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RAÚL Y FERNANDO

Raúl Centeno Bayón (11 de junio de 1983) podría haber sido oftalmólogo. Cursó un año de Óptica en una universidad madrileña, pero pronto abandonó los estudios para seguir los pasos de su familia. Raúl se había criado en el cuartel de la Guardia Civil en Batalla de Salado, en Madrid, junto a sus padres José y Blanca, y su hermano mayor. Su familia procede de Grulleros, un pueblo de poco más de 400 habitantes situado a unos 10 kilómetros de León, donde nació su padre y donde muchas de sus familias tienen miembros en la Benemérita. Florencio, un ex guardia civil y tío del padre de Raúl, convenció a muchos chavales para alistarse en el Cuerpo.

Raúl quería ser guardia civil y lo consiguió. Ingresó en octubre de 2003 y pasó su periodo de formación en la Academia de Guardias y Suboficiales de Baeza (Jaén). Su primer destino fue el cuartel de Moraira (Alicante), donde llegó en junio de 2004. Luego sirvió en Madrid, cerca de su familia, en el municipio de Collado Villalba, entre julio de 2005 y principios de 2006, etapa que compatibilizó con el periodo de formación en los GAO. Fuera de sus obligaciones, era un chico normal. «Le encantaban los niños y el deporte, sobre todo el surf. Siempre que tenía un fin de semana libre se iba a Alicante para estar con los compañeros que allí dejó cuando estaba destinado. Pero también era muy casero, le gustaba estar en casa con nosotros y su hermano, viendo al Atleti o series de televisión. O comiendo con nosotros sus platos favoritos, la fideuá, las patatas con conejo, las croquetas y los caracoles rellenos que yo le preparaba. O la tortilla de patata, eso sí, siempre con mayonesa», rememora su padre José, que trabaja en el UPROSE, una unidad de la Benemérita que da protección a edificios oficiales.

Lo primero que pedía Fernando Trapero Blázquez (19 de septiembre de 1984) cuando regresaba a casa de sus padres después de una operación en Francia, era un plato de comida decente, «de cuchara, como él decía», recuerda su padre Fernando. «Era un “cocinillas”. Le encantaba la pasta». Su familia es oriunda de El Tiemblo (Ávila). Se les conoce como los periquillos, un apodo muy usado en ese municipio para los vecinos que no son muy altos de estatura. Además de Fernando y de su padre, su cuñado (el marido de su hermana) también es guardia civil. Y un primo de Fernando, y otro primo del padre. «Nuestra intención fue que acabara de estudiar Bachillerato y posteriormente se presentara a la Academia General Militar de Zaragoza, pero él siempre decía lo mismo: ¡Quiero ser polilla!».

Después del plato de cuchara, charla de sobremesa hablando de fútbol. «Aunque yo soy del Atleti, él se hizo del Madrid», explica su padre. Su destino podría haber sido otro. «Se le daba bien estar bajo palos. Podría haber sido profesional. De hecho, era el titular de un equipo catalán, y su suplente de entonces está ahora en Primera División». Fernando ya despuntaba bajo palos con 13 años. De juvenil era el portero titular de la selección de la comarca catalana del Alcamp. Un año más pequeño que Raúl Centeno, Trapero ingresó en la Benemérita en septiembre de 2004, formándose en el Colegio de Guardias Jóvenes Duque de Ahumada, en Valdemoro (Madrid). Fernando juró en junio de 2005 como componente de la 87.ª Promoción del Colegio. «Era un alumno que deja huella. No muy ruidoso, pero era muy afable y divertido, una buena persona. Le encantaba gastar bromas honestas y luego siempre le cazaban. Recuerdo que se ponía muy colorado cada vez que lo pillaba en alguna de esas. Como alumno estaba entre los buenos, era responsable y aplicado. Sin duda, un buen chaval», explica Francisco, uno de sus profesores. «Recuerdo que un día alguien se había entretenido en cambiar los libros de los pupitres. Un alumno me llamó la atención. “Mi alférez”, me dijo, “este no es mi libro”. “Ni el mío”, señalaron otros alumnos, salvo Trapero, que permanecía sin levantar la vista. Yo le pregunté: “Trapero, ¿no habrás sido tú?”. No hizo falta que respondiera, ya que al levantar la mirada fue delatado por el color de su rostro, que parecía un tomate. No recuerdo si fue sancionado por esa pillería. Los alumnos tienen 10 puntos al iniciar el curso y por cada infracción en su comportamiento se le van restando. Creo que le cayeron 0,20 puntos por esto».

Su primer destino como guardia en prácticas fue en el puesto de El Pont D’Armentera (Tarragona), donde estuvo entre junio de 2005 y junio de 2006. Allí trabajaba a 12 kilómetros del cuartel donde estaba destinado su padre. Luego sirvió en Madrid, en la primera sección de seguridad de la compañía de embajadas, hasta diciembre de 2006, cuando finalizó su periodo de formación de tres meses en los GAO. Lo superó y tuvo su primera misión en Francia el 7 de diciembre de ese año. «Era un chico excepcional. Cuidaba sus amistades y a su familia, sobre todo a su sobrina. Tenía una novia con la que pensaba casarse, incluso ya tenían piso…», recuerda su padre.

«Si lo llega a hacer en castellano le dejo tieso»

Raúl y Fernando representaban a la perfección el perfil de agente que entra a servir bajo el emblema de los GAO, el grupo de élite de la Guardia Civil creado en 1991 (heredero del GOSSI), asignado a la lucha antiterrorista y cuyo principal trabajo consiste en infiltrarse en Francia a la caza de los comandos etarras. Se trata de agentes muy jóvenes, de unos 23 años de media cuando entran y la mayoría hijos del Cuerpo, donde la lealtad está fuera de toda duda (el padre de Raúl es guardia y el de Fernando, subteniente). Ambos se presentaron voluntarios a los GAO y en el año 2007 llevaban ya varios meses trabajando en Francia en la lucha contra ETA, apoyando a la Unidad Central Especial 1 (UCE-1). Los servicios de información de la Guardia Civil tienen adscritos a 2200 agentes, pero apenas 200 son GAO.

Los dos tenían claro desde el principio lo que querían ser y dónde querían estar, pese a los riesgos que eso supone. No solo por el peligro inherente de perseguir terroristas, sino porque este trabajo anónimo conlleva muchas veces otros sinsabores personales: muchos días con sus noches fuera de casa y la soledad que implica no poder compartir con nadie los riesgos, inquietudes, alegrías y decepciones. Saben que el anonimato y la discreción priman, incluso ante los amigos y familiares.

Siempre a las órdenes de un teniente coronel, la misión del GAO consiste en materializar los apoyos técnicos que precisen las distintas unidades. Traducido a un lenguaje más sencillo, consiste en practicar seguimientos, colocar cámaras espías y balizas indetectables en vehículos, colarse en pisos y colocar micrófonos, pinchar teléfonos… «Un GAO fue capaz de seguir a una persona desde Pamplona al metro de París durante varios días sin ser detectado. Ese es nuestro trabajo. Llaman a los GAO cuando ya no hay otra opción», sentencia un agente de este grupo. El objetivo de su formación es convertirlos en especialistas en informática, electrónica, idiomas, resistencia psicológica y física. La preparación física es primordial y la selección para integrar esta unidad es muy minuciosa. A Raúl le gustaba mucho el surf, el boxeo y el judo (era cinturón negro). Fernando era un motorista experto, aunque un accidente casi le cuesta la vida. Pertenecía al equipo de motos de la academia de Valdemoro, y en una exhibición en Cáceres tuvo un golpe gravísimo que le llevó al hospital y a una baja de tres meses.

Los mandos y los profesores suelen hacer una primera selección en la academia, sin que los propios “polillas” lo sepan. Su misión es “marcar” al aspirante ideal. Luego el destino decide muchas veces. «Y la preparación. Cuando yo me presenté había 877 candidatos. Solo nos cogieron a nueve», explica un agente. Con Fernando, por ejemplo, solo aprobaron otros siete candidatos.

Los que son finalmente seleccionados empiezan un primer curso de formación de tres meses, tras el cual se hace una primera criba. Después comienza un duro proceso de especialización que puede durar hasta un año. «Si en algo destacaban Fernando y Raúl era en su perseverancia y disponibilidad. Siempre amables, sin una salida de tono, dos personas con mucha calma y serenidad. Creo que eran dos tipos optimistas y con ganas de vivir», destaca un compañero. Si terminan la especialización se les asigna otro destino para consolidar la plaza en País Vasco o Navarra. «Ya a este nivel se requiere una cualificación técnica, física y mental muy exigente». El programa de estudios es severo. Aunque es cierto que el capítulo de idiomas es una asignatura pendiente. Hay especialistas que controlan el euskera, clave para traducir los documentos que se incautan a la banda terrorista, pero pocos agentes hablan el francés con fluidez, algo que parece insólito teniendo en cuenta que su escenario laboral es Francia. Nunca deben cometer la torpeza de no hablar en francés cuando están en Francia, aunque el acento y la pronunciación no estén muy trabajados. Los etarras se mueven muchas veces por pueblos pequeños, donde nunca se ve a un español, sobre todo en invierno. Y se fijan obsesivamente en ese detalle.

Muchos instructores de los GAO cuentan siempre la misma anécdota del sanguinario jefe etarra Francisco Javier García Gaztelu, alias “Txapote”, que asesinó a sangre fría al joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco. En una reunión entre “Txapote” y otro miembro de ETA, en el municipio de Anglet, en el sur de Francia, el líder etarra se mosqueó con un tipo al que había visto varias veces en distintos bares. Para comprobar si era “txakurra” (“perro” en euskera, término despectivo para referise a la policía), se quitó el reloj, se lo dio a su compañero y se acercó al sospechoso a preguntar la hora. El parroquiano le contestó en un francés perfecto. «Si lo llega a hacer en castellano le dejo tieso allí mismo», sentenció “Txapote”. Fernando y Raúl no controlaban muy bien el francés. Conocían las palabras y giros básicos. Fernando, por ejemplo, seguía el consejo paterno y si estaba en una situación comprometida utilizaba el catalán, idioma que dominaba con soltura.

Es básico que los GAO también conozcan la historia de ETA y su estructura organizativa en el momento actual, amén del nombre de los terroristas, sus alias, sus biografías y sus trayectorias. Y, sobre todo, el lenguaje que utilizan. Por ejemplo, es indispensable conocer que “Halboka” es el aparato de ETA creado en 2002 como sustituto del aparato de “Makos” y que se encarga de gestionar todo lo referente al colectivo de presos etarras, el EPPK. Y que “Halboka” tiene dos subestructuras dependientes: “Txanpa” y “KT”. La primera es el espacio de dinamización y gestión que aglutina a todas las organizaciones y agentes sociales que luchan a favor de los presos, ex presos y huidos de la banda. Esta subestructura cuenta con una representación institucional constituida por las organizaciones “Askatasuna”, “Etxerat”, “TAT” y “Behatokia”. El KT es la subestructura encargada de coordinar a los presos y ex presos de la banda, haciéndolo a través del colectivo de Presos EPPK. Está formado por entre 20 y 30 presos, algunos de los cuales son elegidos como interlocutores. Un miembro del “KT” tiene que formar parte de “Txanpa”. Es pregunta de examen. Si fallas, tienes muchas papeletas para dejar el grupo.

Todos los agentes de los GAO están sujetos a la Ley de Secretos Oficiales. No hablar nunca de tu trabajo es una de las principales premisas para pertenecer a la élite. Y también la disponibilidad absoluta para cometer alguna ilegalidad. «No debe haber restricciones morales y religiosas. No en este trabajo. Hay que estar dispuesto a cometer un mal menor para combatir un mal mayor», explican en los GAO. Mateo es un guardia que lleva más de 15 años en el Cuerpo. Ahora trabaja protegiendo unas instalaciones muy importantes. Quería ser GAO y así lo solicitó cuando tenía 23 años. «Pasé una primera entrevista. Fue algo sorprendente. Muchas de las preguntas eran sobre si estaba dispuesto o no a cometer ciertas irregularidades. Pensé las respuestas. No sabía si responder lo que yo pensaba o lo que ellos querían oir. Al final respondí lo que creía, que no estaba dispuesto a saltarme la ley. La entrevista acabó con el típico “ya te llamaremos”. No volví a saber nada del GAO. Obviamente no daba el perfil», explica.

El informático de ETA

La informática y la electrónica son asignaturas estrella. ETA ha aprendido a utilizar códigos para encriptar sus comunicaciones y sus documentos por si son interceptados y es parte del trabajo de los GAO saber contrarrestar esta amenaza. En 2007 ETA se había especializado, y mucho, en esta materia. Un empleado del diario Gara, el donostiarra Arkaitz Landaberea Torremocha, era el informático de cabecera de otro jefe etarra, “Thierry”. Landaberea pertenece al comando Urruti, que no sería desarticulado hasta diciembre de 2008. Fue él quien realizó un manual de uso del sistema de encriptación PGP (Pretty Good Privacy), de 16 páginas y escrito en euskera, y se lo envió a “Thierry” para que los dirigentes etarras y los comandos encriptaran sus comunicaciones internas, ordenadores y las memorias USB que se utilizan para transmitir órdenes. Durante todo 2006 y 2007, los miembros del comando Urruti mantuvieron hasta cinco reuniones en Francia con enviados de la cúpula etarra, concretamente en los municipios de Hendaya, Hossegor, Biarritz, Archacon y… Capbreton. En una de ellas entregaron a “Thierry” este manual.

La importancia de conocer todos los programas informáticos que codifican la información es vital para la Guardia Civil. De la rapidez con la que se descifren los documentos incautados depende por ejemplo la localización de zulos o conocer los objetivos de los comandos. ETA empezó a usar el programa PGP en 2005. El ordenador que llevaba un etarra ese año estaba protegido con este sistema. Se tardó cuatro años en acceder a toda su información. Los servicios de información de la Benemérita disponen de sofisticados programas descodificadores, que incluyen diccionarios para rastrear millones de posibles contraseñas, aunque la experiencia revela que las claves empleadas por los etarras para blindar sus ordenadores son cada vez más inaccesibles. Atrás quedaron los tiempos en los que ETA usaba letras de canciones abertzales como contraseñas.

Detectores de mentiras

Raúl Centeno y Fernando Trapero también pasaron los exámenes de informática para entrar en los GAO. A pesar de su juventud (ya estaban plenamente operativos con 24 y 23 años), los dos agentes habían sido capaces de pasar las pruebas más variopintas. Su capacidad para mentir y engañar debe ser alta, una capacidad que es medida con tensiómetros y detectores de mentiras. También deben ser capaces de memorizar matrículas con reglas mnemotécnicas, lanzarse de coches en marcha, reducir su silueta de tiro para ser un objetivo más difícil e incluso disparar con los dos ojos abiertos para tener un campo de visión más amplio. Pruebas y más pruebas. Una de ellas, mirar durante horas una pantalla de ordenador siempre con la misma imagen. El objetivo, ser capaz de controlar tu propio sueño. El que se duerma, a la calle.

La vida de un GAO en Francia puede llegar a ser de una dureza terrible. Una cosa es lo que te enseñan y otra lo que vives en el día a día. Aunque las operaciones en Francia se han llegado a reducir a pocas semanas hasta que llega el relevo, la jornada laboral de un GAO no es de ocho horas cinco días a la semana. Se han llegado a dar casos de 70 días consecutivos de trabajo sin librar o de operaciones de tres semanas viviendo como simples estudiantes españoles de vacaciones en campings franceses. Lo peor lo pasan las familias, que no saben nada de ellos durante muchos días. «El trabajo operativo es para los jóvenes solteros, los casados no aguantan», explica un ex miembro de los GAO. Por poner un ejemplo, Fernando ha trabajado en agosto de 2007 24 días seguidos en una operación en Cahors, Francia. Jornadas que comienzan a las seis de la mañana y que acaban a medianoche elaborando el informe de lo que se ha hecho durante el día. Los seguimientos y las esperas en puntos clave también forman parte de su rutina diaria. Horas y horas en vehículos para conseguir identificar a un coche, un terrorista o tomar una foto de él. «La gente ve en el telediario la detención de un etarra, pero no sabe, por ejemplo, que te has tenido que pasar un mes en una furgoneta camuflada sin poder salir meando en botellas. Es lo que hay. Esto es vocacional».

Un ex agente de los GAO, actualmente en la UCE-1, ahonda en esta posición desmitificadora y se muestra muy crítico con el funcionamiento de este supuesto cuerpo de élite: «Todos los GAO al principio están en situación de comisionados o agregados, es decir, pertenecen a la unidad aunque están destinadas en otras. Esta situación es ideal para los mandos, que así se aseguran una plantilla dócil, donde jamás se cuestiona una orden por ridícula que sea porque supondría tu baja inmediata en la unidad. Ahí tienes la clave de por qué Trapero interrumpe sus días de descanso para subir de nuevo a Francia y Centeno tiene que darse de alta médica para viajar también a Francia. No es un acto heroico, ni altruista, si se hubieran negado les mandan de una patada en el culo a su unidad de origen. Los GAO no son la élite, son los pringaos que hacen las “tronchas” (guardias) interminables. El perfil que buscan los mandos es de tíos grises y “marranillas”, como me dijo a mí mi instructor. Nos cogen muy jóvenes y nos tienen en situación de comisión de servicio incluso durante años hasta que se consolida la plaza. Es una aberración».

En definitiva, un destino peligroso, que genera mucha tensión y para la gran mayoría mal pagado. Al final de mes, 2000 euros a la cuenta corriente, y unos 180 euros de dieta diaria cuando se está en Francia, para tres comidas y alojamiento. Eso sí, dinero que tienen que adelantar y que se cobra un par de meses más tarde. Salario base, más plus de productividad y otro de especialidad que puede suponer en algún caso excepcional 6000 euros al mes, aunque la gran mayoría de ese dinero se va en dietas. El lema entre las nuevas promociones de guardias es «BLV»: búscate la vida. Y si consultas a los superiores, la respuesta suele ser siempre la misma: «actúa según proceda».

Los dos hacían bien su trabajo y contribuyeron al éxito de muchas operaciones. Raúl había sido propuesto para una medalla blanca de la Guardia Civil por los servicios prestados y una medalla de oro por acto de valor y sacrificio en Francia. La primera por su participación en junio de 2007 en la desarticulación del último comando de los GRAPO, el grupo terrorista de inspiración maoísta. Dos de los arrestados, Jorge García Vidal e Israel Clemente López, fueron los autores materiales del asesinato de la zaragozana Ana Isabel Herrero, esposa del empresario Francisco Cotell, el 6 de febrero de 2006 en Zaragoza. La segunda medalla era por desarticular la fábrica de bombas de ETA en Cahors. Fernando también poseía una medalla blanca por los servicios prestados en Cahors. «Están allí y hacen lo que hacen, sufren las penas que pasan, experimentan sacrificios y riesgos. No venden su trabajo, no hacen publicidad, muy pocos saben y reconocen su profesionalidad», concluye con orgullo el padre de Trapero.