CAPÍTULO 02
DE ninguna manera iba a dejar de mantener una prudente distancia de Kelly Sullivan.
Fue lo que Nick se dijo a sí mismo esa mañana de jueves cuando su reloj lo despertó a las 6.15 horas y se encontró con una imponente erección matutina gracias al vivido sueño erótico en el que, al igual que la noche anterior, había llegado al pub Sullivan para encontrar a Kelly trabajando tras la barra. Pero en su sueño, en vez de los vaqueros, Kelly vestía una falda que dejaba al descubierto su trasero desnudo cuando se inclinó para coger vasos limpios.
En su sueño, Nick se había transportado a sí mismo mágicamente hacia el bar, se había librado convenientemente de la ropa, para después, sin preámbulo alguno, levantarle la falda hasta la cintura y enterrar profundamente el pene en el húmedo y ceñido calor femenino.
Fue tan real, tan vivido, que logró oler la esencia de su excitación de mujer, pudo sentir las suaves nalgas femeninas contra los músculos de su abdomen con cada embestida.
Pero la intensidad de los gritos de placer femeninos se incrementaron hasta llegar a convertirlos en penetrantes y desagradables. Fue en ese momento cuando Nick se dio cuenta de que el ruido no correspondía a los gritos orgásmicos de Kelly, sino a la alarma del reloj despertador.
Suspirando, se metió bajo la ducha helada y se masturbó cerrando los ojos para saborear las perdurables imágenes de su sueño.
Pero sueño o no, en lo que a él concernía, Kelly tenía una brillante señal de color rojo de «NO AVANZAR».
Pero esa misma noche se encontró preguntándose a sí mismo por qué volvía al pub Sullivan. Jamás había ido un jueves. Y aun así, allí estaba.
El padre de Kelly, Ryan, estaba sentado en una mesa cercana al bar con un bastón de aluminio apoyado convenientemente cerca de él. Saludó a Nick con un gesto caluroso y una amplia sonrisa en el rostro rubicundo. Su abundante cabellera estaba salpicada de hebras de plata, pero sus rasgos evidenciaban claramente de dónde había heredado Kelly su guapa fisonomía irlandesa.
—¡Nicky! —lo llamó Ryan. —Deposita tu trasero aquí y bebe una cerveza conmigo.
—Pareces estar recuperándote rápidamente —observó Nick mientras se ubicaba en una silla con profundas raspaduras.
—Oh, estoy bastante bien. Kelly no quería que viniese esta noche, pero, Jesús, me estoy volviendo loco. Durante la última semana no he visto otra cosa que las paredes de mi casa y el consultorio del quinesiólogo.
Nick sonrió mostrando comprensión. De repente, se le erizó el cabello de la nuca. Giró la cabeza, seguro de que hallaría a Kelly a su espalda, y allí estaba ella, balanceando una bandeja de tragos sobre el hombro. Y que Dios lo amparase, vestía una falda.
Su rostro se iluminó con una sonrisa cuando lo vio.
—Hola, Nick, volveré en un minuto para atenderte.
Oh, sí, ella podría «atenderlo» muy bien. Nick se esforzó por apartar de la mente esos pensamientos pecaminosos, al menos por el momento.
No parecía muy apropiado albergar pensamientos obscenos con una mujer cuyo padre estaba sentado junto a él.
Ella reapareció en pocos minutos. Esa noche vestía la camiseta con el lema del pub que se perdía bajo una minifalda. Sentado, los ojos de Nick estaban a nivel del exuberante busto ceñido por el suave tejido de algodón.
—¿Qué puedo hacer por ti? —Su tono fue grave y un tanto ronco.
—He aquí una buena pregunta —bromeó en instintivo flirteo.
Las mejillas de Kelly se ruborizaron, sus ojos le recorrieron el torso y su mirada se escabulló furtivamente hacia el bulto presionado por la bragueta de los pantalones masculinos.
Se le endurecieron los testículos al percibir la mirada de Kelly como una caricia. No había posibilidad de error, Kelly sentía la misma turbación que él. La noche anterior, cuando le había rozado la mejilla, había sentido una descarga eléctrica en la yema de los dedos que le repercutió de lleno en el pene. Se percató de la respiración agitada de Kelly, le vio los ojos agrandados y los labios entreabiertos. Intentando convencerse de que había imaginado esa reacción femenina, se obligó a apartarse antes de hacer algo realmente estúpido, como saltar sobre la barra y deslizarle la lengua por la garganta.
En cuanto a la profunda reacción de sus entrañas, la adjudicó al tiempo que llevaba sin tener sexo, desde el día en que al volver a su casa se había encontrado con la maleta de Ann y el anuncio de su regreso a San Francisco.
Sin contar que jamás había reaccionado así por el simple contacto de una mejilla de mujer, cabía acotar. Parecía haber vuelto a los tiempos de estudiante, cuando el más mínimo roce del brazo de Kelly lo envolvía en un frenético torbellino vertiginoso de lujuria.
—¿Qué tal una pinta de Harp y unas alitas de pollo?
—¿Caliente? —preguntó Kelly.
Nick se lamió los labios.
—Por supuesto.
Afortunadamente, Ryan no pareció notar la tensa atmósfera sexual que vibraba entre Nick y su hija.
Kelly regresó rápidamente con la cerveza y le rozó los pechos contra el hombro al inclinarse para depositar la bebida frente a él. Él pudo sentir el calor de su piel a través del algodón de la camiseta y de la delgada tela de la minifalda.
Esforzándose por apartar de sus pensamientos la piel desnuda y caliente de Kelly contra él, volvió la atención hacia Ryan.
—Eres un hombre afortunado por tener a Kelly para que cuide de ti.
—Oh, ella no tendría que hacerlo… por eso vivo en Los Robles. —Ryan se había mudado a una propiedad de retiro poco después de la muerte de su esposa. —Después de cuidar a Connie, que Dios la tenga en la gloria, me propuse no imponer esa carga a mis hijas. —Sonrió tristemente a Kelly, que se ubicó detrás de su padre y le apoyó las manos sobre los hombros.
—Papá me necesita aquí para que cuide del negocio hasta que él se recupere. Maggie podría hacerlo, probablemente —dijo Kelly, apretando cariñosamente el hombro paterno. —Pero ya sabes lo que mi padre dice: «Si el nombre del negocio es Sullivan…».
—Es mejor que esté a cargo de un Sullivan —Nick y Ryan completaron al unísono la frase.
Kelly anotó otros pedidos y después regresó con las alitas.
—Toma un descanso, querida —dijo Ryan.
Solícitamente, Nick cogió una silla y la levantó para que Kelly se sentara; después se abocó a las alitas. Se marcharía tan pronto terminara. No servía de nada que se torturara rondando a Kelly cuando no había nada que él pudiese hacer al respecto.
Pero en vez de eso se encontró enfrascado en una conversación con Kelly y Ryan en la que hablaron de todo: béisbol, la ridícula cantidad de edificios que había en la zona, los desafíos para la medicina en las salas de urgencias, incluso sobre política.
Kelly se levantó varias veces para reponer las bebidas y tomar otros pedidos, y varios clientes los interrumpieron para saludar a Ryan. Cuando quiso acordarse, ya eran las diez de la noche y Ryan, adormilado, estaba cabeceando en su silla.
—Vamos, papá —dijo Kelly dándole un suave codazo. —Maggie, ¿puedes sustituirme durante quince minutos mientras llevo a papá a su casa?
—Querida, no te preocupes en volver. No queda casi nadie, y yo puedo cerrar el negocio esta noche —le contestó Maggie.
Kelly se lo agradeció, ayudó a Ryan ponerse de pie y se encaminó a buscar el automóvil.
Nick también se puso de pie.
—Es mejor que me vaya. —Se dispuso a extraer veinte dólares, pero lo detuvo el rezongo de Ryan.
—Va por cuenta de la casa esta noche, Nicky. Gracias por hacerme compañía.
Nick hizo un gesto afirmativo en son de gracias.
—¿Necesitas ayuda, Ryan?
Ryan rechazó el ofrecimiento con un gesto.
—No, debo aprender a valerme por mí mismo si deseo reintegrarme completamente a mis tareas.
Por si acaso, Nick lo acompañó hasta la salida.
—¡Mierda! —La maldición de Kelly llegó desde el aparcamiento, acompañada por un sonoro portazo.
—¡Cuida el lenguaje, señorita! —gritó Ryan—No eres tan mayor como para que no pueda lavarte la boca con jabón.
Nick no pudo contener la risa. Había olvidado que Kelly podía maldecir como un camionero si estaba de mal talante.
—Lo lamento, papá —dijo Kelly en el tono más alejado a una disculpa que jamás hubiese escuchado Nick.
—¿Cuál es el problema?
Se apartó un rizo del rostro con un suspiro de exasperación.
—El coche no arranca.
—Levanta el capó. Le echaré una mirada.
—Bueno… no creo que puedas arreglarlo —murmuró Kelly. No pudo asegurarlo con certeza por la tenue luz, pero Nick hubiese jurado que se había ruborizado. —Se… se ha quedado sin gasolina. —Miró el reloj y maldijo nuevamente. —Y la gasolinera ya está cerrada.
Nick echó hacia atrás la cabeza y rió.
—No puedo creer que tú, con un cociente de inteligencia superior a doscientos, no te acuerdes de llenar el depósito.
—Tengo otras cosas en mente. —Introdujo las manos en los bolsillos de la falda. —No es tan grave. Le pediré prestado el automóvil a Maggie y me encargaré de echar gasolina mañana.
Se encaminó hacia el pub, pero Nick la cogió del codo.
—Permíteme que te lleve.
No pudo ocultar una expresión de alivio.
—¿Estás seguro? Realmente no hay inconveniente, puedo pedirle prestado el coche a Maggie para llevar a papá. Después de cerrar, ella me llevará a casa.
Nick sonrió, apretándole el brazo de modo tranquilizador. Le describió círculos en la suave piel interior del brazo con el pulgar. ¿Tendría todo su cuerpo una piel tan suave? Tragó con dificultad y le soltó el brazo.
—Kelly, solo me desviaré cinco minutos de mi ruta.
Aparentemente satisfecha por no provocarle demasiadas molestias, Kelly fue a buscar a su padre y aguardaron a que Nick acercara su gran camión Dodge.
El trayecto hasta el complejo donde vivía Ryan era muy corto, de modo que, transcurridos diez minutos, Nick ayudó a Ryan a bajar del camión y esperó a que Kelly lo acompañara hasta la puerta.
La atmósfera cambió en cuanto se encontraron solos. De repente, la cabina del camión se cargó de la típica tensión que surge entre dos personas cuando ambas pretenden disimular el efecto que le produce la presencia del otro.
Antes, la conversación había fluido naturalmente, pero en ese momento, Nick no podía encontrar ninguna maldita cosa que decir, y Kelly no era de gran ayuda, puesto que solo miraba silenciosamente a través de la ventanilla con las manos entrelazadas sobre la falda en una postura tensa, para no dejar que su cuerpo trasluciera las vibraciones de interés sexual que lo dominaban.
Nick se aclaró la garganta de modo nervioso.
—¿Así que estás todavía viviendo en Boston? Jake mencionó que se había topado contigo un par de veces.
Su sonrisa fue tensa.
—Sí, los vi, a él y a Kit, hace un par de semanas. Es increíble que hayan terminado juntos. —El silencio que dominó el interior de la cabina tornó tan densa la atmósfera que pareció hacerse visible. Finalmente, Kelly lo interrumpió: —Estaba lista para mudarme a Manhattan cuando papá tuvo el problema de salud. Desgraciadamente, no pudieron guardarme la vacante, ahora tendré que buscar otra cosa.
Nick pudo notar el rictus de tristeza de su boca, señal evidente de que lamentaba haber perdido esa oportunidad laboral.
—Habrá sido un fastidio para ti tener que renunciar a esa oportunidad.
Kelly se encogió de hombros.
—Es mi padre, y no siempre pude estar con él cuando me necesitó.
Nick presumió que ella se refería al desenlace de la enfermedad de su madre, pero no quiso indagar más profundamente.
—Tiene suerte de tenerte.
Con la luz mortecina de la calle, apenas pudo percibir su sonrisa un tanto triste. Se mantuvo callada durante largo rato mirando a través de la ventanilla.
Nick pensó cuan pequeñas y rústicas le parecerían las calles bordeadas de secuoyas alineadas frente a las casas pueblerinas.
—Este lugar te debe resultar muy aburrido después de haber vivido en la ciudad.
Giró el rostro hacia él.
—La ciudad es fabulosa, pero este pueblo tiene un encanto especial. En otro tiempo estaba ansiosa por marcharme de aquí. —Notó cómo ella se humedecía los labios nerviosamente ¿acaso, provocativamente? No se detuvo a tratar de discernirlo, y ella siguió: —Pero ahora me doy cuenta de que hay cosas por las cuales vale la pena volver a casa.
Kelly se abofeteó mentalmente. Ésa era su gran oportunidad para acercarse a Nick y no podía evitar sentarse tiesa como una colegiala, y encima dejaba escapar el brillante comentario de: «Hay cosas por las cuales vale la pena volver a casa».
¿Qué tenía Nick que le borraba de un plumazo su personalidad competente? No podía seguir achacando ese estado a que se sintiese rechazada socialmente, pues había hecho amigos en el trabajo y no tenía problemas para entablar relaciones.
Pero ahora que se le presentaba la oportunidad perfecta para abordarlo, se había convertido en una redomada idiota.
Claramente, Nick sentía lo mismo, pues no se molestó en reanudar la conversación durante el resto del viaje.
Cuando se detuvieron frente a la pequeña casa de dos dormitorios que tenía alquilada, buscó a tientas el tirador de la puerta, pero Nick ya se había bajado del vehículo y se hallaba frente a la puerta del acompañante. La abrió y la cogió del codo para ayudarla a descender.
—Gracias por traerme, Nick —le dijo cuando ya había bajado. —Nos vemos. —Había empezado a alejarse cuando Nick la cogió nuevamente del brazo. Se estremeció, pero no se debió a la fresca brisa de otoño en sus brazos desnudos.
—Aguarda, permíteme que te acompañe hasta la puerta.
Kelly rio suavemente.
—No estamos en la ciudad, donde el crimen acecha. Estoy segura de que puedo recorrer veinte pasos sin peligro.
Él sonrió, los blancos dientes relucieron en la penumbra de la calle vagamente iluminada.
—De ninguna manera. Mi madre siempre me ha dicho que debo acompañar a una dama hasta la puerta.
Se sintió extrañamente turbada ante el gesto de caballerosidad.
—Jesús, prácticamente debo pagar para que los hombres con quienes salgo en Boston me acompañen a casa.
Pudo percibir su desaprobación en la suave presión que Nick le aplicó en el brazo. Ella sabía que tras su apariencia extrovertida y liberal había un hombre capaz de proteger y cuidar de una mujer.
Kelly murmuró una silenciosa disculpa por todos los valores feministas que iba a transgredir y se permitió fantasear brevemente sobre cómo sería tener a Nick Donovan para que la protegiese y cuidase de ella.
Extrajo la llave de su bolso, pero él se la quitó de la mano para abrir la puerta. Sintió un cosquilleo en el estómago. Otro gesto de caballerosidad.
Ladeó la cabeza hacia él, entreabrió los labios para desearle buenas noches, pero quedó paralizada. Iluminados por la luz del porche, los ojos de Nick tenían un brillo ambarino que parecía devorarle los rasgos del rostro y de la boca.
Se sintió estremecer por la ansiedad. Él la deseaba. Estaba casi segura. ¿No se había propuesto hacer algo en la primera oportunidad que se le presentase?
Nick se apartó de la puerta abierta, recuperando su expresión de amistosa cortesía.
¡Oh, no, se estaba marchando!
—¿Quieres entrar? —farfulló Kelly. Se abofeteó mentalmente. Tranquila, Kelly, tranquila.
El brillo de interés ardió nuevamente en los ojos masculinos.
Quizá no había echado todo a perder por completo.
Pero Nick hizo un gesto negativo con la cabeza.
—En realidad, debería…
Era ahora o nunca. Antes de que él pudiese pronunciar la última palabra, le cogió el rostro con las manos para aproximar la boca masculina a sus labios. Por un breve segundo, sorprendido, no respondió a la caricia. Sintió un vuelco en el estómago. ¡Estúpida, estúpida, estúpida! ¡Sabía que ibas a hacer el ridículo como una tonta!
Pero, al instante, Nick comenzó a besarla apasionadamente, introduciéndole la lengua en la boca y acariciándole la espalda. Le deslizó la mano por encima de la falda hasta cogerla de las nalgas, al tiempo que con el otro brazo, la cogió por la cintura.
De repente, Kelly se encontró alzada contra la pared de la casa, sostenida por la rodilla masculina que tenía entre las piernas. De puntillas, gimió sobre su boca cuando él la rodeó con el cuerpo musculoso. Le apretó deliciosamente el busto contra su pecho, le llenó la boca con su sabor caliente.
Sintió cómo se le humedecía la entrepierna, y lo único que él había hecho era besarla. ¿Qué sucedería cuando le acariciara los pechos, el clítoris? Ese mero pensamiento la hizo gemir aún más fuerte y se meneó restregándole el montículo palpitante contra el muslo.
De repente, él se apartó con el pecho agitado como si hubiese corrido una milla a toda carrera. Perdido el punto de apoyo, Kelly se tambaleó y se cogió de los hombros masculinos para no caer.
—¿Qué… por qué? —dijo con voz agitada. —¿Cómo puedes detenerte ahora?
Nick gruñó, se inclinó y le pasó le lengua por el labio inferior. Para desesperación de Kelly, la apartó antes de que pudiese atraparla en su boca.
—Kelly, no creo que esta sea una buena idea. —A pesar de sus palabras, le acarició la nuca.
Ahora que lo había acariciado no podía detenerse. Fue subiendo la punta de los dedos por el antebrazo, acariciándole los músculos hasta deslizar la mano debajo de las mangas cortas de su camiseta.
—Tengo que disentir contigo —Se puso de puntillas para besarle la piel salada del cuello y se sintió gratificada por la contracción involuntaria de la cadera masculina, que respondió instintivamente apretándose contra ella.
—No deseo iniciar una relación seria —dijo él, dejando reposar las manos en la cintura femenina.
—¿Y crees que yo sí? —Kelly suspiró cuando sintió su boca explorándole el cuello.
—Eres una buena chica, Kelly —murmuró, cubriéndola de besos demandantes que le aflojaron las rodillas.
—¿Cómo lo sabes? No me has visto desde hace mucho tiempo. —Le enredó los dedos en el cabello. —Quizá me he convertido en una terrible golfa. —Su risa sofocada le dijo que no lo creía ni por un instante. —¿Cuál es el problema? Me marcharé de la ciudad en pocas semanas, y no estoy buscando el gran romance.
Levantó la cabeza y la miró como si intentase descubrir si estaba diciendo la verdad.
—¿Qué es lo que quieres realmente?
Ella levantó la cabeza y le brindó una sonrisa que esperaba le resultase tentadora.
—Siempre me he sentido atraída por ti, Nick. Cuando éramos estudiantes solía escuchar lo que otras chicas decían de ti, sobre lo bueno que eras. —Deslizó una mano hacia la entrepierna masculina y lo cogió por encima del pantalón. —Sobre lo grande eras.
El apoyó la mano sobre la de ella, presionándola firmemente contra la columna de carne dura como una roca.
—Quiero descubrir por mí misma si era verdad lo que decían. —Kelly le pasó la otra mano por el cuello y le acercó la cabeza para besarlo. —Quiero tener el amorío estudiantil que nunca pude. Te deseo, Nick.
Nick le aplastó la boca con la suya y su potente erección aumentó cuando Kelly le succionó la lengua dentro de la boca.
Kelly adulta, con su delicioso cuerpo voluptuoso y su boca escandalosa, era más incitante que cualquier fantasía que hubiese tenido en el pasado.
Un amorío estudiantil. Besar, tocar, acariciar. Incitar a una joven hasta que, locamente excitada, esté dispuesta a todo. Tocarla de todas las maneras que había soñado: con los dedos, los labios, el pene; todas esas imágenes se le mezclaron en la cabeza y por un segundo sintió temor de correrse en los pantalones.
Algo que jamás le había sucedido, ni siquiera en su época de estudiante.
Deslizó las manos hasta la parte de atrás de sus piernas, las metió bajo la falda y palpó los glúteos a través del suave satén de sus bragas. En su caricia, la sintió perfecta para él, firme pero suave, rebasándole las anchas palmas. Kelly tenía exactamente el cuerpo que a él le gustaba. Atlético pero femenino. Curvilíneo donde correspondía, y lo suficientemente alto y fuerte como para no tener que contenerse.
Kelly le envolvió la cadera con la pierna larga y fuerte, restregándose la entrepierna en la bragueta. Incluso a través de la gruesa tela, su calor húmedo lo hizo arder. No había duda de que Kelly Sullivan podía recibir todo lo que tenía para darle.
Ella buscó a tientas el picaporte, pero Nick la detuvo, ya que tenía en mente una fantasía que había atesorado durante mucho, mucho tiempo.
La cogió de la mano y la arrastró por el sendero de entrada.
Lo siguió, estupefacta, unos pasos, pero después comenzó a tirar para desasirse.
—¿Qué estás haciendo?
Él no contestó, solo tiró de la puerta del camión y prácticamente la arrojó hacia el interior de la cabina.
—¿Adónde vamos? —Su tono fue cortante y estaba cargado de renuente impaciencia.
Él aceleró el motor del camión y se dio la vuelta, sonriéndole.
—Has dicho que querías un amorío de estudiante, ¿no es cierto?
Ella asintió, pero frunciendo el ceño.
—¿Nunca has estado en un estacionamiento?
Su ceño fruncido se convirtió en una traviesa sonrisa al tiempo que se deslizó en el asiento y se pegó contra él.
El silencio de la cabina del camión zumbó expectante. Nick le cogió el muslo y jugueteó con las curvas íntimas femeninas. Ella le apoyó la cabeza en el cuello e inhaló su fuerte esencia masculina mientras luchaba por calmar la respiración agitada. Se le estrujó el estómago cuando él se apartó de la ruta ignorando la señal de «NO PASAR» y se aventuró por una sucia senda hasta llegar a un claro ubicado a unas millas del camino.
Se mordió el labio, se sentía nerviosa, como si fuese la estudiante que pretendía ser.
—¿Y si viene alguien?
Nick apagó el motor y se inclinó hacia ella.
—Estamos construyendo en este predio, nadie nos molestará.
La luz de la luna brilló a través de la ventanilla del techo, iluminándole las mejillas y el mentón. Entreabrió los labios cuando bajó la cabeza para besarla, pero en vez de adueñarse de su boca como ella esperaba, Nick la cogió de la nuca y la besó suavemente en la sien, en las mejillas, en la comisura de los labios.
—¿A qué hora debes volver? —le susurró recorriéndole el brazo con la yema de los dedos.
Kelly sonrió y le siguió el juego.
—No tengo que volver a ninguna hora determinada, mi mamá no está y mi papá trabaja esta noche.
—Ay, sin supervisión de padres —murmuró él, rozándole suavemente el borde de los labios con la lengua.
—Así es —susurró contra su boca. —Puedo quedarme toda la noche si lo deseas.
Sus labios, su lengua dentro de su boca, en una caricia que le hacía estremecer el cuerpo por completo.
—Levántate —susurró, empujándola sobre el asiento al tiempo que trepaba por encima de la palanca de cambios para ubicarse en el lugar del acompañante. Ella se retorció torpemente hasta quedar atravesada sobre su regazo, con el brazo atrapado bajo el pecho masculino y la espalda aplastada contra la puerta. Con un gruñido se contorsionó hasta quedar montada sobre las piernas de Nick, con la falda enroscada hasta la cintura. El buscó algo bajo del asiento y seguidamente este se reclinó bruscamente varias pulgadas.
—Ahora está mejor. —Le colocó las manos en la cintura, sintió la irradiación de calor de las palmas masculinas a través del delgado algodón de su falda. La besó, larga y lentamente, con besos húmedos que le produjeron pulsaciones espasmódicas en la entrepierna. No era suficiente. Quería sentir su piel, ver si era tan cálida y suave como siempre había imaginado. Le cogió la camisa por la cintura y se la quitó por encima del pecho. Un suave murmullo d? satisfacción escapó de sus labios al sentir en las palmas de las manos su piel caliente y sedosa.
Torpemente, Nick dobló el brazo para quitarse la camisa por la cabeza.
—Deseo quitarte la falda, Kelly —dijo. —¿Puedo?
Recorrió el vello de su pecho con las uñas y fingió un gesto dubitativo ante semejante requerimiento.
—No sé. Nunca he llegado a ese punto con un muchacho —susurró. —¿Estás seguro de que no pensarás que soy una golfa?
Le deslizó la mano por las costillas, cogió el generoso seno y le recorrió con el pulgar el pezón cubierto por la camiseta. Saboreó el gemido que Kelly exhaló contra su boca al tiempo que le acarició el pezón con mayor rudeza.
—Te doy mi palabra de que no pensaré que eres una golfa. —La besó de nuevo. —Y haré que lo disfrutes, te lo prometo.
Kelly se inclinó hacia atrás y levantó los brazos para que pudiese quitarle la falda por encima de la cabeza. Cubierta tan solo con el sostén de encaje blanco, los oscuros rizos le cayeron sobre los hombros y se recostó otra vez contra el panel de la consola.
—Oh, Dios, me gustaría poder verte mejor —dijo mientras le acariciaba los senos, que sobresalían turgentes del sostén de encaje. Descubrió la suavidad y perfección de su piel de seda.
Le metió una mano en el sostén y le acarició el seno, apreciando su generosa turgencia. No había nada que amara tanto como la sensación de un seno en la mano, su peso, su vaivén, su suavidad. Y los de Kelly eran maravillosos, exuberantes, suaves, con pezones como piedras contra su palma.
Las manos femeninas ardían en su espalda mientras lo acercaba hacia ella, inclinándose para besarlo mientras él se deleitaba con sus maravillosos pechos.
Kelly bajó las manos entre ambos cuerpos y soltó el broche delantero del sostén. Sus senos surgieron en su exuberante esplendor, ansiosos por escapar del confinamiento de la ropa interior.
Nick se inclinó contra el asiento y los cogió, ahuecando las palmas para gozar de la carne turgente que apenas cabía en sus manos.
—He soñado con ellos —le susurró. El roce de los dedos masculinos la hizo suspirar y dar un respingo sobre el regazo de Nick.
Nick percibió su sonrisa contra la mejilla. Ella se contoneó sobre su bragueta, él gruñó e impulsó ansiosamente los muslos contra el cuerpo femenino.
—¿De verdad?
—Sí. Solía preguntarme cómo serían, qué sabor tendrían —le susurró, retomando su papel de seductor adolescente. —Mientras me ayudabas con mis estudios, yo soñaba con quitarte la camisa, apartar los libros y arrojarte sobre la mesa de cocina de mi madre. —Le fascinó cómo la respiración femenina se agitó con su relato.
—No tenía ni idea de que te hubieses fijado siquiera —jadeó Kelly.
—Oh, sí me había fijado. Desearía poder verte —repitió. —Quiero verte los pezones. ¿De qué color son, Kelly? ¿Rosas? ¿Rojos? Siento cuan duros están, como si me estuvieran rogando que los succionase —susurró, inclinando la cabeza hacia adelante para saborear la piel suave, perlada en la tenue luz. La agitada respiración femenina caldeó el aire espeso de la cabina mientras la lengua masculina le quemaba la piel. Él podía oler la fresca esencia floral del jabón en la tersa piel, y el de la excitación femenina. Estaba húmeda en respuesta a sus caricias, y apenas habían comenzado.
Le provocó la ardiente punta del maduro pezón con el calor de su aliento sin llegar a capturarlo entre los labios. Kelly le aferró la cabeza en un gesto de impaciencia y emitió el más delicioso sonido gutural de frustración.
—¿Quieres que los succione? —la incitó burlón. —No sé si te gustará o no. —Atrapó el pezón entre sus dedos y aplicó una levísima presión.
Ella emitió un grito ahogado.
—Diablos, Nick, hazlo —le demandó, tirando de su pelo al tiempo que arqueaba la espalda presionando el pezón contra sus labios.
—Para alguien que jamás ha permitido a un joven tocarla así, eres un tanto demandante —le susurró, rozándole apenas la punta henchida con la boca. La respuesta ansiosa de Kelly y sus súplicas de frustración lo enloquecieron. Estaba tan excitado que era increíble que pudiese hablar.
Ella dejó escapar un quejido entre los dientes apretados cuando él cerró los labios y le succionó el pezón con fuerza. Le clavó los dedos en los hombros y se retorció sobre su regazo.
—Por favor, Nick, no más juegos, solo acaríciame. —Percibió débilmente los quejidos femeninos, enardecido por el sabor de su piel, por el contacto de la turgente carne contra sus labios y su lengua. Soltó el pezón con sonido audible solo para aprisionar la otra punta suplicante.
La atmósfera de la cabina se tornó más húmeda por el intenso calor de ambos cuerpos y las gotas se condensaron y se deslizaron raudas sobre el lado interior de los cristales.
—Cuando lo hagamos quiero que estés encima de mí para gozar de tus tetas con la polla dentro de ti —le susurró roncamente mientras le apretaba y estiraba la punta del pezón humedecida con saliva. Escuchó su gemido y supo que sus palabras la excitaban aún más. Nunca había sido muy conversador durante el sexo, ni siquiera sabía de dónde le salían esas palabras. Pero la patente excitación de Kelly lo inspiraba. —¿Qué te parece? ¿Estás lista para alcanzar un orgasmo conmigo? —Le estrujó los senos lamiendo un pezón primero, después el otro. —Puede que un día te folle las tetas —dijo roncamente. —¿Te gustaría?
Un grito penetrante fue su única respuesta cuando ella tembló contra él. Una fina película de transpiración cubrió los senos femeninos al desplomarse hacia delante contra su pecho.
Sorprendido, la miró fijamente.
—Te corris…
—Lo siento —suspiró trémulamente. —No pude contenerme, lo siento tanto…
Nick gruñó y le introdujo la lengua en los labios para silenciarla. Le palpitó el pene henchido y los cojones se le endurecieron dentro del confinamiento de los pantalones, repentinamente torturante.
—Eres tan endemoniadamente excitante… —murmuró, cubriéndole las mejillas y los labios de suaves besos. —Si no estoy pronto dentro de ti creo que perderé la cabeza.
Cada músculo femenino se tensó contra su cuerpo mientras escondía el rostro en su hombro.
—¿Qué sucede, querida? —le deslizó suavemente los dedos por la línea de nacimiento del cabello. Esa actitud tímida resultaba extraña en comparación con sus anteriores demandas, Nick temió haberla presionado demasiado.
—Me corrí demasiado pronto. No pude contenerme, y ahora no podré hacerlo otra vez.
Estalló en una ronca carcajada.
—Eyaculación precoz en un automóvil. No se logra mucho más en el instituto.
—Fue una idea espantosa —dijo, obviamente turbada, y cruzó púdicamente los brazos sobre el pecho. Intentó levantarse del regazo de Nick sosteniéndose sobre una rodilla afirmada en el suelo y apoyando la cabeza en el panel.
—Eh, vamos. —Nick la levantó y la volvió a colocar en el mismo sitio, aferrándole los muslos para que permaneciera allí. Kelly descruzó los brazos renuentemente al tiempo que él hundía la cabeza entre sus senos.
—¿Tienes idea de cuan sexy eres? Que haya hecho que te corrieras solo con besarte los senos me excita más que nada. —Le besó los pezones ya blandos mientras le apretaba las nalgas turgentes.
—Pero, yo no puedo… —Se detuvo humedeciéndose los labios, y prosiguió. —Solo puedo alcanzarlo una vez. Y quería hacerlo sintiéndote… —dudó.
Nuevamente tímida, le acarició el cuello para instarla a seguir.
—…dentro de mí.
—Lo harás —le susurró, deslizando una mano hasta cogerle el sexo a través de la sedosa tela de las bragas. Presionó los dedos contra el humedecido clítoris y le refregó la palma de la mano contra el pubis. —Confía en mí.