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LA HUIDA
(1 DE DICIEMBRE - 5 DE DICIEMBRE)
Todo ha sucedido en cuatro minutos, entre las 9.03 y las 9.07 de la mañana. Dos asesinatos más en la trayectoria de ETA. Otros dos crímenes que no servirán para nada. Raúl se ha convertido en la víctima 820 de la barbarie terrorista (una larga lista que comenzó en 1968). Fernando será la número 821 en apenas cuatro días, cuando muera en un hospital francés. Dos números más en la estadística. Desgraciadamente no serán los últimos. ETA aún asesinará a 8 personas más. En total, 829 peronas muertas, 209 de ellas agentes de la Guardia Civil.
Los tres etarras comienzan la huida de Capbreton. Han asesinado a dos guardias civiles y saben que en cuestión de minutos los compañeros de los agentes asesinados y toda la Policía francesa se echará sobre ellos.
El Peugeot 307 de color gris sale del aparcamiento acelerando y enfila por el bulevar Des Cigales hasta la avenida de Verdún para salir a la A-63. Asier va al volante, “Ata” a su lado, con el cañón de su pistola aún caliente, y Saioa detrás. Recorren 88 kilómetros dirección norte y llegan a las 10.40 al pequeño pueblo Haut-Mauco. Lo más urgente ahora es cambiar de coche.
Una historia que contar a tu hijo
Antes de arrancar su coche (un Peugeot 307 ranchera de color azul), la treintañera Stéphanie Tilhet-Coartet sintoniza tranquilamente la radio. Acaba de salir de la peluquería, no tiene prisa y el único contratiempo amable de la jornada es la lluvia que no para de caer. De repente, un coche se detiene detrás del suyo bloqueándole la salida, y un hombre, que se hace pasar por policía, se mete en su vehículo por la puerta del copiloto. Stéphanie, que se da cuenta inmediatamente de que la están intentando robar, alcanza a mantener algo de sangre fría para preguntarle a “Ata” si se puede llevar el mando de su garaje, guardado en la guantera, antes de que le quiten el coche. “Ata” acepta y Stéphanie sale del vehículo. Asier se entrega entonces a una surrealista escena de logística familiar. Como si fuera un padre preparando las vacaciones, desmonta la sillita para bebés del coche de Stéphanie, y lo traslada, junto a un carrito de paseo, al vehículo con el que han viajado desde Capbreton. Terminado el traslado de bultos, meten a Stéphanie, todavía paralizada por el terror, dentro del maletero. Cuatro testigos presencian el secuestro.
Los etarras abandonan el coche antiguo en la plaza junto a la iglesia y siguen camino a bordo del nuevo Peugot, con Stéphanie gritando en el maletero. El coche abandonado está lleno de pruebas inculpatorias. Los investigadores franceses encontrarán cigarrillos Camel de Saioa, un temporizador, material para falsificar matrículas, dos catálogos con información sobre componentes electrónicos y una bolsa con un kilo de cloratita. Asier ha sido el más torpe, ya que se ha dejado su cepillo de dientes en una bolsa de plástico a los pies del asiento del copiloto, que serviría para identificar su ADN sin ningún género de dudas. “Ata” dejará sus huellas digitales en un catálogo de material electrónico y en unas gafas de pasta blanca. Seguramente “Ata” usaría las gafas para intentar disimular su aspecto. Este tipo de trucos viene recogido en un inclasificable manual de «maquillaje contra el enemigo» editado por ETA en 2007 y dado a conocer por Informativos Telecinco. Además de recomendar el uso de pelucas, barbas o bigotes postizos, el manual enseña cómo usar cremas para cubrir cicatrices; cómo redondear una cara, alargar las facciones o disimular la forma triangular de un rostro; cómo fijar el látex a la cara para modificar pómulos, narices o barbillas. El documento, muy extenso, posee el tono coloquial y el vocabulario propio de una Super Pop para adolescentes con problemas de acné, de donde seguramente procedan pasajes enteros copiados literalmente: «tened siempre a mano un pañuelo de papel para quitar los fallos que cometamos al maquillarnos… y no olvidéis que siempre es mejor un maquillaje insuficiente, corregible en todo momento, que andar limpiando un exceso de maquillaje (…) sirve para pieles no muy grasas o cuando no hace mucha (sic) calor (…) es ideal en días de calor».
Los etarras continúan su huida por carreteras secundarias y realizan la primera parada para sacar del maletero a la señora Tilhet, que no ha parado de gritar en todo el viaje. Le cubren la cabeza con la capucha de su abrigo y la sientan en la parte trasera del coche, junto a Saioa, «que me hizo comprender con un gesto que no la mirara». Pero Stéphanie la mira y pudo dar luego una detallada descripción de ella: «1,65 de estatura, muy delgada, de pelo rubio-castaño claro con mechas rojizas y muy corto, unos pendientes grandes de aro plateados, cuatro brazaletes plateados en su brazo derecho, y vestía pantalón negro con finas rayas, una parka marrón… y esmalte de uñas de color rosa». Stéphanie se fija también en que es el copiloto quien da órdenes al conductor (Asier conducía y “Ata” le indicaba por dónde ir) y que durante todo el viaje «iban escuchando la radio española», seguramente las noticias sobre el atentado de Capbreton. Stéphanie no para de sollozar y Saioa intenta tranquilizarla diciéndole que esta noche estará en casa con su marido e hijos. A continuación le pide el móvil, le quita el chip y lo tira por la ventana. Stéphanie, que escucha en la radio la señal horaria de las 12 de la mañana, no sabe quiénes son sus secuestradores, pero tiene la certeza de que la van a matar.
En torno a las 12.50 horas llegan a la localidad de Léognan, a diez kilómetros al sur de Burdeos. Luego siguen dirección norte, de nuevo por carreteras secundarias. Los terroristas deciden finalmente dejar a la señora Tilhet en un bosque del municipio de Saucats, atada a un árbol y amordazada con un gorro en la boca. En ese momento le comunican que son miembros de ETA. «Les dije que iba a morir, que nadie me iba a encontrar, y me respondieron que era joven, que iba vestida, que no hacía frío y que necesitaban dos horas de tiempo», señalaría después a la Policía gala. Uno de los dos chicos, seguramente “Ata”, se despidió con un «así esta noche tendrás una historia que contar a tu hijo».
A la caza de los terroristas
Mientras tanto, la Policía francesa ya ha activado el Plan Epervier (Gavilán) para intentar localizar por tierra y aire a los tres asesinos de Capbreton. Cerca de 1500 agentes y dos helicópteros al mando del coronel Véchambre se sumarán en los próximos días a la operación de búsqueda. La Policía Judicial de Bayona ha enviado una alerta a todos los servicios regionales con los pocos datos disponibles: un coche gris y con matrícula terminada en 33 ha huido precipitadamente del parking de la cafetería.
El mismo día del asesinato los servicios antiterroristas franceses tomarán declaración a 20 testigos, a los que enseñarán hasta 193 fotografías de etarras. No habrá mucha suerte, ya que en esta primera toma de contactos nadie identificará a ninguno de los tres implicados.
En España, a las 9.30 horas, suena el móvil del teniente coronel al mando de UCE-1. Un enlace de la Policía francesa le dice que ha habido un tiroteo en Capbreton y que «algo va mal». Rápidamente llama al oficial que está al mando de la unidad desplegada en Capbreton y le pregunta qué ha pasado. «Que yo sepa nada», le responde. «Llama uno por uno a los de tu equipo», ordena el teniente coronel. Pocos minutos después el oficial en Capbreton le devuelve la llamada y le informa de que todos los miembros del equipo han sido localizados menos dos agentes: Raúl Centeno y Fernando Trapero, que no responden al móvil (sus teléfonos serían luego encontrados en el salpicadero del lado del copiloto).
A las 10.00, suena otro móvil. Es el del comandante Cubillo, jefe de prensa de la Guardia Civil. Al otro lado está Rosa Lerchundi, Jefa de Nacional de Telecinco. Le acaba de llamar su corresponsal en el País Vasco, Toño, informándole de que una fuente le ha dicho que ha habido un atentado contra la Guardia Civil en Francia. Cubillo todavía no sabe nada de lo ocurrido, pero pronto comienza un goteo inacabable de llamadas que le confirma la noticia. Se crea un equipo de crisis en un despacho del Ministerio del Interior, liderado por el secretario de Estado Antonio Camacho. Hay que avisar a las familias.
Fernando Trapero, el padre de Fernando, está desayunando en la cafetería Yakarta, en el pequeño municipio abulense de El Tiemblo. Fernando es un asiduo del local, situado junto al cuartel de la Guardia Civil y a cinco minutos de su casa. Le gusta a ir a diario a tomar un café cortado, leer la prensa y charlar con los parroquianos. Las malas noticias llegan pasadas las 11 de la mañana. Mientras Fernando charla con José, el dueño, entra su esposa Estrella en la cafetería, nerviosa, alterada, fuera de sí. «Fernando, vámonos, los de la ETA han asesinado a tu hijo».
A 90 kilómetros de El Tiemblo, en Madrid, los padres de Raúl hacen planes para pasar el sábado. Quizás se acerquen a El Escorial a comer. Suena el teléfono. Raúl ha sufrido un atentado en Francia y está muerto. Poco después la noticia empieza a circular por los medios de comunicación.
Alfredo Pérez Rubalcaba está participando en una reunión de ministros del Interior del G6 (Francia, España, Alemania, Italia, Polonia y Gran Bretaña) en Berlín cuando una llamada le interrumpe. Es su número dos, el secretario de Estado Antonio Camacho. Le informa brevemente de que han matado a dos guardias civiles en Francia, y que no hay muchos más datos de momento. Rubalcaba cruza una mirada con Michèle Alliot-Marie, que lleva nueve meses al frente del ministerio del Interior galo. Ella también acaba de recibir una llamada. Ambos salen de la reunión y Michèle le confirma la noticia.
Esa misma tarde, el ministro Rubalcaba llega a Capbreton. «Recuerdo perfectamente ese día. Era una tarde horrible, desapacible, oscura, con muchas nubes y el coche de los agentes tapado con un plástico blanco. Nunca se me olvidará esa imagen». Aunque el doble crimen se ha producido por la mañana a primera hora, el cuerpo de Raúl, inerte, sigue en el lugar del crimen. Es el protocolo francés: no se retira el cuerpo de la víctima hasta que se recoge la última prueba del escenario del asesinato. Fernando está en coma, en el hospital de Bayona. «Luego fuimos al centro médico. Allí estaban las dos familias y los compañeros de Centeno y Trapero. Tuve con ellos una reunión dura, tensa. Salió a relucir el tema de las armas. En esa etapa, los agentes españoles no portaban armas en las operaciones en Francia. Este crimen sirvió para cambiar muchas cosas en ese sentido. Se consiguió un acuerdo para mejorar el protocolo de seguridad de nuestros agentes en suelo galo», señala el ya ex ministro.
A esas horas, todas las sospechas recaen sobre “Txeroki”. Solo un jefe etarra de su importancia ha podido ordenar o ejecutar un crimen así. Los servicios de inteligencia de la Guardia Civil saben que “Txeroki” tiene la costumbre de reunirse in situ con sus comandos para darles las últimas órdenes e instrucciones. La incertidumbre crece entre la cúpula de la Benémirita. ¿Es posible que Trapero y Centeno se hayan dado de bruces en la cafetería con “Txeroki” y otros terroristas?
La misma mañana, en Madrid
A las 13.26 horas, los etarras Mattin Sarasola e Igor Portu estacionan un Kia Picanto en el parking de El Corte Inglés de Nuevos Ministerios, en Madrid. Seguramente han oído en la radio del coche el atentado de Capbreton, pero siguen adelante con su plan de inspección para un futuro atentado. Las cámaras del aparcamiento graban la llegada del coche, que estacionan muy cerca del centro comercial, con el maletero enfilando a El Corte Inglés (como se aparcaría un coche bomba para que la onda expansiva fuera más letal). Estuvieron solo una hora, investigando el terreno, como les había ordenado “Txeroki”. Regresaron esa misma tarde a Irún, donde habían alquilado el coche la tarde anterior. Hay que devolver el vehículo antes de la ocho de la tarde para no pagar recargo.
Noche en Toulouse
Después de haber dejado a la señora Tilhet en un bosque, los tres terroristas prosiguen camino hacia Talence, curiosamente la localidad natal del jefe de la policía antiterrorista, Frédéric Veaux. Abandonan el coche[13] en una barriada de viviendas y se dirigen a Burdeos, donde el grupo se rompe. Las fuerzas de seguridad buscan a tres personas, así que lo más sensato es dividirse. “Ata” desaparece como un fantasma. Es uno de los jefes, tiene privilegios y decide ponerse a resguardo mientras abandona a sus compinches. Seguramente seguirá su camino en solitario a uno de los múltiples pisos francos que ETA tiene en la zona.
La situación de Saioa y Asier es distinta. Son dos simples peones en la organización, deben buscarse la vida por su cuenta y no tardarán en cometer otro error. Están tan desesperados que llaman al móvil de Thomas Abadía[14]. Gracias a esa llamada, registrada en la memoria del móvil, la Policía francesa pudo descubrir el piso franco de Toulouse. Los jóvenes etarras deberían haber previsto que las Fuerzas de Seguridad no tardarían en llegar a este escondite si eran detenidos. Pero no se deshicieron del móvil y, como consecuencia, dejaron al descubierto su cuartel general.
Esta llamada, junto a un billete de Metro de Toulouse fechado el 1 de diciembre, encontrado luego en poder de Asier, indica que los etarras pasaron la primera noche de huida en el piso de Toulouse, donde ya habían residido anteriormente. Seguramente sus ocupantes les recriminaran su torpeza y les obligaran a marcharse. Después de su visita, la casa ha dejado de ser un refugio seguro y hasta los propios inquilinos la abandonarán en breve.
La cúpula etarra se deshace de Asier y Saioa pero les facilita un nuevo coche, un Renault Clio verde con el que salen de Toulouse la tarde del 2 de diciembre. El vehículo había sido robado un mes antes, el 5 de noviembre, en la localidad de Lombez (Gers), pero tampoco es muy seguro, porque lleva matrícula falsa.
Robo de un coche
No hay ninguna pista de los dos etarras durante todo el domingo día 2. A las 11 de la noche son avistados y seguidos durante unos kilómetros por una patrulla policial en la ciudad de Réquista, a 120 kilómetros de Toulouse. La oscuridad les ayuda a huir y pasan la noche en el campo. El lunes día 3 de diciembre Saioa y Asier reaparecen en la localidad de Vaudres de Gabillou (Dordoña), un pequeño pueblo de apenas 100 habitantes situado a 168 kilómetros al noreste de Burdeos. Su huida no tiene sentido. Parece que están dando tumbos.
Los terroristas, que siguen armados, quieren deshacerse de su Clio y robar un nuevo vehículo. Eligen un Volkswagen Golf de color negro matrícula 8648 VA 24 aparcado frente a una tranquila casa de campo en una zona desierta. Las puertas están abiertas y las llaves en el salpicadero. Pero ahí acaba su buena fortuna. El dueño del Golf, Sebastian Henri, un veinteañero que trabaja de peón construyendo carreteras y es concejal de su pueblo, está comiendo en la cocina de su casa cuando escucha su vehículo arrancar. Sabe perfectamente cómo suena su querido Golf y sale disparado gritando y gesticulando. Comienza entonces una esperpéntica escena de acción. Asier está dando marcha atrás para girar y salir acelerando cuando de repente aparece Sebastian, que abre la puerta del copiloto y de un salto se mete dentro. Asier va armado. Los dos forcejean mientras el coche circula por el camino de acceso a la casa de la familia Henri. Asier consigue sacar su pistola con una mano mientras con la otra coge el volante y le grita a Sebastian «cállate» en español. Suena un disparo que sale por el cristal delantero. Tras recorrer unos 200 metros, el Golf se sale del camino y cae en un pequeño foso. Los airbags se abren y dejan un poco aturdido a Sebastian. Son las 12.45 de la mañana. En esos momentos hace su aparición Saioa en el Renault Clio, baja del vehículo y encañona a Sebastian. Asier consigue salir primero del coche y se monta con Saioa. La pareja no solo no ha conseguido un nuevo coche sino que además ha delatado su posición. Saben que el joven que acaba de plantarles cara avisará a la Policía y les dará todo tipo de pistas y detalles. Se empieza a cerrar el círculo.
En efecto, Sebastian describiría a Asier como «un hombre de 25 años, la piel mate, delgado, con el pelo muy corto con una calvicie incipiente y las cejas pobladas». Sobre Saioa dirá que «tendría como unos veinte años, de pelo rubio, delgada y 1,65 de estatura». No solo eso, sino que además Sebastian pudo dar pistas sobre el número de matrícula. Los etarras han cambiado la placa falsa del Renault Clio por otra matrícula igualmente falsa: 299 AKJ 31. El testigo diría que el número era 911 AKJ 31. No iba mal encaminado.
Los etarras siguen huyendo con un coche fichado por la policía, lleno de pruebas comprometedoras y apenas les queda gasolina. Saioa se ha cortado el pelo «con unas tijeras dentadas de peluquero» y se lo ha teñido con mechas rojizas para cambiar su apariencia (en el coche se hallarán mechones rubios, restos de tinte y dos máquinas de afeitar desechables). Asier se ha afeitado la perilla, pero al tener la piel muy morena le ha quedado en su lugar una gran marca blanca.
Pasan la noche del lunes en un bosque y amanecen al día siguiente, martes 4 de diciembre, cansados, sucios, frustrados y abandonados a su suerte. Deciden volver a Toulouse a pedir ayuda a la dirección etarra, pero el piso de “Txeroki” ya está vacío. Vuelven a la carretera y sufren un accidente en Blan, a 60 kilómetros del este de Toulouse y a 358 kilómetros de Gabillou, donde habían intentado robar el Golf negro el día anterior. El vehículo derrapa en la calzada mojada y cae en una zanja. «Íbamos bastante rápidos y por carreteras pequeñas. Creo que le hice una pregunta a Asier o le distraí (sic) un momento y se le fue el coche. Intentó controlarlo, pero nos dimos una buena hostia», declararía después Saioa.
Abandonan el coche lleno de pruebas comprometedoras: a Policía hallará en su interior 142 casquillos de bala disparadas en prácticas de tiro[15], dos detonadores artesanales, bolsas de basura con cables eléctricos, petardos de mecha, una diana para hacer prácticas de tiro, juegos de matrículas falsas y varios chips de teléfonos móviles, incluyendo los utilizados para llamar al piso de Toulouse, lo que permitirá a los servicios antiterroristas franceses localizar el piso franco de ETA. También hay equipo de acampada y montaña procedente de la tienda robada en Bischoffsheim. Como broma macabra, en el Clio también se hallan dos ejemplares del diario francés La Depeche Du Midi abierto por una página con el titular L’ETA a tué á Capbreton (ETA ha matado en Capbreton).
«Venían de un poco más arriba de Madrid»
Tras sufrir el accidente, a los etarras solo les queda la posibilidad de hacer autoestop. Dominique, una agricultora de la zona, les lleva hasta Revel, donde podrán coger un autobús que les llevará a Rodez. Pero nada más dejarles en el pueblo, la amable ciudadana llamará a la Policía. Ella también ha visto las noticias y ha sospechado del mal francés con fuerte acento español en el que se han expresado los dos jóvenes. «Durante el trayecto no dijeron casi nada. Pero, cuando la joven bajó del coche, solo indicó que quería telefonear a su abuela». La agricultora describió detalladamente a los dos terroristas: «él 1,70 de estatura, de complexión media, 30-35 años, pelo moreno corto pero sin estar cortado al rape, con el flequillo hacia un lado, tez mate, afeitado, labios poco gruesos. Llevaba en la mano un impermeable. Ella, 1.60-1.65 de estatura, de unos 30 años, delgada, pelo corto, liso, claro, entre rubia y pelirroja, rostro alargado, voz cavernosa, que se expresaba en francés con acento español, llevaba una falda corta negra manchada de tierra, botas oscuras y un bolso de color rosa palo».
En Revel, Asier y Saioa toman un autobús a Toulouse. Un vecino informa a los gendarmes de la llegada en autoestop al pueblo de una pareja de españoles. Se encienden todas las alarmas y de inmediato se despliega el dispositivo de búsqueda en el que participan incluso militares de la compañía de Villefranche-de-Lauragais, reforzados por un escuadrón de la gendarmería móvil de Toulouse. Se establecen controles en un radio de diez kilómetros en todas las salidas hacia Toulouse, Castres y Castelnaudary. El cerco, con inspección minuciosa de los vehículos, provoca embotellamientos kilométricos que no se veían en la zona desde la llegada del Tour de Francia en 2005. El dispositivo se desactiva a las 20.30 horas sin haber dado resultados. El conductor del bus que les llevó de Revel a Toulouse declararía después que Saioa llevaba una guía Michelin y que su destino era Toutens, pero que finalmente decidieron seguir hasta Toulouse.
Ya no tienen coche y deciden no robar ninguno más. Desde Toulouse viajan en taxi hasta Villefranche de Rouergue y pagan 185 euros en efectivo. El taxista, que recordará después a los etarras con «los zapatos cubiertos de barro», solo identificará a Saioa Sánchez, pero no a Asier. En Villafrance comen en un supermercado y llaman a otro taxi, que les recoge a las 18.00 horas. Saioa escribe su destino en un bloc de notas: Espalion. El taxista le responde escribiendo en el mismo bloc el precio del viaje: 110 euros. Saioa, generosa, le pagaría 120 euros. Durante el trayecto, que duró hora y media, Saioa le explicó al taxista «que venían de un poco más arriba de Madrid». De Asier, el taxista diría solo que era «un hombre de tipo mediterráneo, vestido con un abrigo grande de color gris».
Llegan a Espalion sobre las 19.15 horas y se dirigen a un bar para tomar un café y un chocolate bien caliente, lo mismo que habían pedido tres días antes en la cafetería de Capbreton. Luego piden otro taxi a Mende, y Saioa, que no habla muy bien francés, vuelve a escribir el nombre del destino en su bloc de notas. Parten a las 20.15 horas y duermen todo el camino agarrados a las tres bolsas de plástico que llevan como equipaje.
Llegan por la tarde, sobre las 22 horas, y el taxista les deja cerca de la estación de autobuses. Asier le paga 230 euros. Están desorientados. No hay ningún transporte público y hay que pasar la noche. Eligen el coqueto hotel Du Commerce.
Ahí acaba su buena suerte. La Policía gala ya les sigue la pista desde el accidente que han tenido en Blan esa misma mañana. Y una llamada desde el hotel termina por cerrar el círculo. Philippe y Sylvie, el matrimonio que les ha atendido en la recepción, sospecha de esos dos jóvenes nerviosos, sucios, desaliñados y… españoles. Sin embargo no avisan a la Gendarmería hasta la mañana siguiente, miércoles 5, cuando Asier y Saioa ya se han ido sin desayunar, pero abonando los 45 euros de tarifa.
El taxista Thierry Bruel, que les deja en la parada de bus del pueblecito medieval de Châteauneuf de Randon, recuerda que «parecían desorientados» y que «ella tenía pinta de haberse cortado torpemente el pelo con tijeras». Después de dejarles en el pueblo «llegué a decirle a mi mujer, en tono de broma, si los misteriosos pasajeros no serían los españoles de ETA». Pagan con un billete de 50 euros, que luego la Policía francesa reclamaría al incrédulo taxista para obtener las huellas dactilares de Asier.
Las Fuerzas de Seguridad ya controlan a los dos terroristas tras la llamada de los dueños del hotel donde han pasado la noche. Y han decidido que sea en Châteauneuf de Randon donde acabe su periplo. Diez agentes franceses ya están en el pueblo. Han localizado al taxista y este ya les ha informado de que los ha dejado en la parada de autobús. Pero allí no están. Los policías se distribuyen discretamente por el pueblo, sin llamar la atención. No pueden estar muy lejos.
Último café
Asier y Saioa se han ido al centro del pueblo a tomar algo. El equipo antiterrorista les localiza en la cafetería del hotel de la Poste y les vigila desde lejos. No conviene acercarse mucho. Por fin los tienen y ahora hay que limitarse a no cometer ningún error.
La pareja se sienta en una mesa frente a la puerta principal, en actitud vigilante. Después de un rato consultando un mapa de carretera, le piden a la camarera, Anne-Marie, que avise a un taxi para ir a Le Puy en Velay. Anne-Marie les recomienda mejor ir en autobús porque «tenían pinta de no tener mucho dinero, con sus bolsas de plástico haciendo las funciones de maleta». El autobús no sale hasta las 15.40 horas, así que la pareja decide hacer autoestop en la parada.
El equipo policial se ha reorganizado en la gasolinera que hay a 200 metros de la parada. A las 12.15 de la mañana, el mayor Tournier y sus hombres reciben luz verde para detenerles. Ocultos en una furgoneta se aproximan a la pareja de etarras, que desconocen que su viaje por media Francia está a punto de finalizar. La furgoneta se aproxima, acelera y se detiene bruscamente frente a la parada. Los agentes franceses salen rápidamente con el arma en la mano. Más policías aparecen de la nada en otros vehículos. Hasta 20 agentes rodean a los etarras, sorprendidos y muy cansados. A pesar de estar armados, no oponen resistencia. No merece la pena. Todo se ha acabado. «La detención fue muy violenta. Nos registraron en el suelo y nos encontraron las pistolas y la documentación. Encontraron la placa falsa de policía que llevaba. Estaba tirada en el suelo con dos txakurras pisándome y habiéndome meado encima», declararía luego Saioa.
Asier llevaba en su bolsa herramientas y material para robar y falsificar matrículas. Los dos llevaban pistola, del modelo Smith & Wesson, que habían sido robadas en octubre de 2006 en una armería de la localida de Vauvert. Pero no llevan consigo la pistola del crimen, una Smith & Wesson modelo MP9 calibre 9 milímetros marca Fiocchi, que no aparecerá hasta agosto de 2009 escondida en un zulo de la localidad gala de Cabreroles. A la pareja solo le quedaban 945 euros en efectivo. Tras su detención, son trasladados a la comisaría de Montpellier. Allí les esperan algunos compañeros de Raúl y Fernando, que también han participado en el amplio dispositivo para localizarlos y detenerlos.
La misma mañana de la detención, fallece en el hospital Côte Basque de Bayona el agente Fernando Trapero, que estaba en coma irreversible desde la mañana del domingo. Murió a las 10.43 horas.