CAPÍTULO 08

JAKE levantó la vista cuando su ordenador le avisó de que tenía un correo electrónico. Se sintió aliviado al tener una excusa para dejar de leer el plan de diversificación de negocios que estaba sobre su escritorio. Normalmente, le bastaba una rápida lectura de cinco minutos para captar todos los detalles pertinentes del contenido de documentos de ese tipo. Pero últimamente su capacidad de concentración estaba afectada, y él sabía exactamente a quién culpar.

Abrió el mensaje electrónico de Michael que adjuntaba un artículo que había encontrado en Internet al que añadía de su propia cosecha: «¿Te alegras de que hayamos atrapado a un par de las buenas, verdad?».

Generalmente, Jake ignoraba las bromas y no abría el material que le reenviaban sus amigos, pero se encontró a sí mismo atrapado por el hiriente ingenio y el innegable humor sarcástico del autor. Leyó el artículo con una combinación de diversión y horror. Estaba titulado «La verdad al desnudo» y había sido escrito por una mujer con el pseudónimo de «Teaser», sumamente apropiado si se consideraba su significado en inglés, ya que era una versión agudizada de «Sex and the City». Esa tal C. Teaser tenía a un tío al que arrastraba del vello púbico y a quien tenía tomado de los cojones hasta que se hartara de él, lo cual sería a corto plazo, según aseguraba a sus lectores.

Quienquiera que fuera, Jake sintió pena por ese pobre inocente.

Oh, cómo si tú tuvieses derecho a decir algo.

Sacudió la cabeza. Cuatro semanas. Cuatro semanas en San Francisco persiguiendo a Kit y no había avanzado un ápice en cuanto a tener ninguna clase de relación permanente con ella. Santo Dios. Tenía relaciones con ella todas las noches, prácticamente se había mudado a su apartamento, pero sentía aprensión a referirse a ella como su novia por temor a que saliera corriendo.

Que imbécil. Para ser un hombre que tenía reputación de agresivo, que era conocido por su habilidad para disuadir cualquier negativa, parecía estar actuando como un mentecato afeminado.

Por supuesto, nunca en su vida se había enfrentado a un probable rechazo capaz de destrozarle la vida.

«¿Te alegras de que hayamos atrapado a un par de las buenas, verdad?», honestamente, Jake no estaba seguro de haberlo hecho en realidad. Después de todo ese tiempo, todavía no sabía qué hacer con Kit. Por supuesto, el sexo era asombroso, explosivo, y mientras estaba dentro de ella, sabía que ella no le ocultaba nada, que se entregaba a él por completo.

Y durante los breves segundos posteriores a su entrega total, su mirada no guardaba recelo alguno, ni mantenía distancia, ni erigía un muro que le impidieran ver lo que ella realmente sentía. En esos segundos, estaba seguro de que ella lo amaba tanto como él a ella.

Pero después el muro se erigía inevitablemente. Siempre abandonaba la cama para ducharse o para ponerse al día con el trabajo; cualquier cosa para distanciarse de la intimidad que acababan de compartir. Y a la mañana siguiente, invariablemente la encontraba acurrucada contra él como si buscase estar aún más cerca.

Mierda, pensó enfadado mientras cogía el teléfono. Tenía que volver a Boston en una semana. Había estado completamente seguro de que a esas alturas estaría ya planificando una mudanza permanente, la suya a San Francisco o la de ella a Boston. Incluso unos días atrás había ido a ver anillos. Pero él, Jake Donovan, el tío que jamás había permitido que nada ni nadie le impidiese conseguir lo que quería, se había acobardado. Sosteniendo el solitario con un diamante de tres quilates en la mano, se imaginó proponiéndole matrimonio a Kit. Pero en lugar de una dicha inconmensurable o lágrimas de felicidad, se la imaginaba abriendo los ojos completamente horrorizada, mientras le palmeaba suavemente la mano y le decía que, aunque apreciaba su gesto, ella simplemente no sentía «lo mismo» por él.

Y como un cobarde, había devuelto el anillo, que, sin duda, se hubiese visto perfecto en su mano delgada de finos dedos, escabulléndose de la tienda.

Frunciendo el ceño, levantó el teléfono y marcó el número de Kit. Basta de gilipolleces. Estaba harto de andarse con evasivas de mierda, intentando manipularla para que le diera lo que él quería. Esa noche se sentarían y tendrían una buena y larga conversación. Iba a mostrar algo de cojones y le reconocería lo que sentía verdaderamente. No más juegos. Basta de pretender que no era nada más que sexo simplemente para mantenerla tranquila. Esa noche iba a hacer que Kit escuchara algunas verdades acerca de la situación real de su relación.

¿Y si ella tenía otros planes? Por lo menos sabría que lo había intentado, pero el mero pensamiento de ella dejándolo lo aguijoneaba como un puñal helado en el estómago.

Kit contestó al segundo tono.

—Vayamos a cenar esta noche —le dijo bruscamente. —Tenemos algunas cosas que necesitamos discutir.

Se encontró con un silencio. Quizá debería haber intentado un tono más amistoso.

—No puedo respondió. —Tengo otros planes.

—¿Otros planes? —le molestaba sobremanera que después de todo ese tiempo todavía tuviera que hacer planes con anticipación con ella, que ella no le consultara antes de concertar un compromiso como lo haría si fuesen una pareja de verdad.

Hasta ahora había evitado, adrede, interrogarla, ya que no quería entorpecer su estilo de vida o darle motivos para salir corriendo. Ya no tenía esas reservas.

—¿Qué clase de planes? ¿Por qué no me consultaste?

—No me di cuenta de que tenía que consultártelo, papi —dijo; el sarcasmo rezumaba a través de la línea telefónica.

—¿Qué planes? —repitió él.

Ella hizo una pausa.

—Una cuestión de trabajo —dijo finalmente.

Durante el mes que él había estado allí, ella había remarcado en varias ocasiones que agradecía que su empleo en el Tribune no le demandase obligaciones sociales, a diferencia del suyo.

—Algo del trabajo —dijo él escépticamente.

—Es para un proyecto independiente, algo en lo que he estado trabajando. —Su voz sonó inusitadamente turbada.

—Bien. Te veré cuando regreses a tu apartamento. Cortó mirando furioso el aparato telefónico, como si se tratase del rostro femenino. Algo no andaba bien. Ella había estado actuando evasivamente durante la última semana. La semana pasada él fue a su oficina para invitarla a almorzar, pero solo para encontrase con que ella había salido. Cuando más tarde le preguntó, ella le dijo que había estado con una amiga. Dos noches había llegado tarde a casa dando vagos detalles sobre dónde había estado. Y en más de una ocasión, cuando él la interrumpió mientras trabajaba en casa, ella cerró el archivo de lo que fuera en lo que se encontrara trabajando antes de que él pudiera verlo.

¿Era posible que estuviera viendo a alguien más? El mero pensamiento de las manos de otro hombre sobre ella, tocándola, acariciándola, teniendo acceso desenfrenado a su suave y bronceada piel a su sedoso y húmedo calor, le provocó deseos de vomitar. Jake, que nunca había sentido celos por una mujer en su vida, luchaba por contener la furia que lo invadía con tan solo pensar en otro hombre mirando a la mujer que él reclamaba como suya.

Lentamente, Kit abrió el cerrojo de la puerta principal. Era pasada la medianoche y rezó para que Jake estuviera dormido mientras entraba a la habitación de puntillas. Su cabeza latía en una combinación de culpa y frustración. Había pasado las últimas horas con Tina y con el editor de la Editorial Hardin, quien voló desde Nueva York específicamente para hablar sobre la preparación del libro de Kit.

Pero en lugar de sentirse eufórica acerca de su inminente meteórica carrera, se sentía enferma. Durante la última semana había estado dando vueltas, sintiéndose como si serpientes venenosas estuvieran carcomiéndole el interior. Además de las columnas de siempre, había escrito otras partes para el libro, todo sobre Jake. Lloró al enviar la última la noche anterior, en ella escribió la mentira más grande de su carrera.

 

«Mi pequeño cachorro está volviendo pronto a casa, y yo difícilmente puedo esperar. No me malinterpreten. Soy una gran fanática del sexo frecuente, y este pequeño perrito no se queda atrás. Pero, últimamente, ha estado muy cargante y estoy comenzando a sentirme un poco… coartada».

 

La verdad era que tenía terror a la marcha de Jake, pero no sabía qué hacer al respecto. Él no había mencionado nada acera de que sucedería una vez que él volviese a su casa en Boston. Y ella estaba tan ocupada, y tan consumida por la culpa, que no podía reunir el coraje para sacar el tema.

De todos modos, ella era bastante buena interpretando a la gente, y cada mirada, cada acto, cada caricia, le decía que ella le importaba a Jake. Cualquier incertidumbre acerca de su relación era enteramente por su culpa. Ella era quien la ponía en riesgo con su comportamiento asustadizo y furtivo de los últimos días.

Y a juzgar por el tono que él había usado más temprano, estaba evidentemente irritado, receloso de su seguidilla de reuniones y planes que lo excluían.

¿Qué iba a hacer? Aunque se había prometido evitar que lo que fuera que ella y Jake tenían interfiriese con la increíble oportunidad que se le presentaba para su carrera, no podía seguir negando que ella lo amaba. Profundamente.

De algún modo, esa adolescente ingenua, poco realista e ilusa de otrora se había apoderado de ella, recordándole todas las razones por las que se había enamorado de Jake en ese entonces, y por qué de verdad lo quería ahora.

Aunque llegasen a tener una relación formal, ¿qué le diría? No podía mantener su libro y su columna en secreto para siempre. ¿Qué le podría decir?: «Oh, por cierto, Jake, escribo esta malintencionada columna para la cual he explotado por completo nuestra vida sexual presentándote como un redomado idiota. Y es mejor que comiences a acostumbrarte, ya que probablemente deba burlarme de la más increíble relación que he tenido y que pueda llegar a tener en un futuro previsible».

Para ser una mujer que se enorgullecía de evitar complicaciones con los hombres, se las había ingeniado, de algún modo, para armar un inmenso y colosal embrollo.

Kit no encendió la luz al entrar al apartamento. Esperaba poder entrar a hurtadillas y deslizarse dentro de la cama junto a Jake y fingir, al menos por unas horas más, que no había arruinado su vida por completo.

La lámpara se encendió y ella gritó dejando caer el bolso. Jake se sentó en su mullido sillón de cuero con un vaso en la mano.

—Un poco tarde, ¿no te parece? —le preguntó con tal frialdad en la voz que esperó verle estalactitas formándosele en la punta de la nariz.

Acorralada, intentó recurrir a uno de sus habituales sarcasmos.

—¿Has estado sentado aquí en la oscuridad como un Sr. Rochester[11] moderno? Qué gótico de tu parte.

Se incorporó y tomó el último trago de lo que fuese que quedaba en el vaso, antes de apoyarlo en la mesilla de noche.

—¿Dónde estabas, Kit? —Caminó lentamente hacia ella, y tuvo la incómoda sensación de estar siendo acechada.

—Ya te lo dije, tenía una reunión —dijo bruscamente. Por lo menos, eso era cierto, y esperaba que no le exigiera más detalles. No tenía reparos en mentirle por teléfono, y no intentaba disimular el hecho por remordimiento, pero se le hacía muy difícil mantener cara de póquer cuando era descubierta en una mentira descarada.

Además, él estaba tan cerca que podía sentir el característico aroma dulzón a sándalo de su piel, mezclado ahora con el olor a whisky de su aliento. Ella deseaba devorar el sabor de sus labios, pero su actitud no inclinaba precisamente, a expresiones de cariño.

—¿Me estás engañando?

Dio un paso hacia atrás, asombrada. Una parte de ella se sintió tan aliviada de que él no le exigiera detalles de su reunión que casi rió. Pero ese impulso fue superado por el fastidio. ¿Qué clase de persona creía que era? ¿Realmente creía que ella podía tenerlo viviendo en su apartamento, mantener locas y desenfrenadas relaciones sexuales con él todos los días, mientras veía a otro?

Desestimó el susurro de esa voz interior que le recordaba que él tenía derecho de sentir sospechas, dado el modo en que ella había estado escabulléndose últimamente.

En cambio, hizo lo que solía hacer siempre, adoptó una actitud beligerante.

—¿Engañándote? Engañar implicaría que tenemos algún tipo de relación de exclusividad —señaló con sequedad, —y no la tenemos. Pero si quieres sabor si me estoy acostando con alguien más, la respuesta es no.

El lenguaje corporal de Kit, la cabeza y los hombros hacia atrás, los brazos firmemente cruzados sobre el pecho, la ceja oscura levantada majestuosamente, decían a las claras: «No tocar», pero Jake la cogió de los hombros y la empujó firmemente contra él. Sintió un profundo alivio. Kit seguía escondiéndole algo, de eso no tenía duda alguna, pero no era otro hombre. Había sido una pésima mentirosa desde niña, algo que no había cambiado en los últimos doce años. Pero, su mentira no estaba relacionada con otro hombre en su vida.

Por lo tanto, ¿qué era?

Dejó la pregunta de lado. No era el momento de preocuparse por ello.

Después de toda su paciencia, sus maniobras e intentos de manipulación, todo se había reducido a eso. Iba a tener que desnudar su alma. Decirle a Kit que se enamoró perdidamente de ella otra vez en México y que fue a San Francisco con un ridículo plan para lograr que ella se enamorase de él. Rezaría para que no se riera en su cara o saliera corriendo a gritos por la puerta.

—Kit, debo volver pronto a Boston —comenzó. Los ojos femeninos color azul grisáceo eran indescifrables mientras buscaba las palabras apropiadas para decir a continuación.

—¿Y? —Dejó caer las manos a los lados del cuerpo y, aunque no se apartó de él, tampoco lo abrazaba.

—Joder —musitó, liberándola para deslizarse las manos por el cabello en un gesto de frustración, —no hay motivos para andar con rodeos.

Ella lo estaba contemplando con recelo, y con razón, en realidad, ya que había comenzado a caminar de un lado a otro murmurando inteligiblemente para sí mismo como si fuese algún tipo de psicópata.

—Jake, sé lo que vas a decir, y…

—Te amo, Kit.

Si le cayó el alma al suelo cuando se enfrentó al mutismo abrumador de Kit.

Finalmente, ella se las arregló para preguntar con voz ronca:

—¿Qué?

—Te amo —repitió él, abarcándole el rostro con las manos y detectando el pánico en sus ojos. —No vine a San Francisco por negocios, Kit, sino por ti. Me enamoré de ti en México… Diablos, creo que ya te amaba cuando todavía estabas en el instituto. Pero cuando te vi en México el mes pasado, simplemente lo supe. Supe que tú eras la indicada. Sé que hace mucho tiempo te herí, que me comporté como un completo idiota, y haría cualquier cosa para enmendar lo sucedido. Pero eso fue hace años, y esto es ahora. He tratado de ser paciente, he intentado darte la oportunidad para que lo descubrieras por ti misma, pero se me está acabando el tiempo, y te amo, Kit. —Hizo una pausa para tomar aliento, sintiendo un débil temblor recorrerle por todo el cuerpo.

¿O era ella? Sus manos, al levantarlas para cubrir las de él, también estaban temblando, y en sus ojos pudo ver la vulnerabilidad y el temor al desnudo. Y tras ellos, una intensa emoción que irradiaba los primeros rayos de esperanza a su corazón.

—Eso es todo, Kit —le dijo, manteniendo su mirada en la de ella. —No más juegos, solo la verdad. Estoy poniendo todas las cartas sobre la mesa, y necesito que tú hagas lo mismo.