CAPÍTULO 04

SOY un hombre afortunado, muy afortunado, musitó Nick durante el corto viaje de regreso a su casa. Era demasiado bueno para ser verdad. Kelly le había propuesto mantenerlo en secreto, sin ataduras y sin resentimientos una vez que tuviese que marcharse. Era justamente lo que le habían aconsejado sus hermanos, volver al ruedo.

Comprobó si había algún coche de alguien conocido, pero a esa hora de la noche las calles se hallaban desiertas y no había riesgo de que lo viesen volver tan tarde e hiciesen preguntas. Y si alguien las hiciese, podría decirle que había estado en Truckee de parranda.

Pulsó el interruptor de la luz de la cocina y miró el reloj. Doce y media, debía levantarse en menos de seis horas. Los sacrificios que tenía que hacer un hombre para conseguir buen sexo…

No, no solo buen sexo, pensó mientras se desvestía y se metía en la cama king-size. Sexo espectacular, asombroso, conmovedor. El simple recuerdo lo hacía endurecerse como un sable, cuando en realidad tendría que estar escurrido como un estropajo.

Ni siquiera en la más salvaje de sus fantasías con Kelly, y había tenido unas cuantas a lo largo de los años, se habría podido imaginar que ella fuese tan fogosa, tan apasionada. Jamás había estado con una mujer que se corriese solo porque le succionaran las tetas.

Era increíble que una mujer tan fogosa pudiese pensar que era buena solo para una noche. Los hombres de su pasado debieron ser completamente ineptos. No tenía duda de que él no era ni por asomo tan inteligente y sofisticado como los hombres con quienes había salido Kelly, pero poseía ciertos talentos.

Cerró los ojos rememorando a Kelly, húmeda y ceñida. Había sido genial no tener que contenerse ni preocuparse de que fuera demasiado intenso, demasiado rudo. Saber que podía dejarse llevar y penetrarla hasta que le rogara más.

Gruñó y se ciñó el miembro, otra vez palpitante y enhiesto. Mierda. Deseó por enésima vez haberse quedado con Kelly. Aun sin condón, podrían haber hecho muchas cosas para aliviar su estado actual. Pero pasar la noche con ella era otra cuestión. Dormir con una mujer, abrazarla dormida y compartir esa intimidad más intensa que la del sexo mismo era un nivel de intimidad que no formaba parte del acuerdo.

Pero nada le impedía pensar cómo podía retozar con Kelly bajo las mantas. Hundir la cabeza entre sus muslos y lamerla hasta que se corriese en su boca. O despertarse por la mañana con el pene dulcemente ceñido en la de ella.

Embistió furiosamente hasta descargarse al fin. Arqueó la espalda sobre el colchón al correrse explosivamente deseando que fuese la boca de Kelly la que recibiese el semen y no, su propia mano.

Se dirigió al baño y se lavó; esperaba poder calmarse lo suficiente como para conciliar el sueño. Regresó a la cama, se colocó un cojín sobre el estómago y acomodó el que tenía bajo la cabeza. No podía permitir que lo que tenía con Kelly se le escapara de control. Hasta donde sabía, el sexo era en lo único que eran compatibles, y no podía permitir que interfiriese con otras facetas más importantes de su vida.

Ya era bastante malo que rompiese su promesa de no salir con mujeres de la ciudad. Sin embargo, se buscó una excusa: si Kelly se quedaba poco tiempo, realmente no contaba.

Era solo sexo, nada más. Aunque Kelly era todo lo que deseaba en una mujer… divertida, hermosa; sin mencionar endemoniadamente inteligente; había aprendido de la peor manera que no debía mezclarse con mujeres que no estaban a su alcance. Pero podía divertirse a lo grande con ella mientras durase.

 

 

 

Kelly tarareó suavemente al salir de la ducha a la noche siguiente. Esperó que el champú le quitase el olor a aceite de fritura que tenía en el cabello. Se frotó las piernas con loción, se colocó la bata y se preguntó qué ropa debería vestir.

Sentía un cosquilleo de ansiedad. Había estado más excitada de lo que quería admitir cuando Nick había pasado esa tarde por el pub a tomar una cerveza. Le deslizó una nota junto con la cuenta. «No he dejado de pensar en ti», decía la nota, «iré a verte a tu casa después de la hora de cierre del negocio. Vístete con algo fácil de quitar».

Las últimas palabras la hicieron reír entre dientes, además de provocarle un calor repentino en las entrañas. Aunque Nick tenía buen carácter y era fácil de llevar, tenía una faceta más oscura, así lo había detectado ella la noche anterior por primera vez. No le costaba imaginárselo desgarrándole la ropa, arrojándola sobre la cama y violándola como un pirata de novela romántica.

Mmmm… Un pirata y su lujuriosa doncella. Ese podría ser un juego divertido.

Permaneció de pie frente al armario, ya que su guardarropa era de un estilo práctico y las opciones de ropa provocativa, apta para ser desgarrada fácilmente, eran limitadas.

Por fin se decidió por unas minúsculas bragas color crema ribeteadas con encaje y el sostén haciendo juego. Luego, se cubrió con una bata azul que distaba mucho de ser provocativa, pero que podía ser quitada fácilmente.

Apenas logró escuchar el teléfono debido al ruido del secador de pelo. Miró el reloj. Pasada medianoche. Sintió un vuelco en el estómago y, cuando el teléfono sonó por tercera vez, rogó que no fuese Nick cancelando la cita.

¿Pero quién más podía ser? Arrebujándose con los brazos entrelazados, levantó el receptor del teléfono que estaba sobre el tocador.

—¿Kelly? Soy yo, Karen.

Kelly suspiró. Si había algo peor que la posibilidad de que Nick cancelase la cita era que su hermana la llamara para hostigarla.

—Papá está bien, Karen —le dijo Kelly tajantemente.

—¿Has ido siquiera a verlo hoy?

Ni la más mínima cortesía. Típico de su hermana, iba al grano, como siempre.

—Sí. Fui a verlo. Y hablé con el quinesiólogo y con el médico. Después almorzamos juntos y jugamos a las cartas. Luego, me dirigí al pub y me las arreglé para manejar todo sin incendiar nada. Y ahora estoy realmente cansada y quiero irme a la cama.

—Estuviste solo tres horas —le recriminó Karen.

—Tenía una cita con el Jefe de la Sala de Urgencias de Tahoe Forest. Cuando papá tenga mayor movilidad, me gustaría cubrir algunas guardias a la semana, si puedo.

—Sé que consideras una carga ocuparte de papá —espetó Karen, —pero el que seas una importante doctora no te exime de las obligaciones que tienes con tu familia.

Kelly cerró los ojos y sintió una contractura en el hombro, como siempre que hablaba con su hermana.

—Karen, un trabajo esporádico en el hospital no interferirá con el negocio. Además, papá se volverá loco si estoy detrás de él todo el tiempo.

—No puedo creer que estés pensando en trabajar en el hospital mientras estás ahí. ¿No puedes pensar en alguien más aparte de ti misma y tu preciosa carrera? No sé por qué me sorprende. Siempre has hecho lo que has querido, y estás acostumbrada a que todo se te brinde en bandeja.

Kelly había oído esas palabras en muchas otras ocasiones y ni se molestó en defenderse. No serviría de nada recordarle a Karen que ella no había tenido ningún interés en seguir una carrera universitaria, como tampoco lograría que reconociese que sus padres le habían pagado gustosos la escuela de cosmética, una formación gracias a la cual desarrollaba su actual y provechosa profesión como estilista.

—Sin mencionar que ni siquiera te molestaste en venir cuando mamá estaba enferma. Papá y yo tuvimos que encargarnos de ella y verla morir.

Esas palabras la hirieron hasta lo más profundo.

—¡Cuándo mamá estaba enferma yo estaba en mi segundo año de residencia!

—Pobre consuelo para una mujer que se estaba muriendo de cáncer, ni que hablar de papá.

Un torbellino de sentimientos de culpa se agitó en el interior de Kelly y amenazó con devastarla. Era eso, más allá del amor que sentía por su padre, lo que la había obligado a volver a Donner Lake para ayudarlo.

Volver había supuesto renunciar a una incomparable oportunidad laboral en Nueva York, pero Karen nunca se enteraría de su sacrificio. Kelly apretó tensa el teléfono cuando aún resonaba en el aire el eco de las palabras punzantes de Karen.

—¿Hay algo más que quieras decirme o solo llamaste para recordarme lo mala hija que soy?

—En realidad, necesito que llames a la compañía de seguros para informarles de que te estás haciendo cargo de todo. Hoy he perdido una hora intentando hablar con ellos.

—Y Dios sabe que tienes cosas más importantes que hacer, como una permanente. —Kelly pestañeó ante su propio comentario malintencionado. Pero hacía tiempo que había aprendido que, si no la contraatacaba, Karen seguiría clavándole el puñal hasta dejarla completamente destripada.

—¡Vete a la mierda! Los demás también tenemos cosas importantes que hacer en la vida, aunque no lo creas.

—Besos a ti también, hermanita. —Kelly aporreó el teléfono al cortar bruscamente preguntándose por qué, después de tantos años, su hermana todavía tenía el poder para hacerle perder los estribos. Quizá porque, en algún lugar recóndito de su mente, Kelly recordaba los viejos tiempos, cuando se llevaban bien, antes de que Karen, inexplicablemente, decidiese que su hermana menor era su enemiga. ¿Por qué era imposible, aunque fuese por una sola vez, que pudieran tener una conversación normal, civilizada, incluso amistosa, como otras hermanas?

Sintió el golpe en la puerta y, al abrirla, la expresión del rostro de Kelly no pudo ocultar su mal talante.

Malinterpretando el brillo de furia en los ojos femeninos, Nick dio un paso hacia atrás.

—No tenemos que hacerlo si no quieres.

Kelly negó con la cabeza y lo empujó dentro.

—Sí, quiero hacerlo —dijo, y era lo que realmente sentía.

Lo hizo pasar y cerró la puerta de un portazo para descargar algo de su furia. Nick la acercó hacia él para besarla y Kelly sintió que su mal humor se distendía en parte al sentir la presión de la lengua masculina contra la suya.

Se conminó a sí misma a calmarse mientras le entrelazaba los dedos en la nuca. Se esforzó para concentrarse en la gruesa cabellera que tenía entre los dedos, en el sabor a menta de la lengua dentro de su boca. Pero ni siquiera las más habilidosas caricias masculinas fueron capaces de borrar el espantoso sentimiento de culpa y frustración que las palabras de su hermana le habían provocado.

La apartó bruscamente.

—¿Qué sucede? ¿Quieres que me vaya?

Kelly exhaló un fuerte suspiro aferrándose de las solapas de su chaqueta de cuero y apoyó la cabeza contra su pecho durante unos minutos.

—Lo siento —murmuró entre los pliegues de su camisa de trabajo. Respiró profundamente, inhalando tres veces, y percibió el olor a jabón y el perfume a sándalo y madera que emanaba la piel de Nick. —No quiero que te vayas, es solo que me cuesta relajarme —confesó.

—Bueno, para eso puede servir la fantasía del jugador de fútbol y la animadora que planeé —dijo.

Kelly levantó la cabeza.

—¿De verdad? —Hasta la noche anterior, ella no era muy propensa a ese tipo de juegos, pero tenía que admitir que había sido sumamente divertido.

Una mano grande le rodeó la nuca y Kelly arqueó la cabeza mientras los dedos callosos le acariciaban los tendones rígidos.

—Creo que esta noche necesitas algo diferente. —Continuó con aquellas firmes caricias que le distendían la tensión del cuello. —¿Por qué no me cuentas qué sucede?

Detuvo los masajes para quitarse la chaqueta, la colocó sobre una silla y se dirigió al sofá. Ella contuvo una protesta por la pérdida de sus cálidas manos sobre la piel. Él dio la vuelta para colocarle ambas manos sobre los hombros y masajear los nódulos que le agarrotaban los músculos tensos.

—Hablé con mi hermana justo antes de que llegaras —le dijo, inclinando la cabeza hacia adelante para facilitarle el acceso a los músculos de los hombros y del cuello.

—¿Cómo está Karen?

—Es la misma cabrona de siempre. —Sintió la espalda rígida al recordar la conversación que habían mantenido. —En realidad, analizándolo en conjunto, no fue tan importante. Es solo que me hizo sentir…

—¿Como una basura? —propuso Nick.

—Exactamente. Cada vez que me dice cosas horribles, a pesar de que sé que son injustas, siento como si volviese a ser la estúpida adolescente de trece años que se moría para que su hermana la aceptara.

—Recuerdo que era bastante agresiva contigo.

Kelly tuvo un flash de la época en que estaba en su segundo año de instituto y su hermana, a pesar de ser cuatro años mayor, aún estaba en secundaria. Recordó cómo, en más de una ocasión, se había sentado sola mientras Karen y su pandilla de amigas se sentaban en otra mesa y reían por lo bajo.

—Karen siempre odió la atención que me dispensaban por estar adelantada en los estudios.

Kelly le contó lo que le había dicho Karen sobre su actitud y sobre su madre. Al sentir que su ira se reavivaba, hizo lo posible por apartar las lágrimas de culpa y de frustración. Se reclinó y apoyó la espalda contra el pecho masculino gozando de la sensación de protección que le brindaba.

—¿Realmente la gente me ve así? ¿Tan egocéntrica y elitista?

—Vamos, Kelly —murmuró, posándole un beso en la mejilla, —es lo que tú misma dices. Karen es insegura, además de cabrona por naturaleza. Tú eras especial, y eso la hizo resentirse. Todos nos sentíamos estúpidos cerca de alguien como tú. No podíamos evitarlo.

—¡Odio eso! —explotó ella. —Que se resientan conmigo por hacerlos sentir estúpidos es como si yo odiase a Heidi Klum[13] porque nunca me hayan elegido para la portada de Sports Illustrated Swimsuit. Ambas somos fenómenos de la naturaleza.

—Eh, nunca he dicho que yo me resintiese contigo. Solo que me siento algo tonto a tu lado. Pero tampoco creo que nadie pueda confundirme con Einstein.

Se dio vuelta y le dio un golpe en el hombro.

—Tú eres disléxico, no tonto, odio cuando hablas así.

—Eh, estamos hablando de tus complejos, no de los míos. —La voz de Nick tenía una inflexión que no le había escuchado antes.

—Está bien. Pues entonces deberíamos hablar sobre cómo he estado ausente cuando mi familia más me necesitó. Mi madre…

Le echó una mirada seria.

—¿Crees que tu madre habría querido que arriesgaras tu carrera para regresar a casa y verla morir?

Kelly se encogió de hombros. Siempre sintió, y Karen se encargó de que así fuera, que su madre jamás le había perdonado que no volviese a su hogar para despedirse de ella.

—Nadie podía saber que se iría tan pronto. Todos pensamos que tu madre viviría más tiempo. Estaba muy orgullosa de ti cuando empezaste en la Escuela de Medicina, no hay posibilidad alguna de que ella quisiese poner tu carrera en riesgo.

Kelly se sintió sorprendida por su aseveración. Siempre había tenido la impresión de que su madre consideraba que ella padecía de una anomalía genética.

—Nunca pensé que realmente le importara de alguna manera —murmuró.

Nick le besó la frente.

—Solía presumir de ti todo el tiempo. Pero yo ya sabía lo genial que eras. Si no hubiese sido por ti, jamás habría logrado terminar el instituto.

Su madre había estado orgullosa de ella. Tendría que guardar esa información en algún lugar de su corazón para examinarla más tarde.

En ese preciso momento estaba concentrada en Nick, que había logrado, con sus cálidas manos y sus frases de consuelo, cambiarle el estado de ánimo y hacer que su tensión se distendiese. Se sintió relajada, segura, contenta y percibió los primeros cosquilleos de excitación entre los muslos cuando las manos masculinas se aventuraron bajo las solapas de la bata.

—Lamento haberme descargado contigo —murmuró, sintiendo el perfume de la piel de su cuello. —Sé que no viniste para escucharme despotricar.

—Sigo siendo tu amigo, Kelly —le dijo, besándole la comisura de los labios, —Además —dijo sonriendo burlonamente, —lo que me trae aquí funciona mucho mejor si no estás tensa.

—No estoy tensa —protestó, sacándole la camisa de la cinturilla del pantalón, ansiosa por acariciar la piel ardiente de Nick. Dio un brusco respingo cuando él le hizo cosquillas en las costillas. —Bueno, quizá un poco —concedió.

—Tengo justo lo que puede calmarte. —Nick le cogió la mano y la condujo hacia la habitación.

Hizo un esfuerzo para calmarse durante el corto trayecto. Esa tarde compró velas y flores. Se esforzó cuanto le fue posible para que la casa, que había alquilado con apenas algunos muebles, no pareciese una habitación de hotel barato.

Permaneció silenciosa de pie mientras él le deslizaba la bata de los hombros y la dejaba apoyada sobre el respaldo de una silla. Rápidamente, le quitó el sostén y las bragas y la atrajo hacia él. Una ardiente excitación le recorrió el vientre, los muslos y los pezones, que rozaban la suave tela de algodón de la camisa masculina.

—Acuéstate —le susurró roncamente.

Kelly obedeció y se recostó sobre las sábanas de caro algodón. Muebles o no, había ciertos lujos a los cuales una mujer no debía renunciar.

Lo observó mientras él recorría la habitación encendiendo las velas y quitándose la ropa. No había podido verlo bien la noche anterior, y aprovechó para devorarlo con la mirada: el amplio pecho de músculos marcados, la piel bronceada brillando a la luz de las velas.

La habitación se colmó con la esencia de velas de té verde y arándano. Respiró profundamente y sintió cómo se le aflojaba el tenso nudo que tenía en el estómago.

Apartando el pensamiento de Karen de la mente, Kelly se concentró en Nick, que se hallaba portentosamente desnudo en su habitación. Los ojos masculinos parecían oscurecidos y misteriosos al pasear la mirada por sus pechos y su vientre hasta detenerse finalmente en la unión de los muslos. Sintió como una caricia su mirada, y percibió cómo su cuerpo se humedecía, se distendía. Resultaba casi atemorizante la forma en que podía excitarla.

Y el sentimiento era mutuo, a juzgar por la portentosa erección que lucía. Se reclinó sobre los cojines y separó las piernas, segura de que en cualquier momento lo tendría encima de ella penetrándole hondamente el sexo ya húmedo.

Pero en vez de ello, Nick tan solo sonrió y se dirigió al baño.

—¿Qué estás buscando? —le gritó cuando lo escuchó hurgar en busca del algo. —He dejado los condones en la mesa, junto a la cama.

—Lo encontré —dijo él, y apareció triunfante en el umbral agitando suavemente una botella. —Date vuelta.

Ella obedeció, mirándolo por encima del hombro. Él destapó la botella y volcó sobre ella una generosa cantidad de líquido… su aceite corporal de lavanda.

—Baja la cabeza —la reprendió.

—¿Qué estás…? —Su pregunta murió en un tenue gemido mientras él le untaba el aceite en los pies, las pantorrillas y los muslos, presionándole los dedos en los músculos de las piernas, hasta finalmente cogerle el pie derecho.

El trabajo en el pub la obligaba a estar muchas horas de pie, y la presión del pulgar de Nick en el empeine era absolutamente exquisita. Le dispensó el mismo tratamiento al otro pie, y después al tendón de Aquiles, las pantorrillas, los muslos; hasta que sintió las piernas laxas y el cuerpo bañado de aceite.

Suavemente, le deslizó las manos por la curva de las nalgas, se arrodilló encima de ella, sujetándole las caderas con las rodillas, y le recorrió la columna vertebral. Con cada movimiento, su pene le golpeaba las nalgas. Las caricias sobre la piel aceitosa y el suave roce de su erección contra su cuerpo la enloquecieron.

La sensación de languidez fue desapareciendo y comenzó a contonearse lujuriosamente tratando de atraparle el pene que excitantemente la rozaba entre las nalgas. Si pudiese encontrar el ángulo justo para hacerlo deslizarse dentro…

Nick le aplastó la base de la columna.

—No he terminado aún, Kelly —le susurró besándole el cuello. El dulce castigo le provocó un temblor por la espalda. —Aguarda a que termine.

Se quedó quieta obedientemente, exhalando un suspiro de frustración contra los cojines.

—Estás torturándome.

Se sintió envuelta en su risa socarrona.

—Te aseguro que te darás cuenta cuando te torture de verdad.

Rezongó, pero lo dejó hacer. Suspiró aliviada cuando finalmente la hizo rodar para que quedara de espaldas. Las fuertes palmas le capturaron los senos y se los masajeó acariciándole la piel tersa. Un brillo depredador refulgió en la mirada masculina cuando vio que se le endurecían los pezones hasta que sus puntas rojizas quedaron brillantes. Se inclinó para saborear uno, después el otro, incitándolos con la punta de la lengua.

Ella arqueó la espalda y le aferró el cabello sujetándole la cabeza para que no la apartara.

—Te deseo dentro de mí ahora —le dijo.

Una traviesa sonrisa le iluminó el rostro.

—Todavía no —dijo resueltamente. Le liberó los pezones para lamerle la piel descendiendo hasta el vientre. Le introdujo la punta de la lengua en el ombligo.

Después, la boca húmeda y avariciosa se hundió en la parte interna del muslo. Le levantó las rodillas, separándolas, exponiéndola así para gozarla con su mirada, con sus caricias.

Tensó el vientre al sentir que su rostro se le hundía en el pubis y que recorría con la lengua los suaves pliegues interiores. El sexo oral le resultaba complicado. Si bien lo disfrutaba, siempre la acechaban preguntas sobre su compañero: ¿Lo estaría disfrutando? ¿Estaría tardando demasiado en correrse?

Como si adivinase sus pensamientos, Nick la acarició lenta y profundamente con la lengua.

—Sabes tan bien… —murmuró.

Ella exhaló un suave gemido al tiempo que él le lamía en círculos el clítoris, incitándolo con golpes firmes en un ritmo que la enardeció, obligándola a aferrarse de las sábanas.

—Tan dulce, jugosa… —le deslizó la lengua dentro y fuera, follándola deliciosamente.

Oh, sí, así, pensó mientras los labios le apresaron el clítoris nuevamente. Sintió cómo crecía la explosión en su interior, se frotó los pezones, cada nervio del cuerpo tenso al apretarse contra la boca masculina.

—Oh, sí, así… —gimió. —No te detengas —¡Oh, gracias a Dios, no tardó tanto, no debió haberse preocupado. Ya estaba próxima, solo una vez más, era todo lo que necesitaba…

Y en ese instante, él se detuvo.

Casi aulló de frustración cuando él deslizó la boca hacia el interior de sus muslos. Una mano masculina cubrió la de ella sobre el seno hipersensible.

—¿Qué estás haciendo? —Kelly no pudo evitar el tono de impaciencia. —Estaba a punto…, maldita sea, ¡a punto de correrme!

Nick rio entre dientes, lo que la hizo enfurecerse más.

—¿Por qué te detienes? —prácticamente gritó.

—No me detengo —le dijo, con la lengua otra vez en la vagina, —solo quiero que te calmes.

Ella exhaló un profundo suspiro de frustración al tiempo que él le introdujo un dedo grueso. Los músculos de la vagina lo ciñeron como si intentasen forzarlo a terminar lo que había empezado. Pero él lo retiró con un incitante giro, dejándola arqueada sobre la cama.

—¿Sabes cuál es tu problema?

Otra suave caricia de la lengua.

—No, pero estoy segura de que me lo dirás. —Sintió las manos masculinas colocándole los tobillos sobre los hombros, exponiéndola lujuriosamente, como un festín.

Él emitió un suave sonido de aprobación al tiempo que le hundía la cabeza en la entrepierna.

—Tu problema —le lamió le clítoris —es que te concentras demasiado en tu objetivo —le introdujo el dedo mientras continuaba saboreándola con la lengua.

Luchó por respirar.

—¿Eso crees?

—Es como si temieras desconcentrarte y no lograrlo —continuó. —Pero, debes confiar en mí y dejarlo en mis manos.

¿Cómo podía hablar tan tranquilamente cuando ella se estaba convirtiendo en una frágil terminal nerviosa gigante?

Le introdujo otro dedo sin dejar de lamerla, arrancándole un grito ronco.

—Podría hacer esto toda la noche sin cansarme —murmuró él. —¿Te gustaría? Imagínate, lamiéndote y succionándote durante horas —dijo, y simultáneamente siguió lamiéndola y succionándola, introduciéndole los dedos, follándola. —Me excita tanto… —bajó la voz hasta convertirla en un apagado murmullo, y Kelly sintió incontrolables vibraciones a lo largo de todo el cuerpo —que podría correrme en las sábanas.

Gruñó y hundió la cabeza en la entrepierna femenina. Kelly imaginó cómo la sentiría húmeda y palpitante con los dedos, cómo latiría su clítoris febrilmente contra la lengua y los labios masculinos. La explosión del orgasmo casi la tomó por sorpresa, haciéndola arquearse en la cama con un grito salvaje que sonó extraño incluso a sus propios oídos.

No se detuvo y siguió acariciándola de manera enloquecedora hasta que por fin, ella dejó de temblar espasmódicamente. La succionó por última vez y le extrajo los dedos.

Cogió el condón de la mesa y se lo colocó. Y antes de que ella pudiese siquiera recuperarse, le aferró las caderas y se hundió en su interior todavía estremecido por espasmos.

Permaneció inmóvil durante un momento y después la penetró profundamente. Le cogió el rostro con las manos y se inclinó para besarla. Su beso fue tierno y carnal al mismo tiempo, y, en acompasado ritmo, la folló con el pene y con la lengua.

Kelly gimió dentro de su boca, envolviéndolo con brazos y piernas como si así pudiese mantenerlo dentro de ella para siempre. Le acarició las nalgas, deleitándose con la manera en que los fuertes músculos se tensaban con cada embestida.

Amó cada uno de los irrefrenables gruñidos que parecían desgarrar el fornido pecho al penetrarla y se regodeó por el poder de su cuerpo para darle el placer que el hombre buscaba.

Los cuerpos resbalaban uno contra el otro en una mezcla de sudor y aceite. El roce del vello del pecho masculino contra sus pezones, el incomparable sonido erótico del choque de la carne, el sabor salado de la piel de Nick, todo ello arrastró a Kelly a otro clímax. Se arqueó contra él cuando la penetró hondamente al mismo tiempo que lo inundó con el lechoso flujo de su orgasmo, mordiéndole el hombro para ahogar los gritos.

Latiendo todavía enhiesto y duro en el interior de Kelly, la observó hasta que ella logró recomponerse. Sintió una leve punzada en el hombro donde le había clavado los dientes, quería correrse, sentir el clímax desbordándolo, pero se obligó a contenerse para que ella alcanzara el orgasmo otra vez. Verla correrse era lo más excitante que había visto en su vida, era como si lograrla proyectarla a otro mundo; y deseaba hacerlo una y otra vez.

—Quiero sentir cómo te corres, Nick —le susurró.

Casi perdió el escaso control que le quedaba, pero logró contenerse.

—Todavía no, quiero que te recuperes para que puedas correrte otra vez. —En consecuencia, extrajo el miembro lentamente y casi por completo; después, volvió a penetrarla milímetro a milímetro, hasta que no supo a cuál de los dos buscaba torturar de placer.

Kelly lo miró con ojos entornados a través de las tupidas pestañas, con el cuerpo extrañamente inmóvil. Le colocó las manos en las caderas y soltó el aire por completo. De repente, los músculos de la vagina comenzaron a ceñirlo con movimientos ondulantes, en un ritmo lento y sinuoso. El jamás había sentido algo como aquello, era como si un puño firme lo absorbiera hacia el interior del cuerpo femenino al tiempo que le cogía dulcemente los cojones entre los dedos.

En unos segundos se estaba corriendo, agitado con temblores espasmódicos. Cuando se desplomó en la cama junto a ella, se sentía como si lo hubiese drenado, exprimido por completo.

—¿Qué demonios ha sido eso? —dijo cuando finalmente pudo recuperar el aliento. Abrió los ojos gracias a un extremo esfuerzo de voluntad.

Los labios femeninos esbozaron una maliciosa sonrisa felina de satisfacción.

—Yoga —dijo con total naturalidad. —Siempre me había preguntado si podría funcionar.

—¿Funcionar? Casi me destruyes.

Se colocó las manos bajo la cabeza en una dramatizada pose triunfal. Su sonrisa era una adorable combinación de timidez y engreída satisfacción. Él se dio vuelta para tumbarse de espaldas y la aproximó a su cuerpo, cobijando la cabeza femenina bajo su mentón.

—¿Te sientes mejor ahora? —murmuró depositándole un beso en la cabeza.

—Me siento espléndida —suspiró ella. —De ahora en adelante sé exactamente a quién debo recurrir cuando esté de mal humor.

—A tu servicio. —Jugueteó con sus cabellos, enroscándolos entre los dedos. Percibió su aroma fresco a champú y hundió la nariz en la cabellera inhalando profundamente su perfume.

—Probablemente tenga olor a patatas fritas —rio ella.

—Tu aroma es delicioso —insistió. —Fresco y femenino.

—Lo dudo. Esa es una de las cosas por las que siempre odié trabajar en el pub. —Le deslizó los dedos por el vello del pecho mientras hablaba. —Cuando terminaba la jornada, sentía que era imposible quitarme el olor de la piel y del cabello, sin importar cuánto me frotara. —Se acercó un mechón de cabello a la nariz. —Algunas cosas nunca cambian.

Permanecieron en silencio durante unos minutos. Debía marcharse. Sin embargo, se sentía tan a gusto en aquella oscuridad, sosteniéndola entre sus brazos y dejando que sus manos se exploraran libremente, que no pudo recordar por qué era tan importante que se marchara.

—Debe resultarte bastante aburrido volver aquí después de vivir en una gran ciudad durante tanto tiempo.

—Pensarás que es extraño —le dijo, incorporándose apoyada sobre su pecho. —Cuando terminé el instituto estaba ansiosa por ir a cualquier universidad donde no me consideraran un bicho raro. —Frunció el ceño, y Nick no pudo evitar la tentación de seguir el trazo de las cejas arqueadas. —Pero en Yale seguí siendo un bicho raro. Y ahora sigo siéndolo, solo que en una ciudad grande y sucia donde no conozco a nadie. En realidad, echaba de menos este lugar.

—¿Aún lo echas de menos?

—A veces. Pero en una gran ciudad, aunque pueda parecer rara a algunas personas, no llamo tanto la atención como aquí.

—¿La gente sigue tratándote como si fueras diferente?

—En algunas ocasiones. Algunas veces los pacientes se sorprenden cuando se dan cuenta de que están siendo atendidos por alguien que parece que acaba de terminar sus estudios. —Una triste sonrisa apenas se insinuó en la comisura de los labios. —Pero teniendo en cuenta que trabajo en una sala de urgencias, la gente está tan atemorizada que tiende a no reparar demasiado en mi edad.

—Debe de haberte resultado difícil tener que arreglártelas sola siendo tan joven. —¿Tenía quince años cuando se marchó? Aunque siempre había sido consciente de cuan joven era, le había parecido madura para su edad. Pero, aun así, era difícil imaginarse que alguien con apenas quince años pudiese desenvolverse sola en el otro extremo del país.

—Me acostumbré a estar sola. No es que antes hubiese tenido hordas de amigos, pero eché mucho de menos a mi padre.

Nick sintió cómo se le estrujaba el corazón de manera extraña al recordar a Kelly durante la época del instituto. Viéndolo en retrospectiva, no podía recordar que Kelly estuviese con amigos ni siquiera una vez. Tanto él como sus hermanos habían tenido una actitud protectora hacia ella, era innegable, y él había disfrutado de su agudo sentido del humor cuando ella lo ayudó con sus estudios, pero jamás la contó entre sus amigos. Y tampoco lo había hecho nadie más, según parecía.

La acercó hacia él. Sintió un nudo en la garganta debido al sentimiento de culpa y lo dominó una extraña necesidad de consolarla. ¿Qué tenía Kelly que le provocaba el deseo de protegerla, incluso cuando era obvio que ella podía cuidar de sí misma?

 

Kelly escondió la cabeza en el hombro de Nick, saboreando la cálida esencia que se desprendía de su piel. Las manos masculinas le acariciaron la espalda y con las lentas y acompasadas palpitaciones del pecho masculino se fue adormeciendo hasta quedar casi dormida.

Ladeó la cabeza para besarle la suave piel del hombro, esos hombros tan fuertes y hermosos. Hombros que podían ayudar a una mujer a sobrellevar cualquier carga. Intentó recordar la última vez que alguien había cuidado de ella y la había hecho sentir mejor si se hallaba nerviosa.

Bufó mentalmente. ¿Qué tal «nunca» en realidad? Como generalmente solía salir con médicos, cualquier queja inducía la inmediata reacción de: «He tenido un día tan difícil como el tuyo, por eso estoy aquí». No había lugar para comprensión, y la renuencia a escuchar lamentos provocaba un inmediato distanciamiento.

No era así con Nick. No, el dulce y espléndido Nick la calmó, la mimó y le hizo el amor hasta que su mal humor quedó en el olvido. Suspiró. ¿Cómo sería volver todas las noches a casa después de un arduo día de trabajo y que él la estuviese esperando con su gran sonrisa y sus cálidos ojos color ámbar?

¿Cómo se verían esos ojos colmados de amor, demostrando la firme determinación de cuidar de ella y de hacerla feliz?

Si no tenía cuidado, podría realmente enamorarse de un hombre como él.

Lo abrazó con fuerza y se conminó a no pensar en cosas así. Ella no se iba a enamorar de Nick, y eso era todo.

Y más importante aún, Nick no se iba a enamorar de ella.

Con esa idea en mente, bajó la mano para acariciarle el vientre y le deslizó los dedos por el pene, que estaba haciendo un valiente esfuerzo para otra sesión.

—Todavía estoy un poco malhumorada —suspiró ella, y sonrió cuando Nick la cubrió con su cuerpo y procedió a levantarle el ánimo.

Una hora después, Kelly sintió que Nick se deslizaba fuera de la cama. Hubiese deseado pedirle que se quedara bajo las mantas, hubiese querido quedarse dormida en sus brazos sintiendo su cuerpo contra el de ella.

Pero era obvio que él no quería pasar la noche allí, y ella no quería hacer una montaña de ese asunto. Cuando él se levantó, intentó que su respiración sonara regular para que no se diera cuenta de que estaba todavía despierta. Pero Kelly no pudo reprimir un suspiro cuando los dedos de Nick se entrelazaron en su cabello y notó el tibio aliento en la mejilla de su último beso.

A pesar del cariz del encuentro, no fue la evocación de la potente capacidad sexual de Nick lo que la mantuvo despierta toda la noche, sino el recuerdo de ese suave y dulce último beso.