CAPÍTULO 01
KAREN SULLIVAN se acomodó en una butaca de la barra del bar Cleo. Si bien estaba lleno de gente, el barman se fijó en ella de inmediato.
—¿Qué desea beber?
Ella cruzó las piernas sugerentemente y dejó expuesta una generosa parte del muslo al subírsele la corta falda blanca. Colocó las piernas con cuidado para que la tela elástica no le ciñera demasiado. Era una mierda, pero hasta el muslo más estilizado podía parecer flácido como queso cottage si la carne estaba demasiado presionada.
Karen le sonrió con los ojos entornados y se inclinó hacia adelante para que el hombre pudiese apreciar el escote drapeado de la blusa floreada coral y blanca sin mangas que llevaba.
—¿Podría ser un vodka con limón bien dulce, por favor? El barman le echó una mirada apreciativa.
—Enseguida estará listo.
Se recreó con una ostentosa demostración de habilidad haciendo malabares con la botella al verter el vodka en el mezclador. Agregó limón y hielo, y batió con tal vigor que hubiese enorgullecido a una mezcladora de pintura. Sirvió la mezcla con gesto majestuoso en un vaso de cóctel con el borde previamente azucarado y depositó la bebida frente a ella.
—¿Cómo está? —preguntó con la mirada clavada en la boca femenina.
Karen levantó el vaso, deslizó deliberadamente la lengua por el borde y bebió un generoso sorbo.
—Delicioso.
Los ojos del barman se tornaron brillantes y se le curvaron un tanto las comisuras de los labios.
—Eh, amigo, ¿podría servirnos unas cervezas? —Se escuchó una voz grave.
—Creo que tiene otros clientes que reclaman su atención —dijo Karen, señalando con el vaso en dirección al hombre que había hablado y acariciándose lánguidamente el hueso de la clavícula.
—Sí… de acuerdo. —Se apartó renuentemente.
Karen puso los ojos en blanco. Hombres. Eran sorprendentemente fáciles. Solo diez minutos más y habría logrado tener bebida gratis toda la noche.
Se recriminó mentalmente: ¿no se había prometido a sí misma dejar de valerse de su apariencia para atraer a hombres sin potencial alguno? Aunque en este caso representase una excelente fuente de provisión Ubre de bebidas. Al menos debería centrarse en buenos hombres; hombres potencialmente dispuestos a comprometerse en una relación formal en vez de asnos que no quisieran otra cosa más que una buena follada.
Y no llegó muy lejos con sus planes esa noche. Ahí estaba, bebiendo sola un sábado por la noche en el aburrido bar del hotel Caesar de Lake Tahoe. Hubiese sido mejor que se quedara en su habitación, pero no podía aguantarse a sí misma esa noche. Y a riesgo de pecar de frívola, las miradas de admiración que recibiera de los hombres eran un bálsamo, aunque no fuese más que superficial, para su maltratado ego.
Podría ser peor. El Caesar podía ser una lata, pero, qué demonios, era mucho mejor que el Circus, donde la había llevado Brad.
Brad. Qué gilipollas ese tío. Tendría que haberse percatado de ello en cuanto planeó el viaje para ir a jugar a Reno. La excusa que había aducido fue que quería hacer algo divertido cerca de Sacramento, y ella le había otorgado el beneficio de la duda.
Después de todo el día, Brad había elegido el hotel porque las habitaciones eran más baratas y el servicio incluía costillas en el buffet.
Lo que no habría tenido demasiada importancia si hubiese planeado honestamente pasar juntos un fin de semana en vez de fingir el típico papel de despistado.
Pero igual que todos los hombres que había conocido en el pasado, solo deseaba acostarse con ella.
Bebió otro sorbo del cóctel, sorprendida al descubrir que casi lo había terminado. Pero la bebida no sirvió para calmar la furia que le provocaba recordar la conversación con Brad.
—La semana próxima podríamos organizar una barbacoa para que conozca a tus padres —le dijo ella en el sofá de dos cuerpos de la habitación mientras Brad se inclinaba para besarla. El olor a carne asada mezclado con cerveza casi la había tumbado.
Brad dio un respingo al escuchar sus palabras.
—¿Por qué tenemos que hacer algo así?
—Llevamos saliendo más de un mes, así que simplemente pensé que sería buena idea conocer a tu familia, ya que pasas tanto tiempo con ella.
Le sonaron campanas de alerta al notar la expresión incómoda que ensombreció el rostro masculino.
—Karen, vamos, no estamos en la etapa de conocer a nuestros padres. No es que lo nuestro no sea serio… —arrastró las últimas palabras al darse cuenta de las evidentes expectativas femeninas.
—¿Qué quieres decir? —Tuvo el mal presentimiento de que ya sabía la respuesta.
—Bueno, tú eres, tú… —había tartamudeado.
—¿Soy qué?
—Tú eres… una mujer muy divertida, ya sabes…
—¿Una mujerzuela? —Se colocó frente a él con las manos en jarras. —¿Ligera de cascos? ¿Una perdida? ¿Vulgar? —Todos los epítetos que había escuchado decir sobre ella cuando estaba en el instituto.
Brad levantó las manos como para escudarse de la furia que irradiaba cada uno de sus poros.
—No, no es eso. Solo que… —Hizo una pausa con las manos caídas a los lados del cuerpo y la cabeza inclinada con expresión mustia. —No eres la clase de mujer que uno se imagina llevando a su hogar para presentarle a su madre.
—Entonces ¿has estado perdiendo el tiempo conmigo durante el último mes y medio, buscando sexo, para después sentar cabeza con una buena chica?
—Sí, supongo —le contestó en tono beligerante. —¿Qué esperabas? Con tu modo de vestir, y de actuar… Tenemos amigos en común, Karen, y me he enterado de cosas. Sé que no eres exactamente la casta princesa Blancanieves.
Estuvo a punto de increparle que no había estado con ningún hombre desde hacía casi dos años, desde que se había dado cuenta de que jamás sería feliz si no dejaba de dormir con gandules a quienes ni siquiera gustaba. Pero, maldita sea, no le daría el gusto de saber que lo había elegido a él como el mejor candidato para terminar con su abstinencia.
Volvió a la realidad cuando el barman reemplazó con rápido movimiento el vaso vacío por uno nuevo.
—Yo invito —le dijo con un guiño.
En cierto modo era, en su estilo de gigante demasiado fornido, el prototipo típico de estudiante miembro de una fraternidad de la universidad, se dijo a sí misma. Un poco joven para ella, quizá lo hubiese alentado años atrás. Si no hubiese tenido nada o a nadie mejor.
Pero ahora no, se conminó firmemente. Brad, el barman… todos eran iguales.
¿Era mucho pedir que ella le gustase realmente a un hombre y no solo porque le hiciera una buena mamada?
¿Y cuál era el problema si vestía provocativamente, si usaba su belleza para conseguir lo que quería? Ella no era solamente eso. No era la Madre Teresa, pero en su interior era una buena persona.
Algo sobre lo cual se había estado intentando convencer durante los últimos dos años, y ya casi lo había conseguido.
Realmente pensó que Brad era el hombre capaz de ver en ella más allá de lo superficial. Creyó que ella le gustaba de verdad.
Qué idiota. Dio cuenta de su segundo cóctel con un sorbo muy poco femenino. Aparentemente, tenía tan poca práctica en buscar hombres buenos que ya no podía reconocerlos.
No es que alguna vez hubiese encontrado uno. La última vez que creyó haber hallado a un hombre excepcional, resultó ser el peor de todos. Y todavía estaba pagando las consecuencias.
Mike Donovan hizo un alto en el casino, camino al club Nero. El salón estaba lleno de humo y del ruido de las máquinas tragaperras, mezclado con los gruñidos de frustración y las exclamaciones de victoria de los jugadores, según perdían o ganaban.
Era una pena que odiase el juego. Unas manos en una mesa de blackjak serían la excusa perfecta para demorar su llegada a la fiesta en el hotel Caesar de Tahoe Lake, donde se estaba celebrando, por segundo día consecutivo y con todo el esplendor que ese lugar podía ofrecer, la despedida de soltero de su hermano.
Mike rechazó cortésmente el ofrecimiento que le hizo una camarera vestida con una mini toga y siguió deambulando por el casino. A pesar de lo molesto que le resultaba volver a aquel ambiente ruidoso, lleno de borrachos y cuerpos sudados, sabía que no tenía otro remedio. Su hermano menor se iba a casar con Kelly Sullivan en dos semanas. Aparentar que disfrutaba de la celebración de los últimos días de libertad de su hermano Nick era lo menos que podía hacer.
Al pasar frente a los restaurantes y bares camino al club, escuchó el inconfundible y agradable sonido de un blues que provenía del bar del hotel. Mike se detuvo y echó una mirada hacia el interior. A diferencia del club Ñero, no estaba tan atiborrado de gente. La banda tocaba suavemente, ofreciendo un agradable fondo musical que no impedía la posibilidad de mantener una conversación audible.
Y al ver las botellas alineadas en los estantes de la barra, apostó a que podría conseguir una copa de un Cabernet decente.
Decidió que sus hermanos no lo echarían de menos si se detenía a tomar una simple copa de vino. Cuando los había dejado, Tony estaba flirteando con una pelirroja tetona y Jake estaba ayudando al futuro novio a defenderse de todas las mujeres que le enviaba Tony para acosarlo.
Mike examinó el salón. Aunque no estaba atiborrado de gente, todas las mesas estaban ocupadas. El único asiento vacío era el que estaba frente a la barra, junto a una mujer rubia.
Aunque le gustaban las castañas, no podía negar que, por lo que podía ver, la rubia estaba más que buena.
Su cabello dorado estaba peinado con el estilo característico de una mujer recién salida de la cama, aunque seguramente requería horas lograrlo. Recorrió con la mirada el cuerpo esbelto, deslumbrante y elegantemente vestido con una blusa floreada sin mangas y una falda tan corta que parecía un cinturón. Sus piernas largas y bronceadas lo incitaban a acariciarlas suavemente para comprobar si más allá de la falda la piel era tan suave y tersa como parecía.
Bajó la mirada hasta sus delicados pies, que llevaba enfundados en unas sandalias blancas con tacón aguja. Mike sintió un rápido y sorprendente endurecimiento del miembro al imaginarse esos pies, en esos zapatos, apoyados en sus hombros.
Puede que me lleve más que un trago volver a la fiesta, pensó al sentarse sonriente en el taburete junto a ella.
Mike se inclinó sobre la barra para llamar al barman.
—¿Me serviría un vaso de aquel vino, por favor? —dijo Mike, indicando un Cabernet del Valle Sonoma exhibido en la estantería.
—Tiene buen gusto —dijo la mujer. Jesús, incluso su voz era seductora. Grave y algo ronca, como si acabase de despertar de una larga noche de pasión desenfrenada.
—Gracias —dijo sonriendo al tiempo que se daba vuelta para mirarla de frente. La sonrisa se le congeló cuando reconoció a la mujer que estaba sentada junto a él.
Karen Sullivan.
Por una milésima de segundo, la expresión femenina reflejó su misma consternación, pero se recuperó rápidamente. Sus ojos azules, engañosamente inocentes, se abrieron de par en par y se le marcaron arrugas en el rabillo de los ojos cuando sus labios color carmesí se curvaron en una sonrisa. Jesús, con razón se había excitado tan rápido. Intentó ignorar el calor que lo enardeció cuando ella le apoyó una mano en los brazos que las mangas arremangadas de la camisa dejaban al descubierto.
—Mike, qué extraño verte aquí —dijo con un tono que sonó amigable, pero en el cual detectó un poco de tensión. Bien. La había puesto nerviosa. Una pequeña venganza por la manera en que ella lo había destrozado y excluido de su vida once años atrás.
—Podría ser un término válido —dijo con tono gélido al tiempo que aceptaba el vaso de vino. Su frialdad no correspondía con el calor intenso que le corría por las venas. ¿Qué demonios tenía esa mujer? Con solo verla se alborotaba como perro en celo, perdía todo rastro de sentido común, era como si se bloquease totalmente por la necesidad de correrse hasta sentir el miembro flácido y los cojones secos.
Al parecer ella notó algo de su tensión, pues su tono de voz se tornó más burlón al preguntarle:
—¿Vino? Oye, ¿no es una bebida de mariquitas para un supermacho como tú?
Con los ojos entrecerrados formando casi una línea, apretó los labios en una sonrisa feroz.
—Tú mejor que nadie debes saber si soy maricón o no.
Se reclinó en el asiento y, apoyando el codo en la barra, se dio vuelta para mirarlo de frente. Deslizó el dedo sobre el borde del vaso y curvó los labios en una tímida sonrisa.
Karen mantuvo una expresión imperturbable, su hostilidad parecía no afectarla, pero Mike notó el pulso acelerado que le latía bajo la piel suave de la garganta y supo que ella percibía la ardiente tensión que los envolvía.
Pretendía jugar con él, no tuvo dudas gracias a la expresión de su rostro, pero Mike conocía todas sus tretas; podía seguirle el juego y superarla. Razón más que suficiente para que te pongas de pie y te marches de inmediato.
En vez de eso bebió otro sorbo saboreando la rica esencia del vino. Se reclinó sobre la barra apoyándose en el codo, imitando la postura despreocupada de Karen, y le dijo:
—Te veo muy bien, Karen.
Pareció un tanto sorprendida por el cumplido, como si estuviese preparada para un insulto. Sin embargo, era cierto. Estaba fantástica, como siempre. Por supuesto, parecía mayor que la última vez que la había visto en el funeral de su madre. Se le marcaban algunas líneas de expresión en los extremos de los ojos, pero el color rubio de su pelo armonizaba más con el tono de su piel que su color castaño natural, otorgándole una apariencia más llamativa. Su cuerpo ya no era esbeltamente aniñado, sino estilizado y tonificado, como el de una mujer que se esfuerza mucho por mantener bien su apariencia.
—Gracias, tú también —le dijo, dejando vagar lentamente la mirada por su pecho y deteniéndose furtivamente en la bragueta antes de seguir observándolo con detenimiento.
Mike apretó el vaso que tenía en la mano. Desde luego, algunas cosas nunca cambiarían. Karen seguía siendo la misma perra seductora que se valía de sus considerables encantos para convertir a los hombres en pusilánimes babosos y manejarlos a su antojo. Se sentía orgulloso, pues en el pasado no había sucumbido totalmente a su hechizo, aunque estuvo peligrosamente cerca. Debía reconocer que en ese entonces, Karen, con solo dieciocho años, era todavía una amateur, evidentemente había progresado mucho.
Sintió lástima por el pobre idiota que llevase de la cuerda en ese momento.
—¿Qué estás haciendo aquí, Karen?
—Podría hacerte la misma pregunta. No me parece que sea el lugar apropiado para ti, Mike.
—Tienes razón. Estoy con mis hermanos y algunos amigos. Es la despedida de soltero de Nick.
Ella frunció el ceño.
—Oh, sí, la boda.
—¿Qué sucede, no te sientes feliz por tu pequeña hermana? —se mofó de ella. Estaba bien al tanto, al igual que todos los compañeros de estudios de las hermanas Sullivan, del resentimiento que Karen sentía por su hermana.
—Por supuesto que lo estoy. Se casa con un buen hombre.
Aunque la voz femenina carecía de entusiasmo, se sorprendió al descubrir que era sincera.
—Sí, él es el mejor.
—Kelly siempre ha conseguido todo lo que se ha propuesto —dijo Karen con una actitud de niña de trece años. Eso iba más con ella.
—¿Y tú?
Se movió incómoda en el taburete.
—Una pequeña pelea con mi novio. Decidí que era mejor salir sola esta noche.
—Por lo tanto ¿vas a follar a un pobre idiota desprevenido para vengarte de él? —Su intención era sonar despreocupadamente socarrón, pero no pudo ocultar el resentimiento acumulado durante once años.
Si ella hubiese sido otra persona, habría pensado que una sombra de vulnerabilidad cruzaba por sus ojos. Pero, conociéndola, lo atribuyó al parpadeo de la luz de la vela que había rozado el barman.
Sus labios turgentes, con forma de corazón, se curvaron en una sonrisa felina al tiempo que le deslizó la mano seductoramente por el muslo.
—Vaya, Mike, qué buena idea. Suerte para mí que apareciste.