CAPÍTULO 03

—NO es que no confíe en ti —murmuró Kelly, contoneándose contra la firme presión de la palma de Nick. —Pero me conozco, y no puedo correrme más de una vez.

El aire del camión se tornó más denso debido a la respiración excitada de ambos. Se escuchó el suave gemido femenino al erguirse contra él, sorprendida por sentir el renovado aguijoneo del deseo.

No era que tuviese problemas para alcanzar el orgasmo. Como con todo en su vida, Kelly era autosuficiente y consideraba su propia satisfacción sexual como una responsabilidad personal. Y si implicaba impartir instrucciones detalladas a sus amantes, e incluso tomar cartas en el asunto, se aseguraba de ello.

Pero una vez que lo alcanzaba, eso era todo.

Aun así, dejó escapar un pequeño gemido cuando la mano de Nick se aventuró dentro de sus bragas. Dos largos dedos gruesos le presionaron la hendidura, y el pulgar trazó círculos alrededor del clítoris que, increíblemente, comenzó a despertarse con lentitud. Nick capturó el sonido de ese gemido dentro de su boca acariciándole las paredes interiores de las mejillas con la lengua.

Kelly separó más las rodillas sobre el asiento y se reclinó contra el tablero de mandos al tiempo que emitía leves suspiros de frustración. Odiaba cuando le sucedía eso, cuando se excitaba otra vez, pero quedaba frustrada al no poder alcanzar otro orgasmo.

—Quiero sentirte dentro de mí, Nick —dijo en un susurro al tiempo que bajó las manos entre ambos cuerpos y presionó la palma contra el duro bulto que pugnaba bajo la bragueta. Anhelaba sentirlo, realmente lo deseaba. Pero también quería que no siguiera con el fútil intento de incitarla.

Se le secó la boca al palpar la colosal longitud ardiente aprisionada bajo los pantalones de Nick y se recriminó nuevamente. ¿Cómo había podido perder el control y correrse solo por sentir su boca en los senos? ¿Cómo podía haber arruinado así la primera vez que estaba con Nick?

—Solo relájate —le susurró. —Confía en mí, déjame hacer.

Abrió los ojos. La mirada masculina ambarina pareció brillar bajo la luz mortecina. Nick le capturó la mano para evitar nuevas exploraciones femeninas y se la llevó a los labios. La besó y la abrazó, anhelante, aplastando los pechos femeninos contra su ardiente piel áspera y velluda.

—Tienes una piel tan hermosa. —Inclinó la cabeza para besarle los suaves hombros, la curva del cuello. Le deslizó las manos abiertas por la espalda, los callos de las manos abrasaron la tersa superficie. —Tan suave y dulce. —La saboreó. —Me pregunto si todo tu cuerpo es tan dulce.

Le deslizó una mano bajo la falda y le cogió las bragas. Dócilmente, ella se irguió reclinándose sobre el tablero para que él pudiese quitarle la diminuta prenda de las piernas. Secundó el gruñido masculino cuando él le introdujo un largo dedo, explorándola, preparándola para lo que se avecinaba.

—La próxima vez haré que te corras en mi boca —le dijo roncamente. —Pero ahora no puedo esperar más.

Bajó la mano hasta la bragueta.

—Ábrela.

Kelly obedeció con dedos temblorosos, y él levantó las caderas con impaciencia y se bajó bruscamente los pantalones y la ropa interior hasta los muslos. No podía verlo claramente, bajó la mano para asirlo y palpó la piel sedosa que cubría la dureza de granito que, con apremio, le embistió la palma. Trató de aferrarle el miembro, pero descubrió con inquietud que sus dedos no alcanzaban a rodearlo.

Rio, nerviosa.

—Estoy seguro de que te darás cuenta… —dijo, apoyando la mano sobre la suya para guiarla en un firme movimiento rítmico que le perló la piel de sudor —de que la risa no es la reacción más apropiada cuando un hombre exhibe su miembro.

—Lo siento —dijo ella con voz trémula. —Es solo que… Vicki Jenkins tenía razón. Es muy grande.

Y lo era. Más grande que el de cualquier otro hombre que hubiese conocido.

—¿Vicky Jenkis te dijo que era grande? —alcanzó a decir ahogado. A pesar de la escasa luz pudo distinguir su mandíbula apretada. Las manos masculinas ceñían y aflojaban rítmicamente la suave carne de sus caderas.

Kelly lo besó con vehemencia y sintió el húmedo flujo que le brotaba en la entrepierna.

—La escuché en el autobús. —El tono ronco de su propia voz le resultó irreconocible. Siguiendo su muda indicación, le acarició el pene hacia arriba y hacia abajo, ciñéndolo con firmeza y palpando el grueso borde del glande, al tiempo que con el pulgar le acariciaba la henchida cabeza con movimientos circulares hasta que brotó fluido pre-seminal. —Se lo estaba contando a una amiga. —Le lamió el cuello salado. —Le dijo que eras tan grande que apenas pudo caminar después. La idea me asustó en un principio, pero luego…

Nick le acarició los brazos, los senos y la cintura en errante y excitante exploración.

—¿Pero luego…?

Le succionó la legua hasta arrancarle un ronco gemido.

—Pero luego, comencé a preguntarme cómo sería sentirte, si podría caber completamente dentro de mí.

Los ojos masculinos brillaron con expresión lujuriosa, le subió la falda hasta la cintura y embistió la polla dentro del puño femenino.

—Oh, sí puede. No tengo dudas. Toda posibilidad de bromear se esfumó al sentir cómo Nick le atrapó el pezón con los dientes, provocándole un placer lindante con el dolor mientras la lengua masculina le fustigaba la piel sensibilizada.

Kelly acercó el pene hasta su sexo húmedo y palpitante frotando el henchido glande contra el clítoris. ¿Podría correrse de nuevo? Con ardiente expectación, le acercó los senos instándolo a que se los succionara con más fuerza mientras se contoneaba sobre la colosal erección.

Gruñó una protesta cuando él la empujó contra el tablero. Se agachó para buscar algo a tientas.

—Condón —murmuró. Se irguió sobre las rodillas mientras él se lo colocaba con un movimiento suave y presto.

Una mano fuerte la cogió de la nalga al tiempo que ubicaba el henchido glande en la húmeda entrada y, con determinada acometida, lo deslizó hacia el interior. Su cuerpo se resistía. No por temor o dolor, sino por instinto de conservación. Se suponía que la concreción de su fantasía no podía producirle otra cosa más que placer, gozo, pero Kelly no pudo evitar la sensación de que si le permitía a Nick que la penetrara, jamás volvería a ser la misma.

—Despacio, querida —le dijo en un murmullo mientras la asía firmemente de las turgentes nalgas, —tan despacio como quieras.

Kelly apoyó las manos en los hombros masculinos al sentir cómo la potente verga la penetraba. Estaba ya húmeda y relajada como para que la penetrara más profundamente.

Entregada. Entregada a esa exquisita sensación de colmada plenitud que le brindaba el palpitante miembro masculino en su interior. Más colmada y más profundamente que con cualquiera de los hombres con los que había estado antes.

Empezó a moverse más rápido, separando las rodillas para que pudiera penetrarla más con cada embestida.

Nick farfulló entre dientes.

—No tienes idea de cómo te siento —suspiró. Apoyó con firmeza las botas en el suelo para poder penetrarla con más fuerza al mismo tiempo que succionaba enloquecedoramente los pezones.

Sintió cómo su cuerpo cedía ante la presión ciñéndolo en toda su longitud, se meneó con ardiente frenesí rozando el clítoris contra el pubis masculino para alcanzar el clímax otra vez.

Como si le leyera la mente, Nick deslizó la mano entre ambos cuerpos y le apoyó el pulgar contra el clítoris, frotándolo en una caricia que acompasaba cada embestida del pene. Un ardiente calor le brotó en la base de la columna y le recorrió las extremidades en hormigueante cosquilleo hasta los dedos.

—Córrete, Kelly, córrete otra vez. Esta vez conmigo dentro —murmuró roncamente mientras le presionaba el pulgar contra el montículo palpitante.

Respondiendo la orden, lazó un gemido echando la cabeza hacia atrás y sus sorprendidos gritos hicieron eco en la cabina del camión. Se derrumbó contra él todavía asombrada hasta que se dio cuenta de que él seguía duro como una roca dentro de ella.

La hizo cambiar de posición colocándola de espaldas con la cabeza apoyada contra la puerta del conductor. Se subió encima de ella apoyando un pie en el suelo y la rodilla en el asiento. No le importó, o no notó, que la palanca de cambios se le incrustaba en el muslo.

Cerró los ojos y se dejó llevar. Emitió un suspiro contenido. Era el turno de Nick ahora.

—Oye, Kelly.

Abrió los ojos ante su tono imperativo.

—Concéntrate. No pienses que porque te hayas corrido puedes darte vuelta y quedarte dormida.

Ella no podía darse vuelta estacada como estaba contra el asiento, pero quizá era mejor no mencionarlo.

—Vamos, querida. Quiero que lo compartas, que me acompañes hasta el final —enfatizó sus palabras embistiéndole el glande contra el cerviz.

Inhaló jadeante mientras, por increíble que pareciese, su cuerpo respondía con prieta tensión al ritmo cada vez más vehemente de sus bruscas acometidas. Con los tejidos inflamados, casi en el umbral del dolor, él siguió pujando contra ella. Era demasiado arrollador.

—Oh, Dios. Nick, ya no puedo soportarlo —gimió. Ella, que siempre ejercía el control de su propio orgasmo, estaba siendo forzada a experimentar un placer mayor del que alguna vez había gozado en toda su vida.

Su languidez anterior desapareció, sumiéndola en poderosa e intensa concentración. La piel ardiente de la espalda de Nick en sus palmas, el sonido agitado de su respiración contenida, los hilillos de sudor en los poderosos músculos que brillaban tensos bajo la tenue luz.

La esencia penetrante del sexo y el olor a sudor de sus cuerpos le provocó una reacción primitiva que la indujo a rodearle la cintura con una pierna para que pudiese penetrarla más hondo.

Él le cogió un tobillo y se lo apoyó en el hombro; el otro, en la palanca de cambios. Gruñeron al unísono cuando se hundió aún más en la suave y humedecida cavidad.

—Así, querida, que entre todo.

Estaba abierta totalmente a él, indefensa contra la arrolladora invasión del potente miembro. Vagamente, Kelly sintió que golpeaba la puerta del camión con la cabeza, pero no le importó, azorada por la reacción visceral de su cuerpo.

—Por Dios, me estás matando —gruñó él, azotando las caderas con brusquedad, frenéticamente, fustigando los cojones contra la piel suave de las nalgas femeninas. Una última embestida y quedó inerme, temblando sobre ella. El pene palpitó y se contrajo en el interior de Kelly al tiempo que ella logró alcanzar un nuevo orgasmo.

Si los dos primeros orgasmos habían sido como arrolladuras oleadas de placer, el último fue como un tsunami que la arrolló provocándole espasmos tan intensos que por un momento, temió que su corazón se detuviese.

Se imaginó los titulares: «Doctora follada hasta morir. Los médicos imposibilitados de borrarle la sonrisa del rostro».

Se derrumbó sobre ella aplastándola gloriosamente contra el asiento. El corazón le latía desbocado; con el mismo ritmo acelerado que el de ella. Cuando lograron normalizar la respiración y los latidos, le acarició la espalda musculosa. Las suaves paredes de la vagina protestaron levemente al sentir que la erección ya menos enhiesta se deslizaba fuera del cuerpo femenino.

Extraña su renuencia a dejarlo salir de sus entrañas. Solía pegar un salto una vez que su amante se había corrido, sin darle tiempo siquiera a que levantara el cuerpo inerte. Pero incluso en el espacio reducido de la cabina del camión deseaba quedarse para siempre bajo el cuerpo de Nick, con él dentro de ella. Eventualmente podría recobrarse y…

Nick se incorporó y le depositó un tierno beso en la boca. Estaba semidesnuda en un camión, con el cuerpo dolorido después de haber gozado de un sexo vigoroso; no era una situación muy familiar para ella. Ahora, sin pasión, no sabía cómo actuar.

Ese hombre le había provocado, según recordaba… tres orgasmos asombrosamente audibles. Y no sabía qué decir.

Ahora recordaba exactamente la razón por la cual no solía tener relaciones en la primera cita, especialmente con hombres que la superaban ampliamente en cuestiones de sexo.

¿Qué se suponía que debía decir? Gracias, fue grandioso. Los rumores han resultado ciertos, ¿crees que podrías convertirte en un profesional con esa cosa?

Nick le extendió el sostén riendo entre dientes.

—¿Qué? —espetó ella, convencida de que se estaba riendo de ella.

—Ni siquiera nos quitamos los zapatos.

Ella miró hacia abajo. Segura de que llevaba sus zapatillas rojas y él las botas de trabajo todavía anudadas.

La apretó contra él, tranquilizando su aprensión al momento y distrayéndola con el seductor contacto de su pecho desnudo contra el de ella. Le cogió el rostro y la besó profundamente, y sintió en el muslo el leve cosquilleo del miembro masculino que, una vez más, asomaba estimulado de la bragueta. Este hombre es una máquina, pensó, azorada por la reacción de su propio cuerpo, evidenciada en una contracción del útero.

—La próxima vez te quiero desnuda y con las luces encendidas —gruñó.

Le devolvió el beso con creciente entusiasmo.

—¿La próxima vez?

Le levantó la cabeza cogiéndola de las mejillas.

—¿No habrás pensado que una vez sería suficiente, verdad?

Las manos de Nick le bajaron por la espalda hasta detenerse en la cintura de la falda.

—De ninguna manera. He pasado una década acumulando fantasías y tengo la intención de concretar cada una de ellas.

Le extendió la ropa, todo excepto las bragas, que parecían haberse esfumado. Ella se vistió intentando no reparar demasiado en la intención de Nick de volver a verla. Ella tan rolo le gustaba, todo lo que él quería era sexo.

Pero el mero pensamiento de que él había disfrutado lo suficiente como para desear volver a verla la emocionó de todas formas.

En el trayecto de vuelta compartieron un cómplice silencio; cuando llegaron al pequeño bungalow de dos dormitorios, la acompañó nuevamente hasta la puerta.

La manera en que cogió la mano de Kelly entre las suyas le resultó alarmantemente agradable.

El universo parecía confabularse para impedirle mantener distancia.

Él se inclinó y la besó; y antes de que pudiese darse cuenta, le había pasado inconscientemente la pierna sobre el muslo otra vez. La besó y apartó los labios para susurrarle:

—Solo tengo un condón, y a menos que tú tengas una reserva extra, es mejor que nos calmemos.

—No. Lo siento, no suelo considerar que a mi regreso a casa se me pueda presentar la posibilidad de acción. —Luchó contra el deseo urgente de invitarlo a pasar la noche con ella de todas formas. La idea de dormir abrazada a él le resultó tan atractiva que bastó para sellarle los labios.

—Puede que ahora debas hacerlo —le dijo, mordisqueándole el labio inferior.

—¿Cuándo te veré otra vez? —deseó que su pregunta no hubiese sonado tan patéticamente anhelante como temía.

—Pronto —le levantó el mentón para darle el último beso. —Te entregaré una nota en el pasillo del salón de estudios.

Se inclinó contra la puerta un poco aturdida mientras lo observaba alejarse. Un pensamiento desagradable la asaltó de improviso.

—Nick —lo llamó y corrió hacia él.

Él se dio la vuelta expectante.

—¿Podrías hacerme un favor? —Se detuvo a unos pasos de distancia rodeándose con los brazos para protegerse del frío de la noche otoñal. Le pareció muy dulce de parte de Nick que la arrimara hacia él y le diera calor apoyándole la cabeza en el cabello.

—Lo que quieras, nena.

De repente, Kelly quedó impedida de articular palabra. Ningún hombre la había llamado «nena» hasta ese momento, y, por cierto, le hubiese asestado un golpe en el estómago a quien osase intentarlo.

Después recordó lo que deseaba decirle.

—¿Podemos mantenerlo en secreto? Quiero decir, ¿sin decirle nada a tus hermanos?

Sintió cómo las manos masculinas que le aferraban los brazos se pusieron rígidas y después él se apartó de ella. Ella prosiguió hablando con rapidez.

—Conoces a nuestros padres. Si tu madre o mi padre se enterasen, lo malinterpretarían y empezarían a planificar una boda o algo por el estilo. Me marcharé en pocas semanas, y ambos sabemos que esto no puede conducir a nada serio. —Al mismo tiempo que hablaba, escuchó una tenue voz interior que se preguntaba qué podría tener de malo eso. La desestimó, achacándola a una sobrecarga hormonal provocada por tantos orgasmos.

Era extraño, pensó que él se sentiría aliviado, pero, por la expresión de su rostro apenas iluminado por las luces de la calle, pareció contrariado.

Las manos de Nick parecieron asirla con más fuerza durante un segundo. Después toda la tensión pareció disiparse de su rostro y de sus manos, y sus labios se curvaron en una extraña sonrisa.

—Tienes razón. Es mejor que nadie lo sepa.

—Incluyendo a Mike y Tony —remarcó específicamente, sabiendo cuan apegados estaban los hermanos.

—Incluyendo a Mike y a Tony.

Sonrió aliviada y, de repente, él le cortó la respiración con un brusco beso, para después darse vuelta y encaminarse hacia el camión. Ella levantó el brazo y lo agitó en un gesto de despedida, sintiendo cada uno de sus nervios gloriosamente fatigados. Mientras observaba alejarse las luces traseras del camión, ignoró la vocecilla que le decía que sus sentimientos hacia Nick no eran en absoluto meramente superficiales.