CAPÍTULO 03
MIERDA, aquella mujer sabía cómo guardar rencor. Pero el escozor que sintió Jake cuando Kit recordó lo desagradable que había sido para ella su primera vez se desvaneció rápidamente al verla bajo la luz de la luna, completamente desnuda, salvo por sus sandalias de tacón aguja.
Con sus piernas largas y sus curvas suaves, irradiaba sexo a través de cada uno de los poros de su piel, como un perfume, y le emitía pulsos de electricidad directamente a la ingle. Tenía el miembro tan duro que le causaba dolor.
En la claridad de la luna logró distinguir las esculpidas líneas de sus pómulos, las sombras oscuras de las pestañas que enmarcaban los ojos azules, la curva perfecta de sus labios y el cabello oscuro que le caía sobre los hombros, jugando al escondite con los duros y oscuros pezones.
Deslizó las manos siguiendo el mismo recorrido de la mirada, descubriendo la tensa y suave planicie de su abdomen, deteniéndose en el lugar que ya había saboreado, pero no visto. El oscuro vello del pubis le cubría los tersos y turgentes labios. Kit quedó sin aliento cuando él fue bajando lentamente los dedos sobre la suave mata de vello sin rozarle la piel ardiente.
El temor de hacerlo obedecía al riesgo de no poder controlar el impulso de derribarla sobre la tumbona más cercana y penetrarla tan profundo y fuerte como pudiera. Se le estremecieron las manos al recordar la sensación de esos labios vaginales ciñéndole la cabeza del pene cuando, en la cabina del taxi, se le había montado encima. Si el conductor no hubiese detenido el taxi, seguramente habría perdido el control y la habría follado frenéticamente hasta explotar dentro de ella, echando a perder toda posibilidad de demostrarle que en los últimos años había aprendido algo de autocontrol.
Por ello, en vez de hundirle los dedos en los pliegues del sexo húmedo, se arrodilló frente a ella, le quitó las impactantes sandalias y después se desvistió, despojándose de los pantalones y la ropa interior. La cogió de la mano y la condujo hacia la piscina.
La acercó hacia él y se deleitó con la sensación del agua fría y del roce tibio de sus senos como pequeños y cálidos melocotones contra su pecho. La besó profunda y apasionadamente, hundiéndole la lengua en la boca como ansiaba adentrarse en su sexo. No podía creer que estuviese nuevamente con ella después de todos esos años, tocándola, saboreándola. Ella sabía bien, a vodka y pecado; el sabor de boca húmeda, abierta e impaciente bajo la suya, lo retro-trajo al joven ardiente de veintidós años que había temblado de deseo, sobrecogido por la realidad abrumadora de poder tocar a la mujer que alimentaba sus fantasías más carnales.
Sus manos le recorrieron la piel ávidamente, hundiendo loa dedos en la carne ardiente que recibía con placer sus caricias. Anhelaba tener toda una vida para explorar cada pulgada de ese dulce cuerpo. Kit respondía a sus caricias con el mismo ímpetu, deslizándole las manos frías y húmedas por la espalda, anudándole las piernas alrededor de la cintura en el agua. Echó la cabeza hacia atrás a riesgo de romperse un molar por la fuerza con la que apretó la mandíbula. La piel ardiente del sexo femenino lo provocaba, le rozaba enloquecedoramente los labios húmedos y calientes contra el pene al tiempo mecía las caderas, acunándolo entre gemidos. La apoyó contra los azulejos del borde de la piscina. Con tan solo una embestida, estaría dentro de ella.
—No —jadeó, —todavía no.
Se arrodilló hundiéndose bajo el agua y perdió el sentido de todo, salvo de su sabor. Con los ojos cerrados, le abrió los labios del sexo con los pulgares y le hundió la boca en la entrepierna hasta sentir el capullo tenso del clítoris contra el rostro. Agua fresca y carne caliente le llenaron la boca al cogérselo entre los labios, lo succionó y lamió, provocándole un agitado contoneo de las caderas y unos gemidos que le llegaron distorsionados bajo el agua. Sintió un fuerte zumbido en los oídos y temió perder el conocimiento por falta de oxígeno.
Subió a la superficie e inhaló una bocanada de aire. La levantó asiéndola de las caderas y la apoyó sobre el borde de la piscina. Ella levantó las rodillas ofreciéndose ansiosa a él. Le separó el sexo y le lamió en círculos el tenso brote, succionándoselo al tiempo que ella agitaba las caderas y se sacudía espasmódicamente contra su rostro. Cada suspiro, cada gemido, cada sonido gutural que ella pronunciaba, le hacía latir más el pene, endureciéndoselo de tal manera que parecía a punto de explotar.
—Oh, Dios, Jake. —Ella gimió. Sintió otro abundante flujo de líquido caliente en la lengua y supo que el orgasmo de Kit era inminente. Sintió la contracción de las paredes vaginales contra los dedos que le había introducido, dedos que el sexo femenino ciñó prietamente al alcanzar el clímax.
Kit miró fijamente el brillante cielo nocturno mientras las últimas palpitaciones agitadas le hicieron estremecer el cuerpo entero. Respiró profundamente intentando recuperarse, inhaló varias veces antes de atreverse a mirar a Jake. Su oscura cabellera permanecía aún en su entrepierna cubriéndola de besos suaves. Incluso, cariñosos, amorosos.
Santo cielo, se hallaba en un verdadero problema.
No recordaba haber respondido jamás a un amante de la manera en que lo hizo con Jake. Más incluso, nunca había tenido un amante que la tratara como Jake.
Su última pareja era exactamente el tipo de hombre que prefería. Ella le decía lo que quería, él escuchaba y actuaba eficientemente en consecuencia, y le brindaba satisfacción prolijamente, antes de conseguir la propia.
Pero nunca la había mirado como si fuese la mujer más hermosa que viera en su vida. Ni la había acariciado como si quisiera memorizar cada pulgada de su cuerpo. Ni le había hundido la cabeza en la entrepierna saboreándola como si fuera la fruta más suculenta y exquisita que hubiese probado.
Y, sin lugar a dudas, jamás la habían hecho correrse hasta que todo le quedara en una borrosa nebulosa, hasta que sintiera el cuerpo atravesado por miles de punzantes corrientes eléctricas.
Escuchó el murmullo del agua y los músculos del estómago se le contrajeron al sentir las gotas del cuerpo empapado de Jake. Él se inclinó sobre ella apoyándose en las manos para besarla, y lo hizo con tanta ternura que sintió deseos de llorar.
Demonios. ¿Qué le estaba sucediendo? Él era Jake, el hombre que una noche la había iniciado sexualmente con brutalidad para abandonarla después sin miramientos. Debía darle el crédito de haberle demostrado, por segunda vez, que podía hacerla correrse muy intensamente. Aun así, no era más que un orgasmo.
Lo más cauto sería levantarse y retirarse antes de caer víctima de esa extraña anomalía hormonal. Pero su cerebro había cedido todo el control al área de la entrepierna que vibraba y le dolía por el deseo de sentir a Jake penetrándola profundamente.
Y pensar que eran los hombros quienes se habían hecho acreedores de la mala fama de ser controlados por el sexo.
Le apoyó la mano lánguidamente alrededor del cuello y le deslizó los dedos por el cabello húmedo. Después, el agua la salpicó cuando Jake se levantó y salió de la piscina. Apenas pudo reunir la energía para darse vuelta, mirarlo y notar que buscaba algo en los bolsillos de los pantalones.
La luz de la luna le proyectaba sombras plateadas sobre los músculos de la espalda y de los hombros, iluminando las gotas de agua que le caían en cascada por las piernas largas y fuertes. Sintió renovarse su energía cuando él se dio vuelta, exhibiendo la imponencia de su descomunal sexo. Aunque no podía verle los ojos, podía percibir su mirada fija en ella mientras se colocaba el preservativo con deliberada lentitud. Acariciándose a sí mismo, le anunciaba que su cuerpo sería penetrado por semejante colosal miembro.
Al tiempo que él caminaba hacia ella, se colocó de rodillas y le extendió las manos. Al llegar junto a ella, se las cogió y la condujo dentro de la piscina nuevamente. Sintió la frialdad de los azulejos contra la espalda cuando la besó rudamente. Le levantó la pierna a la altura de la cadera para rozarle el miembro enhiesto contra su sexo.
—No puedo ser gentil —murmuró. —Esperé muchos años para tenerte de nuevo.
¿Esperó años? ¿Qué quería decir con…?
El pensamiento fue interrumpido bruscamente cuando lo sintió penetrarla. Aunque estaba ansiosa y lubricada como nunca, su magnitud la cogió por sorpresa. La colmó por completo, dilatándole las paredes tensas del sexo. Y cuando pensó que ya no podría caber más en ella, él se hundió otra pulgada sin más rodeos.
Abrió la boca para emitir un grito sordo de doloroso placer, pero la boca masculina ahogó su jadeo al tiempo que la penetró profundamente, con el pene y con la lengua. Con su altura que la sobrepasaba ampliamente, la rodeó, la dominó. Nunca se había sentido tan invadida, tan exigida. No estaba segura de que le gustase, pero, evidentemente, à su cuerpo sí.
Sintió cómo cedía maleable a las exigencias del cuerpo masculino, cómo se dilataba para recibirlo moviendo las caderas.
—Oh, Kit —gruñó él. Su tono de voz de incondicional entrega reflejaba lo mismo que sentía ella. De repente, se apartó, ignorando su penoso gemido de protesta, la hizo girar y la apoyó contra la pared de la piscina, de espaldas a él.
La sujetó de las caderas con tal fuerza que podría haberla lastimado, y la penetró por atrás salvajemente, al tiempo que no dejaba de susurrarle lo hermosa que era, cuan caliente y ceñido sentía su sexo. Susurros que se transformaron en gemidos al tiempo que le asía los senos y le pellizcaba los pezones hasta hacerla gritar, ciñéndolo palpitante. Jake embistió las caderas contra ella con ritmo cada vez más rápido, en una secuencia que combinaba movimientos cortos y acelerados con penetraciones largas y profundas; jadeando agitado detrás de ella.
Kit, a su vez, buscó apoyo en la pared de azulejos para impulsarse en compás frenético, rebotando contra las caderas masculinas, hundiéndose hasta la base del engrosado miembro, clavándoselo tan hondo que, internamente, lo sintió contra la parte inferior de la columna. Con cada embestida, el clímax comenzaba a erupcionar en sus entrañas. De repente, él se tensó detrás de ella, dejó escapar un rugido del pecho y sus empellones se tornaron salvajes.
En apasionada respuesta, las paredes de la vagina lo ciñeron convulsivamente prietas, al tiempo que su propio orgasmo escalaba con tal intensidad que se habría hundido bajo el agua si él no la hubiese sostenido.
La meció asida contra él, besándole el cuello. Aunque no era muy dada a las ternuras «post-coito», se permitió a sí misma esa pequeña demostración de ternura. Pues, hombre, la había salvado de ahogarse.
—¡Mierda! —murmuró Jake.
No era precisamente lo que esperaba oír.
Abruptamente, tiró de ella y la saco del agua; ella tardó en darse cuenta de lo que él había oído. Ruidos de motores. Portazos. Risas ebrias.
—Vayámonos, a menos que quieras convertirte en la función de la noche.
Kit se consideraba osada en lo referente al sexo, pero no tenía ningún deseo de que diez de sus amigos más cercanos la hallaran en plena consumación del acto. Se apresuró cuanto pudo, logró levantarse con dificultad debido a la flojedad de sus piernas y subió al patio.
Jake recogió su ropa y la envolvió en una toalla gigante antes de anudarse otra en las caderas. La condujo hasta un par de puertas de cristal que se hallaban lejos de la puerta principal, susurró una rápida plegaria y suspiró aliviado cuando la puerta se abrió sin oponer resistencia.
Alguien subió el estéreo justo cuando ellos se estaban escabullendo por el oscuro pasillo.
¿Cómo podría llegar a su habitación sin ser descubierta si debía atravesar toda la sala? La luz del pasillo se encendió de golpe y oyeron el ruido de fuertes pisadas. Jake tiró de su brazo y la empujó hacia el interior de una habitación que estaba apenas iluminada por la tenue luz de una lámpara ubicada sobre la mesa de noche de madera rústica.
Su habitación. Se dio cuenta al reconocer la camisa que él había usado más temprano y que había arrojado descuidadamente a los pies de la cama king-size.
Riéndose con picardía, la arrojó de espaldas sobre el colchón al mismo tiempo que le quitaba la toalla de baño, que fue a parar al otro lado de la habitación.
Me imagino que tendrás que esconderte aquí.
—Buenos días.
Los ojos de Kit se abrieron de par en par con expresión horrorizada al escuchar en el oído la voz áspera y somnolienta de Jake, recién despertado.
No era posible que ella se hubiera quedado en su habitación toda la noche.
Primera regla del sexo casual, nunca quedarse toda la noche. Eso implicaba un alto nivel de intimidad y siempre conllevaba un incómodo despertar a la mañana siguiente. No era que no hubiese intentado irse. Después del segundo round, Jake hizo lo que cualquier hombre normal, una vez alcanzado el clímax; se dio vuelta y comenzó a roncar. Incluso esperó unos buenos diez minutos para asegurarse de que él estuviera profundamente dormido.
Pero en cuanto intentó apoyar los pies en el suelo, Jake la cogió de la muñeca, preguntándole:
—¿Dónde crees que vas? No he terminado contigo aún.
Y la sujetó con el peso de su cuerpo, penetrándola nuevamente como si no se hubiese corrido ya dos veces en un lapso de dos horas.
Después quedó tan exhausta que, como una idiota, se dio vuelta para quedarse dormida profundamente.
Dios, esperaba no haber roncado ni babeado. Nada como la cruel luz del día para deslucir a un amante. Se arriesgó a mirarlo por encima del hombro.
Por supuesto, Jake estaba perfecto. En lugar de la apariencia desgreñada de quien acaba de despertarse, estaba guapísimo con su rebelde cabello oscuro y una sombra de barba incipiente que le oscurecía la mandíbula. Atractivo y relajado, mostraba un aspecto que haría soñar a cualquier mujer con pasar una larga mañana de domingo haciendo el amor con él, acurrucados como si nada más existiese en el mundo.
La estúpida adolescente ingenua de diecisiete años que anidaba en su interior estaba resurgiendo y haciéndose escuchar. ¿Hacer el amor? ¡Ni pensarlo! Necesitaba marcharse de ahí como fuese.
—Oye, no te marches… —trató de convencerla, Friccionándole una impresionante y tentadora erección matinal contra la curva interna del muslo. Echó una mirada al reloj y sintió una mezcla de alivio y desilusión al recordar los planes que había hecho con las otras mujeres para ir esa mañana a un spa.
—Debo hacerlo —dijo bruscamente, obligándose a salir de la demasiado acogedora cama para colocarse deprisa la ropa. —Hemos hecho una reserva en un spa, y además…—Lo miró con expresión picara por encima del hombro. —Estoy dolorida.
Los ojos verdes brillaron maliciosos.
—¿Estás segura de que no quieres que te sane con un beso?
Acalló a la estúpida adolescente de su interior que rogaba quedarse y, como mujer madura que sabía lo que le convenía, se despidió y salió de la habitación mientras le fuera posible.
Kit se despertó esa mañana de lunes y se insultó a sí misma por haber amanecido en el mismo lugar del día anterior. En la cama de Jake.
¡Maldición!
No importaba cuánto había luchado, no había podido dominar el sueño y se había acurrucado contra el fornido pecho masculino… y así logró dormir plácidamente durante toda la noche. Ni siquiera lo oyó levantarse. Pero debió haberlo hecho un buen rato antes, pues su espacio ya estaba frío. Lo que agradeció a Dios sinceramente, pues se creía incapaz de mantenerse impasible ante su sensualidad matutina.
El día anterior, una vez de vuelta con el resto de las mujeres, con cada pulgada del cuerpo completamente humectada y nutrida, había tomado la decisión de mantener cierta distancia de él. Lo último que deseaba era comenzar a actuar como si fueran una pareja y dar a todos una impresión errónea.
Sin embargo, de una manera u otra había permanecido pegada a él durante toda la tarde, hasta que se retiraron poco después de la cena.
Suspiró y se dio vuelta, reprendiéndose a sí misma por haber cado presa otra vez de los considerables encantos de Jake Donovan. A pesar de todos sus esfuerzos para ignorar a la adolescente que otrora se había sentido tontamente enamorada de Jake (e incluso con el apoyo de una abundante cantidad de alcohol), la ilusa continuaba reclamando su atención insistiendo en que tenía que ser obra del destino que se reuniesen de esa manera y que Jake la agraciase con su permanente atención y destacada habilidad sexual. Fíjate en la manera en que te mira cuando cree que no lo estás viendo, alardeaba la idiota adolescente. Escucha cómo se ríe con tus chistes. ¿No es agradable que un hombre aprecie tu sentido del humor?
Y hablando de tíos guapos…después de todos estos años, tienes que admitir que es divertido estar con un hombre tan grande, fuerte y… dominante.
Kit le concedió ese punto. Durante años, los hombres con los que estuvo tuvieron, en general, una contextura media y cuerpo delgado. En realidad, exactamente lo contrario a la imponencia física de Jake, con más de seis pies de altura. Ella no era menuda, con sus cinco pies y medio, pero debía admitir que era agradable sentirse pequeña y frágil en la cama.
Pero ¿y qué? Era verdad que él era increíblemente apuesto, y que su habilidad en la cama se había superado magníficamente en todos los órdenes, pero seguía siendo Jake, se recordó a sí misma firmemente, el mismo bastardo que había hecho trizas su espíritu romántico a los diecisiete años, que se lo había aplastado, literal y llanamente, sin ni siquiera una llamada telefónica posterior. Y ya no era una niña inocente que sufriese la agonía de un amor no correspondido, era una mujer madura que sabía demasiado de la vida como para basar todo en unos cuantos orgasmos.
Una vez que esa misma tarde ambos estuvieran en sus respectivos vuelos, él camino a Boston; y ella, a San Francisco, los dos últimos días quedarían relegados a un vago recuerdo de una relación sexual ardiente bajo la luna mexicana.
Sin preocuparse por buscar su ropa, Kit cogió una camiseta talla extra grande de Jake y se la pasó por la cabeza. Le llegaba hasta las rodillas, cubriéndola lo suficiente como para dirigirse a su propia habitación. Mientras caminaba por el pasillo, intentó no reparar en el olor a jabón masculino y a sándalo impregnado en el algodón. Pero no podía ignorar los latidos en la entrepierna al pensar en el olor de ese pecho masculino, en el roce de su pecho desnudo, en la tersa parte inferior de su brazo, en la aspereza de su muslo…
Mientras atravesaba sigilosamente la sala, agradecida de no toparse con ninguno de los otros huéspedes, captó el murmullo de la voz de Jake proveniente de la cocina. No había tenido intención de escuchar a escondidas, y ni siquiera se hubiese detenido si no hubiera escuchado mencionar su nombre.
Entró silenciosamente al comedor adjunto y, parapetada tras la vitrina de porcelana, pudo oírlos claramente sin que la vieran.
—Kit es una fulana que está buena para follarse. —Estaba casi segura de que era la voz de Dave, el que menos le gustaba de los invitados del novio. Desgraciadamente, además era su hermano, por lo que no podía ser excluido de la lista de invitados. Le había dado una mala impresión, como si fuese uno de esos gandules típicos de una fraternidad universitaria que intenta perpetuar los días de gloria de la casa del Sigma Chi. Por eso no se sorprendió u ofendió particularmente al escuchar ese comentario sobre ella.
—¿Es tan salvaje como parece? Apuesto a que le gusta gritar.
Kit se puso tensa y se frenó a sí misma, esperando escuchar que tenía que decir Jake al respecto, aunque intentara convenirse a sí misma de que le importaba una mierda lo que Jake dijera en esa conversación típica de vestuario de hombres.
—Si dices alguna otra palabra sobre ella, voy a coger esta espátula y te la voy a meter por el culo. —Más terrible que sus palabras fue el tono grave y letal con el que fueron proferidas, sin dejar posibilidad de dudas.
—¡Eh! —La voz de Dave sonó confundida y un tanto molesta. —Estaba bromeando. No me estoy refiriendo a tu esposa o algo así.
Quedó atónita al escuchar las siguiente palabras de Jake:
—En lo que a ti concierne, o al resto de los que están en esta casa, Kit es mía, ¿lo entiendes? Y si la vuelves a mirar así en lo que queda del día hasta que nos marchemos, te haré tragar los cojones.
Se le resbaló el zapato de los dedos y el ruido resonó imponente al chocar contra las baldosas de la habitación de techo alto.
—¡Qué mier…!
¡Mierda! Corrió rápidamente a través del comedor y por el pasillo hasta llegar a la habitación donde no había dormido las últimas dos noches.
¿Cómo se atrevía a ser tan posesivo? Kit echaba humo. Kit es mía. ¡En absoluto! Ella no era de nadie, por suerte, y un fin de semana de sexo, aunque fantásticamente grandioso, no iba a cambiar eso.
Especialmente si se trataba de Jake Donovan. ¿Realmente pensaba que podría irrumpir en su vida, después de todos esos años y de cómo la había tratado, y pretender que por unos escasos orgasmos (súper-intensos, valía reconocer) le permitiría que la arrastrara hasta su cueva?
Bastante improbable. Era hora de que Jake probara el sabor amargo de la realidad.