CAPÍTULO 07
EL pub Sullivan empezaba a despejarse cuando terminó el partido del domingo, pero todavía había bastante gente.
Kelly echó una mirada al reloj que estaba sobre el equipo de audio. Las doce de la noche. Gracias a Dios, esa noche cerrarían temprano. Tenía que levantarse al alba para estar en Palo Alto a las once de la mañana para la entrevista que tenía en Stanford. Tenía que prepararse y, Dios mediante, dormir un poco. No había dormido más de tres horas por noche desde el jueves.
Era extraño que todas esas noches en vela con Nick la hubiesen dejado cansada pero llena de energía y, en cambio, los últimos tres días, desde que se habían separado, se sintiese tan exhausta. Al contrario que su padre, que se estaba recuperando increíblemente rápido. Si todo iba bien en la entrevista de Stanford, estaría en condiciones de marcharse en menos de un mes.
Colocó las jarras sobre la barra para que su padre las llenase, abanicándose con la mano. A pesar del frío de otoño, la atmósfera estaba viciada dentro del bar.
—Pareces exhausta, Kelly —comentó su padre.
—He tenido problemas para dormir últimamente. Supongo que estoy un poco nerviosa por lo de mañana.
—Les darás una magnífica impresión, como siempre —dijo Ryan mientras colocaba las jarras en la barra. —Y lo mejor de todo es que estarás a solo cuatro horas de aquí. Puede que te vea más a menudo que antes. —El tono de voz de su padre fue ligero, pero Kelly percibió que realmente sentía lo que decía.
—No pensaba que me echaras de menos —dijo sinceramente. A pesar de lo mucho que amaba a su enorme y ceñudo padre, siempre había sentido que él solo valoraba su obediencia y que no se metiese en problemas.
Su padre pareció desconcertado, incluso un poco herido por su franqueza.
—Por supuesto que te echaba de menos. Eras mi pequeña, y te marchaste siendo prácticamente una niña.
—Tenías a Karen —señaló. —Incluso ahora, ella vive a pocas horas de aquí.
—Ah, tu hermana siempre ha sido una espina en el trasero, y lo sabes.
—¿Cómo puedes decir algo así de una de tus hijas? —dijo Kelly, riendo sorprendida. Y pensar que ella siempre había creído que sus padres se sentían mucho más cercanos a Karen.
—Siempre me he preguntado si hicimos lo correcto al dejarte marchar tan joven. —Ryan hizo una pausa y se aclaró la garganta. —Mira, sé que no soy muy bueno para demostrar mis sentimientos, pero tenerte aquí estas semanas ha sido magnífico. Y me haría muy feliz que, finalmente, estuvieras más cerca de casa.
Sintió una opresión en los ojos. Siempre había disfrutado el tiempo que había pasado junto a su padre y la oportunidad de tener una cálida relación de adultos. Pero se sintió conmovida al escuchar la emoción en la voz de su padre. Inconscientemente, siempre supo que él la quería, pero el hecho de que realmente disfrutara de su compañía le entibió el corazón.
—Oh, papi —dijo sorbiendo las lágrimas, y se inclinó sobre la barra para abrazarlo.
Él le palmeó la espalda y, cuando alzó la vista, sus ojos estaban sospechosamente brillantes.
—Por lo tanto, debes prometerme que si consigues el puesto en Stanford, vendrás a visitarme algún fin de semana.
Ella lo abrazó y le besó la mejilla.
—Lo prometo —le aseguró, y cumpliría su promesa aunque implicase el riesgo de encontrarse con Nick.
Retiró las jarras de cerveza, cogió el plato de nachos y los llevó a la mesa larga ocupada por tres parejas. Se colocó la bandeja bajo el brazo, se dio vuelta y chocó contra lo que sintió como una pared de ladrillos.
La pared resultó ser Nick. Parecía estar… decidido y, a juzgar por el tic en su mandíbula, furioso. Le aferró el brazo y la empujó por el laberinto de mesas y sillas.
—¿Nick, qué estás haciendo? La gente nos está mirando.
La gama de expresiones variaba entre ávida curiosidad y profunda confusión. Ella miró a su padre, que frunció el ceño, pero no intentó detener a Nick.
La empujó hacia el interior del depósito, encendió la luz del techo y azotó la puerta tras de él.
Le temblaron las manos al cogerla de la cintura y ubicarla sobre una pila de cajas de cartón. Había perdido la razón al aparecer así; era como si algo o alguien se hubiese apoderado de su cuerpo.
No podía controlarse. Estaba tan furioso con ella, por su rechazo; con él mismo, por estar tan fuera de control y no poder evitar estar ahí para demostrarle lo buena que podría haber sido su relación.
Se inclinó y la besó, saboreando el gusto dulce de su lengua contra la de él. Gruñó de alivio y placer cuando ella lo rodeó con sus brazos.
Pero un segundo después, ella lo apartó.
—No, Nick, detente. No podemos seguir con esto.
—¿Por qué no?—Le hundió los dientes en la suave piel del cuello, embelesado con el temblor caliente que estremeció todo el cuerpo femenino.
—Porque… —respiró con dificultad, —porque no deseo…
—No me digas que no me deseas, Kelly —dijo con determinación, inclinándose hasta apoyar su frente contra la de ella. Colocó bruscamente la palma de la mano en la entrepierna de los pantalones. —No me mientas. Puedo sentir lo caliente que estás. —Su calor traspasó la gruesa tela y él le restregó la palma de la mano. —Es bueno lo que tenemos, y no quiero que termine.
Le asió la muñeca con ambas manos y la apartó de su bragueta.
—¡Basta! ¡Puedes buscar otra «folla-amiga», Nick! No voy a hacerlo más.
—No quiero otra «folla-amiga», usando tus agradables palabras. —Se colocó entre sus piernas y puso las palmas entre los muslos para mantenerlos separados. —Solo te deseo a ti. —Le restregó el miembro henchido contra la bragueta de sus vaqueros para demostrárselo.
Levantó las manos para sujetarle el rostro y besarla. Ella intentó apartarlo, pero él no se lo permitió. Le ciñó con fuerza el mentón sin ánimo de lastimarla, pero con la suficiente fuerza como para que abriera la boca.
—Déjame entrar —gruñó. Se sentía como un animal, dominado por una lujuria brutal. No podía permitirle alejarse de él. No esa noche.
Nunca.
Se las ingenió para quitarle los pantalones y las bragas, y ella quedó de pie frente a él solo con la camiseta del pub. Ella ya no intentaba alejarse, solo respondía a sus besos bruscos y carnales, como si los deseara tanto como él.
Le introdujo los dedos entre las piernas, separándole el vello, sintiendo la humedad del flujo espeso. El clítoris era un pequeño punto hinchado que se frotaba ansiosamente contra la mano invasora; Nick sintió que desfallecería si no podía saborearlo.
Se colocó de rodillas frente a ella, empujándole la cadera sobre el hombro al tiempo que enterraba el rostro entre sus piernas. Ella se apoyó contra las cajas mientras él la lamía y succionaba, follándola rudamente con la lengua. Nada sabía mejor que Kelly, nada lo enloquecía más que su olor cuando estaba excitada, el sabor de su flujo caliente en la lengua.
Le lamió el clítoris y casi estalló en los pantalones cuando ella se corrió en su rostro. Antes de que sus contracciones terminaran, extrajo el miembro y la empujó contra las cajas. Se agachó y embistió increíblemente profundo.
—¿Cómo puedes decirme que esto está terminado? —murmuró contra su hombro, hundiendo la boca en el hueco de su cuello. —¿Cómo podemos arruinar algo que nos da tanto placer?
Ella se colgó de él, ahogando los jadeos y gemidos contra su hombro. Le clavó los dedos en la espalda y le retorció la camisa que ni siquiera se había quitado. Él le enganchó un codo debajo de la rodilla y le levantó la pierna para poder penetrarla aún más profundamente.
—Nick… —Su voz fue un suspiro enardecido. Echó la cabeza hacia atrás y apagados sollozos se escaparon de la boca entreabierta mientras temblaba y latía, ciñéndolo y arrastrándolo a un clímax tan intenso que se le aflojaron las rodillas.
Se aferró a ella, clavándola contra las cajas mientras intentaba recuperar la respiración.
—Kelly… —Suspiró y, bajando la cabeza, besó su rostro, sus labios. Saboreó su piel, el sabor dulce de su boca y salado de… ¿lágrimas? Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que Kelly estaba estremecida no por el orgasmo, sino por el esfuerzo de contener los sollozos que le brotaban del pecho. Las lágrimas le rodaban por el rostro cuando se apartó bruscamente de él y, con esfuerzo, se colocó las bragas y los pantalones.
Sintió un vacío ardiente en el estómago.
—Jesús, Kelly, ¿te he hecho daño? —Sintió ardor en los ojos al darse cuenta de que quizá le había provocado dolor. —Lo siento, no sé qué puedo hacer.
—No me has hecho daño, Nick —sollozó, pero se resistía tercamente a mirarlo.
Antes de que pudiese detenerla, ella huyó corriendo del almacén y cerró la puerta de un portazo tras de sí. Nick se subió los pantalones y, al cerrarlos, se dio cuenta de que no había usado un condón.
Se apretó la cavidad de los ojos con el puño cerrado y, con esfuerzo, pudo contener un grito de furia. ¡Mierda! No solo la había acosado como un animal, sino que ni siquiera se había acordado de evitar dejarla embarazada.
Realmente era un redomado idiota.
Necesitaba disculparse.
Debía dejar de actuar como un hombre de las cavernas y decirle lo que sentía realmente por ella. Sus lágrimas, si bien no eran una respuesta positiva, eran por lo menos un indicio de alguna emoción de su parte, ¿o no era así?
Aferrándose a esa esperanza, recogió las llaves del coche del suelo, donde las había arrojado, y salió del almacén. Después de una rápida visita al baño de hombres para quitarse el olor a sexo de las manos y del rostro, estaba listo para enfrentarse a Kelly y rogarle que lo perdonara.
Pero cuando entró al comedor, Kelly no se hallaba por ninguna parte.
—Se fue… dijo que se sentía mal —le dijo el padre de Kelly.
Nick sintió cómo enrojecía bajo la mirada escrutadora de Ryan Sullivan.
Bueno, lo mío indudablemente tiene estilo, pensó, follar a la mujer cuyo padre estaba en la habitación contigua. ¿Qué mujer no estaría encantada?
—¿Enferma? —Nick supo que debía parecer un imbécil, pero la sangre estaba tardando en llegarle al cerebro.
—Salió corriendo, dijo que se sentía muy mal y que se iba a su casa. —Ryan limpio la barra manteniendo una actitud despreocupada, como si no le diese importancia a la enfermedad de Kelly. —Parecía que estaba llorando. ¿Sabes algo?
Nick negó con la cabeza, Ryan no le creyó, pero fue incapaz de darle una explicación. Estaba seguro de que a Ryan le disgustaría saber que había estado durmiendo en secreto con su hija menor durante las últimas semanas, aunque sus intenciones se hubiesen vuelto mucho más honorables recientemente.
Pum… pum… pum… pum… Kelly saltó al escuchar el fuerte puño golpear contra la puerta principal con fuerza suficiente como para hacer vibrar los cristales de ambos lados.
Se levantó del sofá donde había estado acurrucada y llorando la última media hora.
¡Oh, Dios mío, que no sea Nick!, pensó, y sintió otro arrebato de lágrimas. Pero, si no era Nick, podría ser su padre, y eso sería aún peor. ¿Cómo podría explicarle que su hija, siempre sosegada y cerebral, había perdido completa y públicamente la calma?
—Kelly, voy a usar la llave si no me dejas entrar —escuchó la voz amenazante de Nick a través de la gruesa madera de la puerta antes de que siguiese aporreándola.
Y si no usaba la llave, pensó mientras se arrastraba hacia la puerta y se enjugaba las lágrimas, los vecinos lo harían arrestar por perturbar la paz.
—Vete, Nick —le dijo entreabriendo la puerta. —No quiero verte más.
La ignoró. Puso la mano en la puerta y forzó la entrada. ¿Por qué no había visto antes esa faceta prepotente en él? Siempre lo había considerado amable y considerado. ¿Por qué simplemente no se iba y la dejaba sola?
—Nick, por favor, tengo que trabajar. Debo levantarme temprano mañana y conducir hasta Palo Alto. —Su imagen se tornó borrosa a través de las lágrimas, que amenazaron con brotar a raudales otra vez. Esa era la razón por la cual nunca lloraba. Cuando empezaba, no podía detener el mar de lágrimas.
Él la abrazó contra su pecho, pero para lo único que sirvió eso fue para que llorara aún más.
—¿Kelly, cariño, por qué estás llorando? ¿Te hice daño?
Ella negó con la cabeza sin salir de su mutismo, apoyada contra su pecho, deseosa de aferrarse a él, permitiéndole que la abrazara y consolara, que la protegiera. Pero, al hacerlo, sentía terror a cometer la imprudencia de decirle que lo amaba.
—Lamento lo que sucedió —le estaba diciendo él. —Es como si hubiese enloquecido cuando te vi.
Se sorbió la nariz y se apartó de él.
—No me hiciste daño —le dijo limpiándose la nariz con la manga. —Lamento haber perdido el control; he estado bajo mucha presión últimamente y, como te dije, debo levantarme muy temprano mañana.
—¿Por qué?
—Tengo una entrevista en Stanford. Y realmente necesito prepararme, por lo tanto…
Pero en vez de aceptar la insinuación, se acomodó en el sofá.
—¿Te marchas?
—Sí, en cuanto consiga un puesto. Se reclinó contra los almohadones; sus anchos hombros abarcaron la mitad del sofá.
—Pues no veo por qué no podemos seguir viéndonos hasta que te marches —le dijo con tono casual, aunque su mirada era intensa.
Kelly se retorció el borde de la camisa nerviosamente, deseando gritar de frustración por su testarudez. ¡Por Dios! Debería agradecerle que ella terminase con él sin causarle complicaciones.
—Si te preocupa reemplazarme, estoy segura de que no tendrás problemas.
—No los tendré —dijo tranquilamente.
Aunque sabía que sería fácilmente reemplazable para él, sintió una punzada de dolor.
—Pero como dije antes, no quiero a otra. Y tú parecías disfrutarlo hasta hace poco. No puedo entender qué fue lo que cambió.
Se puso de pie y se encaminó hacia ella. Kelly luchó contra la urgencia de salir corriendo y encerrarse en el baño.
—No puedo hacerlo más. Eres una distracción demasiado fuerte y necesito averiguar qué haré una vez que me marche.
—¿Mudarte a Palo Alto sería una opción?
—Sí. Existe la posibilidad de un puesto en el equipo de urgencias, y tengo muchas posibilidades.
—No entiendo por qué no puedes organizarte para que sigamos viéndonos, no exijo mucho de tu tiempo.
—Mira, supongo que no te han rechazado muy a menudo, Nick, por lo tanto buscaré palabras sencillas para que me entiendas. No quiero verte más.
—Entiendo, y podría creerte si no te hubiera hecho correrte dos veces en la última hora.
—Eres un grosero —le dijo, golpeándolo con fuerza en el pecho.
—Y tú, una mentirosa. —La cogió de los hombros, pero con gentileza; su abrazo no se asemejaba a la manera brutal en que la había tratado poco antes.
Con esa fuerza bruta que, odiaba admitirlo, la había excitado hasta las uñas pintadas de rojo de sus pies.
Incursionó con el pulgar dentro del escote redondo de su camiseta, acariciándole la base del cuello de manera seductora.
—¿Por qué no puedes tan solo aceptar la verdad y dejarme sola, Nick? —su protesta sonó débil, incluso para sus propios oídos.
—Porque no creo que sea verdad, Kelly. —Bajó las manos por sus brazos hasta detenerse cariñosamente en los puños crispado de Kelly. —La verdad es que aún me deseas, pero huyes porque tienes miedo de algo.
Y algo estalló como un golpe seco en su interior. ¿Quería la verdad? Bien, le diría la verdad. La verdad que garantizaría una huida tan intempestiva que dejaría marcas en la alfombra.
—Bien. Tú ganas —dijo. —Es mentira que no desee verte más. —Apartó las manos de las de él para poner distancia entre ellos. —El problema es que me estoy enamorando de ti, Nick. Pensé que podía hacerlo, que podía solo divertirme contigo, y fíjate el lío que se ha armado. —Se rio débilmente. —Cada vez que estoy contigo me resulta más difícil pretender que no significa nada.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire y Kelly cayó desalentada en el sofá. Sintió el movimiento en el cojín próximo a ella. Para su sorpresa, él, en vez de huir como una tromba, se sentó a su lado y colocó su cuerpo tenso contra su pecho.
Sintió cómo la rodearon sus brazos, la presión de sus labios en la cabeza. Se envolvió a sí misma con los brazos intentando dominar las lágrimas que le brotaban incontenibles otra vez. No podía aceptar su consuelo, no en ese momento.
Nick dejó que la ola de regocijo lo inundara y abrazó su cuerpo renuente a entregarse. Le hundió la nariz en el cabello, inhaló profundamente, incapaz de hablar por el momento.
—Kelly, mírame —susurró.
Ella negó con la cabeza, pero Nick le deslizó la mano bajo el mentón, obligándola a mirarlo. Tenía los ojos azules hinchados y colorados, la nariz brillante y enrojecida en el rostro pálido, y su boca tenía el rictus de haber llorado desconsoladamente.
—Eres la mujer más hermosa y sorprendente que he conocido —dijo, intentando controlar el temblor en la voz. Jamás se había dejado dominar por las emociones, pero ahora temía berrear como un chaval.
Kelly lo amaba. ¡Mierda! Kelly Sullivan amaba a un soberano idiota como él. Era mejor que no lo estropeara.
—Pero… —dijo débilmente, parpadeando las lágrimas.
El sonrió, sintiendo también un ardor sospechoso en los ojos.
—Sin ningún pero. —Le besó las mejillas, los ojos hinchados y la nariz enrojecida. —Jamás me imaginé que una mujer tan increíble como tú podría enamorarse de mí.
—¿Qué? —Echó la cabeza hacia atrás bruscamente. Soltó las manos masculinas de su rostro y las cogió con fuerza entre sus dedos helados.
—Te amo, Kelly. —Esa vez la besó en la boca, capturando el ronco sollozo que escapó del pecho femenino. —Pero no quería apresurar las cosas porque tenía miedo.
—¿Miedo de qué?
—Estaba convencido de que jamás podría ser el hombre apropiado para ti. No soy uno de esos eruditos a los que estás acostumbrada y tenía miedo de que te aburrieses cuando perdieses interés en el sexo.
Gimió y lo abrazó con fuerza contra ella, como si temiera dejarlo escapar.
—Creo que siempre estuve enamorada de ti —susurró. Sus manos suaves asieron las mejillas masculinas. —Pensé que podía mantener una relación superficial, pero estar contigo… —Lo besó de nuevo, esta vez apasionada y profundamente, saboreando con intensidad la boca masculina. —Ningún hombre me hizo sentir como tú lo haces.
—¿Cómo? —Le soltó el cabello y observó cómo le caía en cascada sobre los hombros.
—Segura. Protegida—dijo contra su cuerpo, desrizándole la mano por la parte de atrás de la camisa. —Como si fuese algo más que un cerebro brillante. —Hizo una pausa para besarle el cuello.
—Esa no es la mejor parte de ti. —Nick la miró significativamente el busto.
Ella rio y le golpeó el hombro, después lo abrazó con fuerza. Suspiró.
—Eso es lo que quiero decir. Me haces sentir normal. Y feliz. Y sexy —ronroneó, apoyándole los magníficos pechos.
La llevó a la habitación y pasó la hora siguiente demostrándole cuan sexy la hallaba.
—Lamento haber dudado de nosotros —le dijo mientras yacían con las piernas entrelazadas bajo las sábanas. El muslo de Kelly le presionaba la ingle.
—¿Qué quieres decir?
—Hace una semana que me di cuenta de que te amaba, pero no quise decir nada porque no pensé que podía albergar esperanza alguna de que sintieras lo mismo. —Se movió y enredó los dedos en su cabello.
—Pensaste que era como Ann —dijo ella simplemente.
Nick sonrió en la oscuridad. Era lo que le gustaba de las mujeres inteligentes, su capacidad de entender las cosas sin dificultad.
—Me llevó un tiempo superarlo, superar las inseguridades del pasado que esa mujer logró ahondar en mí. Pero ahora sé que tú no eres como ella. Esta es tu ciudad natal, y no eres el tipo de mujer que reniega de sus raíces.
—No, pero realmente no encajo aquí —dijo con inseguridad. —Y no sé qué puede implicar eso para nosotros.
Le pasó la palma de la mano por la espalda para relajarla de la tensión.
—Tú encajas perfectamente aquí, solo que no te das cuenta —percibió cómo fruncía el ceño. —Pero aunque no quisieras quedarte, encontraríamos la forma para que funcione.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque sé que haremos lo que sea necesario.