CAPÍTULO 02
OH, mierda, lo estoy haciendo de nuevo. Karen maldijo su bocaza, pero no pudo evitar una sensación de triunfo al percibir el crudo deseo que ardió en los ojos color avellana de Mike.
¿Por qué, de todos los bares de Reno, Mike Donovan tuvo que entrar en el del Cleo?, pensó Karen, parafraseando la famosa escena de Casablanca.
Con una simple mirada a su rostro, todo el dolor y todo el resentimiento por la forma en que le había dado la espalda la conmocionaron nuevamente, al tiempo que se lamentaba amargamente por… haberlo perdido para siempre.
Peor incluso, a pesar de su propia furia y de su evidente desdén, su cuerpo se inflamaba de pasión con solo mirarlo. Todo en él la enloquecía. Sus manos, grandes y curtidas, sus dedos largos… aún podía recordar cómo se sentían sus caricias; su boca, amplia y de labios gruesos… Oh, Dios, recordaba cuan hábil era con ella.
Del mismo modo que sabía que bajo esa camisa blanca y los pantalones color caqui encontraría unos músculos colosales cubiertos de una tersa piel bronceada. Sintió un cosquilleo en la punta de los dedos al recordar la sensación de la piel de su espalda cuando se la acariciaba hasta clavarle las uñas mientras él le provocaba orgasmo tras orgasmo.
Y sus ojos, pensó cuando elevó lentamente la mirada hacia su rostro. Ojos brillantes color avellana, de pestañas tupidas y bordeados de cejas espesas; ojos que solían mirarla sonrientes cuando la llamaba «pequeña» con tal dulzura que la había hecho creer que la amaba realmente.
Qué perra tan estúpida fue.
Ahora, sus ojos fríos la traspasaban con una mirada cortante que mostraba una mezcla de escarnio y deseo, por lo cual, ella debía ponerse de pie de inmediato y marcharse.
La voz interna, sensata y equilibrada, que se había esforzado en cultivar durante los últimos dos años la conminó con un grito imperativo ordenándole «MARCHARSE DE INMEDIATO», pero era obvio que su cuerpo no la escuchaba. Deslizó la mano por el muslo de Mike y sonrió al notar los músculos masculinos tensos. Y al reconocer su propio deseo, también percibió la inconfundible sensación de poder cuando un hombre era incapaz de resistírsele.
Ese hombre no podía resistirse a ella.
Mike acortó la distancia entre ellos y bebió un sorbo de vino.
—¿Qué crees que estás haciendo, Karen? —Su voz sonó tranquila, pero descubrió las gotas de transpiración que le perlaban el nacimiento del cabello. Buena señal, considerando la potente refrigeración del ambiente.
Ella se inclinó hacia él, manteniendo la mano derecha sobre el muslo masculino, y cambió de posición de manera tal que sus rodillas quedaron entre las de él.
—Solo sigo tu consejo, Mike. Brad tiene que aprender a tratarme bien o buscaré a otro para divertirme.
Era como si una parte sana, racional, se desdoblase de su ser y, observándola desde el otro extremo del salón, le recriminase: ¡No puedo creerlo! ¿Qué demonios estás pensando? El hecho de que Brad haya resultado un redomado gilipollas no te otorga vía libre para cometer algo estúpido. Te has comportado muy bien durante dos años, sin cometer tonterías. Te has esforzado para corregir tus viejos hábitos ¡y solo con echarle una mirada a tu ex compañero de estudios tienes semejante regresión!
Karen movió el pie y lo apoyó en el travesaño del taburete de Mike, rozándole la fina tela de algodón de los pantalones.
Él no fue solo mi compañero de estudios, se defendió ante la cruda recriminación interna, fue mi primer amor. Mi único amor. No se puede culpar a una mujer en estas circunstancias.
En ese caso, no tengo cabida en esta cuestión, dijo la voz sensata, y se marchó sin más.
Mike, ajeno a su lucha interna, le dijo:
—No me estaba presentando voluntario como compañero de diversión.
Sin embargo, no se movió.
—Pero, Mike —susurró al mejor estilo Marilyn Monroe, —tú eres el único con quien querría divertirme. —Aunque trilladas, sus palabras fueron acompañadas con esa mirada de soslayo y ojos entrecerrados que siempre había sido uno de sus mejores recursos.
Los fuertes dedos masculinos la asieron del brazo con tal ferocidad que prácticamente la levantó del taburete.
—No me jodas, Karen —dijo con los dientes apretados—.Tuve suficiente de toda esta mierda tuya para el resto de mi vida. No creas que puedes jugar conmigo como solías hacerlo.
Karen abrió la boca para protestar, pero se quedó sin aliento al notar el deseo en sus ojos. Todavía la deseaba. Quizá la odiase, pero aún la deseaba. Lo había logrado. Y ese descubrimiento avivó furiosamente el propio deseo de la pobre patética enfermiza que era en realidad.
—Solo sé directa conmigo, Karen. ¿Quieres follar conmigo o no? —Típico de Mike: sin rodeos, con primitiva rudeza.
Y Dios sabía que ella lo deseaba. Quería sentirlo encima de ella, dentro de su cuerpo, saborear su boca con los labios, con la lengua; solo una vez más. Casi tanto como deseaba demostrarle a Mike que podía hacerle sentir cosas que ninguna otra mujer podría. Esa era su habilidad, su don, su arma. Era su oportunidad de usarla con él, otra vez.
Antes de que pudiese murmurar un sí, la boca masculina le aplastó rudamente los labios, forzándola en lo que apenas podía considerarse un beso. Aunque lo hubiese querido no habría podido apartarlo, ya que le sujetó la cabeza asiéndola firmemente del cabello.
Un ardiente deseo y un calor intenso le corrieron por las venas. Había pasado mucho tiempo, pero el sabor de Mike, que aún le resultaba familiar, le produjo vértigo y una excitación casi dolorosa. Sintió que la palpitante entrepierna se le humedecía al tiempo que abría los labios y le succionaba la lengua ansiosamente. Le cogió el cabello oscuro con los puños cerrados con tal brusquedad que casi cayó del taburete.
Ese brusco movimiento que la expuso a caerse le permitió recobrar el sentido. Tenía que recuperar el control de la situación, y rápido. Era su oportunidad de seducirlo, de enseñarle una lección, de demostrarle que, a pesar de lo que pensase de ella, tenía el poder de enloquecerlo de deseo.
Pero, maldición, era difícil concentrarse con ese beso, con esa lengua incitando la de ella.
Dejó escapar un gemido contra su boca y le deslizó la mano por el muslo, la detuvo cuando sintió la dureza de sus testículos contra la palma. Los apretó suavemente y deslizó la mano hasta la imponente erección. Mike gruñó sobre su boca y le apretó la mano con fuerza contra el pene.
Eso era lo que yo deseaba, pensó mientras le succionaba la lengua vorazmente y le mordía los labios. Un Mike indefenso, completamente bajo su control y dominado por el deseo.
Las felicitaciones que se estaba prodigando a sí misma fueron bruscamente interrumpidas cuando Mike contrarrestó su ofensiva sentándola a horcajadas sobre los muslos. Presionó contra él su pubis dolorido y húmedo, y a través de la fina tela de las bragas sintió el poder de los tensos músculos contra el clítoris hinchado. Sosteniéndola con la mano enorme contra la espalda, la levantó hasta apoyar el poderoso muslo entre las piernas y la hizo contonearse contra él como un bailarín nudista en la mejor danza erótica de su carrera.
Sintió el nudo que le crecía en el vientre, una sensación por tanto tiempo olvidada que casi no pudo reconocerla. Pero, qué mierda, estaba a punto de correrse solo con el roce del muslo masculino en la entrepierna y la incitación de su lengua en la boca. En venganza, se aplastó contra su erección y encontró la punta del miembro a través de la fina tela de las bragas; se contoneó en círculos, apretándolo firmemente, hasta qué él le ciñó con fuerza la muñeca, temblando.
Su momento de triunfo fue efímero. Mike le bajó el escote de la ceñida blusa y le cogió en la boca el pezón duro y enhiesto cubierto por el sostén de encaje.
Arqueó la espalda para ofrecérselo y le apretó la cabeza contra los senos. Tembló cuando sintió la mano masculina deslizándose hacia el borde de las bragas. Solo unas pulgadas más, pensó, apenas unas pulgadas…
—¡Oigan! —gritó alguien cerca de ellos. —¡Oigan! —La voz se tornó más imperativa.
De repente, sintieron que los empapaban con un chorro helado.
—¡Qué mierda! —rugió Mike, y ambos miraron el rostro enfurecido del barman.
—No tenemos un show de sexo en vivo en este bar —dijo el barman, aún blandiendo amenazadoramente la manguera de agua fría. —Váyanse a su habitación.
Karen, aturdida, miró a su alrededor y sintió apenas que Mike le subía la blusa por el hombro. Efectivamente, aún estaban sentados en los taburetes del bar Cleo. Y por cierto, los clientes, en vez de mirar a la banda o de conversar entre ellos, los estaban observando. Muchos parecían totalmente escandalizados, pero otros parecían esperar deseosos una invitación para unírseles.
Se bajó del taburete lentamente, deseando desaparecer como un charco en el suelo. Hurgó en su bolso, pero no pudo encontrar la billetera debido al temblor de sus manos.
Oh, Dios. Había estado a punto de tener sexo con él en la barra del bar. No hacía algo tan escandaloso desde… En realidad, ¿alguna vez había hecho algo así? Una cosa era un rápido encuentro en un baño o en un armario; pero estar a punto de que le introdujeran un dedo en un bar frente a todos…
Mike la cogió de la muñeca con firmeza, arrojó algunos billetes sobre la barra y la arrastró fuera del bar. Cuando cruzaron el vestíbulo, Karen se concentró en mantener el equilibrio sobre sus sandalias de tacón aguja de cuatro pulgadas de altura.
Lo siguiente de lo que tuvo conciencia fue de ser empujada dentro del ascensor. —¿Qué habitación? Ella parpadeó.
—¿Qué habitación? —le preguntó con tono más rudo.
—Eh… la 1165. —Observó cómo apretaba el número del piso con tal brusquedad que casi rompió el panel del ascensor.
Se volvió hacia ella y la alzó, apoyándola bruscamente contra una de las paredes con espejo del ascensor. La sostuvo a horcajadas sobre el muslo unas pulgadas más arriba y, sin miramientos, le arrancó la blusa y el sostén, dejando al desnudo sus senos y abalanzándose sobre ellos.
—¿Por Dios, cómo puedes estar así de caliente todavía? —le succionó un pezón y le pellizcó el otro, dejándolo tan dolorido y sensibilizado que ella sintió deseos de gritar.
Karen abrió los ojos y la imagen que vio en el espejo fue suficiente como para llevarla casi al límite: la mano oscura presionada contra su piel dorada, los largos dedos aprisionándole con fuerza el otro seno y su propia expresión de aturdimiento, con los ojos entornados y la boca floja por el acuciante deseo.
Arqueó las caderas para rozarle el sexo contra los músculos abdominales duros como piedras. Sus gemidos resonaron salvajes en el cubículo cerrado mientras la boca masculina lamía y succionaba de manera torturante sus pezones.
Se le cruzó un fugaz pensamiento por la mente: debían estar dándole un espectáculo increíble al personal de seguridad. Pero ni siquiera eso la detuvo; se contoneó aún más frenéticamente intentando satisfacer el palpitante anhelo que le latía acuciante en la entrepierna.
Casi sollozó de frustración cuando él se apartó y la depositó en el suelo.
—Llegamos a tu piso —le dijo.
Por cierto, la puerta del ascensor estaba abierta y una pareja de mediana edad los estaba observando con ojos del tamaño de un plato sopero.
Se arregló la blusa con un movimiento fingidamente imperturbable y siguió a Mike fuera del ascensor.
Mike estaba buscando su habitación y el pasillo correspondiente. Cuando sus miradas se encontraron, sus ojos tenían un brillo inconfundible de diversión.
—Creo que esa pobre gente debe de haber pensado que cogieron un ascensor directo a Sodoma y Gomorra —dijo temblorosa. Después, como si le resultase muy gracioso, estalló en una carcajada; tentada, no pudo detenerse. Mike comenzó a reír también y, de pronto, ambos estaban destornillándose de risa, apoyados contra la pared.
Y antes de que pudiera darse cuenta de nada, Mike la estaba besando nuevamente. Ella buscó anhelante la bragueta mientras él le metía la mano bajo la falda. Jadeó cuando sintió la presión firme de la palma de la mano masculina sobre el sexo.
Abruptamente, él apartó la mano. —Por Dios —dijo estremecido. —A este paso, haremos que nos arresten. —La miró penetrantemente, sin rastro de la sonrisa divertida anterior. —Y no quiero que te corras hasta que me lo ruegues.
La frase pareció golpearle el rostro y bastó para recordarle el propósito que se había fijado. ¿Rogarle? ¿Ella? No lo creía posible.
Karen se apartó de la pared y caminó a lo largo del pasillo hacia su habitación. En tanto no la tocara, podría mantener un mínimo de control.
Cuando se dio cuenta de que él no la siguió inmediatamente, le echó una mirada por encima del hombro.
—¿No vienes? —Él no se dio prisa, pero cuando lo hizo, algo fue muy notable en su andar.
Bien, pensó, sonriendo burlonamente para sus adentros. Alguien iba a pedir misericordia, pero no sería ella.
A pesar de su desliz en el bar, Karen estaba decidida a mantener el control de la situación durante ese encuentro. Lo reconociera él o no, ella era la que llevaba la batuta.
Mientras la seguía por el pasillo, absorto por el contoneo de su perfecto y firme trasero, Mike se preguntó a sí mismo por centésima vez qué demonios iba a hacer. Esa mujer era Karen Sullivan, por mil demonios, la mujer que lo había destrozado y humillado con alguien que había pretendido ser su amigo. Aquello ocurrió once años atrás, pero el mero pensamiento lo enfurecía tanto como para aporrear la pared salvajemente.
Era una devoradora de hombres, una bruja intrigante que había aprendido desde muy joven a masticar y escupir a los hombres a su antojo.
Él era lo suficientemente inteligente y controlador como para caer en sus garras. Pero no podía negar la excitación que le provocaba saber que lo deseaba tanto como él a ella. Así como un hombre no podía fingir una erección, Karen no podía fingir el flujo ardiente que le había empapado la entrepierna de las bragas.
De igual manera, era consciente de que debería marcharse en ese mismo momento. Podría dejarla así, excitada e insatisfecha, pero sabía que no tendría paz hasta que sintiese las paredes suaves de su sexo ciñéndole el miembro.
No era capaz de resistirse a ella, pero podía llevar la voz cantante. La follaría de tal manera que le borraría el recuerdo de todos los hombres con los que había estado. Él no era un imbécil con quien podía joder solo para divertirse.
Permaneció de pie tras ella mientras abría la puerta con su tarjeta e inhaló el dulce perfume a vainilla que emanaba. Un aroma penetrante, mezcla de su perfume a vainilla, a jabón fresco, y del olor de la piel de Karen, de su esencia. Apenas podía resistir la urgencia de sostenerla contra él e inhalar su dulce esencia hasta intoxicarse.
Apenas dio un paso hacia el interior de su suite, ella se abalanzó sobre él y le desabotonó la camisa en tiempo récord. Le besó con fruición cada pulgada que iba dejando al descubierto, bajando hasta la cintura mientras le aflojaba el cinturón. El olvidó la lección que quería darle cuando su imponente erección quedó aferrada por el puño femenino.
—Siempre pensé que exageraba al recordarlo —murmuró al mirar el palpitante pene. Mike embistió el miembro que ella asía con deliciosa presión y brotó de la punta una espesa gota de líquido pre-seminal. Karen se humedeció el pulgar para acariciar la cabeza dolorosamente sensible.
Se le aflojaron las rodillas y maldijo por lo bajo. Había olvidado qué buena era con las manos. A diferencia de otras mujeres que jamás podían encontrar la presión y el ritmo adecuados, Karen era tan buena como si él mismo se masturbase. Pero al brindarse placer a sí mismo, no podía gozar de la erótica visión del falo palpitante ceñido por la pequeña mano de uñas perfectamente cuidadas de Karen.
Mike cerró los ojos para evitar la embarazosa situación de correrse sobre ella. Intentó calmarse apoyándose contra la pared, pero abrió los ojos de par en par cuando sintió su aliento caliente en el glande.
Le trazó círculos alrededor del borde de la cabeza con la legua mientras lo miraba fijamente, desafiándolo a pesar de estar de rodillas frente a él, atormentándolo en su postura de presunta sumisión mientras lo asía con firmeza. Se sacudió tembloroso cuando le recorrió con la lengua la vena que se extendía a lo largo del falo. Brotó otra gota espesa, que ella lamió como si fuese crema dulce.
Mierda. Estaba en serio peligro de perder todo atisbo de control, y aquello acababa de empezar. Luchó para controlarse, intentó separarse de su boca.
—Karen, yo…
Sus protestas se le ahogaron en la garganta cuando los turgentes labios femeninos se cerraron sobre el pene y se deslizaron hasta la base. Se le escapó un gemido que resonó haciendo eco en el techo y buscó apoyo contra la pared. La visión de sus labios turgentes deslizándose hacia arriba y abajo del falo brillante era demasiado. Intentó vanamente pensar en planos, balances y costes de materiales para distraerse de la sensación de esa boca devorándolo hasta la garganta, de esa lengua lamiéndolo y provocándolo con movimientos circulares mientras lo succionaba dentro y fuera de la boca con enloquecedora cadencia.
¡No se suponía que iba a ser así! ¡No quería correrse todavía, maldición! Quería penetrarla, sentirle el coño prieto mientras le rogaba que la follara, que la hiciera correrse.
Pero no tuvo posibilidad alguna cuando Karen le cogió con la boca los cojones, deslizándole un dedo y presionándoselo en ese punto especial que lo hizo explotar como el Vesubio.
Lo succionó y ordeñó hasta la última gota que explotó en la garganta femenina.
Cuando el corazón pareció dejar de latirle desbocado, miró hacia abajo. Karen le clavó una mirada de triunfo. Con una sonrisa burlona, se dirigió a la sala de su habitación.
—Veo que con los años no has logrado poder controlarte mejor —le dijo, socarrona, mirándolo por encima del hombro.
Mike se apartó de la pared y la siguió, maldiciendo su propia debilidad y la susceptibilidad de su polla. Jamás se permitía dejarse llevar así, jamás perdía el control. Únicamente Karen fue capaz de lograrlo, y mucho tiempo atrás se había prometido que jamás volvería a sucederle.
Entrecerró los ojos para admirar su contoneo provocativo. La noche aún no había terminado, así que, teniendo en cuenta que ella había sido tan hábil como para calmarlo en parte, ahora podría controlarse un poco. Había ganado una batalla, pero, qué mierda, no ganaría la guerra.