde lo más íntimo.

—¿Tenías la esperanza de qué?

—Sí, tenía la esperanza de que después de lo de anoche me darías una nueva oportunidad. Quiero hacer las cosas bien esta vez. —Apretó las manos de Karen entre las suyas y cerró los ojos. —Nunca dejé de amarte, Karen. No sé si podrás perdonarme alguna vez, pero debes saberlo. —Ella levantó la mano hasta la boca masculina y sintió los labios ardientes bajo la palma.

Quedó boquiabierta.

—¿Nunca dejaste de amarme? ¿Cuándo lo hiciste por primera vez? —Sintió una sensación de estar flotando en el aire, como si estuviese mirándose a sí misma desde una de las nubes blancas que embellecían el brillante cielo matutino. Seguramente, nada de eso estaba sucediendo.

—Nunca te dije que te amaba porque estaba aterrorizado. Nunca pensé que encontraría al amor de mi vida a los veintiún años.

Le apretó las manos, desfalleciente.

—Y tú también me amas, admítelo. —La empujó hacia él y la besó con fuerza. Ella abrió la boca con un suspiro y saboreó todo su amor y desesperación.

—Te amo —dijo contra su boca, —pero tengo miedo.

—¿Miedo de qué?

—De que descubras que has cometido un gran error y me dejes —le dijo. Sabía que sonaba patética, pero no podía evitarlo.

La apretó contra su pecho y, en ese momento, ella se percató de que solo llevaba los pantalones del esmoquin. La piel suave se erizó bajo sus palmas, e inhaló su exquisita esencia masculina. Aunque la dejara finalmente, ¿cómo podía rechazarlo?

De repente, la apartó.

—Te lo demostraré.

—¿Qué vas a demostrarme?

—Voy a demostrarte que mis intenciones son serias. —Cogió el maletín de viaje del coche y la llevó de vuelta a la habitación.

Se le endurecieron los pezones con solo pensar en las variadas maneras en que él podía demostrarle que la amaba. Para su sorpresa, no hizo ningún movimiento para acercarse a ella. En vez de eso, juntó sus cosas y la besó con tal amor que casi pudo saborearlo.

—Nos encontraremos en el vestíbulo del hotel en una hora —le dijo con una sonrisa autosuficiente. —Ponte el vestido que llevabas ayer.

 

 

 

Mike no podía dejar de sonreír ampliamente. Temió que ella se marchara en cuanto él se fuera. Pero no fue así, Karen apareció en el vestíbulo del hotel, y estaba espléndida con su seductor y sensual vestido y con el cabello «despeinado» a la perfección.

Lo que estaba a punto de hacer era la cosa más loca e impulsiva que había hecho en su vida. Y la más inteligente. Por primera vez, su corazón y su cerebro estaban de acuerdo.

—¿Adónde vamos?

—Te lo dije, es una sorpresa.

Tardaron solo treinta y cinco minutos en llegar a la frontera de Nevada, y dos encontrar una capilla de bodas. «La pequeña Capilla del Amor, las veinticuatro horas en servicio», según decía el anuncio exhibido.

Kit y Jake los esperaban en la puerta, Kit mostraba una sonrisa que le ocupaba casi todo el rostro; Jake, como si quisiese llevar a Mike a rastras a una evaluación psiquiátrica.

Karen se quedó boquiabierta cuando aparcó frente a la entrada.

—¿Qué estás haciendo?

—Casándome contigo, si me aceptas.

—¿No es un tanto repentino? —Sus ojos se movían frenéticamente.

—Yo no diría que un lapso de once años es algo repentino.

—Pero casi somos desconocidos después de tanto tiempo. Tenemos vidas totalmente diferentes, y…

—Y te amo. —Se inclinó hacia ella y silenció sus protestas con un beso. —Te amo —repitió entre besos, —y deseo casarme contigo.

Permaneció en silencio durante varios segundos, y él sintió un nudo en el estómago. Quizá ella tenía razón. Era demasiado apresurado, la estaba aterrorizando.

—Jesús, Karen, di que sí de una vez —le dijo Kit, exasperada.

Karen la miró aturdida, después a Mike.

—Bueno, casémonos.

Cinco minutos después, estaban de pie frente al ministro y, con Jake y Kit como testigos, Karen se convirtió en la señora de Mike Donovan.

Cuando llegó el momento en que debían besarse, ella se sujetó de su camisa y tembló contra sus labios.

—Te amo, querida —le susurró él suavemente.

—Yo también te amo —dijo en un susurro tembloroso. —Mucho.

La apretó contra él y la besó con tal ferocidad que ella emitió un grito de protesta. Inmediatamente, él suavizó su beso.

—Pasaré el resto de mi vida intentando merecerlo. —Probablemente te lleve todo ese tiempo.

 

 

 

El matrimonio implica un gran compromiso, así había escuchado Karen.

Recibió su primera lección del mundo real esa misma tarde.

Siguió aturdida durante otra hora después de la rápida boda, el tiempo que le llevó a Mike retirar el equipaje del hotel y conducirla hasta su casa.

Se espabiló cuando la llevó en brazos para cruzar el umbral y entrar en la habitación. Luego, se tomaron el tiempo necesario para consumar el matrimonio. La idea de que Mike era su esposo sirvió para acicatear la intensidad de la consumación. Algunas horas después, él se levantó de la cama y la llevó a dar un paseo. Aunque ella habría estado contenta con quedarse todo el día en la cama con Mike, pensó que necesitaba el ejercicio para tranquilizarse.

Y, como señaló Mike, una caminata de diez millas sería una oportunidad perfecta para cubrir la brecha de los once años.

Ella ya sabía que él se tomaba muy en serio su trabajo y que estaba dedicado a mantener y acrecentar los negocios que su padre había empezado. Para cuando volvieron al coche, también sabía que a Mike le gustaba cocinar y que era enfermizamente ordenado. Lo cual era magnífico, ya que sus habilidades culinarias estaban limitadas al microondas y además odiaba el desorden.

Aún debían resolver si tendrían dos niños, como ella quería, o cuatro, como él deseaba, pero tenían tiempo para averiguarlo.

Para su horror, Mike seguí escuchando a Van Halen, pero supuso que podría acostumbrarse.

Mike se dio cuenta de que ella se mantenía en buen estado físico, a juzgar por su capacidad para mantenerle el ritmo, incluso a pesar de la altitud. Y también se enteró de que ella se tomaba muy en serio su carrera y de que todavía devoraba las novelas románticas.

Nada parecía indicar incompatibilidades insalvables.

Hasta ese momento.

—¿Adónde vamos?

Habían regresado a su casa para asearse para la cena. A un lugar especial, había dicho él. Bastardo traidor, había esperado hasta que ella estuviese en el coche para decirle a dónde se dirigían.

—A casa de mis padres.

Karen tragó con dificultad y miró el velocímetro. Maldición, a esa velocidad resultaría seriamente herida si se arrojaba del vehículo.

—Mike, tu madre me odia. No puedo ir a cenar contigo.

—Karen, te casaste conmigo esta mañana, ¿recuerdas? Tendrás que vértelas con ella tarde o temprano.

Karen resopló.

—Aún no entiendo por qué debemos estropear un día perfecto para ir a comer con tus padres.

—Confía en mí. Es mejor hacerlo cuánto antes. Cuanto más rápido comprenda que esto es para siempre, más rápido se calmará y te aceptará.

Se estremeció nerviosa por el pensamiento «para siempre». Para siempre con Mike, eso le parecía endemoniadamente bien.

Sin embargo, «para siempre» desde la mirada de desdén de su madre era una cuestión totalmente diferente.

—¿Por qué habrá tenido Kit que irse después de la boda? —gruñó. —Si al menos ella estuviese, tendría una aliada. —Permaneció en silencio durante un rato. —¿Te das cuenta de que a tu madre le dará un ataque? —Mike rio pero no lo negó. —Esto es realmente importante para ti, ¿no es cierto? —Suspiró, desplomándose contra la puerta del acompañante.

Mike extendió la mano y cogió la de ella, la calidez de esa caricia le ayudó a controlar su ansiedad. —Te amo por tu comprensión. Cada vez que le decía eso, prácticamente se derretía. Pensó que podría soportar a su madre un par de horas si eso implicaba que él le dijera que la amaba el resto de su vida.

Aparcaron frente a la casa de los Donovan pocos segundos antes de Nick y Kelly llegaran y se detuvieran en seco al verlos en el umbral de entrada, cogidos de la mano.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Nick sin rodeos. —Podríamos preguntaros lo mismo —contestó Karen. —¿No se supone que deberíais estar en vuestra luna de miel?

—Salimos mañana —dijo Kelly, apretando el brazo de Nick y mirándolo con arrobamiento. Karen se preguntó si ella tendría la misma expresión de drogada al mirar a Mike. Probablemente. Kelly se aproximó a Karen y le dijo en voz baja: —Me estoy llevando al bebé de María. Es lo menos que puedo hacer para mantener la paz.

—No te preocupes. Estará tan horrorizada cuando descubra lo que hemos hecho que se olvidará de vuestro pecado.

Kelly abrió los ojos de par en par y se tapó la boca con la mano al descubrir la alianza en el dedo de Karen. Alterada, miró a Mike.

—No os habréis…

Mike le mostró la otra alianza del par que llevaba en el dedo.

—Por supuesto que lo hicimos.

Kelly lanzó una terrible carcajada y los abrazó.

—Va a sufrir un ataque.

Mike la mantuvo firmemente asida del brazo mientras se dirigían hacia el interior de la casa, percatándose de su irrefrenable deseo de huir.

—Oh, ¿han llegado los recién casados? —gritó María al tiempo que corría hacia la entrada. Se quedó rígida cuando vio a Karen, que se sintió traspasada por su mirada de furia, como si fuese un rayo láser.

—Michael, no sabía que traerías una invitada. Mike entrelazó los dedos con los de Karen y se inclinó para besar a su madre en la mejilla.

—¿Hay suficiente comida, no es cierto?

María no contestó y volvió al comedor con porte rígido.

—La pregunta indicada —murmuró Karen—es si hay suficiente bebida.

—Todo saldrá bien —le susurró Mike, levantándole el mentón para darle un beso. Ese breve contacto bastó para disipar, al menos durante un segundo, todo pensamiento sobre furias maternales.

Se separaron y Karen pudo captar la mirada que Nick intercambió con su hermano. Para sorpresa de Karen, Nick le apretó el hombro para transmitirle valor.

—¿Entramos?

Tony ya se hallaba ahí, sentado en el sofá hablando con Frank, su padre. A diferencia de los otros, Tony no pareció sorprendido por la presencia de Karen, pero tenía una extraña sonrisa burlona de satisfacción.

—Puedo adivinar que encontraste la solución a tu problema —dijo Tony señalando la mano de Mike.

Mike tan solo sonrió y asintió.

—Papá, ¿recuerdas a Karen Sullivan, la hermana de Kelly? —dijo Mike. Karen estrechó la mano enorme y áspera de duro trabajador de Frank. Un ruido estrepitoso salió de la cocina cuando María golpeó un cucharón con exagerado brío. Los ojos marrón chocolate de Frank le hicieron un guiño.

—No te preocupes por mi esposa. Le llevará un tiempo aceptarlo.

Karen le sonrió tensa, no muy convencida.

Se sentaron alrededor de la mesa y Karen se sintió aliviada al descubrir que estaba ubicada junto a Mike y Kelly. La fresca ensalada de tomate y queso mozarella parecía deliciosa, pero a Karen se le cerró el estómago debido a la mirada de furia que María le clavaba persistentemente.

—Bueno, Karen, ¿cuándo regresas a Sacramento? —preguntó Kelly para romper el incómodo silencio.

—Mañana —contestó. —Tengo libre el día, por lo tanto, partiré sin hora fija.

—Podríamos almorzar juntos antes de que te marches

—dijo Mike.

—¿No tienes que trabajar? —le preguntó tajante María.

—Mamá, puedo tomarme un rato para almorzar —le contestó Mike con firmeza.

María concentró la atención en Karen.

—¿A qué te dedicas en Sacramento, Karen?

—Soy peluquera. —La respuesta sonó insegura, con entonación de pregunta.

—¿Peluquera? —preguntó María con un tono tal que bien podría haber dicho «prostituta».

Karen se encorvó. Aunque su vida dependiese de ello, no podría recordar por qué alguna vez le pareció una buena idea que la llevaran «a la casa de la madre».

—Sí, y muy buena.

—Viviendo en Sacramento, no creo que Mike y tú podáis veros a menudo. —María no pudo disimular el tono de alivio en su voz.

Karen no pudo replicar porque ella y Mike no habían discutido aún el tema.

—Inaugurarán un nuevo spa en Donner Lake. Estoy seguro de que estarán encantados de contar con una persona con las habilidades de Karen —dijo Mike.

El frustrante coloquio con María pasó a segundo plano.

—Por lo tanto, ¿crees que me mudaré aquí? —dijo sonriente. —Supongo que todavía no hemos tenido tiempo de discutir ese detalle.

La sonrisa masculina le provocó una oleada de calor en el estómago.

—Mi casa es demasiado grande para estar solo. Iba a comprar un perro para que me hiciera compañía, pero creo que ahora te tengo a ti —bromeó.

Ella le dio un golpe en el hombro.

María no estaba resignada a admitir su derrota. Ladeó la cabeza.

—Si mal no recuerdo, vosotros salíais, o algo así, durante vuestra época de estudiantes, ¿no es cierto? —preguntó, aunque sabía endemoniadamente bien la respuesta. Sin duda, estaba perfectamente al tanto de las circunstancias en las que su relación había terminado; y seguramente tampoco desconocía la reputación que tenía Karen en el instituto. —Y me parece recordar que la ruptura no fue en muy buenos términos.

¡Mierda, no tenía por qué aguantar todo eso! Apoyó las palmas sobre la mesa y, justo cuando estaba a punto de empujar la silla para marcharse, sintió una mano femenina sobre el muslo derecho. Se sintió levemente reconfortada por la sonrisa de apoyo de Kelly.

Mike se dio cuenta de que Karen estaba al límite de lo que podía soportar. Estaba tan tensa que temblaba. Entrelazó los dedos con los de ella y pestañeó al descubrirle las manos tan heladas.

—Mamá —dijo cálidamente. —Eso sucedió hace mucho tiempo.

—Lo único que digo es que si no funcionó antes, ¿qué os hace pensar que funcionará ahora? —Se introdujo en la boca un bocado de tomate y masticó pausadamente.

Mierda. Quizá después de todo no había sido tan buena idea imponerla forzadamente en el seno de su familia.

—Porque soy mucho más inteligente que antes. Ahora soy capaz de valorar algo bueno cuando lo veo —dijo Mike. Y quedaron estupefactos cuando se inclinó y le dio a Karen un apasionado beso delante de todos los comensales. —Y porque esta mañana, Karen y yo nos hemos casamos.

La risilla burlona de Tony se escuchó nítidamente, pero fue interrumpida por su padre, que dijo:

—Chicas, ¿no tendréis alguna prima o algo así para Tony?

—¡Joder! —dijo Tony. —Si estos se dejaron echar el garfio, es asunto de ellos.

María arrojó sin miramientos el tenedor y se excusó para servir el plato principal. Mike la siguió.

—¿Cómo pudiste hacerlo, Mike? Casarte con esa mujer… —Agitó desconsoladamente la cabeza mientras retiraba la bandeja del horno.

Mike apretó con fuerza la mandíbula.

—La amo, mamá, la amo realmente. Y ella me ama también.

—Pero ella…

Él levantó la mano.

—Lo que hayas escuchado sobre Karen y lo que haya sucedido entre nosotros, olvídalo. Fue por mi culpa. Yo lo arruiné todo, y ahora tengo la oportunidad de enmendarlo.

Ella no pidió detalles, y él se lo agradeció. Lo observó detenidamente. Finalmente, dijo:

—¿Crees que esto te hará feliz?

—Estoy seguro. —María puso los ojos en blanco.

—¿Qué puedo saber yo? Solo soy tu madre. —A pesar de su sarcasmo, parecía un poco más tolerante. Mike suspiró aliviado.

Karen levantó la vista y miró a la madre de Mike con recelo cuando apoyó la bandeja sobre la mesa.

—Debéis saber… —dijo María, mirando significativamente a Karen, que apenas había probado la ensalada—que todos mis bebés tuvieron excelente peso al nacer.

Karen pareció confundida por el brusco cambio de conversación.

—Mike pesó casi diez libras.

Karen le echó una mirada horrorizada. Después miró a su madre, que era tan menuda como ella. María prosiguió.

—Espero tener varios nietos. Tú deberás fortalecerte —dijo, y sirvió una abundante porción de carne en el plato de Karen.

Karen miró a su marido fijamente y se llenó la boca con un bocado tan grande que Mike se sorprendió de que no se ahogara.

Sonrió ampliamente ante su actitud decidida. Esa era su pequeña, una audaz luchadora, como siempre. Y esa vez, estaba seguro, él también estaba dispuesto a enfrentarse resueltamente al desafío.

 

 

 

FIN