CAPÍTULO 05
—¡NICK! ¡Eh, Nicky!
Levantó la cabeza bruscamente y se dio cuenta de que había tenido la mirada fija en su sándwich durante un minuto sin darle ni siquiera un mordisco.
—¿Qué, Tony? No tienes que gritar —refunfuñó.
—He intentado captar tu atención durante una hora —dijo Tony. —Te estaba preguntando si iremos a casa de Sully esta noche.
—Sí, por supuesto. —Nick parpadeó, bostezó, comió otro bocado del sándwich y bostezó de nuevo al dar otro mordisco.
Jesús, estaba cansado. Las últimas dos semanas le estaban pasando factura. Había ido todas las noches a verla, con excepción del último sábado, cuando Mike y Tony lo habían arrastrado a Truckee. Sus hermanos se horrorizaron cuando Nick no quiso disfrutar de la comida ni de la bebida, ni de otros placeres que ofrecía el lugar.
—No es mi tipo —había afirmado impávido. Por suerte, habían ido en coches distintos, por lo que pudo volver a su casa solo. Sin embargo, a pesar de que lo había deseado, no le pareció correcto despertarla a las tres de la mañana.
Pero lo había deseado. Incluso en ese preciso momento lo deseaba, a pesar de haber ido noche tras noche, lamentaba lo que se había perdido. Le provocaba un poco de miedo darse cuenta de cuánto la deseaba. No solo por cuestiones de cama, sino también por su compañía en sí.
Kelly solo tenía que mencionar el más mínimo desperfecto de los desvencijados enseres domésticos de la casa y Nick aparecía, herramienta en mano, para arreglarlo. De alguna manera lograban controlarse para no hacer el amor durante el día, pues Nick temía no poder cumplir con su trabajo si así fuera. Pero el brillo de admiración de los ojos femeninos y la manera en que le decía: «Eres increíble. Puedes arreglar cualquier cosa» después de reparar su lavavajillas o cambiado algún fusible le hacía henchirse de orgullo. Y cada una de esas veces se había forzado a marcharse, consolándose con la certeza de que la vería esa misma noche.
Todas las noches pasaba por el pub Sullivan de regreso a casa con la excusa de jugar una mano de naipes con Ryan Sullivan, pero en realidad solo quería verla y charlar con ella en la barra sobre lo que habían hecho durante el día.
Ryan había empezado a trabajar y se quedaba a cargo del negocio durante las primeras horas de la noche, y Kelly aprovechaba ese tiempo libre para hacer algunos turnos de guardia en el hospital. Siempre le divertía con historia sobre los pacientes. Hasta el momento, sus pacientes habían sido una excursionista despistada que no se había dado cuenta de que no podía aguantar una excursión de doce millas con una sola botella de Coca-Cola como único líquido para hidratarse y un niño de cuatro años que batió el récord mundial de crayones introducidos en la nariz.
—Al menos —le dijo riéndose cuando le contó la historia —no es como en Boston, allí se introducen cosas peores en otros agujeros.
Nick la miró maliciosamente, como preguntándole si eso le había dado algún tipo de idea que quisiese compartir.
Pero no importaba cuánto disfrutase de su compañía, siempre se obligaba a sí mismo a marcharse después de un trago para que nadie se formase una idea errónea sobre ellos. O adivinase la verdad, en realidad.
Dio buena cuenta de su sándwich y lo acompañó con el resto de gaseosa.
Tony lo estaba mirando fijamente. Estaban trabajando en la ampliación de una planta en un centro turístico cerca de Lakeview Estates. Mike había regresado a la oficina para preparar dos licitaciones para dos importantes remodelaciones de dos propiedades de la zona.
—Te veo horrible, hombre —dijo Tony.
—Estoy bien, solo un poco cansado.
—Sí, pero más te vale espabilarte, porque si no terminamos el trabajo para mañana, Mike nos dará una patada en el trasero. —Tony hizo una pausa para darle un buen mordisco a su sándwich. —Y después tenemos que empezar a preparar el encofrado para la losa de la obra importante que tenemos en Viewpoint.
Nick no le respondió. Tenían más trabajo del que podían abarcar, pero lo único que deseaba era retozar en la cama con Kelly y follar hasta perder el sentido, para después disfrutar de una buena siesta.
Pero no podía decirle nada de eso a Tony. ¿Qué podía contarle? ¿Que estaba exhausto por permanecer despierto de madrugada haciendo el amor con Kelly Sullivan hasta que ambos no podían moverse por el cansancio? ¿Que a pesar de que ella le había dado una llave de su casa para que él pudiese dormir una siesta hasta que ella llegara apenas dormía cuatro horas por noche?
Suspiró y se colocó los guantes. Tony tenía razón. Tenía que organizarse y dejarse de deambular por ahí. Sus hermanos y él se habían roto el trasero para ampliar el negocio de su padre cuando se hicieron cargo y de ninguna manera iba a permitir que su vida sexual afectase el éxito de la empresa. Su relación con Kelly era increíble, pero no podía permitir que interfiriese con su vida normal.
Pero ¿qué diablos podía hacer él para dejar de verla, o al menos no verla tan a menudo?, reflexionó adusto. Jamás tuvo adicción por nada, pero un adicto debía sentir lo mismo que él cuando pasaba frente al pub. A pesar de que se decía a sí mismo que iría a su casa, el camión parecía tener voluntad propia y él cedía irremediablemente. Todas las noches, incluso esa, maldición, él se proponía con determinación que iría a dormir un poco.
Pero como un alcohólico que no podía resistir la tentación de beber otro vaso, sabía que si iba y veía a Kelly en el bar no habría maldita cosa que pudiese hacer para resistirse.
Y esa noche debía dormir un poco más. ¿Quién era él para defraudar a sus hermanos?
Kelly colocó una bandeja de pescado y patatas fritas frente a Molly Baxter y su esposo, Craig, a quienes recordaba del instituto. Ambos se mostraron sorprendentemente amistosos con ella considerando que en esa época nunca le habían dado ni la hora.
De repente sintió que se le erizaba la nuca y giró la mirada hacia la puerta de entrada.
Los Donovan estaban allí. Nick echó una rápida ojeada como para disimular a quién buscaba, pero ella pudo percibir el calor de su mirada.
Sintió cómo se le aceleraba el pulso, al igual que las palpitaciones en la entrepierna. Molly tuvo que repetir cuatro veces su pedido antes de que Kelly la escuchara y le sirviera nuevamente agua.
Kelly se alisó la falda vaquera y se encaminó, tan calmada como pudo, hacia la mesa donde se habían sentado Nick, Mike y Tony, todos ellos con las largas piernas extendidas y rebasando los respaldos de las sillas con sus anchos hombros.
Los tres se dieron vuelta para sonreírle, y Kelly sintió que se derretía en su interior al ver la mirada intencionada de Nick. Hasta el momento, nadie parecía haberse percatado de su relación. El ilícito secreto que compartían, escabullándose para verse y simulando que no había nada entre ellos, había sido casi divertido durante las últimas dos semanas y media.
Se esforzó por saludarlo casual y amistosamente, como hacían siempre en público. Mientras lo observaba, Nick se llevó sugestivamente el vaso de agua a los labios y se metió un trozo de hielo en la boca, para dejarlo caer nuevamente en la bebida. Igual que había hecho la noche anterior con las gotas de cherry Popsicle que su lengua le había sorbido de los pezones…
Sintió el calor intenso del rostro ruborizado al volver la mirada hacia Mike y Tony, quienes permanecían aparentemente ajenos a la tensa corriente sexual que vibraba en la mesa. ¿Cómo era posible que alguien pudiese mantenerse tan al margen? Kelly sentía como si estuviese irradiando sexo por cada pero de su cuerpo, como si llevase en el pecho un cartel con el lema: «Bien follada».
Mike y Tony solamente le sonrieron y le encargaron su pedido mientras Nick, la miserable rata, hacía rodar el trozo de hielo en la boca de una manera que le hacía pensar en otras de sus habilidades bucales.
Farfulló algo que esperó hubiese sonado como:
—Enseguida vuelvo. —Y se alejó prestamente.
Observó furtivamente a Nick y a sus hermanos mientras atendía otras mesas. Todo en él le fascinaba, incluida la manera en que sus dedos largos cogían el vaso. Dedos fuertes que podían tanto reparar fácilmente el interruptor de luz como llevarla al éxtasis.
Nunca dejaba de asombrarse por la manera en que podía arreglar cualquier cosa. Había pasado cuatro veces durante la semana para arreglar los destartalados enseres de su pequeña casa alquilada. Incluso durante la época de estudiantes en la que ella lo ayudaba con sus estudios, cuando entraba en la sala lo hallaba haciéndole ajustes a algún aparato. Una vez había sido el grifo de la cocina, otra, el triturador de basura, e incluso el ventilador del refrigerador.
Hasta tal punto que la madre de Kelly solía dejar a la vista los aparatos rotos para que Nick los encontrara.
Ahora, al igual que entonces, él desestimaba sus cumplidos e insistía en que su habilidad para reparar cualquier artefacto no era gran cosa. Pero para una mujer que todavía no podía entender cómo escuchar los mensajes de voz del móvil, su habilidad para revivir el tostador era bastante espectacular.
Simplemente, él no se creía lo inteligente que era en realidad. Frunció el ceño al ver cómo se reía por algo que le había dicho Mike. La dislexia de Nick no le fue diagnosticada hasta que Kelly empezó a ayudarlo con sus estudios en el segundo año. Hasta ese momento, todos menospreciaban la capacidad intelectual de Nick. En especial, él mismo.
—Kelly, tu pedido está listo. —La voz de Maggie la sorprendió, y cogió prestamente la comida.
Mientras llevaba a la mesa las bandejas de pescado y patatas fritas junto con las alitas de pollo, le llamó la atención la camaradería que unía a los hermanos. Sintió una opresión en el pecho. Debe ser agradable, pensó con un poco de envidia, tener hermanos a quienes recurrir y con cuyo apoyo y compañerismo poder contar.
Cualquier sentimiento que estuviese albergando se esfumó al captar un trozo de conversación acompañada de sonoras carcajadas.
—Deberíais haber visto a Carrie —estaba diciendo Tony.
—Candy —interrumpió Mike. —Carrie estaba conmigo.
—Sí, Candy, Carrie, como fuese… ¡podía ponerse las piernas encima de la cabeza! ¿Has estado con alguna mujer que pueda ponerse las piernas encima de la cabeza, Nick?
Nick miró incómodo a Kelly mientras ella colocaba la comida sobre la mesa.
—No recuerdo, Tony.
Kelly llevaba cuatro años haciendo yoga y estaba bastante cerca de lograrlo. Pero tuvo el tino de no decirlo. Regresó al bar y volvió para llevarles la jarra de Bass que habían pedido.
—Todavía no puedo creer que te volvieras a tu casa, Nicky —dijo Tony con la boca llena de alitas de pollo. —Esa rubia se te estaba echando encima. Tenía una…
—Falsas…
—Como si alguna vez hubiese sido un impedimento para ti. —Mike puso los ojos en blanco.
—… como todo el resto de ella. —Nick, tenso, terminó la frase.
—Parece que habéis tenido una noche salvaje, amigos míos. —Kelly hizo cuanto pudo para mantener un tono de voz despreocupado, aunque hervía de celos.
Mike al menos tuvo la deferencia de parecer un tanto a disgusto, pero Tony se mostraba descaradamente imperturbable.
—Sí, el sábado fuimos a divertirnos un poco —dijo Tony guiñando un ojo.
El sábado, ¿eh? La única noche que Nick no había aparecido desde que habían empezado a verse. Ella se obligó a no preguntarle dónde había estado por considerar que no era de su incumbencia.
Pero eso no impidió que se imaginara exactamente en qué había andado. Aparentemente, no se había equivocado. No le costaba imaginárselo: una rubia bien dotada cuya medida de sostén seguramente superaba ampliamente su coeficiente intelectual, y que reía tontamente mientras se contoneaba sobre Nick.
Sirvió las cervezas con tal ímpetu que le salpicó las piernas a Nick.
—Lo siento —murmuró, colocándole un manojo de servilletas en vano intento de secar las salpicaduras.
Mantén la boca cerrada, se dijo a sí misma. Sintió deseos de echarles una diatriba sobre las rubias frescas de cabeza vacía y sobre las enfermedades de transmisión sexual.
En lo que a los Donovan concernía, ¿por qué debía preocuparse por lo que habían hecho el sábado o con quién habían estado? Su reputación era bien conocida y esa conducta no debía sorprenderla.
Kelly regresó al almacén con la excusa de buscar más kétchup. Quizá unos minutos a solas podrían servirle para dominar su mal humor.
Dio un salto cuando una mano le cogió el brazo derecho y la hizo girar. Se dio la vuelta bruscamente, interponiendo las palmas como si se defendiese de un ataque.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Kelly, no sucedió nada el sábado —le dijo Nick colocándole las manos sobre los hombros.
—No me importa si sucedió algo —mintió mientras fingía buscar algo en las cajas para evitar mirarlo. —Para ser sincera, nunca nos hicimos ninguna promesa, excepto no decirle a nadie que estamos follando. —La cruda palabra le dejó un sabor amargo en la boca. Cogió una botella de kétchup y la guardó en el bolsillo del delantal. —Y espero que no les cuentes a tus hermanos ninguna de mis especialidades.
Era tonto, infantil y ridículo sentirse herida por la idea de que Nick estuviese hablando de ella como Tony y Mike habían hablado de Carrie, Candy, o como se llamase la fulana.
Pero le dolía, diablos. Porque le gustase o no, lo que tenía con Nick era especial. Al menos para ella.
—No les he dicho nada, como acordamos —le espetó.
—Bien. De todas maneras, jamás acordamos no salir con otra persona, aunque, en realidad esta ciudad no tiene muchas posibilidades que ofrecer. —Kelly se dio vuelta con una deliberada expresión anodina. Se le marcaron tensas líneas en la mandíbula apretada y los pulgares se veían agresivamente apretados en las presillas del cinturón.
—Excepto… —Una pequeña voz en algún lugar recóndito de la mente le advirtió que debía cerrar la boca, pero le hizo caso omiso. —Excepto por tus hermanos, por supuesto. Bueno, es una idea a tener en cuenta. Karen y Mike salieron en el instituto y según cuenta fue sumamente impresionante. Nunca me han gustado los tríos. Pero…
Nick la hizo callar estampando su boca sobre la de ella. Sintió sus labios apretándole los dientes. Abrió la boca para protestar y Nick aprovechó la oportunidad para introducirle violentamente la lengua.
Le rodeó el cuello con los brazos, incluso sabiendo que debería apartarlo. Kelly gimió dentro de su boca, le enroscó la pierna alrededor de la cintura y frotó su sexo contra el portentoso bulto de la bragueta.
Nick apartó la boca tan violentamente que Kelly casi cae sobre una caja de servilletas.
Tenía el rostro desfigurado por la furia, y los ojos ardiendo de ira y excitación. La cogió de los hombros y la levantó del suelo hasta que sus ojos quedaron a la misma altura.
—Yo no comparto, mierda.
Le dio un último y brutal beso y se marchó abruptamente.
Era justo pasada la medianoche y Nick estaba de pie fuera del pub Sullivan. Merodeó en el umbral de la zapatería contigua esperando a que Maggie se marchase. Todos lo habían hecho ya, salvo Kelly.
Esa noche estaba demasiado ansioso como para esperarla en su casa. Después del áspero encuentro en el depósito se había marchado con sus hermanos. Demasiado nervioso como para leer la novela de misterio que había empezado, y demasiado impaciente como para ver las tonterías que le ofrecía la TV, optó por salir a caminar.
Y lo hizo sin rumbo fijo durante las últimas horas, pero no pudo dominar la frustración, la furia y… debía reconocerlo, los celos que lo habían trastornado esa noche.
Era una emoción que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera con Ann, su última novia. Pero la broma sarcástica de Kelly sobre sus hermanos le había provocado el deseo de cogerla del pelo y arrastrarla a su guarida como un hombre de las cavernas.
No podía negarlo por más tiempo. Fuera lo que fuera lo que tenía con Kelly, había superado los límites de una relación casual. Quería estar con ella todo el tiempo. Quería saber que iba a estar con ella todas las noches. Permanecer de pie en la calle principal con la típica expresión de: «¿Ven a esta mujer? ¿Esta hermosa, inteligente y sorprendente mujer? ¡Es mía!».
Renuente a analizar esa inusual urgencia de marcar su territorio, no cuestionó su necesidad visceral de verla esa noche, de poner su marca en ella de la forma que pudiese.
Esa era la razón por la cual estaba merodeando alrededor del pub. Estaba esperando a que Maggie se marchase para escabullirse y enseñarle a Kelly que, de alguna manera, ella le pertenecía.
Por fin Maggie apareció en la puerta de entrada. Nick aguardó a que llegara hasta su coche y recorrió toda la calle antes de escabullirse dentro del negocio. Se detuvo un momento para estudiar a Kelly. Los músculos del brazo se le marcaban al pasar el trapo por la barra. La ceñida camiseta le insinuaba sugestivamente los turgentes senos.
Algunos rizos color café se le habían escapado del pasador y le caían sobre el rostro, jugueteando en las mejillas y en el mentón.
Ella se dio vuelta y se inclinó para dejar el trapo bajo el fregadero. Sintió cómo se le endurecía el miembro bajo la cremallera. Aunque no podía verla, se imaginó cómo la falda se deslizaba hacia arriba y dejaba a la vista los muslos y la pálida piel de los firmes músculos del turgente trasero, que rogaba ser apretado y acariciado.
—Quítate las bragas —dijo. Su voz cortante rompió el silencio del bar.
Kelly gimió y se dio la vuelta bruscamente con una mano apoyada en el pecho y los ojos desmesuradamente abiertos llenos de temor.
—¡Dios mío! Me has asustado, por mil demonios. —Respiró agitadamente, observándolo con recelo mientras él se aproximaba a la barra.
Nick no dijo nada. Clavó la mirada en el leve temblor de sus manos, en el gesto nervioso de su lengua sobre el labio inferior.
Su nerviosismo lo excitó más aún. Ella no sabía qué esperar de él. Diablos, con el cúmulo de extrañas sensaciones que se agitaban en su interior, tampoco él sabía qué esperar.
—¿No has oído lo que he dicho? —Se quitó la chaqueta mientras caminaba y la arrojó al suelo. Después, la camisa.
Ella se quedó petrificada, observándolo mientras levantaba el tabique de la barra y avanzaba tras ella.
—Quítate las bragas —repitió.
Ella levantó el mentón, y entrecerró los ojos.
—¿Estás intentando intimidarme?
Se llevó las manos a los labios, pero el intenso rubor que la camisa dejaba al descubierto fue un claro indicio de inseguridad que su bravuconada no alcanzó a ocultar. Apostaría su participación en la sociedad familiar a que tenía los pezones duros bajo la camisa y que ya se había humedecido de deseo.
—Quiero dejar algo bien claro entre nosotros, Kelly. —Solo una pulgada los separaba, estaban lo suficientemente cerca como para notar el temblor de las aletas de su nariz, el nerviosismo en sus ojos azules. —No duermo con cualquiera. Solo duermo con una mujer a la vez, y espero que ella haga lo mismo. No me ha gustado lo que has dicho sobre mis hermanos…
—Fue una broma —lo interrumpió Kelly con tono agudo.
—Aunque estés bromeando. Mientras estés conmigo, no quiero que ni siquiera se te ocurra la idea de estar con otro hombre. —Se inclinó para besarla, un beso ardiente, casi brutal, que les lastimó la boca.
—Yo no… no quise… —balbuceó Kelly.
—Pues pruébamelo, Kelly. Demuéstrame que soy el único con quien deseas follar, el único con quieres estar.
—¿Cómo? —susurró ella. Le apoyó las manos en las muñecas que le aferraban el rostro.
—Haciendo exactamente lo que yo quiero.
Kelly lo miró fijamente, bastante nerviosa. Y aún más excitada. Estaba frente a una faceta de Nick que no había visto antes. Furioso. Demandante. Dominante. Abrumador.
Y quería que le probara que era el único hombre que deseaba. Dios sabía que así era. Despierta, ocupaba casi todos los pensamientos; dormida, invadía todos los sueños. La había convertido en una enferma de amor, en una idiota loca por el sexo que no podía dejar de contar los minutos que faltaban para volver a verlo.
Pero eso la hacía sentir nerviosa. Él tenía la última palabra, él tenía el control. Y le estaba exigiendo algo que no estaba segura de estar dispuesta a darle.
¿Podía correr el riesgo de rendirse?
Sus ojos color ámbar le mantuvieron fijamente la mirada con respiración agitada; un hilillo de sudor le brillaba en la piel del pecho. Solo pudo asentir en mudo consentimiento.
De repente, él estuvo en todas partes, aplastándola. Su lengua pujaba lujuriosamente dentro de su boca y sus manos aferraban su pelo. La empujó hasta que su espalda chocó contra el borde duro de la barra. Una mano grande, sin ceremonia alguna, se metió bajo la falda y le bajó las bragas hasta las rodillas; una de las grandes botas que subió hasta su entrepierna terminó de despojarla de su ropa interior.
Ella miró a su alrededor, inquieta.
—¿No quieres que vayamos a casa? —jadeó.
—Lo que yo quiera —dijo Nick ásperamente, y le levantó la falda, desvistiéndola. —Y deseo poseerte aquí mismo y ahora.
A pesar de sus dudas, ardió de deseo.
—Y tú también lo deseas. —Deslizó la mano bajo la falda y gruñó de satisfacción al descubrir que ya estaba húmeda y ansiosa.
Ella se ruborizó de excitación y de vergüenza. ¿Desde cuándo se había vuelto tan fácil? Sin poder controlarse se contoneó contra el dedo masculino, urgiéndole que se lo introdujera más adentro.
—Eh, eh… —la regañó. —Hay algo que deseo primero.
Sintió que las fuertes manos la empujaban para que quedara de rodillas. Siguiendo la muda orden, le abrió los pantalones y se los bajó, junto a la ropa interior, hasta las rodillas. El pene se movió nerviosamente cuando lo cogió. Sintió un ardiente calor en el vientre como respuesta.
—Chúpamela. —Sus palabras, deliberadamente crudas, hicieron que el flujo le corriera por los muslos.
Sintió un cosquilleo ansioso de expectación en los labios, en la lengua, anticipando el sabor salado y acre al tiempo que se inclinaba sobre el miembro. Le rodeó la punta con los labios, y la lengua recorrió el glande en subyugante caricia. Sintió una sensación de triunfo al oír su tensa inhalación y se la metió más profundamente dentro de la boca.
Cerró los ojos, concentrándose en el sabor de esa gruesa parte de él en su boca. Los dedos de Nick se enredaron en su cabello y un gemido de satisfacción le vibró por todo el cuerpo. Todo en él la seducía, la fascinaba. Su olor, la sensación de la piel suave de sus nalgas en sus manos.
Todo su ser se enfocó en el placer que le brindaba al hundirlo cada vez más profundamente en la garganta.
Hacia atrás, hacia delante, apretándolo y aflojándolo; cogiéndole el miembro dentro de la boca, provocándole la punta con la lengua y los labios. Con una mano le cogió los cojones, explorándole la piel, su tensa dureza.
Apretó los muslos cuando sintió el punzante latido de deseo en el sexo, emitiendo un gemido leve que fue ahogado por el miembro masculino.
Él gruñó, murmurando frases absurdas de placer. Sintió cómo se le henchía aún más el miembro, cómo le latía la cabeza contra la lengua cuando lo lamía en círculos. Estaba a punto correrse. Excitada, trató de introducirlo más profundo. Le dolía la entrepierna húmeda y, de repente, se dio cuenta de que ella también estaba a punto de correrse.
Sintió el sabor salado de las calientes gotas pre-seminales y le cogió el falo. Pero antes de que pudiese hundírselo dentro de la boca, él se apartó.
Y antes de que pudiese pronunciar ni siquiera una palabra, Nick la alzó y la hizo girar hasta ponerla de espaldas. Ella alcanzó a apoyar las manos en la pared del fondo del bar, sorprendiéndose al ver su imagen reflejada en el espejo. Tenía el rostro ruborizado, la mirada aturdida y la boca hinchada, húmeda. Él, detrás de ella, le levantó la falda hasta la cintura con una mano mientras se colocaba el condón con la otra.
Era tan crudo, tan carnal, que intentó cerrar los ojos ante la ruda situación. Pero Nick no se lo permitió. La aferró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, empujándola hacia adelante y bajándole la cintura con la mano poderosa.
—No, no lo hagas —dijo ásperamente. Se cogió el miembro y se lo rozó por la vagina hinchada. —Quiero que mires mientras te estoy follando.
Vio cómo su imagen entreabría los labios para emitir un gemido ante sus rudas palabras, por la sensación de la gruesa cabeza deslizarse sin miramientos por su sexo. Separó las piernas para que pudiese penetrarla. Las manos masculinas le cogieron las caderas para lanzar la ruda embestida. Sin palabras dulces ni caricias. Esa noche la estaba poseyendo, usando.
Y le fascinó. Le fascinó la imagen de los músculos tensos de su abdomen con cada empellón, amó la manera en que sus pechos se sacudían violentamente con cada golpe y se tensó para recibir con más fuerza cada embestida. La cautivaron los sonidos ásperos que brotaban de ambas gargantas mezclados con los de los cuerpos rebotando uno contra otro en ritmo frenético.
—Te siento tan apretada, tan ceñida… —murmuró. —Siento cómo me rodeas la polla.
Pudo ver el vaivén agitado de sus senos, sentir el aliento caliente en la espalda. Los vasos alineados en la vitrina temblequearon con las vehementes sacudidas a medida que aumentaban en intensidad. Escuchó vagamente que algo se hacía añicos, pero no le importó; vio que la mano que Nick tenía apoyada en su cadera desaparecía bajo su falda y la sintió presionarle con fuerza el clítoris. Gimió y presionó las caderas contra la mano masculina. Incluso así, poseyéndola de la manera más primitiva que ella podía imaginar, le proporcionaba placer.
La empujó con tal fiereza que la levantó del suelo. Sus ojos se encontraron en el espejo y vio el instante en que su rostro se contraía corriéndose dentro de ella.
Bastó para que la arrastrara también al éxtasis. Apretó las caderas contra el potente falo, contoneándose lascivamente hasta que sus gritos trepidaron estridentes.
Se desplomó hacia adelante, aplastándola con el peso de su cuerpo, aprisionándola entre sus brazos con las manos apoyadas contra la pared. Pudo sentir contra su pecho la espalda temblorosa de Kelly, los latidos acelerados de su corazón, sus costillas agitándose para recuperar la respiración.
Sus pulmones también bufaban como un fuelle, y el corazón le latía desbocado como si fuese a partirle las costillas. Hundió la cabeza en el cuello femenino, deseando aspirarla, absorberla.
Cuando sus miradas se encontraron en el espejo, Kelly parecía aturdida y un tanto asustada. No se reconocía a sí mismo. Nunca había poseído a una mujer tan salvajemente, con tal necesidad primitiva de dominarla, de adueñarse de ella.
Ahora deseaba confortarla, calmarla, devolverle la expresión feliz al rostro femenino.
Intentó buscar las palabras que podía decirle. No quería disculparse. No lamentaba lo que había sucedido. No estaba arrepentido de haberle demostrado que ella le pertenecía, aunque no se hubiese dado cuenta todavía.
Pero también quería asegurarle que el amante considerado aún estaba allí, aunque esa noche se había comportado como el hombre primitivo de Neandertal.
Se incorporó para que ella pudiese levantarse. Ella se dio vuelta sobre las piernas poco firmes, buscó a tientas su camiseta y se acomodó la falda. Pero antes de que pudiese huir, Nick la cogió entre sus brazos y la sostuvo contra su pecho, acariciándole la espalda hasta que se le distendieron los hombros y le pasó los brazos alrededor de la cintura. Se sentía bien al abrazarla así, disfrutando de un momento de paz, sin el torbellino de deseos que los atrapaba cada vez que estaban juntos.
—Eso fue… intenso —dijo Kelly finalmente contra su pecho.
Nick la apretó más contra él.
—¿Es todo lo que se te ocurre?
—Dame un minuto —murmuró. —Creo que perdí gran parte de mis neuronas por la falta de sangre, ocupada en otras partes.
Nick le cogió el rostro entre las manos y echó su cabeza hacia atrás. Sus labios esbozaban una sonrisa insegura, sin abandonar la expresión recelosa.
Podría pasar la vida entera buscando estampar una sonrisa en este rostro de mujer, pensó.
La amaba. Esa verdad lo golpeó con tal fuerza que no pudo recuperar la respiración durante un minuto. Estaba enamorado de Kelly Sullivan.
El pensamiento lo llenó tanto de gozo como de terror. Nunca le había pasado antes algo así, enamorarse de una mujer que estaba fuera de su alcance, de una mujer cuya inteligencia y dedicación a una carrera demandante habían marcado su vida. Y el reconocimiento de la verdad lo había golpeado. Pero al mirarla, algo en la expresión de Kelly le hizo pensar que quizá esa vez podría salir bien.
La apretó otra vez contra él y hundió el rostro en su cabello. Iría despacio, con cautela, para permitirle que se hiciese a la idea de tener una relación a la vista de todos. Para hacerle ver que él podía hacerla feliz, aunque no fuese un profesional brillante de la gran urbe.
Amordazó las dudas que le corroían los pensamientos, las voces que le advertían que, una vez más, aspiraba a alguien que no estaba a su alcance y que debería apuntar a una de las mujeres de su tranquila ciudad natal con la que podría compartir sus modestas aspiraciones.
La tibia y suave realidad de Kelly en sus brazos parecía decirle algo distinto; algo le decía que Kelly no era como Anne. En el fondo de su corazón era una chica de pueblo que seguía siendo humilde aunque fuese la más inteligente del mundo.
Y él jamás había sentido lo mismo por Anne.
Cuando eran chiquillos, Kelly había logrado alcanzar una parte de él que nadie había descubierto. Incluso cuando se sentía el idiota más grande del mundo, Kelly tuvo fe en él, le había hecho sentir que era algo más que un gran bobalicón un tanto agraciado físicamente.
Sonrió y la abrazó tan fuerte que ella gruñó una protesta. Pero lo que era más importante, ella lo hacía sentir feliz, contento por el simple hecho de estar juntos.
Todo saldría bien. Tenía que ser así.
—Vamos, te llevaré a casa.