CAPÍTULO 01

EL aroma a pescado y patatas fritas mezclado con un penetrante olor a cerveza recibió a Nick Donovan cuando entró al pub Sullivan.

Vio a sus hermanos, Mike y Tony, sentados en la mesa de siempre, la que estaba ubicada en la esquina. Ya daban buena cuenta de una jarra de Harp Lager. Una fuente abundante de pescado y patatas fritas cubría casi toda la superficie de la mesa, y sus hermanos estaban engullendo la comida de una manera tan voraz que no condecía con sus esbeltas contexturas. Después de un largo día de trabajo de intenso esfuerzo físico en su empresa de construcciones y refacciones, necesitaban miles de calorías para recuperarse. Nick llegaba una hora tarde porque había tenido que quedarse a revisar un conjunto de planos para otro centro de ocio en Donner Lake, su ciudad natal en la región montañosa de California, y el estómago le rugía de hambre.

—Hola Mikey, Tony —dijo, arrimando ruidosamente otra silla de madera a la mesa. Sus hermanos, concentrados en la comida, respondieron con un simple movimiento de cabeza. Nick quiso pillar una patata y Tony casi le mordió la mano. Echó una mirada alrededor en busca de la camarera que solía atenderlos y se fastidió al no encontrarla. Maldición, necesitaba cuanto antes otra fuente de pescado y una gran jarra de Harp Lager.

—¡Qué mierda! Y de todas, tenía que ser Kit Loughlin. Mike, Tony y Nick seguían dándole al rollo con el anuncio que les había hecho su hermano por teléfono: se había comprometido con Kit Loughlin. Kit y Jake habían sido compañeros en la universidad durante un tiempo, y Jake se había hecho muy amigo del hermano mayor de Kit, pero, según sabían, nada más sucedió entre ellos en ese entonces. Hasta que unos meses atrás se encontraron por casualidad en México. Y la siguiente noticia que Nick recibió era que Jake había cruzado el país siguiéndola hasta Boston.

—¿No era Kit íntima amiga de Karen…? —El comentario de Tony quedó inconcluso debido a la penetrante mirada que le clavó Mike. Nick sintió que el nudo del estómago provocado por el comentario inoportuno de Tony se le distendía cuando Mike pareció dejarlo pasar sin consecuencias.

En realidad, la noticia del compromiso de Jake no resultó una sorpresa inesperada, pues llevaba varios meses viviendo con Kit. Aunque, para ser un hombre que parecía muy contento con su soltería, Jake demostró tener demasiada prisa por formalizar la relación.

—Hoy, la señora Makwowsky nos mostró las tetas —dijo Tony, en un obvio intento de cambiar el tema de conversación. Nick sabía que Tony apenas podía tolerar que su hermano se casara. No porque le disgustara Kit, sino porque, al igual que la muerte de alguien muy cercano nos obliga a enfrentarnos a la idea de la propia mortalidad, el compromiso de su hermano mayor obligaba a Tony a reconocer que algún día tendría que abandonar sus preferencias por las citas fáciles y hacer lo mismo.

—¿De verdad? —preguntó Nick, secundando a Tony en el intento de cambiar el tenia de conversación.

—No —dijo Tony, limpiándole la espuma de cerveza del labio superior. —Pero decidió que necesitaba tomar un baño cuando nosotros estábamos cerca de la piscina.

—¿Nadar? Apenas hemos tenido 21° hoy —interrumpió Nick. Clima cálido para mediados de octubre, pero no exactamente la temperatura ideal para nadar en la piscina.

—Y nada menos que con un bañador blanco —continuó Tony.

Mike acotó:

—Cuando se le mojó, se le transparentó todo. Y después salió tan campante del agua y nos contó los planes que tenía para su terraza, como si nada sucediera. —Mike hizo una pausa para comer una patata que masticó con fruición. —¿Sabéis?, para una mujer de su edad, no tiene nada mal las telas. Pequeñas pero no caídas, con hermosos y grandes pezo…

—¿Por qué no me sorprende encontraros hablando de ese tema? —Los tres pares de ojos se levantaron con expresión de culpa al oír la risueña voz femenina, y se detuvieron en el par de excelentes ejemplares de quien había hecho el comentario. —No habéis cambiado un ápice desde la época de estudiantes —les recriminó, y apoyó una fuente de pescado frito y una jarra de cerveza frente a Nick.

Nick se arregló disimuladamente la bragueta, puesto que su verga había reconocido instintivamente a la dueña de esos pechos: Kelly «tentadora» Sullivan, la que había sido la chica más inteligente de la ciudad durante sus años de instituto y la mujer que estaba dotada con el más fabuloso par de melocotones que Dios podría haberle otorgado.

Lamentablemente, lo había hecho cuando ella apenas tenía catorce años y era la estudiante más joven de la clase, pues se había adelantado casi la mitad de los años del nivel secundario. Todos se conocían desde niños, y sus padres eran muy amigos. Aunque su figura prematuramente madura tentó hasta la locura a Nick, tanto él como sus hermanos siempre mantuvieron con ella una protectora actitud de «hermano mayor».

Mike y Tony se pusieron de pie de un sallo y abrazaron a Kelly, haciéndola girar y frotándole la cabeza como si se tratase de su mascota preferida. Su piel de melocotón mostraba un leve rubor cuando la liberaron. Se dio vuelta hacia Nick con una sonrisa y sus ojos azules refulgieron tras las espesas pestañas.

—Hola, Nick —dijo, extendiéndole los brazos.

—Qué tal, Kelly —dijo, arrimándola hacia él en un breve abrazo. Pero eso bastó para que percibiese el perfume a hierbas que emanaba de su espesa y oscura cabellera e inhalara la dulce fragancia de su piel. Precavidamente, mantuvo separada la parte inferior de su cuerpo. Lo que menos quería era que Kelly sintiera en el muslo su erección. Jesús, no había tenido una reacción así desde cuarto año.

—Comparte una cerveza con nosotros y cuéntanos cómo es ser una importante doctora —dijo Mike.

—No puedo —respondió Kelly, reemplazando la jarra vacía por otra llena. —Estoy trabajando. Quiero ayudar a papá hasta que pueda reincorporarse completamente a sus tareas.

Nick se obligó a concentrarse en lo que ella estaba diciendo. Mientras la escudriñaba, aventurándose a admirar durante un momento esos espectaculares pechos que el ajustado suéter color lila demarcaba insinuantemente, descubrió que llevaba un delantal anudado en la cintura que tenía el nombre del pub.

Se había enterado de la operación de rodilla que le habían hecho a Ryan Sullivan, incluso había ido a visitarlo al hospital con sus hermanos, pero no sabía que Kelly, que se graduó en la Escuela de Medicina de Harvard cinco años atrás con apenas veintiún años, volvería a casa durante el período de recuperación de su padre.

—Es fantástico, Kelly —dijo Tony. —¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad? —Kelly extrajo un paño del bolsillo del delantal y limpió una mancha de kétchup de la mesa. Nick quedó hipnotizado con el gentil vaivén que hacían sus pechos mientras ella giraba el brazo rítmicamente en su afán de limpieza. De repente, su cerebro quedó colmado con la visión de ella, en su blanca desnudez, montada sobre él, meciendo las tetas mientras cabalgaba sobre su pene con abandono.

Sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos y frunció el ceño al notar que sus hermanos también estaban admirando las formas femeninas que el suéter no ocultaba.

—No sé —decía Kelly. —Un par de semanas, por lo menos, quizá un mes. Todo depende de la rapidez con la que se recupere papá.

Genial, pensó Nick, tendré que sufrir una condena de dos a cuatro semanas de perpetuo endurecimiento.

—En tal caso, nos veremos a menudo —dijo Mike.

Kelly sonrió.

—Me parece genial. —Se dio vuelta y se alejó contoneándose con tres pares de ojos clavados en su firme trasero ceñido por un par de sugestivos pantalones vaqueros de tiro bajo.

—¿Cuándo demonios Kelly Sullivan se convirtió en una mujer tan voluptuosa? —preguntó Tony.

—Sí —dijo Mike. —La última vez que la vi era solo una pequeña colegiala muy aplicada.

Nick frunció el ceño, sin saber por qué le irritaba tanto la idea de que sus hermanos la estuviesen mirando tan libidinosamente.

—Siempre fue guapa.

—No la última vez que la vi —dijo Tony. —En realidad, según recuerdo, no se veía así en absoluto.

—Era el funeral de su madre, idiota —dijo Nick, recordando la ocasión en que la había visto poco más de dos años atrás. —Nadie que ha llorado durante toda una semana puede dejar de parecer el demonio. —Kelly tenía el rostro hinchado y los ojos enrojecidos, al igual que su hermana Karen.

Cuando su madre murió por un tumor cerebral, Kelly estaba cursando el segundo año de su residencia. Había abandonado la ciudad inmediatamente después del funeral y no había vuelto desde entonces. Lo que hacía que su presencia esa noche, su sugestiva figura curvilínea y su dulce sonrisa fuesen aún más sorprendentes.

—¿Kelly, guapa? —dijo Tony. —Sí, bueno, como puede serlo un cachorrito, o una hermana pequeña.

—Nunca la miraste lo suficiente —dijo Nick con más intensidad de la que hubiese deseado.

Mike y Tony lo miraron fijamente durante varios segundos, ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos.

—No te atreverás a decirnos que anduviste liado con Kelly Sullivan.

Nick no tenía dudas de que once años atrás, Mike y Tony le habrían dado una paliza si él hubiese osado aprovecharse de la dulce, tímida y, por ese entonces, demasiado joven Kelly Sullivan.

—Por Dios, no —dijo Nick vehementemente. Ella tenía quince años. Fruta prohibida. Se graduaron juntos al terminar el instituto, pero Kelly tenía quince años y él, dieciocho. Como norma general, Nick solo salía con jóvenes que no tuviesen problema en desnudarse en el asiento trasero reclinable de su Ford Bronco. Por lo tanto, cuando Kelly empezó a ayudarle con geometría e inglés en su último año de estudios, no se le pasó por la cabeza intentar ningún avance.

Bueno, lo había considerado alguna que otra vez. Había soñado con ello. Fantaseó también con el asunto. Pero jamás hizo ningún abordamiento lujurioso, a pesar del agudo sentimiento de frustración que lo agobiaba al final de las clases.

Pero ahora… le echó una mirada mientras bebía otro sorbo de cerveza. Sin duda, ahora era lo suficientemente mayor.

Kelly levantó la vista. Su exuberante boca de labios rojos se curvó en una amistosa sonrisa cuando sus miradas se encontraron. Nick sintió el rostro acalorado, pero no pudo discernir si obedecía al incitante deseo que vibró en su interior o a la turbación de verse descubierto observándola. Apartó la mirada, solo para encontrarse con los ojos de sus hermanos, que lo escudriñaban especulativamente al tiempo que levantaban las cejas con expresión inquisidora.

—¿Pensando en averiguar qué te perdiste? —preguntó Tony con sonrisa maliciosa.

El arrebato de deseo de Nick se enfrió de golpe y porrazo. Esa era la razón por la cual tanto él como sus hermanos no salían con mujeres de la pequeña ciudad donde todos estaban tan estrechamente relacionados.

—¿Estáis bromeando? —dijo con sonrisa forzada. —Si mamá supusiese que estoy interesado en Kelly Sullivan, no podría contener su regocijo y, acto seguido, estaría reservando el club Elk y haciendo los arreglos para el vestido de novia de Kelly.

Mike y Tony empalidecieron levemente al reconocer el ferviente deseo de su madre de casar a sus hijos (que bien podría ser tildado de manía) y alzaron las jarras en un brindis.

—Y ahora que Jake ha claudicado, debe estar ansiosa de que nosotros también caigamos en el lazo —dijo Tony lúgubremente.

—Además —dijo Nick, —Kelly no es el tipo de mujer para mí. —Mike y Tony asintieron a las palabras de su hermano con los labios apretados y expresiones comprensivas. Aunque ninguno de ellos lo expresó en voz alta, ambos sabían que Nick había reaccionado muy mal a su ruptura con Ann, y las heridas que le había infringido apenas habían cicatrizado a pesar de haber pasado ya seis meses.

—Hablando de eso —dijo Tony, —¿vendrás con nosotros el sábado por la noche?

Nick se frotó la nuca.

—No sé. Tengo algunas cosas que hacer en casa. —Antes jamás se perdía una oportunidad de salir, divertirse, tener un poco de acción. Pero desde que Ann lo había abandonado, la idea de buscar mujeres que le brindasen placer fácil le resultaba más deprimente que tentadora. Por el momento se mantenía ocupado renovando su casa, borrando todos los cambios que Ann había hecho durante los seis meses que duró la convivencia.

—Vamos, hombre —dijo Mike, humedeciendo las últimas patatas del plato en la salsa kétchup, —tienes que volver a la pista en algún momento. Te has mantenido apartado durante meses. Es hora de que dejes atrás a esa perra y vuelvas al ruedo.

—Lo pensaré —dijo Nick. En opinión de sus hermanos, la mejor manera para recuperarse era salir nuevamente de parranda.

Nick se preguntó qué dirían sus hermanos si él admitiese que Kelly y su rápido abrazo lo habían excitado más que cualquier otra mujer desde que Ann lo había dejado.

Pero no haría ninguna maldita cosa al respecto.

 

 

 

Kelly tomó otra orden de una pareja que estaba sentada frente al bar y volvió a llenar sus vasos. Era sorprendente cuán rápido todo volvía a su mente. Aunque pasaron años desde la época en que había trabajado un turno en el pub Sullivan, reconocía cada cerveza por la tapa, se daba cuenta instintivamente de cuando la comida de un cliente estaba lista y sabía perfectamente el lugar donde se hallaba el Stoli en la estantería.

Había vuelto a Donner Lake hacía tan solo dos días para ayudar a su padre hasta que se recuperase y se maravillaba de cuan poco habían cambiado las cosas. Después de los cuatro años de su residencia en Boston, era difícil acostumbrarse al ritmo lento y a los espacios abiertos de su ciudad natal en las montañas. Especialmente en octubre, cuando la algarabía del verano había terminado y la ciudad aguardaba la primera gran nevada. Donner Lake parecía otro planeta en comparación con la realidad de su sistema de vida actual.

Todo era muy diferente allí, no había duda. Pero resultaba extrañamente reconfortante, de una manera que no había esperado.

Y también excitante, ahora que se había encontrado con Nick Donovan. En cuanto lo vio traspasar la puerta del atestado pub, los nervios de Kelly se pusieron en alerta para detectar y absorber hasta el más mínimo rasgo de masculinidad que emanase de los poros de ese hombre.

Miró hacia su mesa nuevamente, haciendo un gesto negativo con la cabeza. Parecía un crimen contra la naturaleza que especímenes masculinos tan perfectos proviniesen de la misma familia.

Kelly no era la única mujer que echaba miradas en dirección a esa mesa. Aunque no fuese más que por su porte, aquellos hombres llamaban la atención. Nick, el más alto, con sus casi seis pies y medio de altura y hombros tan anchos que prácticamente debía ladearse para atravesar la puerta del negocio; Mike, un poco más bajo, pero con una contextura aún más musculosa, y Tony, el más bajo, aunque era un decir, ya que sobrepasaba a Kelly más de siete pulgadas.

Pero no era el tamaño lo que hacía que todas las mujeres presentes les dispensaran ansiosas miradas a los Donovan. Era porque, aun cubiertos con salsa tártara y la boca manchada de kétchup, eran absoluta y asombrosamente guapos.

Con su abundante cabello oscuro y sus rasgos esculturales, nadie podría encontrar un defecto en ninguno de sus agraciados rostros. Y si lo hiciesen, solamente añadirían aún más encanto. No era de extrañar que provocasen, en alguna que otra mujer, fantasías licenciosas de un trío con los Donovan.

Mike, con sus almendrados ojos verdes y su silenciosa intensidad. Tony, con su mirada profunda color chocolate que podría derretir a cualquier mujer solo con una mirada.

Y Nick. Kelly suspiró.

Deseó no haberse comportado como una completa idiota. A pesar de todos los años que habían pasado, bastaba una mirada de Nick para que ella se derritiese completamente en un mar de inseguridades. El corazón le latía desbocadamente y se dominó para aparentar un tono de voz tranquilo y casual mientras se acercaba a su mesa. Por suerte, tanto él como sus hermanos siempre habían sido amables con ella, aunque se comportase como una tonta.

Siempre se había preguntado cómo alguien tan guapo y tan popular como Nick podía ser tan encantador. Si había alguien con derecho a ser arrogante con las mujeres, ese era Nick. Pero en vez de pavonearse y envanecerse cuando las mujeres suspiraban y le echaban miradas de admiración, siempre había parecido un tanto desconcertado, como si se preguntase la razón de tanto alboroto.

Para Kelly no era un misterio. Era indudable que era guapísimo, alto y fornido, y tenía esas manos grandes y fuertes que inducían a soñar con sus caricias. Pero eran sus ojos los que la desarmaban. Grandes espejos ambarinos del alma que prometían placeres más allá de lo imaginable. Y era endiabladamente dulce, la clase de hombre que podía destrozar a cualquiera el corazón en pedazos, y aun así, se lo agradecería.

En los dos años en que no lo había visto, de alguna manera se las había ingeniado para estar aún más atractivo. Tenía los rasgos de las mejillas y del mentón más definidos, se le habían marcado las arrugas de la risa alrededor de los ojos y su cuerpo era incluso más fuerte y fibroso.

Después de todo, su más íntimo sueño erótico había reaparecido en su vida.

Irreprimible, se le representó la imagen de Nick moviéndose sobre ella, penetrándola con ímpetu.

¡Era tan grande que me dilató de tal manera que no pude caminar durante tres días!

En la cabeza le retumbó el eco de la voz de Vicki Jenkins. Le ardieron las mejillas y bebió un sorbo de agua con hielo del vaso que había escondido detrás del bar. Recordó cuando tenía catorce años y, como siempre, se hallaba sentada sola en la parte de atrás del autobús revisando sus tareas; entonces escuchó la voz ahogada de Vicki que se hallaba en un asiento próximo. Había agudizado los oídos al escuchar el nombre de Nick. Estaba prendada de él desde su primer año de estudiante, cuando la había ayudado con su atestado armario.

—Te juro —estaba diciendo Vicki—que tiene la polla más grande que vi en mi vida. No me la pudo meter toda.

—¿Te dolió? —Kelly no pudo reconocer la otra voz femenina.

—Oh, por Dios, no. Primero, prácticamente me devoró, y cuando finalmente me penetró, ya estaba tan húmeda que fue increíble.

A los catorce años, Kelly conocía las cuestiones básicas del sexo, por supuesto, incluso había leído algunas novelas de D.H. Lawrence y había experimentado los primeros apremios acuciantes de excitación. Pero, ¿«dilatar» o «devorar»? Su tez, naturalmente blanca, se ruborizó violentamente al escuchar la cruda descripción de Vicki.

Y desde ese momento no fue capaz de volver a ver a Nick con los mismos ojos. Al principio, la asustaba un poco. Cuando empezó a darle clases de apoyo durante el último año, la perspectiva de pasar varias horas a solas con él la puso sumamente nerviosa. En la víspera de la primera clase había tenido una pesadilla en la que Nick la perseguía en el campo de deportes, dando alaridos y blandiendo una erección del tamaño de un bate de béisbol, advirtiéndole a gritos cómo iba a devorarla.

Pero durante el transcurso del año, sus pesadillas se convirtieron en vividas fantasías, lo cual dificultaba que se concentrase en las clases. Luchó para esconder sus sentimientos, pero las imágenes de él acariciándole y besándole el cuerpo desnudo atentaban contra la facultad de hilvanar un razonamiento coherente.

Pero Nick, por desconocimiento o renuencia, nunca respondió a esa atracción. Algo que, en retrospectiva, había sido lo mejor que podría haber sucedido. Aunque a la edad de quince años, la evidente indiferencia masculina le había hecho sentir deseos de arrojarse de un edificio.

A pesar de las curvas maduras del cuerpo de Kelly en el verano anterior a su cumpleaños número quince, aún era demasiado joven para liarse con Nick, quien con sus dieciocho años ya tenía la pasión y los deseos, sin mencionar el cuerpo, de todo un hombre.

Pero ahora, con veintiséis años, Kelly ya no era una virgen inexperta. Sin embargo, todavía dudaba de si estaba realmente preparada para relacionarse con un hombre como Nick.

Dejó vagar la mirada por el salón hasta detenerse en la mesa de los Donovan. Y se vio gratificada al descubrir que Nick la estaba observando fijamente con sus ojos color ámbar. Le sonrió y se sorprendió con deleite cuando él apartó la mirada rápidamente, como si se sintiese turbado.

Kelly canturreó mientras sacaba brillo a un vaso.

Quince minutos después se le paralizó el corazón al darse cuenta de que Nick se estaba encaminando hacia el bar mirándola fijamente. Los latidos enloquecidos de su corazón acompasaron rítmicamente a las pulsaciones que sintió en la entrepierna, apretó las nalgas como si Nick pudiese darse cuenta de alguna manera de cómo se había humedecido con solo mirarlo.

Con una sonrisa plasmada en el rostro se esforzó por parecer indiferente.

—Muchachos, ¿queréis otra ronda de cerveza? Puedo enviar a Maggie a vuestra mesa.

Nick sonrió, sus níveos dientes refulgieron destacándose contra la piel oscura.

—No, quiero la cuenta. Tenemos que empezar temprano mañana.

Escondió su desencanto cuanto le fue posible y rápidamente le extendió la factura y aceptó los billetes, pero el leve temblor de las manos al entregarle el vuelto hizo que algunas monedas rodaran sobre la barra. Torpe, se amonestó interiormente.

Con una risilla nerviosa se inclinó para recoger las monedas. Varios mechones rizados le cayeron sobre el rostro y, al levantar la cabeza, divisó a Nick tras la cortina de negros tirabuzones.

Él levantó la mano para acomodárselos tras la oreja y ella casi gimió al sentir el roce de sus dedos en las mejillas. Se le intensificó el calor de la entrepierna y temió que Nick notase, a través del suave tejido del suéter, cómo se le habían endurecido los pezones.

Pero cuando levantó la vista, notó la mirada masculina clavada en su rostro enrojecido, concentrándose en su boca. Nerviosa, se humedeció los labios fugazmente y, por un segundo, podría haber jurado que él se había inclinado mojándose los suyos, como dispuesto a besarla.

En cambio, se enderezó abruptamente, le dispensó una tensa sonrisa y le dio las gracias. Arrojó algunos billetes de propina antes de alejarse con Mike y Tony.

Kelly intentó convencerse a sí misma de que no estaba desilusionada.

Sí, seguro. Era una estúpida por excitarse así. Hombres como Nick no se fijaban en «traga-libros» como Kelly, el hecho de que se excitara así por una simple sonrisa amistosa y el roce de sus dedos era prueba irrefutable del tiempo que llevaba sin sexo.

Maggie, que trabajaba en el pub Sullivan desde que Kelly podía recordar, pareció notar el deseo en la mirada de Kelly.

—¿Son encantadores, no es así? —comentó Maggie con la risa pastosa, resultado de dos cajetillas diarias de pitillos.

Kelly se dio vuelta hacia Maggie con el ceño fruncido.

—Yo no… —Si la redomada chismosa de Maggie sospechaba que había algo entre ellos, la noticia se divulgaría por toda la ciudad y sería la comidilla en Nevada a la mañana siguiente.

Con un gesto de la mano, Maggie restó importancia a la protesta de Kelly.

—Es una vergüenza lo que le hizo esa mujer a Nick. Kelly se mordió el labio y, si bien no quería alentar a Maggie, no pudo resistir la tentación de morder el anzuelo.

—¿Qué mujer?

—Esa mujer de Stanford, de las peores que hay. Vino a estudiar los árboles o alguna otra mierda por el estilo, con aires presumidos, como si ella fuese demasiado para los que vivíamos todo el año aquí. Pero se prendó de Nick, eso tenlo por seguro, y él parecía muy atraído por ella también.

—¿Siguen juntos? —preguntó Kelly, esforzándose en mantener un tono de simple curiosidad para esconder el aguijón de celos que le punzaba el estómago.

—No, la muy perra lo abandonó esta primavera.

Kelly lanzó un suspiro de alivio e hizo una pausa. Por qué tiene que importarte si Nick está soltero o no, se amonestó. Lo que dijo a continuación Maggie no le permitió detenerse para analizarlo demasiado.

—La chica pensaba que era demasiado buena para esta ciudad, para Nick.

—¿Demasiado buena para Nick? ¿Una de las mejores personas que conozco? —espetó Kelly, en una defensa demasiado vehemente como para disimular sus sentimientos.

—Eso lo dices tú, Kelly —dijo Maggie, afanada en servir cuatro pintas de Guinness. —Pero ya sabes… algunas personas se adaptan a la vida de ciudades pequeñas con hombres como Nick… —Hizo una pausa y miró significativamente a Kelly. —Otras, no.

Más tarde, mientras estaba mirando el último programa de noche para estar lo suficientemente cansada como para conciliar el sueño, Kelly pensó en la conversación que había mantenido con Maggie. No podía imaginarse que una mujer abandonase a Nick después de haberle echado el guante. Según lo que recordaba, la mayoría de las chicas que se habían liado con él habían intentado agarrarlo con uñas y dientes.

Pero Nick era muy escurridizo y se las arregló para escapar siempre.

Aunque Maggie tenía razón en una cosa: algunas personas, como Kelly, no encajaban en la vida de una pequeña ciudad de montaña con un hombre como Nick. Es decir, no para siempre.

Desde pequeña, había sido evidente que Kelly era distinta al resto. Y para cuando había terminado de leer la Enciclopedia Británica de sus padres siendo una niña de apenas cinco años, ellos decidieron que tendrían que hacer algo para mantener ese cerebro hiperactivo ocupado antes de que se metiese en problemas.

Ya que el sistema escolar local no contemplaba programas especiales para alumnos «superdotados», sus padres decidieron que Kelly debía adelantarse varios cursos.

La decisión paterna resultó acertada en cuanto a su cerebro, pero resultó la peor opción para la futura vida social de Kelly.

Si bien Kelly superó el nivel de aprendizaje de todas las clases a las que asistió, ella seguía pidiendo a Papá Noel la casa de Barbie para Navidad mientras sus compañeros de estudios se enfrascaban en citas románticas y se afanaban por conseguir el carné de conducir.

Y peor aún, su familia no había sabido cómo tratarla. Su hermana se resintió con ella porque todos la conocían como «la hermana de la larva sabihonda», rencor que aún perduraba porque consideraba que Kelly había recibido un trato preferencial desde niñas. Incluso sus padres se sintieron desconcertados porque dos personas de inteligencia normal pudiesen haber engendrado un extraño genio como Kelly. El único bálsamo de su niñez fue que su padre le permitiese trabajar en el pub Sullivan. Si bien técnicamente no debería haber servido cerveza a edad tan temprana, el sheriff hizo la vista gorda por la amistad que tenía con su padre. A los clientes les resultaba divertido y estaban encantados con ella, y Kelly se hizo amigos de todo tipo, es más, su relación con los parroquianos más asiduos le permitió satisfacer la imperiosa necesidad de aprobación que tenía.

Pero nada de eso importaba ya. Ella se quedaría en Donner Lake solo durante algunas semanas y, de alguna manera, era un alivio después de tantos años de arduo trabajo y estudio. No tenía ninguna duda de que cuando llegara la hora de marcharse estaría enloquecida y deseosa de escapar de allí, pero de momento era agradable volver a su pueblo natal, donde las principales preocupaciones versaban sobre el equipo de fútbol de la universidad y las posibilidades de la próxima temporada de esquí en cuanto a la cantidad de turistas que podría atraer la ciudad.

Por el momento, estaba libre de médicos egocéntricos, de enfermeras irritantes y de pacientes cuyas vidas dependían de su capacidad como médico de guardia.

Sus pensamientos volvieron a Nick y a la manera en que le había tocado el cabello esa noche. ¿Acaso habría tenido de verdad intención de besarla? Solo el pensamiento de los labios de Nick sobre los suyos le hacía apretar los muslos. Si tan solo tuviese el valor para abordarlo ella, cogerlo de la nuca y besarlo…

Gimió y apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá. Dios, había pasado tanto tiempo desde la última vez que había tenido relaciones sexuales. E incluso casi tuvo que escribirle paso a paso las instrucciones a Jared. Prueba contundente de que mostrarle a un hombre dónde está el clítoris era tan solo la mitad de la batalla.

Sin duda, Nick sabría qué hacer exactamente. Conclusión que la hizo cavilar sobre el asunto. Jamás había tenido posibilidades con Nick durante la época de estudiantes. Pero ahora era mayor, estaba preparada y permanecería en la ciudad solo durante un corto período. Según Maggie, Nick no quería compromisos, y ella tampoco los deseaba. Pero tendrían que ser muy cuidadosos y mantenerlo en secreto, pues sus padres eran muy amigos.

Si bien no era su estilo en absoluto, esta situación podría obligarla a tener que dar el primer paso. Al fin y al cabo, ¿qué podía perder? De todas formas se marcharía en pocas semanas, y lo peor que podía suceder era que él la rechazara.

Lo que sería realmente desastroso, tuvo que reconocer. Durante más de diez años, Nick había personalizado sus fantasías eróticas en las versiones más variadas: vikingo, guerrero escocés, guapo paramédico de urgencias; y en ninguna de ellas le había dicho: «No, gracias»; pero su ego ¿estaría en condiciones de resistir ese rechazo?

¡Deja de comportarte como una pusilánime! Siempre has esperado a que los hombres den el primer paso ¿y qué has conseguido?

Sexo mediocre con hombres que nunca alcanzarían la talla de sus fantasías con Nick.

Y no simplemente en sentido figurado.

¿Realmente permitiría que su ego le arruinase la única oportunidad que tenía de convertir en realidad sus fantasías?