1900 Física. Nada nuevo que descubrir
Lord Kelvin anunció el fin de la física: «Ahora no hay nada nuevo que descubrir en física», declaró. «Todo lo que queda son mediciones cada vez más precisas».
1902 Salud pública. La cuadrilla del veneno
Harvey W. Wiley, químico principal del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, se lanzó a un estudio de cinco años para comprobar los efectos de varios conservantes químicos añadidos a productos alimentarios en una docena de jóvenes voluntarios masculinos. A esta «cuadrilla del veneno», como se la llamó, y cuyos miembros eran sustituidos a intervalos regulares, se le suministraban dosis crecientes de sustancias tales como bórax, formaldehído, benzoato de sodio y ácido sulfúrico, lo que producía lo que el New York Times (22 de mayo de 1904) llamó «inflamación pronuncia da del tubo digestivo», acompañada de náuseas, vómitos, retortijones estomacales y fatiga extrema. El Times explicaba a continuación el procedimiento que empleaba el profesor Wiley:
Al principio se ponía el veneno en la comida, sin que la cuadrilla supiera qué plato estaba manipulado. El efecto en la mente de los componentes de la cuadrilla, cuyos estómagos empezaron finalmente a rebelarse ante la mejor de las comidas, incluso las que no estaban emponzoñadas, provoca un cambio en el método, y el veneno se administró en capsulas. La cantidad de éste se aumentaba o se reducía en función de lo que los experimentadores consideraban que el sistema de los individuos podía soportar.
A lo largo de todo el experimento se observaba a los hombres. Eran examinados tres veces al día. Cuando la salud empezaba a flaquear, había un breve período de exención de la dieta envenenada. En la actualidad, los hombres están más delgados de lo habitual, y todos muestran los efectos del esfuerzo.
«Lo que intentábamos comprender, y lo que hemos comprendido», dijo hoy un funcionario del departamento, «era el efecto de los conservantes alimentarios sobre el sistema. Este efecto era levemente dañino o letal, según la cantidad y el carácter de los conservantes absorbidos…».
El público quedó a la vez fascinado y consternado por los experimentos, y los heroicos jóvenes fueron celebrados por los Lew Dockstader’s Minstrels[*] en la «Canción de la cuadrilla del veneno», cuyo estribillo reza así:
¡Oh!, puede que lo toleren pero nunca volverán a tener el
mismo aspecto,
esta clase de menú volvería locos a la mayoría de los hombres.
La semana próxima les dará bolas de naftalina, a la
Newburgh o tal cual;
¡oh!, puede que lo toleren pero nunca volverán a tener el
mismo aspecto[7].
La publicidad que acompañó el estudio condujo a la aprobación sin problemas de la Ley de Alimentos y Drogas Puros de 1906, y al establecimiento de la Agencia para los Alimentos y Medicamentos. Parece que los cobayas humanos no padecieron ningún daño a largo plazo: uno de ellos murió en 1979 a la avanzada edad de noventa y cuatro años.
1903 Física. Los rayos que no lo eran
El físico francés René-Prosper Blondlot, mientras intentaba polarizar los rayos X, descubiertos recientemente, detecto un nuevo tipo de radiación, al que bautizó «rayos N», por la Universidad de Nancy, en la que trabajaba. Muchos otros científicos dijeron haber detectado también dichos rayos, que al parecer emitían muchas sustancias, incluido el cuerpo humano. Sin embargo, algunos de los principales físicos de la época, entre ellos lord Kelvin, no consiguieron repetir los experimentos y seguían siendo escépticos. La revista Nature envió al físico americano Robert Wood (quien tampoco había conseguido detectar los rayos N) a Nancy para que investigara. Wood era algo así como un bromista práctico; en una visita a Yellowstone en 1892, en su luna de miel, puso secretamente un poco de tinte fluorescente en un géiser, y observó lo que ocurría unos pocos minutos después cuando un grupo de turistas quedó boquiabierto cuando el géiser hizo erupción con un chorro de agua y vapor de color verde brillante. En el laboratorio de Blondlot, Wood extrajo subrepticiamente del aparato un prisma crucial, y sustituyó un pedazo de material del que se decía que emitía rayos N por un fragmento de madera, pero los experimentadores franceses todavía dijeron que detectaban rayos N. Nature publicó después los hallazgos de Woods, que concluyó que la detección de los rayos N dependía totalmente de las expectativas y de las percepciones subjetivas de los experimentadores. El deseo de los franceses (derrotados en la guerra franco prusiana de 1870 e irritados por el descubrimiento reciente de los rayos X por el físico alemán Wilhelm Röntgen) por recuperar el honor de Francia pudo haber desempeñado así mismo un papel importante en el «descubrimiento» de los inexistentes rayos.
1903 Matemáticas. No era un primo, después de todo
Era bien conocido que Martin Mersenne (1588-1648), monje, matemático, teórico musical y teólogo francés, había propuesto que hay que revisar 267-l era uno de los llamados «primos de Mersenne», que son números primos que toman la forma; hay que revisar 2n-1, donde el propio n es primo. Pero no todos esos números son primos. En el congreso en Nueva York de la Sociedad Matemática Americana de octubre de 1903, F. N. Colé tenía que presentar una comunicación titulada «Sobre la descomposición en factores de grandes números». Cuando le llegó el turno de hablar, Colé, que era famoso por taciturno, se acercó a la pizarra y escribió la aritmética para elevar 2 a la 67.ª potencia. Después restó 1 del resultado. Todavía en silencio, se desplazó después a una parte de la pizarra que no estaba escrita y procedió a realizar una larga multiplicación:
193 707 721 × 761 838 257 287
El resultado de los dos cálculos era el mismo. La audiencia rompió en un aplauso espontáneo, algo sin precedentes en una reunión de la Sociedad Matemática Americana. Colé volvió a su asiento, todavía sin haber dicho ni una palabra. No hubo preguntas. Algún tiempo después, cuando le preguntaron a Colé cuánto tiempo le había tomado encontrar los factores, contestó concisamente: «Tres años de domingos». El propio Mersenne había dicho que no bastaría con toda la eternidad para determinar si un número de 15 o 20 dígitos era primo.
Los descubrimientos relacionados con los primos de Mersenne parecen inspirar celebraciones: cuando Donald B. Gillies, de la Universidad de Illinois, encontró el 23.º primo de Mersenne en 1963, utilizando el superordenador ILLIAC II, la universidad franqueó sus cartas con un matasellos especial, que declaraba orgullosamente, hay que revisar «211 213-l es primo».
1904 Física. Vaticinio del apocalipsis nuclear
Después de su trabajo con Ernest Rutherford sobre la desintegración radiactiva, Frederick Soddy dio una conferencia sobre los peligros de esta nueva forma de energía: «El hombre que ponga su mano en la palanca con la que una naturaleza parsimoniosa regula tan celosamente la salida de su almacén de energía poseerá un arma con la que podría destruir la Tierra si así lo quisiera». Sólo diez años después, H. G. Wells publicó The World Set Free (1914), en la que unos biplanos sueltan bombas atómicas en alguna guerra futura, un concepto inspirado directamente por los trabajos de Soddy, Rutherford y sir William Ramsay, como Wells reconoció:
El problema que habían debatido científicos tales como Ramsay, Rutherford y Soddy, al principio mismo del siglo XX, el problema de inducir radiactividad en los elementos más pesados y así aprovechar la energía interna de los átomos, fue resuelto por una maravillosa combinación de inducción, intuición y suerte por Holsten ya en el año 1933.
El físico Leó Szilárd leyó el libro de Wells en 1932, y al año siguiente tuvo la idea de una reacción en cadena, la clave de la energía nuclear y de la bomba atómica (véase 1933).
1905 Psicología. Besarse es una perversión, sugiere Freud
Sigmund Freud publicó Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, en que señalaba que determinados preliminares a la cópula en que los humanos se entretienen y de los que obtienen placer pueden considerarse, debido a que implican partes del cuerpo distintas de los órganos reproductores, como «perversiones»:
… el beso, un contacto particular de este tipo, entre la membrana mucosa de los labios de las dos personas implicadas, se tiene en gran consideración sexual en muchas naciones (entre ellas las más civilizadas), a pesar del hecho de que las partes del cuerpo implicadas no forman parte del aparato sexual, sino que constituyen la entrada del tubo digestivo.
Sigue distinguiendo entre lo que puede definirse técnicamente como una «perversión», y lo que por convención o por temperamento puede provocar «repugnancia». Por ejemplo, «a un hombre que besará apasionadamente los labios de una hermosa muchacha quizá le repugne la idea de utilizar el cepillo de dientes de la misma, aunque no hay base ninguna para suponer que su propia cavidad oral, por la que no siente ningún asco, esté más limpia que la de la chica». Además, aquellos a quienes les repugna pensar en un contacto sexual que implique el ano debido a que dicho orificio entra en contacto con excremento, «no están más acertados que las muchachas histéricas que dicen que les desagradan los genitales masculinos porque sirven para vaciar la orina». Freud concluye: «A lo que parece, no hay ninguna persona sana que deje de hacer algún añadido que podría considerarse perverso al objetivo sexual normal; y la universalidad de este hallazgo, por sí misma, es suficiente para demostrar lo inadecuado que es utilizar la palabra perversión como término de reproche».
1907 Investigación psíquica. El alma pesa 21 gramos
(Marzo). El New York Times y el Washington Post informaron de algunos experimentos notables que durante los años anteriores había realizado el doctor Duncan MacDougall, de Haverhill, Massachusetts. Deseoso de probar la existencia física del alma, el doctor MacDougall diseñó un experimento para pesarla. En la Casa Franca de Cullis para tísicos de Dorchester, encontró varios hombres voluntarios que estaban mu riendo de tuberculosis. Cuando se acercaba su última hora, MacDougall colocaba a sus sujetos, todavía en su cama, en una enorme balanza de cruz para ver si había algún movimiento en el momento de la muerte. Cuando su primer sujeto emitió su último suspiro, MacDougall informó: «Coincidiendo repentinamente con la muerte, el brazo de la balanza cayó con un toque audible al golpear la barra limitante inferior y permaneció allí sin retornar». Para volver a equilibrar la balanza, MacDougall tuvo que poner dos piezas de un dólar, que pesaban 21 gramos, en el brazo de la balanza en la que estaba el muerto. Sin embargo, otros cinco experimentos posteriores no resultaron concluyentes. No obstante, MacDougall estuvo encantado de señalar que cuando probó el experimento repetida veces con perros, en ningún caso advirtió ninguna pérdida de peso al morir éstos, lo que probaba, a satisfacción de MacDougall, que los animales no poseen alma.
1908 Astronomía. Comunicarse con Marte
El físico americano Robert Wood (que había desprestigiado los rayos N; véase 1903) construyó el primer telescopio práctico de espejo líquido, utilizando un cuenco giratorio de mercurio como reflector parabólico. Este se hallaba situado en la parte inferior de un pozo seco, y las imágenes de las estrellas situadas arriba eran proyectadas en el aire a un metro, aproximadamente, sobre el brocal del pozo. Tan impresionado quedó un grupo de astrónomos de Texas que ofrecieron a Wood cincuenta mil dólares para construir un conjunto de espejos de mercurio gigantes para que reflejaran la luz del sol y proyectaran señales hacia Marte (que, sobre la base de los «canales» observados sobre su superficie, muchos creían que estaba habitado por una civilización muy avanzada). El mismo Wood era escéptico, y un poco maliciosamente sugirió una técnica alternativa para atraer la atención de los marcianos. ¿Por qué no crear, sugirió, una enorme mancha negra sobre la superficie de la Tierra, hecha con tiras de tela negra? De vez en cuando, las tiras podrían enrollarse, y después volverse a desenrollar, de manera que pareciera que la mancha hiciera guiños en la dirección del distante planeta rojo.
1909 Química. Un hedor repulsivo para los humanos pero agradable para las vacas
En la Universidad de Cambridge, sir William Jackson Pope realizaba experimentos con el selenio, un elemento no metálico. Uno de los productos de dichos experimentos fue el seleniuro de hidrógeno, un compuesto con un olor todavía más desagradable que el de huevos podridos de su compuesto afín, el sulfuro de hidrógeno. Era tan desagradable la operación (porque el seleniuro de hidrógeno no sólo huele a rábano picante podrido, sino que es muy irritante) que Pope y su equipo abandonaron la atmósfera cerrada del laboratorio en bus ca del aire fresco del tejado. Era el mes de junio, y en todo Cambridge la gente estaba tomando el té en sus jardines. Pero no por mucho tiempo. Pronto el aire se llenó de una malignidad invisible, y el elegante disfrute de los emparedados de pe pino se malogró totalmente. En toda la ciudad hubo indignación y conmoción, lo que hizo que el Cambridge Daily News quisiera llegar al fondo del asunto. «LA CIENCIA ES LA PECADORA», clamaba su titular, al tiempo que dirigía un dedo acusador al laboratorio químico de la universidad. En adelante, los experimentos se llevaron a cabo en las partes más recónditas de los marjales, con el permiso del granjero local. Uno de los miembros del equipo de Pope, John Read, que posteriormente fue profesor de química en Saint Andrews, recordaba que el granjero huyó pronto, pero que «Un gran rebaño de vacas formó un semicírculo a sotavento y proporcionó una audiencia silenciosa pero apreciativa… insectos de muchas especies se arremolinaron sobre el aparato, y algunos de ellos incluso hicieron intentos decididos para abrirse camino a los frascos a través de los tapones. Todo su comportamiento sugería que se estaban perdiendo algo realmente bueno».
1909 Física. El final del budín de ciruelas
En la Universidad de Manchester, Hans Geiger y Ernest Marsden, bajo la dirección de Ernest Rutherford, realizaban un experimento para investigar la estructura del átomo. En 1904, J. J. Thomson, que había descubierto el electrón en 1897, llego a la conclusión de que el átomo era coma un budín de ciruelas, con los electrones cargados negativamente (o «corpúsculos», como los llamaba) embutidos como ciruelas en un «budín» de carga positiva. En el experimento de Geiger-Marsden se disparaba un haz de partículas alfa contra una delgada lámina de pan de oro. Según el modelo del budín de ciruelas, las partículas alfa tendrían que haber pasado inalteradas a través de la lámina. Sin embargo, Geiger y Marsden registraron que un pequeño número de partículas alfa fue desviado. Rutherford estaba asombrado:
Fue realmente el acontecimiento más increíble que jamás me ha ocurrido en la vida. Era casi tan increíble como si uno disparara una granada de quince pulgadas a un pañuelo de papel y rebotara y le diera a uno.
Rutherford sólo podía concluir que «la mayor parte de la masa de los átomos estaba concentrada en un núcleo minúsculo. Fue entonces cuando tuve la idea de un átomo con un centro masivo y diminuto, que portaba una carga». Así concibió Rutherford el modelo «planetario» del átomo: en dicho modelo, la mayor parte de un átomo es espacio vacío, en el que los electrones orbitan el núcleo. En términos de dimensiones relativas, comparado con todo el átomo, el núcleo es como un guisante en una catedral, aunque contiene más del 99,9 por 100 de la masa del átomo. Este modelo fue superado a su vez por el modelo cuántico, menos fácil de comprender, en el que los electrones forman más bien una nube alrededor del núcleo.
1910 Astronomía. El retorno del cometa Halley augura el fin de la vida tal como la conocemos
(Febrero). Al observar el acercamiento del cometa Halley, los astrónomos del Observatorio Yerkes, de Chicago, anunciaban que habían detectado cianógeno, un gas tóxico incoloro con un olor acre, en la cola del cometa. Esto llevó al francés Camille Flammarion, astrónomo y divulgador científico, a predecir que el gas «impregnaría la atmósfera y posiblemente extinguiría toda la vida del planeta». A pesar de las indicaciones tranquilizadoras de otros astrónomos, tales como Percival Lowell, de que los gases de la cola del cometa eran «tan rarificados que eran más tenues que cualquier vacío», hubo un pánico generalizado y un incremento en la venta de máscaras de gas y de las llamadas «píldoras del cometa». En zonas de Estados Unidos, la gente preparó habitaciones herméticas, incluso bloqueando los agujeros de las cerraduras con papel, mientras que un hombre le pidió a sus amigos que lo bajaran al fondo de un pozo seco y profundo, acompañado de un galón[*] de whisky. El Chicago Tribune señaló el plácido paso del cometa en mayo con un titular escueto: «Todavía estamos aquí».
1911 Zoología. El peor viaje del mundo
Un equipo de tres hombres, formado por Edward Wilson, Apsley Cherry-Garrard y «Birdie» Bowers, realizó un recorrido agotador de ida y vuelta, de 214 kilómetros y 19 días de duración, a través de la oscuridad y las ventiscas del invierno antártico, desde el cabo Evans hasta el cabo Crozier, y retorno. Con temperaturas bajísimas, de hasta −60 ℃, durante la noche los hombres temblaban de forma tan violenta que temían que sus huesos se pudieran romper. Cherry-Garrard, en su célebre relato The Worst journey in the World[*], dijo que «quien quisiera volver sería un loco». El objetivo del viaje era científico: obtener algunos especímenes de huevos de pájaro bobo emperador, pues Wilson creía que la embriología proporcionaría indicios que podrían esclarecer su intuición de que los ápteros pájaros bobos o pingüinos eran una especie de eslabón perdido entre los reptiles y las aves. A los expedicionarios les sorprendió encontrar que eran los machos los que incubaban los huevos… y que algunos machos que no tenían huevo que incubar estaban tan desesperados para cumplir con su papel que modelaban burujos de hielo en unas formas ovoideas groseras, y se posaban sobre ellos. Después de haber recolectado tres huevos, los hombres retornaron a cabo Evans, pero apenas estaban vivos cuando consiguieron llegar al campamento base. Como parte de la misma expedición, Cherry-Garrard desempeñó un papel de apoyo en el viaje del capitán Scott al Polo Sur. Sus compañeros, Wilson y Bowers, hicieron todo el recorrido con Scott, y cuando no retornaron, Cherry-Garrard se unió a la expedición de rescate que encontró los cadáveres helados de los tres hombres, acurrucados juntos en su tienda.
Cuando Cherry-Garrard volvió a Londres y se dirigió finalmente con sus tres preciosos huevos al Museo de Historia Natural, le preguntaron: «¿Quién es usted? ¿Qué quiere? Esto no es una tienda de huevos». Después le dejaron que esperara durante horas hasta que alguien se pudo molestar para darle un recibo. Y es que la biología había cambiado. Wilson había basado su corazonada en la doctrina de Ernst Haeckel de 1866 según la cual «la ontogenia recapitula la filogenia», es decir, el desarrollo embrionario de un individuo recapitula el desarrollo evolutivo de su especie. Dicha teoría había caído en descrédito; además, a Cherry-Garrard se le dijo que los huevos añadían poca cosa a la embriología de los pájaros bobos que el museo ya conocía.
Edward Wilson, Apsley Cherry-Garrard y «Birdie» Bowers, antes de su terrible viaje a través del invierno antártico en búsqueda de huevos de pájaro bobo emperador.
1912 Paleontología. El hombre de Piltdown
(18 de diciembre). Charles Dawson, un arqueólogo aficionado, anunció en una reunión de la Sociedad Geológica de Londres que cuatro años antes un obrero le había dado unos fragmentos de cráneo antiguos encontrados en un pozo de grava del pueblo de Piltdown, en Sussex. Él mismo visitó la localidad y encontró más fragmentos, que mostró a Arthur Smith Wood ward, conservador del departamento de Geología del Museo Británico. Woodward explicó a los reunidos que él y Dawson habían encontrado más Iragmculos, y que había realizado una reconstrucción del cráneo y de la mandíbula inferior. Su conclusión era que Eoantbropus dawsonii («el hombre del alba de Dawson») representaba el tan buscado «eslabón perdido», que proporcionaba la prueba de la convicción de Darwin de que los humanos habían evolucionado a partir de antepasados simiescos.
Casi de inmediato, entre los científicos se despertaron sospechas de que «el hombre de Piltdown» (como se le conocía popularmente) era un fraude, y en 1923 el anatomista y antropólogo físico alemán Franz Weidenreich estudió los restos y llegó a la conclusión de que comprendían el cráneo de un humano moderno y la mandíbula de un orangután con los dientes limados. Pero parece que la mayoría de la clase científica británica (quizá orgullosa de que este antepasado humano temprano fuera un inglés) dejó en suspenso sus facultades críticas, y no fue hasta 1953 cuando se demostró, de manera concluyente y definitiva, que el hombre de Piltdown era un fraude. Resultó que los restos correspondían a un cráneo humano de fecha medieval, la mandíbula inferior de un orangután y algunos dientes de chimpancé limados, todo ello teñido con dicromato potásico para dar el aspecto de elevada edad.
Se han sugerido varios perpetradores del engaño. El propio Dawson (que murió en 1916) es el principal candidato; se demostró que su colección de objetos antiguos contenía docenas de falsificaciones. Pero es posible que Dawson fuera sólo muy crédulo… y quizá la víctima del engaño de M. A. C. Hinton, conservador de Zoología en el Museo Británico y archirrival de Smith Woodward. La prueba que señala a Hinton (un bromista ocurrente bien conocido) toma la forma de un viejo baúl, que encontraron en 1996 unos operarios bajo el techo del Museo de Historia Natural. El baúl había pertenecido a Hinton y, cuando lo examinó Brian Gardiner, profesor de paleontología en el King’s College, de la Universidad de Londres, resultó que contenía numerosos huesos y dientes, que mostraban señales claras de haber sido teñidos con dicromato potásico.
1912 Farmacología. El largo camino al éxtasis
Antón Kóllisch, un químico que trabajaba para la compañía farmacéutica Merck, sintetizó un nuevo compuesto para competir con la hidrastinina, un producto patentado por Bayer que detenía las hemorragias. En el curso de su investigación, Kóllisch sintetizó la metilendioximetanfetamina, que a su vez podía convertirse en metilhidrastinina, sustancia con el efecto terapéutico deseado. La metilendioximetanfetamina fue en gran parte olvidada hasta la década de 1970, época en la que varios psicoterapeutas empezaron a usar la sustancia (MDMA, abreviada) para superar las inhibiciones de sus pacientes. En la década siguiente, la MDMA se había metamorfoseado en la droga recreativa fundamental de la cultura rave[*]: el éxtasis.
1913 Cirugía de trasplantes. Trasplantes de testículos
Victor Lespinasse, profesor de cirugía genitourinaria en la Universidad Noroccidental, Illinois, informó que había trasplantado rebanadas de testículo humano a un hombre que había perdido los suyos. Fue tal el éxito de este tratamiento, afirmaba Lespinasse, que el hombre insistía en abandonar pronto el hospital para hacer uso de sus nuevas capacidades restablecidas. Al año siguiente el doctor Frank Lydston trasplantó el testículo de un suicida a su propio escroto, mientras que en 1922 el doctor L. L. Stanley, médico residente en la prisión de San Quentin, en California, informaba haber trasplantado con éxito los testículos de presidiarios ejecutados. Y se dedicó a inyectar a unos seiscientos hombres las gónadas licuadas de machos cabríos, moruecos y machos de ciervo y jabalí. La creencia en los efectos rejuvenecedores de tales procedimientos continuó durante muchos más años; no fue hasta 1997 cuando el gobierno alemán prohibió la inyección de tejido procedente de fetos de cordero en las nalgas de pacientes que deseaban recuperar el vigor de la juventud.
1913 Física. La bobada de Bohr
Es famosa la frase de Einstein cuando expresó su aversión por la teoría cuántica de Niels Bohr: «Dios no juega a los dados con el universo». Se dice que Bohr replicó: «¿Y quién es usted para decirle a Dios qué es lo que tiene que hacer?». En 1913, dos de los colaboradores de Einstein, Otto Stern y Max von Laue, mientras subían juntos por una montaña cercana a Zurich, se estrecharon las manos y juraron que «si finalmente resulta que la tontería de Bohr es cierta, abandonaremos la física». Desde luego, rompieron su juramento: Von Laue obtuvo el premio Nobel de Física de 1914 mientras que Stern lo recibió en 1943. Décadas después, Stephen Hawking señalaba: «A veces Dios lanza los dados donde no pueden verse».
1913 Física. Los excesos de Einstein
El físico y filosofo austríaco Ernst Mach, célebre por su trabajo sobre las corrientes de aire y las ondas de choque, rechazaba la física de la generación más joven. «Puedo aceptar la teoría de la relatividad», escribió en 1913, «tan poco como acepto la existencia de átomos y de otros dogmas por el estilo». Mach, que sostenía que sólo las sensaciones son reales, consideraba que los átomos eran entidades místicas, sobre la base de que su existencia sólo podía inferirse, no detectarse.
1913 Tecnología. La desaparición de Rudolph Diesel
(29 de septiembre). Rudolph Diesel, inventor del motor de combustión interna que lleva su nombre, embarcó en Amberes, Bélgica, en el buque Dresden, que se dirigía a Harwich, Inglaterra. Cuando el buque atracó a la mañana siguiente, se encontró que el camarote de Diesel estaba vacío. La colcha de la cama se había retirado, y el reloj de Diesel colgaba junto al lecho, pero no se había dormido en éste. Una inspección del buque no encontró señal alguna del doctor Diesel, pero su billete de desembarco estaba todavía en el camarote, de modo que no podía haber abandonado el navío. El propósito ostensible de su visita a Inglaterra era asistir a una reunión de la Asociación de Fabricantes de Motores Diesel. Sin embargo, también tenía una cita con el Almirantazgo británico. Era una época de una feroz carrera armamentística naval entre Gran Bretaña y Alemania. Una de las armas estratégicas clave de esta última durante la Gran Guerra que estallaría menos de un año después iba a ser su flota de submarinos, utilizada para privar a Gran Bretaña de sus importaciones de alimentos y de materias primas. Y estos submarinos eran movidos por motores diesel. No hay duda de que las autoridades alemanas se habrían alarmado ante la idea de que Rudolph Diesel hablara a un enemigo potencial. Pero no se ha descubierto ninguna prueba de un asesinato, y la desaparición sigue siendo un misterio.
1915 Medicina. Una escasez decisiva de sanguijuelas
Antaño constituyeron uno de los puntales principales de la profesión médica, y durante siglos se habían empleado sanguijuelas para succionar el «exceso» de sangre del paciente y, de esta manera, reequilibrar los supuestos «cuatro humores». Pero a principios del siglo XX se utilizaban con mucha menor frecuencia. Sin embargo, todavía tenían sus devotos, y la grave escasez de sanguijuelas que causó la primera guerra mundial impulsó a sir Arthur Everett Shipley, el director del Christ’s College, de Cambridge, y un experto en gusanos parásitos, a escribir a The Times:
Señor:
Nuestro país ha padecido durante muchos meses una grave escasez de sanguijuelas. El mes de noviembre último, ya hace algunos meses, sólo quedaban en Londres unas pocas docenas, y eran de segunda mano. Mientras el general Joffre, el general Von Kluck, el general Von Hindenburg y el gran duque Nicolás persistan en luchar sobre las mejores regiones de sanguijuelas de Europa, posiblemente de forma inconsciente, esta escasez continuará…
1915 Tecnología textil. Una chaqueta toda de ortigas
Con los suministros de algodón inaccesibles debido al bloqueo naval inglés, los alemanes empezaron a confeccionar sus uniformes militares a partir de ortigas. Utilizaban una mezcla del 85 por 100 de la ortiga mayor o verde[*] y un 15 por 100 de Boehmeria nivea, el ramio, un miembro tropical de la familia Urticáceas.
1915 Química. Un nuevo uso para las castañas
Se animaba a los niños ingleses para que recogieran castañas del castaño de Indias[*], no para jugar en el patio de recreo, sino para la producción de acetona, usada en la fabricación de cordita, el explosivo empleado para impulsar balas y granadas.
1917 Matemáticas. Locura, asesinato y matemáticas
(17 de noviembre). El matemático francés André Bloch (que dio su nombre al teorema de Bloch y a la constante de Bloch), apuñaló hasta matarlos a su hermano Georges (también un matemático célebre), a su tía y a su tío. Oficial de artillería de servicio, en el momento de los asesinatos Bloch se hallaba de baja del ejército por convalecencia, por haber sufrido una caída desde un puesto de observación. Después explicó que dicho acto había sido completamente racional: su motivo era eugenésico, dijo, al ser su intención la de eliminar a aquellos miembros de la familia afectados por enfermedad mental. Fue encerrado en el asilo de Charenton, en las afueras de París, donde el marqués de Sade había pasado asimismo sus últimos años. Desde allí, Bloch escribió una serie de artículos científicos, y mantuvo correspondencia con varios matemáticos de renombre, y por lo general ponía en sus cartas la fecha del 1 de abril[*]. Pocos de sus correspondientes eran sabedores de sus circunstancias.
1918 Epidemiología. Los cigarrillos son esenciales para el bienestar de los hombres
El general John J. Pershing declaró que el tabaco era «tan indispensable como la ración diaria», de modo que a sus tropas se les suministraron tantos cigarrillos gratuitos como pudieran fumar. La gran epidemia de cáncer de pulmón del siglo XX empezó unas dos décadas después.
1918 Psicología. Rosa para los niños
El Ladies Home Journal contaba a sus lectoras:
Ha habido una gran diversidad de opiniones sobre el tema, pero la norma generalmente aceptada es rosa para el niño y azul para la niña. La razón es que, al ser el rosa un color más decidido y fuerte, es más adecuado para el niño, mientras que el azul, que es más delicado y afectado, es más bonito para la niña.
El Sunday Sentinel, americano, había aconsejado a las madres en 1914:
Si te gusta la nota de color en las prendas de vestir del pequeño, utiliza el rosa para el niño y el azul para la niña, si es que sigues las convenciones.
1918 Medicina. «Una cura para los muertos vivientes»
Con este lema, William J. A. Bailey, de Laboratorios Radio Bailey, Inc., Nueva Jersey, comercializó Radithor, un tónico y curalotodo universal que proporcionaba una «alegría perpetua». Radithor estaba compuesto de agua destilada con dosis de radio 226 y 228, ambos muy radiactivos. En esta época, y durante algunos años más, se creía que la radiactividad tenía efectos beneficiosos. Finalmente, Radithor se retiró cuando Eben Byers, de la alta sociedad americana, murió en 1932, después de haber consumido 1400 botellas del producto y de haber perdido la mayor parte de la mandíbula. Su cuerpo era tan radiactivo que fue enterrado en un ataúd revestido de plomo. (El propio Bailey afirmaba haber bebido más Radithor que ninguna persona viva. Murió de cáncer de vesícula en 1949).
A pesar del escándalo que siguió a la muerte de Byers, a principios de la década de 1930 la crema facial Tho-Radia era muy popular en Francia. Contenía 0,5 gramos de cloruro de torio y 0,25 gramos de bromuro de radio por cada 100 gramos, y los fabricantes afirmaban que la había desarrollado un tal «doctor Alfred Curie» (que se cree que era un personaje ficticio y no un miembro de la famosa familia ganadora de premios Nobel). En los años de guerra de la década siguiente, una compañía de Berlín producía la pasta de dientes radiactiva Doramad, y afirmaba que la radiactividad reforzaba las defensas de los dientes y las encías contra las bacterias, a la vez que pulía y blanqueaba los dientes. Por suerte para los que la usaban, las cantidades relativamente pequeñas de torio en la pasta de dientes producían sólo niveles muy bajos de radiactividad. Otros productos comercializados debido a su radiactividad incluían Radium Schokolade, un chocolate fabricado por la empresa alemana Burk & Braun entre 1931 y 1936, y los supositorios Vita Radium, «para el uso rectal por parte de los hombres», comercializados por la compañía Home Products de Denver, Colorado. La compañía explicaba que sus supositorios «devolvían el tono del sexo y conferían energía a todos los sistemas nervioso, glandular y circulatorio», y estaban particularmente «recomendados para los hombres que eran sexualmente débiles». Los supositorios, en los que el radio «se hallaba en una base de manteca de cacao», eran asimismo supuestamente «espléndidos para las hemorroides y las llagas rectales». Desde luego, tenían «la garantía de ser completamente inocuos».